—Setenta y cinco horas —dijo Tara—. O sea, que Liza no tendrá la respuesta hasta el lunes por la tarde.
Lash asintió. Acababa de resumir su conversación con Silver, describiendo en detalle su forma de comunicarse con Liza. La fascinación de Tara solo se había roto al enterarse de lo que duraría la búsqueda.
—Y ¿qué se supone que haremos hasta entonces? —preguntó ella.
—No lo sé.
—Yo sí: esperar. —Levantó la vista hacia el techo—. Mierda.
Lash miró a su alrededor. El despacho de Tara Stapleton en el piso treinta y cinco no se diferenciaba mucho del que le habían asignado temporalmente a él. La misma mesa de reuniones, el mismo escritorio, las mismas estanterías… Lo que había eran algunos toques claramente femeninos: media docena de plantas que parecían bien adaptadas a la luz artificial, y una bolsita aromática de tela estampada colgada en la lámpara del escritorio con una cinta roja. Detrás de la mesa había tres terminales informáticos idénticos, pero lo más llamativo era una gran tabla de surf de fibra de vidrio apoyada en la pared del fondo, con muchos agujeros y arañazos, y con la franja longitudinal descolorida por la sal y el sol. La pared estaba llena de adhesivos con lemas como «Vive para surfear, surfea para vivir». En el borde más alto de la estantería había una tira de postales pegadas con celo, todas de playas famosas entre los surfistas (Lennox Head, en Australia, Pipeline, en Hawai, y Potovil Point, en Sri Lanka).
—¡Menudo trasto! —exclamó Lash, señalando la tabla de surf con la cabeza—. ¡Le habrá costado muchísimo traerlo!
Tara lo obsequió con una de sus pocas sonrisas.
—Los primeros dos meses los pasé al otro lado de la Pared, examinando los procedimientos de seguridad. Me traje la tabla para acordarme de que el mundo no se limitaba a Nueva York, y no olvidar lo que preferiría haber estado haciendo. Cuando me ascendieron y me pasaron a este lado, no me la dejaron traer. Me quedé hecha polvo. —Hizo un gesto al recordarlo—. Un día la encontré en la puerta de mi despacho, con una nota que decía: «Feliz primer aniversario de parte de Edwin Mauchly y Eden».
—Conociendo a Mauchly, debió de analizarla y escanearla del derecho y del revés.
—Supongo que sí.
Lash se fijó en la tira de postales de color esmeralda. Se le había ocurrido una pregunta, que Tara probablemente podría responder mejor que nadie.
Se inclinó hacia el escritorio.
—Señorita Stapleton, ¿se acuerda…?
—Hábleme de tú —lo interrumpió Tara—. Ya tenemos la suficiente confianza, ¿no?
—Sí, es verdad —respondió él, y continuó con su pregunta—: Oye, ¿te acuerdas de cuando tomamos una copa en Sebastian’s? ¿Te acuerdas de que me contaste que te habían dado el sí?
La reacción de Tara fue de suspicacia.
—Es que tengo que saber una cosa. ¿Hay alguna posibilidad de que un aspirante rechazado por Eden después de los tests acabe siendo procesado? ¿De que pase por el proceso de recogida de datos, de vigilancia, etcétera, y acabe en el Tanque? ¿De que le encuentren pareja?
—¿Te refieres a un error? ¿A que algún obsoleto se salte los controles? Imposible.
—¿Porqué?
—Porque hay controles redundantes. Es como el resto del sistema: no nos arriesgamos a que un cliente, ni siquiera potencial, pase un mal rato por culpa de una manipulación negligente de los datos.
—¿Estás segura?
—Nunca ha pasado.
—Pues ayer pasó.
La respuesta de Lash a la mirada incrédula de Tara fue darle la carta que había encontrado en la puerta de su casa. Tara palideció visiblemente al leerla.
—Tavern on the Green…
—No solo denegaron mi solicitud, sino que fue un rechazo bastante rotundo. ¿Cómo te lo explicas?
—No tengo ni idea.
—¿Es posible que alguien amañara mis formularios desde dentro de Eden y los hiciera pasar en vez de ponerlos con los otros formularios descartados?
—Aquí nadie hace nada sin que lo vea media docena de empleados más.
—¿Nadie?
El tono de la pregunta hizo que Tara lo mirara atentamente.
—Tendría que ser alguien muy bien situado, con acceso privilegiado. Yo, por ejemplo; o eso, o un machaca como Handerling que hubiera conseguido burlar el sistema. —Hizo una pausa—. Pero ¿qué sentido tendría?
—Era mi siguiente pregunta.
Volvieron a quedarse callados. Tara dobló la carta y se la devolvió a Lash.
—No sé cómo ha pasado, pero lo siento muchísimo. Tranquilo, que lo investigaremos enseguida.
—Lo sientes tú, lo siente Silver… ¿Por qué lo sentís todos tanto?
Tara puso cara de sorpresa.
—¿Quieres decir…?
—Exacto. Mañana por la noche tengo una cita.
—Pero no entiendo…
No terminó la frase.
«Ya, ya lo sé», pensó Lash.
De hecho, él tampoco acababa de comprenderlo. Si hubiera sido un empleado de Eden, como Tara, y hubiera recibido la influencia de lo que se llamaba dentro de la empresa «efecto Oz», podría haber roto la carta. Sin embargo, no lo había hecho. Lo que había visto entre bastidores, el entusiasmo de los clientes de Eden, había despertado su interés casi sin darse cuenta. Ahora parecía que habían encontrado a su pareja perfecta, la de Christopher Lash, un hombre tan experto en analizar las relaciones ajenas como con poca suerte en las suyas. La tentación era demasiado grande. Ni el propio hecho de saber por qué estaba en Eden era más fuerte que la curiosidad de conocer a una posible pareja ideal.
De todos modos, aún faltaba un día para la cita. De momento tenía otras cosas en que pensar.
—No es ninguna coincidencia —dijo.
—¿Eh?
—Lo de que hayan procesado mi solicitud. Puede ser un error, pero no una coincidencia. Las muertes de las dos superparejas tampoco.
Tara frunció el entrecejo.
—¿Qué quieres decir exactamente?
—No estoy seguro, pero hay unas pautas. Lo malo es que no las vemos.
Regresó mentalmente a la noche anterior, al viaje en coche a casa, cuando no había querido escuchar una voz en su cabeza. Intentó acordarse de ella.
«Mató a las dos primeras superparejas por orden —había dicho Mauchly durante el interrogatorio—, y ahora tenía planeado perseguir y matar a la tercera».
Por orden…
—¿Te importa que lo use? —preguntó, cogiendo un bloc de notas del escritorio.
Sacó un bolígrafo y apuntó dos fechas: 17/9/04 y 24/9/04. Las fechas en que habían muerto los Thorpe y los Wilner.
—Tara —dijo—, ¿podrías conseguirme las fechas de las solicitudes de los Thorpe y de los Wilner?
—Sí, claro.
Tara se giró hacia uno de los terminales y pulsó algunas teclas. Los resultados se imprimieron enseguida:
THORPE, LEWIS A. | 000451823 | 30/07/02 |
TORVALD, LIDSAY E. | 000462196 | 21/08/02 |
SCHWARTZ, KAREN L. | 000527710 | 02/08/02 |
WILNER, JOHN L. | 000491003 | 06/09/02 |
Nada.
—Por favor, ¿podrías ampliar la búsqueda? Quiero un listado de todas las fechas importantes de las dos parejas: cuándo hicieron los tests, cuándo se conocieron, cuándo se casaron… Todo.
Al principio Tara lo miró pensativa. Luego volvió a girarse hacia el teclado y escribió algo más.
La segunda lista casi ocupaba doce páginas. Lash la hojeó, recorriendo las columnas con su vista cansada. De repente se quedó de piedra.
—Madre mía… —murmuró.
—¿Qué pasa?
—Estas columnas, donde pone «supresión nominal del avatar», ¿qué indican?
—La fecha en que se eliminaron los avatares del Tanque.
—Cuando se formaron las parejas, vaya.
—Eso es.
Lash le dio la hoja.
—Fíjate en las fechas de eliminación de los Thorpe y los Wilner.
Tara miró el informe.
—Dios mío… El 17 de septiembre de 2002 y el 24 de septiembre de 2002.
—Exacto. Aparte de ser las dos primeras superparejas, los Thorpe y los Wilner han muerto a los dos años exactos de su emparejamiento. Ni un día más, ni un día menos.
Tara dejó el informe en la mesa.
—¿Cómo lo interpretas?
—Como que he seguido una pista falsa. Me ha fallado el olfato de sabueso. Me he dedicado a buscar en los tests y las evaluaciones psicológicas, suponiendo que los exámenes podían haber pasado por alto algún tipo de trastorno, pero quizá hubiera sido mejor fijarse en el proceso, no en las personas.
—¿El proceso? ¿Y la lista de sospechosos? ¿Y la búsqueda de Liza?
—No habrá acabado hasta el lunes, y no pienso quedarme setenta y pico horas cruzado de brazos. —Se levantó y se giró hacia la salida—. Gracias por la ayuda.
Al abrir la puerta, oyó rodar la silla de Tara.
—Un momento —dijo ella.
Lash se giró.
—¿Adónde vas?
—Vuelvo a mi despacho. Tengo que registrar muchas cajas de pruebas.
Tara salió de detrás del escritorio. Parecía muy resuelta.
—Te acompaño —dijo.