19

A la mañana siguiente, al salir de un garaje de Manhattan, Lash pasó por un puesto de revistas que ocupaba la base de un gran bloque de pisos, oscurecido por la sombra de los de delante. Entró y echó un vistazo a los titulares de la prensa local y nacional: el Kansas City Star, el Dallas Morning News, el Providence Journal, el Washington Post… La falta de artículos sobre dobles suicidios en matrimonios felices le provocó un suspiro de alivio. A la salida del quiosco, giró a la derecha por la avenida Madison y dirigió sus pasos al edificio Eden. «Ahora ya sé qué debía de sentir Luis XVI», pensó. Despertarse cada día bajo la sombra del hacha, sin saber si sería el de la revelación final…

Estaba cansado, pero mejor que la noche anterior. Los casos como Mary English eran mentirosos consumados, y, a su manera, grandes actores. Había hecho lo más indicado, pero tendría que mantenerse alerta por si volvía a ver indicios de persecución.

Llegó al vestíbulo bastante pronto, pero Tara Stapleton ya lo esperaba. Llevaba una falda y una blusa oscuras, sin joyas. Sonrió tímidamente, e intercambiaron cuatro frases sobre el tiempo, pero Lash la vio tan distante como el día anterior.

Mientras cruzaban el recinto de seguridad, y penetraban en un pasillo ancho y sin rótulos, Tara le dio instrucciones escuetas pero detalladas sobre cómo entrar y salir del rascacielos interno. En el punto de control I había dos accesos, pero la afluencia matinal de empleados obligaba a esperar cinco minutos. Como Tara hablaba muy poco, Lash se dedicó a escuchar discretamente las conversaciones de la gente. Muchos estaban encantados con una reciente circular sobre un aumento del treinta por ciento en las solicitudes. Le sorprendió la escasez de comentarios sobre el partido de béisbol de la víspera, o sobre las incidencias del transporte público. Mauchly tenía razón: estaban entregados a su trabajo.

Después de cruzar el punto de control, Tara lo condujo al despacho que le habían reservado en el piso dieciséis. La puerta no tenía cerradura, se abría con un escáner de pulseras. A pesar de la falta de ventanas, era un espacio bien iluminado y de grandes dimensiones, con un escritorio, una estantería generosa y vacía y un ordenador con escáner. Aparte de eso, lo único reseñable era un pequeño panel al pie de una pared, por el que se accedía al omnipresente canal de datos de la torre.

—He pedido que le traigan todos los resultados de los Thorpe y los Wilner —dijo Tara—. Tenga, mi extensión y mi número de móvil, por si tiene que decirme algo. —Dejó una tarjeta en la mesa—. Volveré a la hora de comer.

—Gracias —respondió Lash, mientras se guardaba la tarjeta en un bolsillo—. ¿Dónde tengo que ir para tomar un café?

—Al fondo del pasillo hay un bar de empleados. El lavabo está justo al lado. ¿Algo más?

Lash dejó su cartera de cuero en una de las sillas.

—¿Podrían conseguirme una pizarra blanca, por favor?

—Haré que se la traigan.

Tara se despidió con la cabeza y se marchó.

Durante unos segundos Lash contempló pensativo el espacio que acababa de quedar desocupado. A continuación, metió la cartera en uno de los cajones del escritorio y se fue a la cafetería, donde la mujer del mostrador, de una imponente belleza, le sirvió alegremente un café solo doble. Lash lo recibió agradecido, y al probarlo le pareció buenísimo.

Nada más volver al despacho y ponerse cómodo, un técnico llamó a la puerta, que estaba abierta.

—¿El doctor Lash?

—Sí.

El hombre empujó un carrito metálico, con lo que parecía un armario negro para pruebas.

—Le traigo los documentos que pidió. Cuando acabe de consultarlos, llame al número que encontrará en las cajas y vendrán a buscarlos.

Lash levantó la caja, que pesaba mucho, y la puso encima de la mesa. Estaba sellada con una cinta blanca donde ponía MUY CONFIDENCIAL PROPIEDAD DE LA EMPRESA NO SACAR DE EDÉN. INTERNO.

Cerró la puerta del despacho, cortó la cinta y levantó la tapa. Dentro había cuatro carpetas grandes de acordeón con sendos nombres y números:

THORPE, LEWIS A. 000451823
TORVALD. LINDSAY E. 000462196
SCHWARTZ, KAREN L. 000527710
WILNER, JOHN L. 000491003

Todas estaban cerradas con cinta adhesiva blanca, y llevaban la misma etiqueta:

MATERIAL CONFIDENCIAL DE EDEN

USO EXCLUSIVAMENTE INTERNO

SE REQUIERE AUTORIZACION L=3

Nota: Contiene hojas impresas. La versión digital también esta disponible.

Petición de uso AT-4849.

Cogió la carpeta de Lewis Thorpe, pero no llegó a abrirla. Prefería dejarla para el final. Abrió el expediente de Lindsay Thorpe y lo vació sobre la mesa. Contenía una gran cantidad de papeles, casi todos formularios de tests y hojas de resultados, pero también un fajo grueso encuadernado en espiral que Lash no supo entender:

HOJA DE CÓDIGOS

Nota: Solo resumen

Cabecera


medición-cuantificación de telefonía

periodo que comprende: 27 ag. 02 / 09 sept. 02

datos: nominales

homogeneizacion: optima

situación de los datos (impresión): 2342400494234

primer sector de acceso: 2034-a

algoritmo de compartimentación activo

responsable: Klingberger, Jack

jefe de limpieza: Korngold, Sterling

supervisor de obtención de datos: Rose, Lawrence

sigue fuente hexadecimal

234B 3A32 5923 9F43 5032 5225 60D2 6522 6A1D 5934
59C9 322D 4034 25C5 2344 5982 3F40 2354 OC81 2119
2B92 C598 0423 58A0 8981 2099 0901 4309 5852 19B5
5931 0904 88F9 0123 550D 0492 4E90 0499 0982 1258
5AB8 293F 5014 0E94 4C0F 1039 0589 3E09 S915 03E1
2903 854A 4910 C252 3414 0539 932E 3210 54AA 4913
2234 590C 2340 0D82 7899 3981 777F 3291 0948 A972
4933 0D81 4802 29E1 0913 5A0B 1501 08D1 4848 9083

Parecía un resumen en clave de los hábitos telefónicos de Lindsay durante el período de vigilancia. Daba lo mismo que fuera o no legible. No eran los datos que le interesaban. Los apartó y cogió los formularios de los tests. Parecían idénticos a los que había hecho él unos días atrás, y verlos le hizo revivir su mortificación. Bebió un poco de café y hojeó las páginas, fijándose en los circulitos negros que Lindsay Thorpe había rellenado con esmero. Tuvo la impresión de que las respuestas entraban en la gama normal. Un vistazo a las hojas de resultados se lo confirmó. Al final del documento encontró el informe del evaluador principal.

Lindsay Torvald, cuyo perfil de personalidad es estándar, presenta todos los indicios de tener una correcta adaptación social. Su actitud y comportamiento durante los tests se han mantenido dentro de los límites normales. Su nivel de atención, coherencia verbal, comprensión y habilidad lingüística se sitúan por encima del décimo percentil. Los gráficos muestran pocas dispersiones o sesgos anómalos. Las escalas de validez son altas. Parece tratarse de una candidata que destaca por su sinceridad y franqueza. Los tests proyectivos de manchas de tinta indican creatividad y una gran imaginación, con factores de morbidez muy poco acentuados. El perfil de personalidad revela una ligera tendencia a la introversión, pero dentro de los niveles aceptables, sobre todo teniendo en cuenta la intensidad de los indicadores de confianza en sí misma. Los tests de inteligencia también arrojan resultados muy altos, sobre todo en los ámbitos de la comprensión verbal y la memoria. Las habilidades de cálculo no son tan elevadas. Aun así, la puntuación global atribuye a la solicitante un CI total de 138 (WAIS-III modificado).

En resumidas cuentas, todos los parámetros cuantificables demuestran que la señorita Torvald sería una excelente candidata para Eden.

DOCTOR R. J. STEADMAN

21 de agosto de 2002.

Lash oyó un ruido en el pasillo. Era un técnico, que le llevaba la pizarra que había pedido. Lash le dio las gracias y, al quedarse solo, dejó el informe y volvió a coger los formularios de los tests.

A mediodía ya había estudiado los resultados de tres de los solicitantes, sin apreciar ninguna anomalía o signo de trastorno incipiente. Los indicadores de depresión y los índices de suicidio eran extremadamente bajos en todos los casos. Guardó los documentos en sus respectivas carpetas, se levantó y se desperezó para ir al bar en busca de otro café solo.

Volvió al despacho más despacio que al salir. Solo quedaba una carpeta: la de Lewis Thorpe, el especialista en biología de invertebrados a quien le gustaba traducir la poesía de Bashō. Lash había dedicado varias noches a releer Senda hacia tierras hondas, poniéndose en el lugar de Lewis y haciendo un esfuerzo por sentir lo que había sentido durante los tests, y en el salón soleado de Flagstaff donde había muerto a la vista de su propio bebé.

Con una mezcla de interés y precaución, rompió el sello de la cuarta carpeta.

Su máximo temor tardó menos de media hora en confirmarse. Los resultados de los tests de Lewis Thorpe describían a una persona tan normal y adaptada como el resto. Mostraban a un hombre inteligente y ambicioso, con muy buena imagen de sí mismo. Tampoco en él había ningún indicador de depresión o suicidio.

Dejó caer sobre la mesa el informe del evaluador, y se apoyó desmadejadamente en el respaldo de la silla. Los tests que tanto le había costado conseguir no lo habían acercado a la respuesta.

Oyó que llamaban a la puerta, y al levantar la mirada vio asomarse a Tara Stapleton.

—¿Vamos a comer? —preguntó ella.

Lash recogió los papeles de Lewis Thorpe y los guardó en la carpeta.

—Vamos.

El bar del final del pasillo ya le resultaba familiar, inundado de luz, con buen ambiente y más lleno que en sus dos visitas anteriores. Se colocó al final de la cola del buffet para coger otro café solo y un bocadillo. Luego siguió a Tara —que había cogido una sopa y un té— a una mesa vacía cerca de la pared del fondo, y observó cómo abría un sobre de edulcorante artificial y lo vertía en la taza. Mantenía su aire de reserva y silencio, pero en ese momento a Lash no le importó. No tenía ganas de tener que sortear demasiadas preguntas sobre el progreso de su investigación.

—¿Cuánto tiempo hace que trabaja en Eden? —preguntó después de un rato.

—Tres años. Entré justo después de que se fundara.

—Y ¿se está tan bien como dice Mauchly?

—Sí, desde siempre.

Lash esperó a que removiera la sopa, sin saber interpretar del todo la respuesta.

—Hábleme de Silver.

—¿En qué sentido?

—No sé… ¿Qué tipo de persona es? Me esperaba otra cosa.

—Yo también.

—Deduzco que era la primera vez que lo veía en persona.

—No, ya lo había visto en la primera fiesta de aniversario. Es una persona muy celosa de su intimidad. Que se sepa, nunca sale de su ático. Se comunica por teléfono móvil o por videoconferencia. Vive solo, con Liza.

Liza. El nombre que había pronunciado Silver, y que Lash había interpretado como un despiste.

—¿Liza?

—Sí, el ordenador. La obra de su vida. Lo que hace posible la existencia de Eden. Liza es su único amor. Teniendo en cuenta el enfoque de la empresa, la verdad es que tiene su ironía… Cuando quiere comunicarse con el consejo y con el personal, casi siempre lo hace a través de Mauchly.

Lash estaba sorprendido.

—¿En serio?

—Sí, es su mano derecha.

Se dio cuenta de que alguien lo observaba desde el fondo del bar. Le sonaba su cara juvenil y su mata de pelo rojizo. De repente lo reconoció: era Peter Hapwood, el técnico de evaluación que le había presentado Mauchly el día de las reuniones de clase. Hapwood sonrió y lo saludó con la mano. Lash devolvió el saludo.

Volvió a mirar a Tara, que removía la sopa por segunda vez.

—Cuénteme algo más de Liza —dijo.

—Es un superordenador híbrido. No hay ninguno igual en todo el mundo.

—¿Por qué?

—Porque es el único ordenador de gran tamaño construido totalmente alrededor de un núcleo de inteligencia artificial.

—¿Y Silver? ¿Cómo lo construyó?

Tara bebió un poco de té.

—Corren rumores, o historias, mejor dicho, pero no sé hasta qué punto son verdad. Algunos dicen que Silver tuvo una infancia solitaria y traumática. Otros que era un niño mimado, y que a los ocho años ya hacía ecuaciones diferenciales. Él sobre ese tema nunca ha hecho declaraciones públicas. Lo único que se sabe con seguridad es que al entrar en la universidad ya estaba innovando en inteligencia artificial. Sus aportaciones eran brillantes, propias de un genio. Hizo la tesina sobre un ordenador capaz de aprender por sí mismo. Le dio una personalidad, y fue perfeccionando sus algoritmos de resolución de problemas hasta que demostró que un ordenador capaz de enseñarse a sí mismo puede resolver problemas mucho más difíciles que cualquier ordenador codificado manualmente. Más tarde, para pagarse nuevas investigaciones, alquiló los ciclos de procesamiento de Liza a centros como el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA y el Proyecto Genoma Humano.

—Hasta que tuvo su gran idea: Eden, con Liza como núcleo informático. El resto, como suele decirse, es historia. —Lash bebió un sorbo de café—. ¿Cómo es trabajar con Liza?

La respuesta no fue inmediata.

—Nosotros nunca nos acercamos a los procedimientos o la inteligencia del núcleo. Físicamente, Liza está en el ático, y Silver es el único que tiene acceso a ella. Todos los demás (los científicos, los técnicos y hasta los programadores informáticos) usamos la red informática de la empresa y la capa de abstracción de datos de Liza.

—¿La qué?

—Un intérprete de comandos que crea máquinas virtuales dentro de la memoria del ordenador.

Tara volvió a quedarse callada. Cada vez había más pausas entre sus frases. De repente se levantó.

—Perdone, pero ¿podríamos hablar del tema en alguna otra ocasión? —dijo—. Tengo que irme.

Se giró y salió del bar sin decir nada más.