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—Con Handerling no deberíamos tardar mucho —dijo Mauchly—. Los historiales y los expedientes psicológicos de los futuros empleados son aún más exhaustivos que los de los clientes. De hecho, me sorprende un poco que Liza lo haya marcado.

Reinaba en el despacho una decepción casi palpable.

—¿Cuál es el procedimiento? —preguntó Lash.

Bebió un poco de café. Estaba frío, pero se lo acabó.

—Tenemos dispositivos de seguimiento pasivo en todos los puntos de trabajo y todos los cubículos: registros de pulsaciones, y cosas por el estilo. Lo sabe todo el mundo. Más que nada son medidas preventivas. —Mauchly abrió otro documento: una fina carpeta de papel Manila que contenía pocas hojas—. Gary Joseph Handerling. Treinta y tres años. Trabajó de técnico de datos en un banco de Poughkeepsie. Actualmente vive en Yonkers. Divorciado y sin hijos. La búsqueda de antecedentes solo ha descubierto unas visitas al orientador del instituto después de haber roto con su primera novia.

Tara se rio entre dientes.

—Pasó la evaluación psicológica dentro de los parámetros normales, con puntuaciones altas en facultades de liderazgo y oportunismo. Eden lo empleó en junio de 2001, en régimen rotatorio de prácticas. Trabajó seis meses en la sección de mantenimiento de sistemas, y en enero de 2002 fue trasladado a obtención de datos. Acabó las prácticas, y en agosto pasó a la brigada de limpieza. Obtuvo una buena puntuación a lo largo de todo el seguimiento. Destacó por su alto grado de motivación y su interés en saber más de la empresa.

«Un boy scout del carajo», pensó Lash.

—En febrero de este año fue nombrado jefe de su equipo de limpieza, y ahora la empresa está considerando la posibilidad de ascenderlo a otra sección, pero él parece contento con su actual puesto. —Mauchly miró a Lash—. ¿Se ajusta a algún perfil?

La pregunta estuvo teñida de ironía.

—La verdad es que no —respondió Lash, sintiéndose derrotado—. Hay psicópatas que son auténticos expertos en camuflaje, como Ted Bundy. La edad, la raza y el estado civil de Handerling cuadran con el prototipo de asesino en serie organizado, pero la coherencia de su historial laboral va en contra del perfil. Claro que en estas muertes no hay nada estándar… —Reflexionó—. ¿Tiene al día los pagos del coche y las tarjetas? Los asesinos en serie pueden estar obsesionados por no saltarse ningún pago y no llamar la atención.

Mauchly volvió a mirar la carpeta.

—Tara, ¿puede consultarlo en las agencias de crédito y cotejar los datos con los de la Dirección de Tráfico?

—Sí, claro. ¿Me da el número de la seguridad social?

—200-66-2984.

—Un momento. —Los dedos de Tara se desplazaron por el teclado—. Todo perfecto. Ningún retraso en ninguna tarjeta durante los últimos dieciocho meses. Los pagos del coche están todos al día.

Mauchly asintió con un gesto.

—El historial de conducción tampoco es malo. Solo le han quitado dos puntos del carnet.

—¿Por qué? —preguntó Lash, más por costumbre que por interés.

—Supongo que por exceso de velocidad. Déjenme consultar el registro.

Nadie dijo nada. Solo se oía el ruido de las teclas.

—Sí —dijo Tara después de un rato—: exceso de velocidad en zona residencial. Y es reciente: 24 de septiembre.

—24 de septiembre —repitió Lash—. Eso fue el día…

Tara lo interrumpió.

—En Larchmont.

Larchmont…

—Eso fue el día en que murieron los Wilner —acabó de decir Lash.

Esta vez, por un segundo, el silencio fue total. Se miraron, y Mauchly dijo en voz muy baja:

—Tara, ¿puede proteger este terminal? No quiero que nos espíen.

Tara se giró hacia el teclado e introdujo unas órdenes.

—Ya está.

—Empecemos por la tarjeta de crédito —propuso Mauchly—. Averigüe si ha estado en algún sitio interesante durante el último mes.

Seguía hablando en voz baja, casi somnolienta.

—Estoy conectándome con Instifax. —Más ruido de teclas—. Ha estado muy ocupado. Muchas cuentas de restaurantes, sobre todo en la ciudad y la parte baja de Westchester. Qué raro… También salen un par de moteles, uno en Pelham y otro en New Rochelle. —Tara levantó la vista—. ¿Qué sentido tiene pagar por un motel que está a un cuarto de hora de tu piso?

—Siga —dijo Mauchly.

—Aquí sale un billete de avión de hace poco, con Air Northern; un alquiler de coche de ciento y pico dólares; otra factura de hotel en un sitio que se llama Dew Drop Inne… Ah, y un billete de tren de Amtrak. Y algo que parece una reserva de hotel para este fin de semana.

—¿Dónde?

—Un momento, que lo busco. En Burlingame, Massachusetts.

—Entre en Easy Trak y consulte los billetes.

—Estoy en ello. —Tara hizo una pausa, esperando que cambiara la pantalla—. El billete de avión era una ida y vuelta a Phoenix, con salida de La Guardia el 15 de septiembre y vuelta el 17 de septiembre.

—Los Thorpe murieron el 17 de septiembre —comentó Mauchly—. El hotel que ha mencionado, Dew Drop Inne… ¿Dónde está?

Martilleo de teclas.

—En Flagstaff, Arizona.

Al escucharlo, Lash sintió un escalofrío.

Mauchly se levantó despacio, casi con desidia, y rodeó la mesa.

—¿Puede conseguir el registro de pulsaciones del terminal de Handerling durante las últimas tres semanas, por decir algo?

Lash se levantó automáticamente y se acercó a la pantalla, como Mauchly.

—Aquí está —dijo Tara.

La pantalla se llenó rápidamente de datos. Eran todas las teclas que había pulsado Handerling en los últimos quince días laborables.

—Aplique el sniffer. —Mauchly miró a Lash de reojo—. Lo pasaremos por un filtro inteligente, para ver si ha tecleado algo sospechoso.

—¿Como el gobierno cuando busca terroristas en e-mails y llamadas telefónicas?

—Sí, es que usan tecnología nuestra.

—Todo normal —anunció Tara al cabo de un rato—. El sniffer no detecta nada.

—¿En qué han dicho que trabaja? —preguntó Lash.

—Limpieza de Datos se ocupa de archivar de modo seguro los datos de los clientes después de su procesamiento.

—Posprocesamiento. O sea, cuando ya está formada la pareja.

—Exacto.

—Y ha dicho que ocupa un puesto de responsabilidad. ¿Podría tener acceso a datos personales, delicados?

—Repartimos los datos de los clientes entre varios equipos de limpieza para reducir el riesgo. Teóricamente es posible, pero si hubiera estado cotilleando aparecería en el registro de pulsaciones.

—¿Podría haber accedido a los datos desde otro terminal?

—Los terminales están codificados por pulseras identificadoras. Si hubiera usado otro, lo sabríamos.

Se quedaron callados. Mauchly miraba la pantalla con los brazos cruzados.

—Tara —dijo—, haga un análisis de frecuencia de las teclas, a ver si se ha apartado alguna vez de su trabajo normal.

—Un minuto.

Al siguiente cambio de pantalla, aparecieron varias columnas paralelas: fechas, horas y misteriosos acrónimos que a Lash no le dijeron nada.

—Nada que destaque —dijo Tara al cabo de un momento—. Parece todo rutinario.

Lash se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración. ¿Pasaría lo mismo que las otras veces? ¿Estarían a punto de descubrir que lo que parecía el umbral de un paso decisivo solo era otro callejón sin salida?

—Hasta parece demasiado rutinario —añadió Tara.

—¿En qué sentido? —preguntó Mauchly.

—Fíjese en esto, por ejemplo: cada día, entre las 14.30 y las 14.45, se repiten exactamente las mismas pulsaciones.

—¿Qué tiene de raro? Podría ser alguna actividad diaria, como actualizar un archivo.

—Entonces cambiaría algún detalle: el juego de datos, la ubicación de las copias de seguridad… En cambio aquí todo es idéntico, hasta los nombres de los volúmenes.

Mauchly observó atentamente la pantalla.

—Tiene razón. Las secuencias son idénticas durante un cuarto de hora cada día.

—Y durante el mismo cuarto de hora. —Tara señaló la pantalla—. Con una precisión de segundos. No puede ser una casualidad.

—¿Qué quieren decir? —preguntó Lash.

Mauchly lo miró.

—Nuestros empleados son conscientes de que su trabajo está controlado. Handerling sabe que si intentara algo demasiado evidente, como desactivar el registro de pulsaciones, llamaría inmediatamente la atención. Todo apunta a que encontró una manera de crear una cortina de humo. Quizá ejecutara una secuencia de instrucciones inofensivas mientras hacía otra cosa.

—Es posible que haya encontrado un punto vulnerable en el sistema —dijo Tara—, algún defecto, y que lo haya aprovechado.

—Y ¿hay alguna manera de saber qué hacía exactamente durante ese cuarto de hora? —preguntó Lash.

—No —respondió Mauchly.

—Sí —dijo Tara.

La miraron.

—Podría ser. También usamos cámaras de vídeo para tener capturas de pantallas de todos los terminales de dirección, ¿verdad? Son poco frecuentes, y aleatorias, pero quizá haya suerte.

Tecleó algunas órdenes y se quedó a la espera.

—Parece que en ese bloque de quince minutos solo consta una captura reciente del terminal de Handerling. El 13 de septiembre.

—¿Podría imprimirla, por favor? —le pidió Mauchly.

Después de que Tara introdujera una serie de comandos, la impresora de la mesa empezó a zumbar. Mauchly cogió la hoja en cuanto salió, y se la enseñó a los demás:

EDEN - Patentado y confidencial

Resultados de la consulta SQL en bloque de datos AS4719

Operador: Desconocido

Hora: 14.38.02.98 13 sept. 04

Ciclos de CPU: 23054

THORPE, L. FLAGSTAFF, AZ
WILNER, J. LARCHMONT, NY
CONNELLY, K. MADISON, WI
REVER, M. JUPITER, FL
IMPERIOLE, M. ALXANDRIA, VA

FINAL DE LA CONSULTA

—Madre mía… —murmuró Tara.

—¿Los otros nombres son de superparejas? —preguntó Lash.

Mauchly asintió.

—Las seis que hemos tenido hasta ahora.

Lash casi no lo oyó. Su cerebro funcionaba a mil por hora. «Los asesinos en serie son animales de costumbres…».

Al contemplar la lista se acordó de algo. De algo que lo estremeció.

—Ha comentado que había un billete de Amtrak —le dijo a Tara—. Y una reserva de motel.

Tara abrió los ojos de par en par y se giró otra vez hacia el teclado.

—Una reserva en el Acela destino Boston. Este viernes por la mañana.

—¿Y el motel? ¿Dónde está?

—En Burlingame, Massachusetts.

Mauchly se apartó del terminal. Su actitud ya no era impasible.

—Tara, quiero un seguimiento de las llamadas telefónicas de Handerling, desde el trabajo y desde casa. ¿Me hará el favor?

Tara hizo un gesto de asentimiento y cogió el teléfono.

—Gracias. —Mauchly se giró a medio camino de la puerta—. Disculpe, doctor Lash, pero tengo varias cosas que hacer.