15

A la mañana siguiente, cuando Lash bajó del ascensor en el piso treinta y dos, Mauchly ya lo esperaba.

—Por aquí, por favor —dijo—. ¿Qué? ¿Qué ha averiguado de los Wilner?

«Éste no es de los que hablan por hablar», pensó Lash.

—Este fin de semana he hablado con su médico, con el hermano de Karen Wilner, con la madre de John Wilner y con un amigo de la universidad que el mes pasado estuvo toda una semana con ellos, pero es la misma historia que con los Thorpe: casi eran demasiado felices, si es que se puede serlo demasiado. Según el amigo, la única vez que los vio discutir fue por una tontería, la película que irían a ver por la noche, y un minuto después ya se reían.

—¿Ningún indicio de suicidio?

—No.

—Mmm. —Mauchly le hizo cruzar una puerta abierta. Dentro había un empleado con bata blanca detrás de un mostrador. Mauchly cogió un documento grapado y se lo dio a Lash—. Firme, por favor.

Lash echó un vistazo al documento, compuesto por muchas hojas.

—¡No me diga que es otro compromiso de confidencialidad! Ya he firmado varios.

—Sí, pero entonces solo tenía acceso a información general. Ahora es diferente. La función de este documento es detallar más a fondo los daños y perjuicios, la responsabilidad civil y penal y todas esas cosas.

Lash dejó los papeles en el mostrador.

—No es que sea muy tranquilizador.

—Compréndalo, señor Lash. Es la primera persona a quien se le permite acceder a los detalles más comprometidos del proceso sin trabajar en la empresa.

Lash suspiró, cogió la pluma que le ofrecía Mauchly y firmó en dos sitios indicados en amarillo.

—Prefiero que no me explique el proceso de selección de empleados.

—Es mucho más riguroso que en el FBI, pero también pagamos sueldos más altos de lo normal, y damos más ventajas que nadie.

Lash entregó el documento a Mauchly, que se lo dio al hombre del mostrador.

—¿En qué muñeca lleva el reloj, doctor Lash?

—¿Qué? Ah, en la izquierda.

—Entonces, ¿sería tan amable de extender el brazo derecho?

Lash lo hizo, y quedó sorprendido al ver que el empleado le ponía una cinta plateada en la muñeca y la ajustaba con algo que parecía una llave inglesa en miniatura.

—Pero ¿qué hace?

Apartó el brazo.

—Una simple medida de seguridad. —Mauchly levantó la muñeca derecha, enseñando una pulsera idéntica—. Lleva un código exclusivo. Mientras lo lleve puesto, los escáneres podrán seguir sus movimientos por cualquier punto del edificio.

Lash la hizo girar en la muñeca. Estaba ajustada, pero no tanto como para incomodar.

—No se preocupe, que cuando haya terminado se la cortarán.

—¿Cortármela?

Mauchly, que casi nunca sonreía, lo hizo débilmente.

—¿Qué sentido tendría que fuera fácil quitarla? Hemos procurado que fuera lo menos molesta posible.

Lash volvió a fijarse en la pulsera, estrecha y lisa, y, aunque no le gustaban las joyas —de casado se había negado a llevar la alianza—, tuvo que reconocer que aquel brazalete plateado, tan discreto, tenía su gracia. Sobre todo tratándose de una esposa.

—¿Me acompaña? —dijo Mauchly, llevándolo al vestíbulo y luego a los ascensores.

—¿Adónde vamos? —preguntó Lash cuando el ascensor empezó a bajar.

—A donde pidió usted. A seguir a los Thorpe y los Wilner. Vamos a cruzar la Pared.