TREINTA Y OCHO

CARTA DESDE EL FUTURO NÚMERO CUATRO

Papá:

Soy S, tu hija.

Te escribo el día de mi decimoctavo cumpleaños. Bueno, técnicamente es el día después, porque ya ha pasado la medianoche. Estoy encargándome de la gran luz porque te has vuelto a quedar dormido en el sillón: las viejas costumbres nunca mueren. Mañana, cuando salga del Puesto 37 por primera vez, te daré la carta; te la escribo para que no olvides el día tan genial que pasamos juntos.

(Nota: esta noche hay unas estrellas alucinantes. Parece como si pudiéramos nadar en ellas. Casiopea brilla como nunca).

Tengo una sospecha. Creo que estás enfadado conmigo porque me quiero ir, aunque no me lo has dicho. Piensas que me voy simplemente para encontrar novio, o por lo menos eso es lo que dices cuando quieres hacerme rabiar. (Te juro que si vuelves a decir «hormonas», ¡te mato!). No digo que no quiera tener novio (¡PORQUE ES ALGO NORMAL!) y conocer a gente de mi edad en la horripilante «Ciudad Tubo», pero también hay muchas cosas más que quiero hacer.

Me gustaría ver tierra firme.

No la he visto nunca.

Quiero plantar los pies en la tierra.

Es un pensamiento simple pero profundo para una chica que ha vivido toda la vida en el mar.

Estoy segura de que en el fondo lo comprendes, aunque la tierra firme no sea para tanto.

Tengo ganas de ir a clase con otros jóvenes de mi edad, a pesar de que me has dicho mil veces que las personas no son siempre tan consideradas y amables como el abuelo, mamá y tú. Aun así, me gustaría comprobarlo yo misma: conversar con montones de gente. Me gustaría encontrar a alguien que me dé un beso cada vez que ve una estrella fugaz, igual que haces tú con mamá. Y estoy convencida de que los estudios postescolares me pueden ir muy bien, para algo saqué tan buena nota en los exámenes de admisión. A lo mejor hago que estés orgulloso de mí dando cosas buenas al nuevo mundo.

Gracias por hacerme «tortitas» por mi cumpleaños.

Aunque tuvieras que usar preparado para pan y no estuvieran tan buenas como cuando eras pequeño, sobre todo porque no hay «sirope» porque ya casi no quedan «arces» en el mundo. Aprecio mucho que te tomases la molestia, sobre todo después de que me contases la historia de aquella vez que tu madre y tú las hicisteis cuando eras pequeño: con trocitos de «chocolate» y una fruta amarilla que se llama «plátano». Espero ver y probar los plátanos algún día. Prefiero creer que aún existen en la ciudad tubo, donde hay todo tipo de cosas: cosas sobre las que solamente he podido soñar, como tiendas y restaurantes y perros y gatos y cines y plataformas elevadas y todos esos nombres que hemos visto en el rayo visualizador cuando había suficiente señal.

Y el regalo de cumpleaños que me has hecho es… precioso.

Cuando me dijiste que íbamos a usar las dos últimas botellas de oxígeno no quería hacerlo, porque eso significa que tú no podrás volver á salir a bucear a menos que el Colectivo Territorial Norteamericano te envíe más. Y eso no es muy probable, ahora que se ha declarado el orden mundial y el Puesto 37 Faro 1, técnicamente, ya no está operativo.

Pero me alegro de haber bajado una última vez a «Filadelfia» contigo y con Horacio el delfín, que siempre nos sigue.

Cuando me dijiste que había una estatua roja que decía «LOVE», con la «l» y la «o» colocadas encima de la «v» y la «e», no te creí.

LO

VE

Parecía algo salido de uno de los viejos cuentos de hadas que me solías contar cuando era pequeña. Creí que estabas de broma cuando me hablaste de que en el pasado la gente creía tanto en el amor que hacían estatuas para celebrarlo y no olvidarse jamás de AMAR… Y bueno, me pareció ridículo, pero cuando bajamos buceando y la enfocaste con la linterna, vi que era verdad. Entonces sentí que en el mundo hay incontables posibilidades y que yo acabo de empezar a descubrir hasta dónde puedo llegar. Puede que yo también encuentre un amor puro, como mamá y tú.

Ella me ha explicado que Horacio y tú estuvisteis buscando la estatua durante semanas y que le quitasteis todas las algas. Usaste casi todo el oxigeno que quedaba, así que quiero que sepas que es el mejor regalo de cumpleaños que me han hecho jamás. ¿Cuántos padres se tomarían tantas molestias solo para celebrar que su hija cumple dieciocho años?

No muchos.

Una vez me dijiste que pasaste el día después de cumplir dieciocho sentado en el parque de la estatua del amor, escribiendo cosas en una libreta.

Por lo que me has contado de tu pasado y de la tierra firme —y otros cabos que he atado yo misma—, me doy cuenta de que tu infancia y juventud fueron horribles.

Que tuviste que aguantar de todo para llegar hasta el Puesto 37 y ser mi padre.

Quiero darte las gracias.

Papá: eres un buen hombre.

Mi infancia ha sido muy bonita.

Y te admiro mucho: espero ser como tú.

He pasado toda mi vida viéndote manejar el gran haz de luz en el Faro 1.

Nunca viene nadie.

Jamás hemos visto ningún barco.

Pero tú enciendes el faro igualmente, por si acaso.

Y al menos nosotros hemos podido ver la luz todos estos años.

El gran haz de luz.

El hermoso rayo que barre el horizonte.

Estábamos aquí para verlo, y con eso basta.

Hasta ahora no he conseguido entender lo importante que era y es.

Me resulta difícil dejaros aquí, a pesar de que sé que mamá y tú estaréis bien.

Espero que vengáis a visitarme cuando me haya instalado, pero lo comprenderé si no puede ser y volveré para visitaros siempre que pueda.

Me he cortado un mechón fino de pelo, es para ti.

(Mamá dice que cuando tú cumpliste los dieciocho te cortaste todo el pelo, pero yo ni me lo he planteado porque ¡es lo más bonito que tengo!).

Como ya estás leyendo esto, tendrás en la mano el mechón trenzado que estaba dentro.

Una vez me dijiste que las mujeres solían enviar mechones de pelo a los hombres que amaban. Era cuando los caballeros hacían trayectos interminables a caballo sobre tierra firme, donde gobernaban los reyes y las reinas. Me hablaste de los caballeros en la misma época que me contabas los cuentos de hadas, antes de que empezásemos a leer Hamlet juntos.

Te quiero, papá.

No lo olvides.

Y estaré bien.

Mamá dice que cuando tenías mi edad pensabas que no la ibas a encontrar nunca, pero lo hiciste.

Seguramente tampoco pensabas que me ibas a tener a mí, y ahora yo necesito salir a buscar a las personas de mi futuro. Supongo que el mundo es así.

No lo pasarás mal.

¿Qué era aquello que tu vecino y tú solíais decir? El señor mayor. ¿Cómo se llamaba? ¿Walt?

«Siempre nos quedará París».

Pues a nosotros siempre nos quedará la estatua del amor que está en el fondo del Área Global Común Dos.

Siempre nos quedará el Puesto 37 y el Faro 1 y Horacio el delfín y Filo de Filadelfia y ¿Quién vive aquí? y todo lo demás.

Te estoy observando mientras respiras dormido en el sillón, a mi lado.

Estás muy tranquilo.

Eres la imagen del buen padre.

Por la sonrisa que esbozas sé que estás soñando algo maravilloso.

Llevo una hora viéndote dormir porque sí.

Y durante todo este tiempo estaba deseando que tu mente fuese un mar en el que pudiéramos bucear juntos, porque me gustaría ver la estatua del amor que hay en el fondo de tu conciencia.

Sé que es enorme, roja y preciosa, porque llevas muchos años limpiándola de algas. Sé que has limpiado las aguas de tu mente para mí, para mamá, para que pudiésemos celebrar mi cumpleaños juntos y después yo pueda ir a disfrutar de la vida que me has dado.

Sigue arrancando las algas, papá.

Limpia tu mente.

Y sigue encargándote del gran haz de luz.

Incluso cuando nadie mira.

Con amor,

Tu hija,

S