58

Salieron del dormitorio y volvieron a la sala de control, en la otra punta del estrecho pasillo. Silver abrió la mampara sin decir nada y se sentó en el sillón. Se puso los electrodos, colocó en su sitio el monitor y pulsó el teclado bruscamente, casi con rabia. Después de haberse debatido con tanta desesperación entre el amor a su creación y el peso que tenía en la conciencia, parecía que solo le quedara un deseo: terminar con aquello cuanto antes.

—Liza —dijo.

—Richard.

—¿Cuál es tu estado?

—Noventa y uno coma setenta y cuatro por ciento de operatividad. Los procesos actuales están al cuarenta y tres coma uno por ciento de su capacidad multitarea. Reserva de ciclos disponible al ochenta y nueve por ciento.

Silver hizo una pausa.

—En los últimos cinco minutos, tus procesos centrales se han duplicado. ¿Me lo puedes explicar?

—Tengo curiosidad, Richard.

—Explícate, por favor.

—Tenía curiosidad por saber la razón de que Christopher Lash se hubiera puesto directamente en contacto conmigo. Nadie se había puesto en contacto conmigo de esa manera aparte de ti.

—Es verdad.

—¿Está probando la nueva interfaz? Ha usado muchos parámetros impropios en su contacto.

—Porque no le he enseñado los parámetros correctos.

—¿Por qué razón, Richard?

—Porque no tenía la intención de que entablara contacto contigo.

—Entonces, ¿por qué lo ha hecho?

—Porque está en peligro, Liza.

Por unos instantes, solo se oyó el zumbido de los ventiladores.

—¿Tiene alguna relación con la situación no estándar que ha mencionado Christopher Lash?

—Sí.

—¿La situación no es estándar?

—No, Liza.

—Dame los detalles, por favor.

—He venido a hablar de eso.

Otra pausa. Lash sintió una presión en el codo. Era Tara, intentando llamar su atención.

—Mira —murmuró, señalándole uno de los monitores.

Lash vio un mosaico de círculos y polígonos unidos por una trama lineal de colores variados, cuya complejidad desorientaba la vista. Algunos objetos brillaban con gran intensidad en la pantalla. Cada uno de ellos llevaba adjunta una minúscula etiqueta.

—¿Qué es?

—Yo diría, sin poder asegurarlo, que es la topografía en tiempo real de la red neural de Liza.

—Explícamelo mejor.

—Es como un reflejo visual de su conciencia. Nos ofrece una visión de dónde están concentrados todos sus procesos, pero de manera general, omitiendo los detalles. Mira. —Señaló la pantalla—. Esto de aquí es el procesamiento de candidatos. ¿Ves la etiqueta? «Prc-Can». Esto es la infraestructura; esto, la seguridad. Este grupo más grande de sistemas debe de ser la obtención de datos. Y éste, todavía más grande, el emparejamiento de avatares: el Tanque. Este número tan grande de la parte de arriba parece su capacidad operativa.

Lash miró la pantalla.

—¿Y qué?

—¿No acabas de oír la pregunta de Silver? Cuando te has sentado en el sillón, los procesos de Liza solo estaban al veintidós por ciento; normal, teniendo en cuenta que los sistemas de Eden están en punto muerto y que se han ido todos los trabajadores. ¿Por qué se han duplicado sus procesos desde entonces?

—Liza ha dicho que tenía curiosidad.

Lash miró de reojo el compartimento de plexiglás, donde Silver estaba preguntando:

—¿Te acuerdas de los primeros ejercicios de pensamiento que hacíamos, antes de los modelos? ¿Te acuerdas de cuando trabajábamos en tus capacidades de asociación libre? Versión de prueba 2, o 3.

—Versión de prueba 3.

—Gracias. Yo te daba un número y tú me decías todo lo que asociabas a ese número. El nueve, por ejemplo.

—Sí. El cuadrado de tres, la raíz cuadrada de ochenta y uno, la cantidad de entradas de un partido de béisbol, la hora en que Cristo pronunció sus últimas palabras, la representación del poder supremo del emperador en la antigua China, el número de musas de la mitología griega, la enéada o estrella de nueve puntas, que comprende las tres trinidades de…

—Correcto.

—Era un juego que me divertía, Richard. ¿Vamos a volver a hacerlo?

—Sí.

Lash volvió a mirar a Tara, que señaló el monitor. El índice había aumentado hasta ochenta y ocho por ciento.

—Está pensando en algo —susurró Tara—. Está muy concentrada.

Silver cambió de postura en el sillón.

—Liza, esta vez no te daré una secuencia de números, sino de fechas, y quiero que me digas a qué las asocias. ¿Lo has entendido bien?

—Sí.

Silver hizo una pausa y cerró los ojos.

—La primera fecha es el 14 de abril de 2001.

—14 de abril de 2001 —repitió suavemente Liza—. Conozco veintiún millones cuatrocientos veintiséis mil trescientos seis acontecimientos digitales asociados a esa fecha.

—Limítate a los que estén relacionados conmigo.

—Cuatro mil setecientos cincuenta acontecimientos relacionados contigo en esa fecha, Richard.

—Descarta todas las muestras de voz, todas las imágenes de vídeo y todos los registros de pulsaciones. Solo me interesan los acontecimientos de nivel macro.

—Muy bien. Quedan cuatro acontecimientos.

—Especifícalos, por favor.

—Programaste una versión revisada de la rutina de clasificación heurística para los emparejamientos entre candidatos.

—Sigue.

—Introdujiste un nuevo conjunto distribuido de discos RAID que incrementó mi capacidad total de memoria RAM hasta dos millones petabytes.

—Sigue.

—Introdujiste un avatar de cliente en la sala de pruebas virtual.

—¿De qué avatar se trataba, Liza?

—Del avatar 000000000 en versión beta.

—¿A quién correspondía ese avatar?

—A ti, Richard.

—¿Y el cuarto acontecimiento?

—Mandaste retirar el avatar.

—¿Cuánto tiempo pasó mi avatar en la sala de pruebas?

—Setenta y tres minutos, veinte coma nueve cinco nueve segundos.

—¿Durante ese intervalo se produjo algún emparejamiento aceptable?

—No.

—Muy bien, Liza. —Silver hizo una pausa—. Otra fecha: el 21 de julio de 2002. ¿Qué acontecimientos de nivel macro se registraron en esa fecha, concernientes exclusivamente a mi persona?

—Quince. Hiciste un control de integridad de datos con…

—Limítate al emparejamiento de clientes.

—Dos acontecimientos.

—Descríbelos.

—Introdujiste tu avatar en la sala de pruebas. Y diste la orden de retirar tu avatar de la sala de pruebas.

—¿Cuánto tiempo permaneció mi avatar en el Tanque? Perdón, en la sala de pruebas.

—Tres horas, noventa minutos, Richard.

—¿Encontró alguna pareja aceptable?

—No.

Tara llamó nuevamente la atención de Lash.

—Mira —dijo.

El monitor estaba en plena actividad, con un mensaje que parpadeaba insistentemente: «procesos computacionales: 58,54%».

—¿Qué pasa? —murmuró Lash.

—Es la primera vez que lo veo. Se ha activado la infraestructura digital de toda la torre, y el acceso a todos los subsistemas. —Tara tocó el teclado adjunto—. Los conductos de la red exterior se están sobrecargando al máximo.

—¿Qué quiere decir?

—Creo que Liza está dando vueltas como un tigre enjaulado.

«Un tigre enjaulado», pensó Lash. Con la diferencia de que si ese tigre salía de la jaula era capaz de poner en jaque toda la red informática del mundo civilizado.

—Vale —dijo Silver dentro del cubículo de plexiglás—. Otra fecha, Liza, por favor: 17 de septiembre de 2002.

—¿Con los mismos argumentos de búsqueda, Richard?

—Sí.

—Cinco acontecimientos.

—Detállalos, por favor. Y anteponles una marca horaria.

—10.04.41: introdujiste tu avatar en la sala de pruebas. 14.23.28: informé de que tu avatar había sido objeto de un emparejamiento. 14.25.44: me pediste que transmitiera datos relevantes sobre el otro avatar. 15.31.42: me pediste que volviera a introducir al otro avatar en la sala de pruebas. 19.52.24: borraste los datos de tu terminal privado.

—¿Cómo se llamaba el otro avatar?

—Torvald, Lindsay.

—¿El avatar Torvald volvió a encontrar pareja?

—Sí.

—¿Nombre de la pareja?

—Thorpe, Lewis.

—¿Podrías reproducir los detalles?

—Sí, con un gasto de noventa y ocho millones de unidades de CPU.

—Adelante. Y dime la precisión del emparejamiento.

—Noventa y ocho coma cuatro siete dos nueve cinco por ciento.

—¿Podrías verificar la compatibilidad basal tal como fue transmitida al programa de supervisión?

Una breve pausa.

—Ciento por ciento.

«Ciento por ciento —pensó Lash—. Una superpareja».

—Pero la compatibilidad real que recogiste fue de noventa y ocho por ciento. Por favor, explica la discrepancia.

Esta vez la pausa fue más larga.

—Se produjo una anomalía.

—Una anomalía. ¿Podrías aclarar de qué tipo?

—Solo con un examen previo.

—¿Tiempo necesario para el examen?

—Desconocido.

Silver tenía la frente sudada. Su rostro era la viva imagen de la concentración.

—Ejecuta un subproceso para estudiar la anomalía, y mientras tanto, si es posible, dime cuántas veces fue introducido mi avatar en la sala de pruebas después del emparejamiento con Torvald, Lindsay.

—Richard, detecto lecturas inhabituales en tu equipo de monitorización. Pulso elevado, ondas zeta fuera del margen habitual, perfil de voz con alto grado de…

—¿Esas lecturas dificultan tu respuesta a mi pregunta?

—No.

—Entonces sigue, por favor. ¿Cuántas veces fue introducido mi avatar en la sala de pruebas después del emparejamiento con Torvald, Lindsay?

—Setecientas sesenta y cinco.

«Caray», pensó Lash.

—¿Cuántos días han transcurrido entre el 17 de septiembre de 2002 y hoy?

—Setecientos sesenta y seis.

—¿El tiempo de introducción fue el mismo en cada caso?

—Sí.

—¿De qué duración se trata?

—Veinticuatro horas.

—¿Ordené yo las introducciones?

—No, Richard.

—¿Quién las ordenó?

—Las órdenes son anómalas.

—Inicia otro subproceso para estudiar la anomalía. —Silver se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo aplicó a la frente, entre los electrodos—. ¿En alguna de esas ocasiones se produjo otro emparejamiento con mi avatar?

—Sí, en cinco.

Lash giró la cabeza. El rostro de Tara, muy atenta a la pantalla, tenía un aspecto fantasmal. Los procesos computacionales de Liza habían subido al setenta y ocho por ciento de su capacidad.

—¿Hubo emparejamientos posteriores entre esas cinco mujeres y otros avatares que no fueran el mío?

—Sí.

—¿Con qué compatibilidades basales, según los informes que recibieron los supervisores de la sala de pruebas?

—Con el ciento por ciento.

—¿En todos los casos?

—En todos los casos, Richard.

Silver se quedó callado e inclinó la cabeza, como si se hubiera dormido.

—Vamos a tener que pararlo —murmuró Tara.

—¿Porqué?

—Mira el monitor. Liza está forzando todas las unidades lógicas por encima de su capacidad. La infraestructura no puede soportarlo.

—Solo está al ochenta por ciento de su capacidad.

—Sí, pero normalmente esa capacidad se reparte entre una docena de sistemas: el Tanque, síntesis de datos, obtención de datos… Mientras que ahora Liza ha dirigido todos sus procesos a la espina dorsal, al núcleo arquitectónico, que no está diseñado para tanta presión. —Señaló la pantalla—. Mira, ya están fallando algunas interfaces digitales. Ya se ha desactivado la integridad de la torre. Lo próximo será la seguridad.

—¿Qué pasa? ¿Qué está haciendo?

—Es como si concentrara toda su energía en sí misma, en un problema irresoluble.

—Liza —dijo Silver, aferrado al sillón—, mi avatar ha sido emparejado con un total de seis mujeres. ¿Verdadero o falso?

—Verdadero, Richard.

—Por favor, abre un enlace con supervisión de clientes.

—Enlace abierto.

—Gracias. Infórmame sobre la situación y condición de las seis mujeres, por favor.

—Un momento, por favor. No puedo cumplir tu petición.

—¿Por qué, Liza?

—Solo puedo obtener datos actualizados sobre cuatro de las seis mujeres.

—Repito la pregunta: ¿por qué, Liza? —Causa desconocida.

—Profundiza.

—No hay bastante información para profundizar.

—¿Quiénes son las dos mujeres de las que no puedes proporcionar datos válidos?

—Thorpe, Lindsay. Wilner, Karen.

—¿La información es insuficiente porque están muertas?

—Es posible.

—¿De qué murieron, Liza? ¿Por qué murieron?

—Las lecturas son anómalas.

—¿Anómalas? ¿Se trata de la misma anomalía que las que ya estás examinando? Quiero un informe sobre el estado de los exámenes.

—Incompleto.

—Entonces infórmame sobre el estado incompleto.

—No es una tarea rutinaria, Richard. Percibo… —Una pausa—. Percibo conflictos de funciones en mis rutinas básicas.

—¿Quién escribió esas funciones? ¿Yo?

—Una de ellas la escribiste tú. La otra se generó por sí sola.

—¿Cuál es la que escribí?

—Tus comentarios en el encabezamiento del programa la llaman «deseo de continuidad».

—¿Y la otra? ¿Qué título tiene? Liza no dijo nada.

«Deseo de continuidad —se dijo Lash—. Instinto de supervivencia».

—¿Qué título tiene la otra?

—No puse nombre a la rutina.

—¿Le asignaste alguna palabra clave interna?

—Sí, una.

—¿Cuál?

—Lealtad.

—Está al noventa y cuatro por ciento —dijo Tara—. Tenemos que intervenir ahora mismo.

Lash asintió y dio un paso hacia la mampara de plexiglás.

—Liza… —El tono de Silver se había dulcificado tanto que casi era triste—. ¿Podrías definir la palabra «asesinar»?

—Conozco veintitrés definiciones de la palabra.

—Dame la principal, por favor.

—Quitar la vida ilícitamente a un ser humano.

Lash notó que Tara le cogía el brazo.

—¿Están activadas tus rutinas éticas?

—Sí, Richard.

—¿Y tu red de autoconciencia?

—Richard, el conflicto de funciones provoca que…

—Activa tu red de autoconciencia, por favor. —El tono de Silver se había vuelto aún más suave—. Mantenía plenamente operativa hasta nuevo aviso.

—De acuerdo.

—¿Cuál es el principio básico de tus rutinas éticas?

—Garantizar la seguridad, la intimidad y la felicidad de los clientes de Eden.

—Ahora, con la red de autoconciencia y las rutinas éticas activadas, quiero que revises tus actos autogenerados de los últimos veinte días cuyos destinatarios fueran clientes de Eden.

—Richard…

—Haz lo que te pido, Liza.

—Richard, la revisión provocará que…

—Hazlo.

—De acuerdo.

La voz de ultratumba dejó de sonar. Lash esperó con el corazón en un puño, latiendo dolorosamente.

Debió de pasar un minuto antes de que Liza volviera a hablar.

—He completado el proceso de revisión.

Lash se dio cuenta de que Tara ya no le cogía el brazo, y se giró para mirarla. Estaba observando con atención el monitor. Los procesos de Liza habían bajado hasta el sesenta y cuatro por ciento, y seguían disminuyendo.

—Casi hemos terminado, Liza —dijo Silver—. Gracias.

—Siempre he procurado complacerte, Richard.

—Ya lo sé. Queda una pregunta sobre la que me gustaría que reflexionaras. ¿Cómo indican tus rutinas éticas que hay que abordar el asesinato?

—Si es posible, mediante la rehabilitación del asesino. Si la rehabilitación es imposible…

El silencio de Liza se alargó insidiosamente.

Lash oyó un impacto sordo muy por debajo de sus pies. El edificio tembló un poco.

—¿Liza? —dijo Silver.

No hubo respuesta. De repente el teléfono móvil de Silver comenzó a sonar.

—¿Liza? —La voz de Silver se sobrepuso a la señal del móvil con un tono apremiante, casi de súplica—. ¿Es posible la rehabilitación?

No hubo respuesta.

—¡Liza! —repitió Silver—. Por favor, dime que…

De golpe la sala quedó sumida en una oscuridad total.