He estado observando a la madre del objetivo enmarcada por la ventana de la cocina. La suave luz cenital hace que ella parezca la protagonista de una película y la ventana, la pantalla de un autocine.
La película se va a titular La señora Beal prepara la última cena para el pervertido de su hijo.
En el sentido más literal es una película bastante aburrida, pero a nivel personal me suscita muchas emociones.
Recuerdo que cuando éramos pequeños la señora Beal tenía muy pocas luces[57], aunque a primera vista era muy dulce.
Cuando yo iba a su casa ella solía pedir pizza, tuviésemos hambre o no. Siempre había pizza, era un elemento ubicuo. Era como una norma de la casa: siempre que haya visitas de menos de catorce años de edad, se deberá pedir pizza sin dilación.
Otra cosa que hacía siempre era cantar canciones del musical Cats. Tanto que hoy en día puedo recitar la letra de muchas de ellas a pesar de no haber visto el espectáculo ni haber escuchado la banda sonora[58].
Su favorita era Memory.
Aunque también le gustaba Mr. Mistoffelees, que al parecer era un gato muy listo.
Tiene gracia que me acuerde de todo esto justo ahora que estoy intentando utilizar eufemismos militares, y me pongo triste porque la señora Beal no tiene ni idea del favor del tipo Charles Darwin que le voy a hacer a la humanidad matando a su hijo, más que nada porque no tiene ni idea de quién es él: no se imagina qué ha hecho ni de qué es capaz.
Jamás podría imaginarse las cosas a las que me ha sometido su hijo.
No lo admitiría; porque, de otro modo, no creo que tuviera fuerzas para cantar canciones de absurdos musicales mientras hace las tareas de casa, que es lo que más le gusta hacer, o al menos lo era cuando íbamos a la escuela y yo era amigo de Asher[59].
Intento no imaginármela escuchando los disparos, corriendo a la habitación de Asher, chillando o incluso meciendo en sus brazos la cabeza ensangrentada de Asher, tratando de meterle los sesos dentro del cráneo[60], sollozando sin parar por un chico ficticio que no existe —el hijo que nunca tuvo—, porque ella está convencida de que Asher es un auténtico angelito.
Ella no se percató del cambio; y si se dio cuenta, prefirió hacer caso omiso. Eso la convierte en igual de culpable, tan responsable como él.
Déjame aclarar eso: yo jamás le pegaría un tiro en la cara a la señora Beal, porque siempre está cantando canciones de Cats y nunca me ha hecho nada.
Pero si lo piensas bien, tiene tanta parte de culpa como Linda o mi padre, tanto si sigue vivo en Venezuela como si no.
Esas personas a las que llamamos mamá y papá nos traen al mundo y después no cubren nuestras necesidades ni nos proporcionan respuestas. Al fin y al cabo, se trata de un bufé libre en el que tú mismo tienes que buscarte la vida, y resulta que yo no estoy hecho para vivir así.
Estas reflexiones me dejan con la moral por los suelos y empiezo a temblar.
«Vamos, objetivo Asher. No hay moros en la costa. Ven a casa para que yo pueda poner fin a este asunto de una vez por todas», susurro mientras observo cómo la señora Beal saca un pequeño pollo del horno.
La enorme ventana es el marco perfecto mientras ella trincha el pollo y mueve la boca.
Otra vez está cantando[61].