Lash miró el reloj. Fue una mirada rápida y desinteresada, seguida por otra de incredulidad: las seis menos cuarto. Tenía la impresión de que solo habían pasado unos minutos desde que Tara se había ido del despacho hacia las cuatro, aduciendo que tenía hora con el médico.
Se apoyó en el respaldo de la silla y contempló la mesa cubierta de papeles. ¡Y pensar que se había quejado de falta de información! Ahora sí que la tenía: como para ahogar a un ejército.
El descubrimiento de que las muertes de los Thorpe y los Wilner se ajustaban cronológicamente a los emparejamientos era una pieza esencial del rompecabezas. Ahora solo tenía que encontrar su ubicación. Por desgracia, con tantos datos no parecía posible conseguirlo aquella tarde.
Volvió a mirar la mesa, y se fijó en una carpeta donde ponía «Thorpe, Lewis —Inventario de proceso». Ya la había hojeado. Parecía una lista de todos los sistemas de Eden con los que había interactuado Lewis. Buscó entre el resto de los papeles hasta que encontró la carpeta correspondiente a Lindsay Luego fue al fondo del despacho para buscar los inventarios del proceso de los Wilner en las cajas de pruebas.
Quizá Silver tuviera razón, y les esperara un fin de semana tranquilo. Si había un asesino suelto, era posible que los equipos de seguridad de Eden lo cogieran antes de que pudiera volver a matar. De todos modos, eso no quería decir que Lash estuviera dispuesto a cruzarse de brazos. Comparar los datos de las carpetas podía ser una manera de encontrar nuevas piezas del rompecabezas.
Metió los documentos en su cartera de piel, se desperezó y salió al pasillo para ir al bar. Marguerite ya había terminado su jornada, pero su sustituta en la barra estuvo encantada de servirle un café solo doble. A pesar de la hora, seguía habiendo mucha gente. Lash eligió una mesa en una esquina, dando gracias de que Eden tuviera tres turnos.
Terminado el café, volvió al despacho, cogió el abrigo y la cartera y fue a los ascensores que le quedaban más cerca. En general, el edificio seguía siendo un misterio, pero al menos había aprendido a llegar al vestíbulo.
Se incorporó a la cola del punto de control III pensando en las superparejas. Antes de irse, Tara Stapleton le había comentado que la tercera, los Connelly, se había formado el 6 de octubre de 2002. Si se mantenían las pautas que acababan de descubrir, el miércoles siguiente los Connelly sufrirían una tragedia (suicidio u homicidio). Por un lado, eso les daba un pequeño respiro y aliviaba la presión; por el otro, marcaba un plazo inamovible.
El miércoles. Para entonces tendrían que haber encontrado todas las piezas que faltaban.
Llegó al final de la cola y esperó a que se deslizaran las puertas de cristal por las que se accedía a la sala hexagonal. Casi se había convertido en una rutina. El condicionamiento era algo impresionante. Las personas se acostumbraban casi a todo, hasta a lo más increíble. Durante su época en el laboratorio había visto el mismo efecto con perros, ratones y chimpancés, y lo usaba en su terapia de biorretroalimentación. Ahora él se había convertido en un ejemplo animado y parlante de su aprovechamiento en un marco empresarial y…
Oyó un pitido lejano. La luz de la sala, ya intensa de por sí, se intensificó aún más. Vio a gente corriendo al otro lado de la segunda puerta. ¿Qué pasaba? ¿Una alarma de incendios? ¿Algún simulacro?
De repente aparecieron dos guardias delante de él y le cerraron el paso con los pies separados y las armas en el cinto.
Se giró sin entender nada, y encontró a dos guardias más, a los que prontamente se sumaron otros.
Después de algunos pitidos, las puertas que acababa de cruzar volvieron a abrirse. Los guardias avanzaron en dos filas. Advirtió que en la segunda había uno con un dispositivo paralizante en la mano.
—¿Qué…? —dijo.
Los dos primeros guardias lo agarraron con firmeza y le hicieron cruzar rápidamente la primera puerta, mientras los otros formaban un cordón de seguridad. Lash captó una sucesión fugaz de imágenes —la gente de la cola apartándose con los ojos muy abiertos, las paredes de un pasillo, un giro rápido por un recodo— antes de encontrarse en una sala desnuda y sin ventanas.
Le hicieron sentarse en una silla de madera. Al principio parecía que él no estuviese allí. Oyó conversaciones por radio, y a alguien marcando un número de teléfono.
—Que venga Sheldrake —dijeron.
Cerraron la puerta. Uno de los guardias se giró hacia Lash.
—¿Adónde se las llevaba? —preguntó.
Tenía las cuatro carpetas en la mano.
Con tanta confusión, Lash no se había dado cuenta de que le hubieran quitado la cartera.
—A casa —contestó—, para leerlas durante el fin de semana.
¡Alucinante! ¿Cómo podía haber olvidado las advertencias de Mauchly? «De la Pared no sale nada». Por otro lado, ¿cómo se habían…?
—¿Conoce las normas, señor…? —preguntó el guardia, mientras metía las carpetas en algo que guardaba un parecido inquietante con una bolsa de pruebas.
—Doctor Lash. Christopher Lash.
Uno de los agentes de seguridad se acercó a un terminal y escribió algo.
—¿Conoce las normas, doctor Lash?
Lash asintió.
—Es decir, que se da cuenta de la gravedad del delito.
Lash volvió a asentir, avergonzado. Tara, tan puntillosa en cuestiones de protocolo, no se lo perdonaría. Esperó no crearle problemas. A fin de cuentas, Mauchly la había puesto a cargo de…
—Tendremos que retenerlo aquí hasta haber localizado su historial de seguridad. Lo siento, pero si ya tiene un aviso no habrá más remedio que convocar al comité de bajas.
El agente del terminal levantó la cabeza.
—En la base de recursos humanos no aparece ningún Christopher Lash.
—¿Hemos escrito bien su nombre? —preguntó el agente de la bolsa de pruebas.
—Sí, pero…
—Me sale un Christopher S. Lash como posible cliente —dijo el agente del terminal. Escribió algo más—. El domingo pasado, 26 de septiembre, hizo los tests de solicitud. —Dejó de teclear—. Fue rechazado.
—¿Es usted? —preguntó el primer agente.
—Sí, pero…
El ambiente sufrió un cambio radical. El primer agente se acercó rápidamente a Lash. Otros se colocaron detrás, incluido el de la pistola Taser.
«Vaya, esto se pone feo», pensó Lash.
—No lo entienden —empezó a decir—. Es que…
—Por favor, no diga nada —le interrumpió el agente—. Ya haré yo las preguntas.
En ese momento se abrió la puerta y entró otro hombre. Era alto, y tan ancho de hombros que su rubia cabeza parecía demasiado pequeña para el resto del cuerpo. Se acercó con un porte casi militar. Los demás se apartaron respetuosamente. Llevaba un traje oscuro de ejecutivo, de corte sencillo. Sus ojos llamaban la atención por su color verde esmeralda. A Lash le sonó de algo, pero estaba tan confuso que le costó reconocerlo. De golpe se acordó. Lo había visto en el pasillo durante el interrogatorio de Handerling.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz seca.
—Este hombre intentaba llevarse documentos secretos por el punto de control.
—¿De qué departamento es? ¿Qué rango tiene?
—No es un empleado, señor Sheldrake. Es un cliente rechazado.
Sheldrake arqueó las cejas.
—¿En serio?
—Acaba de admitirlo.
Sheldrake se acercó cruzando sus musculosos brazos, y miró a Lash con curiosidad, pero sin reconocerlo. Estaba claro que no lo había visto durante el interrogatorio. Separó los brazos y se abrió lo americana, dejando a la vista un cinturón con pistola automática, esposas y radio. Sacó la porra telescópica del cinturón y la extendió al máximo.
—Mira, Crandall —murmuró.
Subió la manga de Lash con la punta de la porra y destapó la pulsera de seguridad.
El primer agente, Crandall, frunció el entrecejo de sorpresa.
—¿De dónde lo ha sacado? ¿Qué hacía dentro del perímetro de seguridad?
—Soy asesor temporal.
—Acaba de admitir que es un cliente rechazado.
Lash maldijo el secretismo con que lo habían hecho entrar en la empresa.
—Sí, ya lo sé, pero el proceso de solicitud formaba parte de mi misión. Pregúntenselo lo a Edwin Mauchly, que es el que me contrató.
Volvió a oír radios en el fondo. Uno de los guardias de seguridad estaba registrando su cartera.
—Eden no trabaja con asesores temporales, y menos detrás de la Pared. —Sheldrake se giró hacia los demás—. Dad la alerta a todos los puestos de seguridad. Pasaremos a la fase Beta. Que venga un analista para ver si la pulsera está manipulada.
—Ahora mismo, señor Sheldrake.
La situación empezaba a ser absurda. ¿Por qué no aparecían sus últimos registros, los de su emparejamiento?
—Oiga —dijo Lash, poniéndose de pie—, le digo que hable con Mauchly…
—¡Siéntese!
Crandall le hizo sentarse sin contemplaciones, mientras se acercaba otro guardia, el de la pistola Taser, y un compañero suyo abría un armario metálico y sacaba un aparato largo y con pinta de rastrillo, con un semicírculo en la punta. Lash ya lo había visto muchas veces. Se usaba para acorralar a los enfermos psiquiátricos que no colaboraban.
Se humedeció los labios. Al principio la situación había sido violenta, después molesta, pero empezaba a tomar otro color.
—Oigan —dijo con toda la tranquilidad que pudo—, ya les he dicho que soy un asesor. Trabajo con Tara Stapleton.
—¿En qué? —preguntó Sheldrake.
—Es confidencial.
—Bueno, si nos lo pone así… —Sheldrake giró la cabeza—. Enteraos de quién es el médico de guardia, y que venga. Avisad a seguridad y a los jefes de guardia.
—Le estoy diciendo la verdad —insistió Lash—. Si no se lo cree, pregúnteselo a Silver, que está al corriente.
Una leve sonrisa curvó los labios de Sheldrake.
—¿Richard Silver?
—Está al corriente —dijo Crandall—. No lo han visto en todo un año, pero está al corriente.
—Bueno, pues ya voy yo a hablar con él.
Lash quiso volver a levantarse, pero Crandall lo empujó por segunda vez hacia la silla. Otro agente de seguridad lo ayudó a sujetarlo.
—Traed esposas y grilletes —dijo Sheldrake sin pestañear—. Tú, Stemper, usa la Taser, a ver si se calma este tío.
El guardia de la pistola paralizante se acercó.
—Apártate cuando te avise —murmuró Crandall a su colega del otro lado de la silla.
En ese momento se abrió la puerta y entró Mauchly.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Sheldrake se giró.
—Este hombre dice que lo conoce, señor Mauchly.
—Es verdad.
Mauchly se acercó. Lash empezó a levantarse, pero Mauchly lo detuvo con un gesto.
—¿Qué ha pasado? —preguntó a Sheldrake.
—Que intentaba salir del perímetro de seguridad con eso encima.
Sheldrake hizo un gesto con la cabeza a Crandall, que dio la bolsa de pruebas a Mauchly.
Mauchly la abrió y leyó los títulos de las carpetas.
—Me las quedo —dijo.
—Muy bien, señor Mauchly —contestó Crandall.
—Y al doctor Lash también.
—¿Seguro que es buena idea? —preguntó Sheldrake.
—Sí, señor Sheldrake.
—Entonces lo dejo en su custodia. —Se giró hacia Crandall—. Levanta acta.
Mauchly cogió la cartera y le hizo señas a Lash de levantarse.
—Venga, doctor Lash —dijo—. Por aquí.
Al salir de la habitación, Lash oyó que Sheldrake decía por teléfono a los equipos de seguridad que se anulaba la alarma, y que ya había pasado la fase Beta.
Salieron al pasillo. Mauchly cerró la puerta y se giró.
—¿En qué estaba pensando, doctor Lash? —La verdad, creo que no pensaba. Estoy bastante cansado. Perdone.
Mauchly lo observó y asintió lentamente con la cabeza.
—Haré que vuelvan a llevárselas a su despacho —dijo, señalando las carpetas—. Las encontrará el lunes por la mañana cuando llegue.
—Gracias. ¿Qué ha querido decir el guardia con lo de la fase Beta?
—En este edificio hay cuatro fases: la Alfa, la Beta, la Delta y la Gamma. La fase Alfa es cuando todo funciona normalmente. La Beta es la de alerta. La Delta es para casos de evacuación, incendio y similares.
—¿Y la Gamma?
—Solo para emergencias por catástrofe. Nunca se ha aplicado, claro.
—Claro.
Dándose cuenta de que hablaba por hablar, Lash deseó un buen fin de semana a Mauchly y se dispuso a marcharse.
—Doctor Lash… —lo llamó Mauchly en voz baja.
Lash se giró. Mauchly tenía su cartera en la mano.
—Sería conveniente que usara el punto de control I, el del tercer piso —dijo—. Sospecho que en los próximos minutos los guardias de esta zona estarán un poco… excitables.