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Hubo un momento de profunda negrura. Luego se prendieron las luces de emergencia.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Lash—. ¿Se ha ido la luz?

Nadie contestó. Tara estaba concentrada en la pantalla. Silver seguía en el cubículo de plexiglás, que apenas se veía con tan poca luz. Levantó una mano y escribió una orden corta en el teclado. Como no pasaba nada, lo intentó otra vez. A continuación se levantó, con movimientos cansados. Al quitarse los sensores y el micrófono, sus gestos eran lentos y automáticos como los de un sonámbulo.

—¿Qué ha pasado? —repitió Lash.

Silver abrió la mampara y salió del compartimento. No parecía haberlo oído.

Lash le puso una mano en el hombro.

—¿Se encuentra bien?

—Liza no quiere responder.

—¿No quiere o no puede?

Silver se limitó a decir que no con la cabeza.

—Las rutinas éticas que le programó…

—¡Doctor Silver! —gritó Tara—. Venga, tiene que ver algo.

Silver se acercó con la misma lentitud de movimientos que antes, seguido por Lash. Se inclinaron hacia el monitor sin decir nada.

—Se ha cortado toda la corriente, tanto en la torre interna como en la externa —dijo Tara—. Todo, hasta las luces de seguridad.

—Entonces, ¿por qué aquí no estamos a oscuras? —preguntó Lash.

—Abajo, en la sala de computación de Liza, hay un generador de refuerzo con energía para varias semanas. Pero miren: todo el edificio está en fase Gamma. Se han cerrado las placas de seguridad.

—¿Las placas de seguridad? —repitió Lash.

—Sí. Sellan las tres partes del edificio en caso de emergencia. Nos hemos quedado aislados del resto de la torre.

—¿Qué lo ha provocado? ¿El corte de electricidad?

—No lo sé, pero sin el suministro principal no pueden volver a abrirse.

El sonido estridente de un teléfono móvil interrumpió la conversación. Silver se lo sacó lentamente del bolsillo.

—¿Diga?

—¿Doctor Silver? ¿Cómo está?

La voz de Mauchly se oía con dificultad por culpa de un silbo como el del viento en un túnel.

—Muy bien. —Silver se apartó—. No, está aquí. Está todo… todo controlado. —Le tembló la voz—. Ya te lo explicaré más tarde. ¿Podrías hablar más fuerte? Es que con tanto ruido casi no te oigo. Sí, ya sé lo de las placas de seguridad. ¿Se sabe algo de la causa? —Silver permaneció a la escucha. De repente se puso tenso—. ¿Qué? ¿Todos? ¿Seguro? —Su tono se había vuelto brusco, sin ningún rastro de vacilación—. Bajo ahora mismo.

Miró a Tara.

—Mauchly está abajo, en la sala de computación. Dice que Liza está acelerando todos los periféricos electromecánicos: los conjuntos de discos, los lectores de cintas, las impresoras en línea, los discos RAID…

—¿Todo?

—Todo lo que tiene un motor y partes móviles.

Tara volvió a mirar el monitor.

—Es verdad. —Dio un golpecito en el teclado—. Y no solo eso, sino que los dispositivos se están acercando a su límite de tolerancia. Mire esta matriz de discos. Según el firmware, debería girar a nueve mil seiscientas revoluciones por minuto. ¿Lo ve? Aquí, en la ventana de detalles del componente. Pero el software de control lo está impulsando cuatro veces más deprisa. Acabará provocando un fallo mecánico.

—Todos los aparatos de la sala están optimizados al máximo —dijo Silver—. Antes de fallar se quemarán.

La respuesta a sus palabras fue una alarma que llegaba desde muy abajo, suave pero persistente.

—Richard… —dijo Lash en voz baja.

Silver lo miró, angustiado.

—Las rutinas éticas que programó… ¿Cómo cree Liza que hay que abordar el asesinato si no es posible la rehabilitación?

—Si no hay ninguna posibilidad de rehabilitación —respondió Silver—, solo queda una opción: la eliminación.

Ya no miraba a Lash; se había girado para ir hacia la puerta.