Después del aire seco y mesetario de Flagstaff, nada más húmedo ni deprimente que Nueva York. Cubierto por un grueso impermeable, Lash se acercó al mostrador de información del vestíbulo de Eden por segunda vez en cinco días.
—Soy Christopher Lash. Vengo a ver a Edwin Mauchly.
El recepcionista, un hombre alto y delgado, tecleó algo.
—¿Está citado? —preguntó sonriendo.
—Le he dejado un mensaje. Supongo que me espera.
—Un momento, por favor.
Lash aprovechó la espera para echar un vistazo al vestíbulo. Notaba algo diferente, pero tardó un poco en darse cuenta de que esa mañana no había cola de aspirantes. Las dos escaleras mecánicas que llevaban a Tramitación de Candidatos estaban vacías. Lo que había era un flujo menos denso hacia el control de seguridad, compuesto íntegramente por parejas cogidas de la mano; gente que, a diferencia de las caras ansiosas y esperanzadas de su anterior visita, sonreía, reía y hablaba sin bajar la voz. Cada pareja enseñaba tarjetas plastificadas en el control de seguridad y desaparecía al otro lado de unas puertas muy grandes.
—¿Doctor Lash? —dijeron desde el mostrador.
Lash se giró.
—Sí.
—El señor Mauchly lo espera. —Le entregó un pequeño pase de color marfil, con el logotipo de Eden, y añadió—: Enséñelo en el ascensor, si es tan amable. Y que tenga un buen día.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso treinta y dos, Mauchly estaba esperándolo. Saludó a Lash con la cabeza y lo condujo a su despacho.
«Director de Gestión Organizativa —recordó Lash mientras lo seguía—. ¿Qué demonios será eso?». Y preguntó en voz alta:
—¿A qué vienen tantas caras de alegría?
—¿Cómo?
—Abajo, en el vestíbulo. Todos sonríen como si les hubiera tocado la lotería.
—¡Ah! Es que hoy toca reunión de clase.
—¿Reunión de clase?
—Sí, así es como lo llamamos. Una parte de nuestro contrato con el cliente estipula una reevaluación semestral obligatoria de las parejas que hemos formado. Vuelven para un día de entrevistas, sesiones de grupo… Cosas así. Casi todo bastante informal. A nuestros investigadores, los datos les resultan útiles para refinar el proceso de selección, y a nosotros nos permite observar a las parejas por si aparece algún indicio de incompatibilidad.
—Y ¿han apreciado alguno?
—De momento, no. —Mauchly abrió la puerta e hizo pasar a Lash—. ¿Le apetece algo de beber?
—No, gracias.
Lash se descolgó la cartera del hombro y tomó asiento.
—La verdad es que no esperábamos noticias suyas tan pronto —dijo Mauchly, mientras se sentaba frente a Lash.
—Bueno, es que no hay mucho que contar.
Mauchly arqueó las cejas.
Lash sacó un documento de la cartera, lo alisó por los bordes y lo dejó en la mesa.
—¿Qué es, doctor Lash? —preguntó Mauchly.
—Mi informe.
Mauchly no hizo el gesto de cogerlo.
—¿Me lo podría resumir?
Lash respiró hondo.
—No hay indicadores de suicidio ni en Lewis ni en Lindsay Thorpe. Ni uno solo.
Mauchly cruzó los brazos y se mantuvo a la espera.
—He hablado con parientes, amigos y médicos. He examinado su historial bancario y financiero y su situación laboral. He pedido favores en las fuerzas del orden federales y locales. Resultado: era la pareja o, mejor dicho, la familia más funcional y estable que se pueda imaginar. Habrían sido ideales para la pared de caras felices del vestíbulo.
—Ya. —Mauchly apretó los labios, posible señal de contrariedad—. Quizá hubiera algún indicador previo de que…
—También lo he investigado. He repasado sus historiales académicos, he hablado con sus profesores, con antiguos compañeros de clase… Y nada. Tampoco tenían historial psiquiátrico. De hecho, el único que había ido al hospital era Lewis, que hace ocho años se rompió una pierna esquiando en Aspen.
—Entonces, ¿cuál es su opinión profesional?
—La gente no se suicida porque sí, y menos dos personas juntas. Hay algo que no encaja.
—¿Insinúa…?
—No insinúo nada. En el informe de la policía pone que fue un suicidio. Lo que quiero decir es que no tengo bastante información para formar una hipótesis sobre el motivo de que hicieran lo que hicieron.
Mauchly echó un vistazo al informe.
—Parece que su investigación ha sido exhaustiva.
—Lo que me hace falta está en este edificio. Sus evaluaciones de los Thorpe podrían suministrarme los datos psicológicos que necesito.
—Pues le digo de antemano que será imposible. Nuestros datos son confidenciales; están relacionados con secretos comerciales.
—Ya firmé un compromiso de no divulgación.
—La decisión no es mía, doctor Lash; por otro lado, dudo mucho que los resultados de nuestras pruebas aportaran algo que no haya descubierto por su cuenta.
—Puede que sí, y puede que no. Por eso también he preparado esto.
Lash sacó un pequeño sobre y lo puso encima del fajo de papeles. Mauchly hizo un gesto de curiosidad.
—Es el detalle de mis gastos. He facturado mis horas a la tarifa habitual, trescientos dólares. No les cobro horas extras. Billetes de avión, habitaciones de hotel, alquiler de coches, comidas… Está todo. En total pasa un poco de los catorce mil dólares. Si suscribe la cantidad, le extenderé un cheque por el saldo.
—¿A qué saldo se refiere?
—Al resto de los cien mil que me dio.
Mauchly cogió el sobre y sacó la hoja doblada que contenía.
—No sé si lo entiendo.
—Es muy fácil: si no me dan más datos, lo único que podré decir es que Lewis y Lindsay Thorpe eran una pareja tan perfecta como consideró el ordenador de Eden, y no he cobrado cien mil dólares por eso.
Después de leer el papel con detenimiento, Mauchly lo guardó en el sobre y dejó éste en la mesa.
—¿Me disculpa un momento, señor Lash?
—Faltaría más.
Mauchly se despidió educadamente con la cabeza, salió de la sala y cerró la puerta.
Unos diez minutos más tarde, Lash oyó que la puerta volvía a abrirse y, al girarse, vio a Mauchly en el pasillo.
—Por aquí, por favor.
Tras bajar algunas plantas en ascensor, salieron a un pasillo totalmente monótono: las paredes, el suelo, el techo y las puertas estaban pintados del mismo color violeta claro. Mauchly condujo a Lash a una de las puertas, la abrió y le hizo señas de que entrara primero.
Al otro lado había un espacio largo, estrecho y poco iluminado, cuyas paredes laterales se inclinaban en un ángulo de cuarenta y cinco grados hasta la altura de la cintura y, a partir de ahí, recuperaban bruscamente la verticalidad. Lash tuvo la sensación de estar mirando por un embudo.
—¿Dónde estamos? —preguntó al entrar.
Mauchly cerró la puerta y apretó un botón en un panel.
Un repentino zumbido provocó que Lash diera un paso involuntario hacia el centro. Al ver que una cortina oscura se descorría a ambos lados de la habitación, Lash comprendió que las paredes no eran otra cosa que ventanas de dos grandes salas. Estaban en una pasarela suspendida entre dos espacios idénticos, dos salas de reuniones con grandes mesas ovaladas y una docena de personas, aproximadamente, en cada una de ellas. No se oía nada, pero Lash los vio gesticular y dedujo que hablaban animadamente.
—Pero ¿se puede saber…? —empezó a decir.
Mauchly contestó con una risa seca. La luz amarilla de las salas de reuniones lo iluminaba desde abajo, dibujando en su rostro una sonrisa de lo más desconcertante.
—Escuche —dijo al pulsar otro botón.
De repente la sala se llenó de una babel de voces. Mauchly se giró hacia el panel y bajó el volumen girando un disco.
Lash comprendió que estaba oyendo las conversaciones de los ocupantes de una de las salas, parejas convocadas por Eden. Se estaban riendo y contando anécdotas de la experiencia.
—Yo se lo he dicho a siete u ocho amigos —explicaba un hombre de cuarenta y pocos años, negro, con traje oscuro. La mujer de al lado tenía la cabeza apoyada en su hombro—. Hay tres que ya han presentado la solicitud, y dos que están ahorrando. Hasta hay uno que ha pensado cambiar su Saab por un Honda de segunda mano para pagárselo con la diferencia. ¡Qué desesperación!
—Nosotros no se lo hemos contado a nadie —intervino una mujer joven sentada al otro lado de la mesa—. Preferimos que sea un secreto.
—Es increíble —añadió su marido—. Se pasan el día diciéndonos que hacemos una pareja genial. La noche pasada, sin ir más lejos, me acorralaron dos tíos en el gimnasio quejándose de que sus mujeres eran unas brujas, y preguntándome cómo había tenido la suerte de encontrar a la última chica simpática de Long Island. —Se rio—. ¿Qué podía decirles, que nos ha juntado Eden? ¡Con lo divertido que es llevarme todo el mérito!
El resto del grupo se rio.
Mauchly volvió a tocar el disco, haciendo que las risas se apagaran.
—Supongo, doctor Lash, que le parecerá que me hago de rogar, pero se equivoca. No es que no nos fiemos de usted. Lo que ocurre es que la única manera de proteger nuestro servicio es el secreto. Imagínese lo que haría la competencia con tal de conseguir nuestros tests psicológicos, nuestros algoritmos de evaluación o cualquier otro dato. Tenga en cuenta, además, que el secreto no nos atañe solo a nosotros.
Señaló la otra sala con un gesto, y accionó otro mando.
—… si llego a saber lo que me esperaba, no sé si habría tenido el valor de presentarme a la evaluación —comentaba un hombre alto y de físico atlético, con un jersey de cuello redondo—. Fue un día brutal, pero ahora que han pasado siete meses sé que es lo mejor que he hecho en mi vida.
—Yo, hace un par de años, fui al típico servicio de citas por Internet —dijo otro—, y no tenía nada que ver con Eden. Era todo muy basto, sin tecnología. Solo me hicieron un par de preguntas, y ¿sabéis cuál era la primera? «¿Le interesa una relación pasajera o algo serio?». Increíble, ¿verdad? ¡Me sentí tan insultado que estuve a punto de irme!
—Yo los préstamos los pagaré durante años —declaró una mujer—, pero habría pagado el doble. Es lo que dicen en la pared del vestíbulo: ¿qué precio tiene la felicidad?
—¿Alguno de vosotros se pelea? —preguntó alguien.
—Discutimos —respondió una mujer del fondo, con el pelo gris—. Si no, no seríamos humanos, pero es una manera de aprender sobre el otro, y de respetar mutuamente nuestras necesidades.
Mauchly volvió a apagar el sonido.
—¿Lo ve? También es por ellos. Eden ofrece un servicio que hasta ahora habría sido inimaginable, y no podemos arriesgarnos a ponerlo en peligro, por ínfimo que sea el riesgo. —Hizo una pausa—. Mire, voy a traer a alguien para que hable con él y le haga unas preguntas, pero no olvide, doctor Lash, que no sabe nada de las muertes. En Eden, la moral es excepcionalmente alta; la gente está muy orgullosa del servicio que presta, y eso no podemos socavarlo, ni siquiera con algo que, por muy trágico que sea, no tiene nada que ver con nosotros. ¿Está de acuerdo?
Lash asintió.
Justo entonces, como si fuera una señal, se abrió una puerta al fondo de la sala y entró alguien con una bata de laboratorio.
—Ah, hola, Peter —dijo Mauchly—. Ven, que te presento a Christopher Lash. Está haciendo verificaciones aleatorias sobre algunos clientes, por razones estadísticas.
El tal Peter se acercó con una sonrisa tímida. Era prácticamente un niño. Cuando le estrechó la mano a Lash, su abundante flequillo de color zanahoria se movió ligeramente.
—Le presento a Peter Hapwood, el técnico en evaluaciones que entrevistó a los Thorpe cuando vinieron a su reunión de clase. —Mauchly se giró hacia Hapwood—. ¿Te acuerdas de Lewis y Lindsay Thorpe?
—Sí, la superpareja.
—Exacto, la superpareja.
Mauchly le hizo un gesto a Lash invitándolo a hablar.
—¿Recuerda algo destacable de la entrevista con los Thorpe? —preguntó Lash al joven técnico.
—No, nada.
—¿Qué le parecieron?
—Felices, como todas las parejas cuando vienen para la entrevista.
—¿A cuántas parejas ha entrevistado? Me refiero a la sesión de control después de los seis meses.
Hapwood reflexionó.
—A mil o mil doscientas.
—Y ¿todas eran felices?
—Todas sin excepción. Aún, después de tanto tiempo, parece increíble.
Hapwood miró a Mauchly de reojo, como si temiera haber metido la pata.
—¿Los Thorpe hicieron algún comentario sobre sus vidas después de haberse conocido?
—Déjeme pensarlo… No. ¡Sí! Vivían desde hacía poco en Flagstaff, Arizona, y me acuerdo de que el señor Thorpe dijo que tenía problemas cuando salía a correr, a causa de la altitud en la que se encontraban, pero que a los dos les encantaba la zona.
—¿Salió algo más en las preguntas?
—Pues la verdad es que no. Les hice el cuestionario estándar, y no hubo ningún fallo.
—¿A qué cuestionario estándar se refiere?
—Pues… Empezamos con algunas preguntas para crear ambiente y generar cierto nivel de comodidad. Luego…
—No creo que haga falta entrar en detalles —interrumpió Mauchly—. ¿Alguna otra pregunta?
Lash tuvo la impresión de que se le iba una oportunidad de las manos.
—¿No recuerda que dijeran nada especial? ¿Ningún comentario inhabitual? ¿Nada?
—No —contestó Hapwood—. Lo siento.
Resignado, Lash encogió los hombros.
—Gracias.
Mauchly hizo una señal con la cabeza a Hapwood, que volvió hacia la puerta, pero a medio camino se giró y dijo:
—Ella odiaba la ópera.
Lash lo miró.
—¿Qué?
—Cuando entraron en la sala de entrevistas, la señora Thorpe se disculpó por el retraso. No había querido coger el primer taxi porque el taxista tenía puesta una emisora de ópera a todo volumen. Dijo que no lo soportaba, y que habían tardado diez minutos en encontrar otro taxi. —Sonrió al recordarlo—. ¡Cómo se rieron!
Se despidió de Lash y Mauchly con la cabeza y salió.
Mauchly se giró, fantasmagórico a la luz de las salas, y enseñó un sobre grande de papel Manila.
—Los resultados de los tests de manchas de tinta de los Thorpe, pertenecientes a sus evaluaciones. Es el único test que no está patentado por la empresa. Por eso puedo dárselo.
—¡Qué detalle!
La respuesta de Lash estuvo teñida de una decepción involuntaria. Mauchly lo miró sin alterarse.
—Compréndalo, señor Lash. Nuestro interés por lo que les pasó a los Thorpe es puramente científico. Se trata de algo trágico, y especialmente doloroso para nosotros al haberle ocurrido a una superpareja, pero no deja de ser un hecho aislado. —Tendió el sobre a Lash—. Consúltelo tanto como quiera. Si de nosotros depende, preferiríamos que siguiera investigando y buscando aspectos personales que nos convenga tener en cuenta en las próximas evaluaciones, pero si insiste en renunciar al caso, aceptaremos el informe que nos ha preparado. El dinero, en todo caso, es suyo. —Señaló la puerta—. Ahora, con su permiso, le acompaño al vestíbulo.