CARTA DESDE EL FUTURO NÚMERO UNO
Querido teniente Leonard:
Billy Penn está haciendo su mejor imitación de Jesús.
Eso es lo que dirás cuando te incorpores al turno dentro de un rato.
Será dentro de veinte años y una hora a partir de tu momento presente, aproximadamente trece meses después de haber decidido arriesgarte a penetrar el enorme vacío a cielo descubierto que ha dejado la civilización.
Igual que hice yo, vas a decidir que la vida en tierra firme —atestada, con los precios por las nubes y donde hay que abrirse paso a codazos para respirar aire fresco— no es para ti.
No estás dispuesto a vivir como un roedor en la ciudad tubo, ¿verdad?
Acabarás compartiendo conmigo lo que ahora llamamos Puesto 37, Faro 1. Es inevitable. Es lo que ahora conoces como Filadelfia, el rascacielos del Comcast Center.
Hoy en día las mareas suben y bajan decenas de metros porque se han acelerado los patrones meteorológicos y a diario se producen terremotos que abren y cierran gigantescas grietas submarinas. Nuestro planeta se está reformando.
Hoy el nivel del agua está tan bajo que a Billy Penn se le ven los pies, y justo por debajo asoman unos centímetros del viejo edificio del ayuntamiento, al que aún está encaramado. El edificio está sumergido, así que parece como si Billy Penn caminara sobre el agua: de ahí la alusión a Jesús.
Saludos desde el futuro.
Estamos en el año 2032.
Se ha producido un holocausto nuclear, justo lo que todo el mundo se temía, y nos las hemos apañado para derretir los casquetes polares. El planeta está inundado y un tercio de la tierra conocida, cubierta por el mar. ¿Te acuerdas de esa película que os puso el profesor de ciencias? Pues bien: Al Gore tenía razón.
Las bombas nucleares se llevaron por delante un cuarto de la población mundial y la crisis de alimentos provocada por la falta de terrenos cultivables y de agua dulce se ocupó de otro cuarto. Al menos eso es lo que dicen.
En el Colectivo Territorial Norteamericano —hace ya muchos años que nos unimos a México y Canadá— las pérdidas generales no fueron tan dramáticas como en otras partes del mundo, pero la extensión de nuestros terrenos menguó tanto como las demás. El resultado fue el equivalente a un ataque de corazón migratorio: la gente no tuvo más remedio que reunirse en el centro del país y, por supuesto, eso provocó el caos. Hizo falta implantar la ley militar y un nuevo tipo de gobierno totalitario.
Han empezado a construir en vertical. El cielo es la nueva frontera, ahí es donde está el verdadero mercado inmobiliario. Ascensores y rascacielos y pasos elevados metidos en tubos, suspendidos entre las nubes. Las personas viven la vida principalmente dentro de sus casas, en un lugar que está entre la tierra y el espacio exterior. Prácticamente nunca respiran aire que no haya sido filtrado y tampoco sienten jamás el roce de los rayos de sol directamente sobre la piel desnuda. Son como hámsteres encerrados en ciudades-jaula hechas de tubos de plástico.
Menos nosotros.
Nosotros nos hemos ofrecido voluntarios para guarnecer el Puesto 37, Faro 1, y pasamos la mayoría de días navegando alrededor de las cúspides de lo que solía ser el perfil de Filadelfia. Contándote a ti, tan solo somos cuatro.
Nuestro trabajo es proporcionar luz a cualquier nave que llegue accidentalmente hasta nuestro sector, para evitar que embarranque en las cimas de los rascacielos submarinos. Naturalmente, de nosotros se espera que colaboremos en operaciones militares, pero no hemos visto a otro humano ni cualquier otro tipo de embarcación desde hace más de un año. El Gobierno del Colectivo Territorial Norteamericano no se ha puesto en contacto con nosotros de forma oficial desde hace noventa y siete días, y tampoco hemos sido capaces de hacer que funcione el enlace vía satélite, lo que nos hace pensar que la comunicación global ha fallado.
¿Por qué?
No lo sabemos.
Pero aquí está la gracia: nos da igual.
Somos felices.
Somos autosuficientes y los paquetes de comida policongelada que tenemos todavía durarán otros veinte años.
Los científicos han demostrado que estar expuesto constantemente al aire sin filtrar y estar tan cerca de las nubes de lluvia radiactiva que van a la deriva sobre el Área Global Común Dos —lo que tú conoces como océano Atlántico— nos acortará la vida más rápido que fumar dos paquetes de cigarrillos al día, pero aun así estamos en paz con nuestra situación y nos sentimos como si hubiéramos escapado. O quizá nos sintamos como si por fin hubiésemos llegado a casa.
Vivimos aquí y ahora.
De vez en cuando nos sentimos culpables pensando en la gente que ha sufrido los horrores que han hecho que acabemos aquí, pero como eran cosas sobre las que no teníamos control alguno, simplemente intentamos disfrutar de nuestra buena suerte.
Nuestra vida es extraña.
Pasamos los días en el mar, buscando cualquier cosa interesante en las cimas de los rascacielos, entrando en apartamentos y oficinas y tiendas como arqueólogos aficionados. Estas son las pirámides egipcias de nuestro tiempo: «Nuestro Machu Picchu sumergido», como lo llamas tú.
Sueles excavar más con los demás, «reconstruyendo las vidas de los extraños». Es como un juego: «Nuestro mejor entretenimiento». A vosotros tres os encanta jugar a ¿Quién vive aquí? y las respuestas que inventáis están repletas de héroes y heroínas que en su día llevaron a cabo actos nobles y valerosos, antes de que el mar se tragase toda la civilización.
Debajo de nosotros se hallan un trillón de historias. «El Puesto 37 podría ser la biblioteca de ficción interactiva más grande que haya conocido el hombre».
Eso lo dijiste tú, por cierto.
Siempre estoy repitiendo cosas que ha dicho tu yo del futuro.
Te prestas mucho a ser citado.
También te gusta mucho observar a los delfines. Aquí hay un grupo bastante grande y han empezado a mutar debido a la lluvia radiactiva: son algo más grandes de lo que solían ser. Muchas veces te subes a sus lomos y los llamas autobuses: «Voy a coger un autobús», le dices a S, y ella da palmas y se ríe al ver que montas uno, lo agarras por la aleta y la criatura te salpica al respirar. Los tratamos como si fueran mascotas, nadamos con ellos a menudo y, siempre que se dan la vuelta y nos enseñan el vientre blanco y suave, les arrancamos esos parásitos rojos que parecen calamares.
Hay un espécimen joven que nada junto a tu barca todas las mañanas cuando haces la ronda. Lo has llamado Horacio por su lealtad. Hacemos bromas diciendo que él es tu mejor amigo y a ti te llamamos Hamlet, la obra de teatro que todavía lees todas las noches, aún después de todos estos años. Dices que es inagotable. Ya te lo había dicho tu profesora de literatura del instituto.
Pero lo que más te gusta es hacer submarinismo en la ciudad, explorar las calles subacuáticas que aún están llenas de coches y puestos de perritos calientes y monumentos y bancos y árboles petrificados y polideportivos y millones de cosas más del pasado, tu presente.
Nuestras existencias de botellas de oxígeno son limitadas, así que no puedes bajar tan a menudo como te gustaría; estás guardando unas cuantas para el futuro. Las estás racionando. Ahora crees en el futuro. Te resulta fácil porque amas el presente, y también porque ahora tienes a S.
De vez en cuando tienes episodios de melancolía, sobre todo cuando piensas en el pasado, pero la mayor parte del tiempo eres feliz.
Es una vida rara, pero buena.
Somos una pequeña familia feliz.
Leonard, entiendo que estás pasando por un mal momento: lo hemos hablado hasta la saciedad por las noches, mientras cuidamos del gran haz de luz.
Tu pasado —lo que ahora estás viviendo— le resultaría difícil de soportar a cualquiera. Y solo con llegar hasta donde estás ya has demostrado ser muy fuerte. Admiro tu coraje y espero que puedas aguantar un poco más. Estoy seguro de que veinte años te parecerán mucho tiempo, pero pasarán más rápido de lo que te puedas imaginar.
Sé que de verdad quieres matar a cierta persona. Que sientes que tus padres te han abandonado, que el instituto es decepcionante.
Que estás solo.
Sin compañeros.
Atrapado.
Asustado.
Sé que quieres que todo termine, que no crees que el futuro te vaya deparar nada bueno; el mundo te parece oscuro y terrible, y quizá tengas razón: el mundo puede ser un lugar espantoso, no cabe duda.
Sé que estás a punto de desmoronarte.
Pero, por favor, aguanta un poco más.
Hazlo por nosotros.
Por ti mismo.
El Puesto 37 te va a encantar.
Vas a ser el guardián de la luz.
Mi teniente.
El haz de luz que emitimos es impresionante, por mucho que no lo vea nadie aparte de nosotros: lo hacemos cada noche, religiosamente. Y en los ratos en los que apagamos el faro para ahorrar energía, verás las estrellas como nunca antes las has visto. Estrellas que te cortarán la respiración y cuyas profundidades jamás llegarás a sondear.
Te espera un extraño y hermoso nuevo mundo, Leonard.
Hemos encontrado un oasis entre sus ruinas. De verdad.
Querrás verlo, así que aguanta, ¿de acuerdo?
Lleno de esperanzas para el futuro (y te lo dice un hombre que lo conoce a ciencia cierta),
COMANDANTE E