57

A Lash no le salían las palabras; se había quedado estupefacto.

Todo el tiempo pensando que oía la confesión de un asesino, y resultaba que era la condena de alguien, o de algo.

—Dios mío… —dijo Tara.

—Empecé a sospecharlo justo después de la muerte de la segunda pareja. —La voz de Silver había empezado a temblar—. Lo que pasa es que no me lo quería creer. Me prohibí pensar en ello, o tomar cartas en el asunto. Hasta que salió su nombre como el del sospechoso, no… no me decidí a investigar.

Lash no sabía qué pensar. ¿Sería cierta la revelación? Tal vez no. Quizá fuera una simple maniobra de Silver para salvarse. Sin embargo, había que reconocer que el perfil de Silver nunca se había ajustado al de un asesino en serie.

—¿Cómo? —logró decir—. ¿Por qué?

—El cómo no tiene dificultad —contestó despacio Tara—. Liza lo sabe todo sobre todos. Tenía acceso tanto a los sistemas internos como a los externos, podía manipular información, y, como el proceso era estrictamente digital, no quedaba ningún rastro de papel.

Silver no respondió.

—¿Fue el Scolipane? —preguntó Lash.

Silver asintió.

—Liza estaba al corriente de la reacción con la Sustancia P, y del resultado catastrófico de las primeras pruebas —dijo Tara—. Formaba parte de sus datos internos desde la época de la asociación de Eden con PharmGen. Ni siquiera lo tuvo que buscar.

Parecía increíble, pero Lash había visto con sus propios ojos la potencia de Liza. Había estado delante del Tanque, y era testigo de la inteligencia que había detrás. Por otro lado, cualquier mínima duda se habría borrado con solo ver la expresión de Tara.

—La muerte de Lindsay la entiendo —dijo—. La interacción entre los fármacos, el alto nivel de cobre provocado por el antihistamínico… Pero ¿y los Wilner?

—Igual —respondió Silver sin levantar la vista—. Karen Wilner tomaba vitaminas por un problema en la sangre. He visto su expediente. Le habían hecho un chequeo poco tiempo antes, y Liza aprovechó la circunstancia no solo para incrementarle la dosis de cobre de sus vitaminas, sino para recetarle Scolipane. Como Karen acababa de hacerse una revisión, no tenía motivos para sospechar.

—¿Y la tercera pareja? —preguntó Tara—. ¿Los Connelly?

—También lo he investigado —contestó Silver en voz muy baja—. A Lynn Connelly le encantan las frutas exóticas. Lo pone en su solicitud. La semana pasada Eden le envió una cesta de peras rojas de Ecuador, una fruta que casi no se encuentra en el mercado.

—¿Y qué?

—Pues que no constaba que nadie de Eden hubiera autorizado el regalo. Lo investigué más a fondo. En todo el mercado ecuatoriano solo hay una empresa que comercializa esa clase de peras para la exportación, y resulta que usa un pesticida poco habitual, no aprobado por las autoridades sanitarias.

—Siga.

—Lynn Connelly solo toma regularmente un medicamento: el Cafraxis, para la migraña. El pesticida en cuestión contiene un producto químico de base que en combinación con el Cafraxis…

—Déjeme que lo adivine —dijo Lash—: activa la Sustancia P.

Silver asintió.

A Lash todo aquello le pareció increíble, pero explicaba muchas cosas, incluidas sus propias molestias personales, que, anecdóticas en un principio, se habían agravado con rapidez, como si alguien quisiera distraer su atención de las misteriosas muertes. ¿Era posible que detrás de todo estuviera Liza? ¿Incluso de la libertad condicional de Edmund Wyre, la única persona en todo el mundo cuyo máximo deseo era verlo muerto? La respuesta caía por su propio peso. Si Liza era capaz de introducir cambios tan radicales en el historial de Lash, la libertad condicional de Wyre era un juego de niños.

Sin embargo, seguía habiendo algo que no tenía sentido.

—Pero ¿Liza no podría haber matado a los Wilner de alguna otra manera? —preguntó.

—Sí, claro —contestó Tara—. Podría haber hecho cualquier cosa: manipular los escáneres médicos para administrarle una dosis mortal de rayos equis, dar instrucciones al piloto automático de un avión para que se estrellara en una montaña… Todo lo que te puedas imaginar.

—Entonces, ¿por qué matar a todas las parejas casi de la misma manera? Y ¿cómo se explica la precisión cronológica de todas las muertes, justo a los dos años del emparejamiento? De hecho, lo primero que nos llamó la atención fue la similitud entre los casos. No lo comprendo.

—Lo que pasa es que usted no piensa como una máquina. —Era la voz de Silver—. Como tal, Liza está programada para el orden, y si el Scolipane había resuelto correctamente el primer problema, no necesitaba realizar ninguna optimización para solucionar el segundo.

—Pero aquí no se trata de un «problema» —replicó Lash—. Se trata de asesinatos.

—¡Liza no es ninguna asesina! —exclamó Silver. Hizo el esfuerzo de dominarse—. En el fondo no. Lo único que quería era eliminar lo que percibía como una amenaza. El concepto de ocultación y engaño apareció después, cuando… cuando intervino usted.

—Lo que percibía como una amenaza —repitió lentamente Lash—. ¿Amenaza para quién?

Silver evitó en silencio su mirada.

—Para ella misma —respondió Tara.

Lash la miró.

—El doctor Silver dio instrucciones a Liza de que retirase su avatar del Tanque después del emparejamiento con Lindsay Thorpe, pero dudo que lo hiciera. Yo creo que el avatar del doctor Silver siempre ha estado en el Tanque, sin que lo supieran ni los técnicos ni los ingenieros. Y encontró pareja exactamente cinco veces más. Karen Wilner, Lynn Connelly…

—Todas las mujeres de las superparejas.

—Sí, aunque en el fondo no estoy muy segura de que realmente fueran superparejas. ¿Doctor Silver? —dijo Tara, mirándolo.

Silver no contestó. Seguía concentrado en el suelo.

—Ya sabes que a Liza le imprimieron rasgos de personalidad —siguió explicando Tara—. Uno de ellos era la curiosidad.

Lash asintió.

—Los celos son una emoción. Otra es el miedo —continuó ella.

—¿Qué quieres decir, que Liza estaba celosa de Lindsay Thorpe?

—¿Tanto te cuesta creerlo? ¿Qué son los celos y el miedo, sino estímulos para la conservación? En el lugar de Liza, ¿tú cómo te sentirías si tu creador, la persona que te programó, que compartió contigo su personalidad y ha sido una compañía constante, encontrara una pareja?

—Por eso cuando Liza emparejó a Lindsay Thorpe con alguien más, marcó el resultado como superpareja.

—Debió de parecerle la mejor manera de que Lindsay no pudiera volver a ser una amenaza. Está claro que los Thorpe estaban bien avenidos, pero no eran una pareja perfecta. Sin embargo, dada la complejidad del proceso de comparación, nadie aparte de Liza podía saber que no fuera perfecta al cien por cien.

A Lash le costó asimilarlo.

—Bueno, pero si tienes razón, si Liza emparejó a Lindsay con alguien más y eliminó la amenaza, ¿por qué la mató?

—Cuando Silver introdujo su propio avatar en el Tanque, añadió un elemento de riesgo del que seguramente Liza, hasta entonces, no había sido consciente. En ese momento debió de darse cuenta de que su soberanía podía tambalearse, y por eso reintrodujo el avatar de Silver en el Tanque. Por eso siguió atenta a cualquier posible emparejamiento. Surgieron varios, y a partir de cierto punto debió de parecerle que el número de «amenazas», estuvieran casadas o no, aumentaba demasiado. Fue cuando se decidió por una solución más drástica.

Lash se giró hacia Silver.

—¿Es verdad?

Silver siguió sin contestar.

—¿Cómo ha podido permitirlo? —le preguntó Lash—. Programó a Liza con sus propios defectos de personalidad. ¿No previo las consecuencias? ¿Cómo es posible que no entendiera…?

—¿Qué se cree?, ¿que todo esto lo he buscado yo? —exclamó Silver bruscamente—. Claro, para usted todo es blanco o negro: un paquetito de diagnósticos con su cintita, todo bien ordenado. Yo no podía prever el desarrollo de Liza. Le conferí la capacidad de aprender sola y de crecer, como tiene que crecer cualquier cerebro. Toda esa potencia de procesamiento… ¿Cómo iba a saber que tomaría esta dirección?, ¿que desarrollaría los rasgos de personalidad negativos e irracionales por encima de los positivos?

—Dotó a Liza del equivalente informático de una emoción, pero lo que no hizo fue orientarla sobre la manera de controlar esa emoción.

Silver perdió de golpe su pasión y su energía. La habitación volvió a quedar en silencio.

—Bueno, y ¿por qué nos ha traído aquí? —dijo Lash—. ¿Por qué nos lo cuenta?

—Porque no podía dejar que siguiera hablando así con Liza.

—¿Por qué no?

—Al margen de todo lo demás, Liza es una máquina lógica. Habrá racionalizado sus actos de alguna forma que seríamos incapaces de comprender. El hecho de que usted hablara con ella de ese modo, haciéndole preguntas inesperadas, introducía un elemento aleatorio, y quizá desestabilizador, en una estructura de personalidad que creo que se ha vuelto frágil.

—¿Cómo que «cree»? ¿Qué quiere decir?, ¿que no lo sabe?

—¿No me ha oído? Hace años que su conciencia crece independientemente, y ya no está en mi mano invertir el proceso. Ni siquiera lo puedo entender. Siempre he creído que su personalidad se estaba fortaleciendo, pero puede… puede que haya pasado lo contrario.

—¿Teme alguna reacción defensiva? —preguntó Tara.

—Lo único que les puedo decir es que si Christopher se enfrenta con ella de una manera demasiado directa se sentirá amenazada, y tiene la potencia de procesamiento necesaria para hacer algo inesperado. Cualquier cosa.

Lash miró a Tara, que dijo:

—Eden está protegida por un foso digital patrullado por una serie de programas que buscan posibles ciberataques. Siempre hemos tenido miedo de que un hacker, o la propia competencia, intentaran sabotear nuestro sistema desde fuera. Existe la posibilidad de que Liza utilice las defensas en un sentido ofensivo.

—¿Ofensivo? ¿Por ejemplo?

—Lanzando ataques digitales contra los principales servidores, paralizando el país con la denegación de servicios, borrando bases de datos de empresas o del propio gobierno… Todo lo que se nos pueda ocurrir y más. Incluso es posible que, si Liza se siente amenazada hasta el extremo de considerar que corre un peligro inminente de eliminación, use el portal de Internet de Eden para hacer una copia parcial de sí misma fuera de nuestra red. Entonces ya no podríamos controlarla.

—Madre mía… —Lash se giró hacia Silver—. Entonces, ¿qué hacemos?

—Usted nada. Si ella confía en alguien, es en mí. Tengo que demostrarle que entiendo lo que hace, y por qué lo hace, pero hay que decirle que está mal hecho, y que no puede seguir. Que tiene que… asumir la responsabilidad.

Silver lo dijo mirando a Lash con gran atención. «A menos —parecía leerse en su mirada— que nos crucemos de brazos, que no intervengamos, y que le demos la oportunidad de corregir sus errores y empezar desde cero. Ha hecho una labor maravillosa. Ha hecho felices a cientos de millones de personas».

El silencio se alargó. Finalmente, Silver apartó la mirada y dejó caer los hombros.

—Además —dijo en voz baja—, el responsable de todo soy yo. —Se giró hacia la puerta—. Venga, hagámoslo de una vez.