Lash torció por otro pasillo, y al siguiente cambio de dirección se apoyó en la pared y miró a su alrededor con los ojos desorbitados. No se veía a nadie. Solo se oía un rumor de voces, y gente corriendo. Su corazón, que poco antes había dado la impresión de latir muy despacio, parecía una ametralladora. Esperó un segundo más para que se calmara. Luego se apartó de la pared y siguió corriendo. Los ruidos se acercaban cada vez más. En el siguiente pasillo pasó al lado de una puerta donde ponía: MANTENIMIENTO DE MATRICES / SUBSISTEMA B. Debía de haberse metido en una zona de mantenimiento de hardware, donde no trabajaba mucha gente.
Daba igual. Tarde o temprano lo cogerían y reanudarían el interrogatorio, pero esta vez con esposas, correas y fármacos.
Intentó no dejarse vencer por la incredulidad. ¿Cómo podía haberse levantado de la cama como un hombre libre, y verse perseguido horas después como un psicópata asesino? Parecía inconcebible, sobre todo para alguien como Mauchly; pero era evidente que se lo creía, él y todos. Lash se imaginó las pruebas. El propio Mauchly había enumerado una serie de indicios falsos, pero sin duda muy creíbles: facturas telefónicas, evaluaciones psicológicas… Hasta antecedentes penales. ¿Cómo enfrentarse a unas personas que tenían a su servicio las posibilidades casi infinitas de Eden?
En ese momento apareció alguien en el pasillo: una mujer con bata blanca. Lash se cruzó con ella bajando la cabeza, sin saludar. Otro cruce y otro giro rápido. En ese punto, el pasillo se estrechaba y se espaciaban las puertas.
¿Y si todo se remontaba a cuando había echado en falta los periódicos? ¿A los problemas de peaje y de cajero? ¿A la manipulación de su correo? ¿Podía venir de tan lejos?
Sí. Y luego la imposibilidad de pagar con tarjeta, los retrasos en la hipoteca… Todo formaba parte de una campaña para presionarlo cada vez más. Presiones debidas a que se estaba aproximando demasiado a la respuesta.
Y ahora, ahora que lo sabía todo, tomarían medidas para que nadie lo oyera. Lo encerrarían, y sus gritos se mezclarían con los de todos los presos que proclamaban su inocencia.
Se paró de golpe. ¿Era la situación, que lo volvía paranoico, o hasta la libertad condicional de Edmund Wyre podía formar parte de una estrategia muy elaborada para silenciarlo? ¿Y si el error que había incorporado su avatar al Tanque, el error que auguraba un futuro brillante, no fuera sino un método encaminado a vigilar todavía más de cerca sus…?
Ordenó a sus pies que se siguieran moviendo, pero en ese momento creyó oír de nuevo las palabras de Mauchly: «Huelga decir que ya se han tomado medidas para poner a salvo a Diana Mirren. No volverá a saber nada de ella».
Tenía que poder hablar con alguien. Alguien tenía que creerlo. Pero ¿quién lo conocía dentro de la fortaleza de Eden? ¿Quién, sobre todo, sabía la auténtica razón de que hubiera cruzado la Pared? Siempre había sido un secreto celosamente guardado.
Solo se le ocurría una posibilidad desesperada. Pero ¿cómo? Estaba perdido en un laberinto infinito de pasillos. Todo estaba vigilado. Tocó la pulsera de identidad que tenía en la muñeca. Seguro que sus movimientos habían sido detectados por una docena de escáneres. Su captura era cuestión de minutos, o segundos.
Encontró una puerta donde ponía: GRANJA DE SERVIDORES 15. Cogió el pomo, pero estaba cerrada. Murmuró una palabrota y acercó la pulsera al escáner.
Bruscamente, retrocedió y corrió por el pasillo exponiendo la pulsera a los escáneres de media docena de puertas. Luego volvió a la primera y repitió la operación. La puerta se abrió con un clic. Entró sin hacer ruido.
Había poca luz. Nadie a la vista, como esperaba. Dos de las paredes estaban revestidas de estanterías metálicas llenas de servidores blade montados unos sobre otros, una minúscula fracción de la enorme potencia digital que permitía la existencia de una empresa como Eden. Caminó hacia el fondo de la sala, muy atento a las paredes y el suelo. De repente lo vio: era una placa metálica de grandes dimensiones, justo encima del zócalo. Estaba pintada con el mismo color violeta claro que las paredes, pero se distinguía fácilmente de ellas.
Se arrodilló. La placa debía de tener un metro veinte de altura y casi uno de anchura. Temió que estuviera cerrada, o vigilada por un escáner, como las puertas, pero el único cierre consistía en una simple bisagra que cedió a la presión de su mano. Abrió la placa y miró lo que había dentro.
Vio un tubo cilíndrico de metal liso, con un denso manojo de cables en las paredes: fibra óptica, CAT-6 y media docena de cables de otros tipos que no reconoció. Por la parte superior, varios fluorescentes de cátodo frío emitían una luz tenue y azul. También vio que el tubo se dividía a cierta distancia del acceso, y que volvía a hacerlo un poco más lejos, como un gran río con sus afluentes.
Sonrió con amargura. La metáfora del río era bastante acertada. Aquel conducto de datos era un río de información digital que ponía en contacto todos los puntos situados en ese lado de la Pared. Se acordó del comentario de Mauchly sobre lo estricta que era la seguridad, y el alto número de controles que impedían el paso de datos entre un sitio y el otro. La propia experiencia de Lash le había demostrado que la Pared era prácticamente inexpugnable. Todos los escáneres, puntos de control e instrumentos de seguridad contribuían obsesivamente al mismo objetivo: impedir la salida de secretos. Y no serían menos eficaces en impedir la suya, la de Lash.
¿Y si no intentaba salir? ¿Y si lo que quería era quedarse dentro de la Pared, y penetrar en sus secretos más recónditos?
Después de una última mirada a la sala, entró deprisa (pero con precaución) en el conducto de datos y, cuando estuvo dentro, cerró el panel.