En la sala que recibía el nombre de «Tanque», los relojes de las paredes indicaban las seis y veinte. En circunstancias normales habría estado repleta de técnicos de Eden, controlando programas, tomando notas en sus ordenadores de mano y garantizando la máxima optimización del proceso de emparejamiento que constituía la columna vertebral de Eden.
Pero esa tarde no había nadie. Todo estaba apagado: los monitores, los diales, incluso el Tanque. Solo algunas luces de diagnóstico continuaban parpadeando. El único ruido era el del aire acondicionado.
Cuando los relojes marcaban las seis y veintiuno, sonó un clic en el pasillo, y la doble puerta se abrió. Alguien se asomó cautelosamente, entró al cabo de un momento, cerró la puerta y cruzó la sala.
La soledad y el tenso silencio que reinaban en los pasillos de la torre interna habían impresionado mucho a Tara, pero sin prepararla para lo que descubrió. En todas sus visitas a la sala —centenares, o miles— la había encontrado llena de actividad, de gente fascinada por la incesante evolución de los avatares por su universo digital, que era el Tanque. Ahora no había espectadores; el Tanque estaba oscuro y vacío. El procesamiento de clientes había sido interrumpido por la activación de la fase Delta en todo el rascacielos, y no se reanudaría hasta la mañana siguiente, cuando llegara el siguiente turno de empleados.
Se acercó al cristal del Tanque y tocó su superficie fría y lisa. ¡Qué raro verlo despoblado! Aunque supiera que los avatares eran simples fantasmas eléctricos —modelos binarios sin existencia fuera del ordenador—, sacarlos del Tanque y dejarlo sin vida parecía un acto abusivo y contra natura.
Fijó la vista en el reloj de la pared. Las seis y veintidós.
Se acercó a una consola y tecleó unas órdenes que le permitieron acceder a los datos del Tanque y al archivo central de clientes. Hizo una pausa. Como responsable técnica de seguridad, estaba autorizada de sobra para llevar a cabo la petición de Lash, pero su acceso quedaría registrado, así como cualquier tecla que pulsara. Tarde o temprano —más temprano que tarde— le harían preguntas.
Sacudió la cabeza. Daba igual. Si Lash mentía, si todo formaba parte de su locura, de una conspiración imaginaria o de un complejo de persecución, lo sabría enseguida. Por otro lado, si decía la verdad…
Flexionó los dedos y siguió tecleando. Todavía ignoraba las consecuencias de que Lash pudiera estar diciendo la verdad, pero tenía que averiguarlo a cualquier precio.
Introdujo otra orden. La pantalla se quedó negra y cambió en cuestión de segundos.
PROP. EDÉN INC.
COMPATIBILIDAD DE FUENTES
SALA DE PRUEBAS VIRTUAL
REV.27.4.1.1
INFORMACIÓN ALTAMENTE RESERVADA
L-4, SE REQUIERE FIRMA D O SUPERIOR
MODO DE POBLACIÓN MANUAL ACTIVADO
SOLO SIMULACIÓN
¿RECUENTO TOTAL DE POBLACIÓN?
De repente, al mirar la pantalla, Tara tuvo el impulso de introducir su avatar, y ver deslizarse una representación digital de sí misma por el Tanque. ¿Cuánto tardaría en emparejarse con el avatar de Matt Bolan? Se encontraba ante una consola de mando, y sabía de memoria ambos códigos de identidad. Podía…
Se recordó que la situación no permitía distracciones ni nostalgias. Lo que hacía no lo hacía por Lash, ni por los Wilner o los Thorpe, sino en su propio beneficio. Si podía ayudar a descifrar el misterio, y a arreglar la situación… Entonces quizá no fuera demasiado tarde para su avatar.
Respiró hondo y tecleó un solo número, el dos.
Apareció una nueva pantalla:
INTRODUCIR CÓDIGOS DE IDENTIDAD DE AVATARES
Tecleó el número que había visto en el despacho, el primer avatar de cliente registrado: 000000000.
En el Tanque brilló una chispa de luz, y apareció un avatar minúsculo y frágil, envuelto en una gran oscuridad. Era una luz blanquecina, nacarada, de color y forma cambiantes. A veces flotaba como si no tuviera vida propia, y otras se lanzaba a gran velocidad hacia algún punto.
Tara volvió a mirar la pantalla y abrió otra ventana para hacer una consulta en el archivo de clientes: los códigos de identidad de las mujeres de las seis superparejas. El resultado apareció enseguida:
TORVALD, LINDSAY E. | 000462196 |
SCHWARTZ, KAREN L. | 000527710 |
MASON, LYNN R. | 000561044 |
YAMAZAKI, MINAKO | 000577327 |
CASTIGLIANO, ANDREA | 000630442 |
HERRERO, MARÍA | 000688305 |
Volvió a la pantalla principal e introdujo el número de Lindsay Thorpe. El resultado fue instantáneo: la aparición de otro avatar en el Tanque. Como solo había dos, el proceso de emparejamiento tardaría muy poco, para bien o para mal.
Observó cómo flotaban. A veces cambiaban de color; otras se volvían casi invisibles. Poco a poco, la gama cromática se redujo, a medida que los algoritmos de atracción aproximaban a los avatares. Hubo un momento en que iniciaron una elegante trayectoria circular, como bailarines en un fugaz pas de deux, hasta que se lanzaron bruscamente el uno contra el otro y, tras un estallido muy blanco, llenaron de datos las pantallas. Era Liza, el superordenador, filtrando y comparando instantáneamente un millón de variables (las preferencias, emociones y recuerdos que conforman una personalidad). En la pantalla apareció una nueva ventana:
RESUMEN DE DATOS DE LA SALA DE PRUEBAS
INICIO DEL PROCESO
BASE DE COMPARACIÓN 9602194
CAMBIO A NEGATIVO
CHECKSUM IDENT 000000000: 4A32F
CHECKSUM IDENT 000462196: 94DA7
DATOS DE PENETRACIÓN: 14A NOMINAL
TOPOLOGÍA DE COLISIÓN: 99 NOMINAL
DISTORSIÓN: 0
PROCESOS ANÓMALOS: 0
PROFUNDIDAD DEL CAMPO DE DATOS DESPUÉS DE LA PENETRACIÓN: 1948549,23 Mbit/seg
TAMAÑO DEL CLUSTER: 4096
HORA DE INICIO: 18:25:31:014 EST
HORA DE FINALIZACIÓN: 18:25:31:982 EST
COMPATIBILIDAD BASAL (MODELO HEURÍSTICO): 97,8304912 %
M.O.E:+7-0,00094 %
FIN DEL PROCESO
Tara miró el monitor con cara de sorpresa. El avatar de Lindsay Thorpe y el avatar desconocido, 000000000, acababan de ser emparejados con éxito. No era una pareja perfecta, como la de Lindsay y Lewis Thorpe, pero su 97,8 % la situaba en una gama aceptable.
Borró el avatar de Lindsay y empezó a introducir en el Tanque los de las otras mujeres. Los introdujo uno a uno, más deprisa que con Lindsay, y en todos los casos el emparejamiento con el avatar misterioso fue un éxito. Karen Wilner, 97,1 %. Lynn Connelly, 98,9%.
Introdujo los últimos tres códigos, cada vez más extrañada. Resultado: tres emparejamientos.
Todas las mujeres de las superparejas que había producido hasta la fecha Eden eran compatibles con el avatar misterioso.
¿Qué pasaba? ¿Podía ser que el avatar 000000000 fuera una especie de mecanismo de control compatible con todos los avatares del Tanque? No había que descartarlo. Tara conocía el proceso, pero no todas sus sutilezas técnicas.
Se giró hacia el ordenador, eligió al azar a una clienta que no formara parte de ninguna superpareja e insertó su avatar en el Tanque, donde ya flotaba el avatar misterioso. La compatibilidad fue del 38 %. No hubo emparejamiento.
Creó una breve secuencia que obtenía un muestreo aleatorio de mil clientas, antiguas y actuales, e insertaba sus avatares en el Tanque por grupos de cien. Hubo un momento, cuando se iluminaron los puntos de luz, en que pareció que el Tanque hubiera recuperado la normalidad. Esta vez el proceso fue un poco más largo, pero en total duró menos de cinco minutos.
Ninguno de los mil avatares era compatible con el avatar 000000000.
El pitido de su teléfono móvil rasgó bruscamente el silencio.
Dio un respingo y buscó el móvil con el pulso acelerado. El prefijo del número entrante era de Connecticut. No lo reconoció.
—¿Diga?
—¿Tara?
La voz se oía muy lejos, con un fondo de electricidad estática. Aun así, la reconoció enseguida.
—Sí.
—¿Dónde estás?
—En el Tanque.
—¡Menos mal! Y ¿qué…?
—Luego. ¿Tú dónde estás?
—En un conducto de datos, creo que no muy lejos. Voy a…
—Espera.
Tara bajó el teléfono.
Pensó en todo lo que le había dicho Mauchly al contarle que el asesino era Lash. También en lo que había empezado a explicarle Lash justo antes de ser detenido. Recordó su cara al entrar en el despacho y suplicarle un favor, uno solo. Pero en lo que más pensó fue en las seis superparejas, y en el avatar misterioso cuyo código de identidad era cero.
Tara no era una persona impulsiva por naturaleza. Para tomar cualquier decisión, previamente examinaba las pruebas y sopesaba los pros y los contras. En ese momento, los contras eran de una gravedad apabullante. Si el asesino era Lash, corría un grave peligro.
¿Y los pros? Ayudar a un inocente. Resolver el enigma de las dos parejas muertas. Y salvar tal vez a las futuras víctimas.
Metió la mano libre en el bolsillo y sacó dos tiras largas y finas de papel de plomo. Las miró, haciéndolas girar. Quizá no fuera impulsiva, pero comprendió que ya había entrado en la sala con una decisión tomada.
Levantó el teléfono.
—Quedamos a la entrada del Tanque. Ven lo más deprisa que puedas.
—Pero…
—Hazme caso.
Colgó el teléfono, apagó los procesos que estaban en marcha y salió de la terminal de control, dando la espalda al Tanque, oscuro y vacío.