Un día, tras una larga y deprimente tarde en que me había puesto el traje de los funerales para observar en Filadelfia a adultos con el ánimo por los suelos, salí de mi parada de tren y una chica[44] que no había visto nunca me puso un panfleto delante de la cara y dijo:
—¡El camino, la verdad y la luz!
—¿Perdona? —le dije.
—Aquí tienes un breve tratado con toda la información.
Cogí el folleto y resultó ser un pequeño cómic. Los dibujos y los diálogos estaban impresos en tinta roja, lo que les daba un aspecto dramático e intenso. En la portada había un dibujo de un hombre sonriente y debajo de ese rostro amable se leían las siguientes palabras:
«Puedes ser el tipo más agradable del mundo, pero si no llevas a Jesús en el corazón, irás al infierno».
Recuerdo que me eché a reír porque me pareció tan excesivo que creí que era un chiste. Pensé que aquella chica con cara de venir de otro tiempo estaba jugando a algo y que esto formaba parte de su tela de araña, de su trampa.
—¿Quién eres? —le dije intentando parecer tranquilo y templado y un poco como Bogie.
—Me llamo Lauren Rose y estoy aquí para mostrarte el camino. Para traerte la buena nueva.
Se llamaba Lauren y era alta y rubia.
Lauren.
Si yo fuese de los que creen en las señales, me hubiese dado algo allí mismo. Lo cierto es que se parecía mucho a una versión joven de Lauren Bacall: una rubia alta que también tenía cara de gato y en la flor de la vida era de una belleza devastadora e irresistible. Después de haber visto tantas veces a Bogie ganarse a Bacall en el mundo en blanco y negro de Hollywood, tuve cierta sensación de inevitabilidad. Esta chica sería mi primer beso. Lo anuncié mentalmente, me impuse la meta y me apliqué a la tarea como un galgo persiguiendo a un conejo.
—¿Qué buena nueva? —le pregunté.
Procuraba parecer tranquilo, sofisticado y confiado, como el Bogart en blanco y negro; estaba fingiendo que éramos los protagonistas de El sueño eterno.
—Me iría bien una buena nueva.
—Que Jesús murió por tus pecados.
—Oh.
No tenía claro cómo reaccionar a eso y el tema religioso me hizo salirme del personaje unos instantes. Pero ya me había fijado una meta y sabía que Bogie siempre consigue a Bacall a pesar de todos los impedimentos y de todos los malos que se interponen en su camino. Intenté cambiar de tema.
—Creo que no te he visto nunca. ¿Estudias aquí?
—No —respondió—. Jesús te ama —les dijo a un grupo de hombres de negocios que hicieron caso omiso de ella y de su folleto.
Ni siquiera la miraron, como si fuese invisible. Y a pesar de que no soy la típica persona que se mete en debates sobre religión, me sentí mal por Lauren porque le notaba cierta desesperación en la mirada; el tipo de desesperación que solamente desaparece con la ayuda de otra persona. Supuse que para la mayoría de viajeros ella era invisible: lo único que querían era regresar a casa tras un largo día de trabajo. Lo sabía porque los había observado durante largas horas.
La cuestión es que hay gente que ya cree en uno de los diferentes dioses que hay a disposición del mundo y que por lo tanto no necesita el panfleto; y luego están las personas que jamás van a creer en nada por el estilo. Supongo que aquellos que están entre los dos extremos no quieren que los molesten cuando van de camino a casa, de vuelta del trabajo.
—¿A qué instituto vas? —le pregunté para ver si conseguía cambiar de tema.
—Es que estudio en casa.
—¿Te enseña tu madre?
—Sí. Y mi padre también.
Miraba a los que salían de la estación con impaciencia y apenas me prestaba atención; me pareció extraño, porque yo era el único que le había aceptado el folleto. Cualquiera pensaría que su deber era concentrarse en ganarme para su causa, ¿verdad? Era la clásica femme fatale: resuelta, hermosa, una tía de verdad.
—¿Y eso? —pregunté.
—¿Qué?
—Que por qué estudias en casa.
—Mis padres quieren que tenga una educación cristiana.
—¿Y eso qué es? —dije para que la conversación no decayese.
—Una educación basada en la Biblia.
—Oh.
—Jesús te ama —le dijo a un anciano que no hizo caso del folleto que le ofrecía.
—Si leo esto —dije blandiendo el cómic que me había dado—, ¿podemos comentarlo luego?
Se volvió hacia mí con la mirada iluminada.
—¿En serio? ¿Lo vas a leer y vas a pensar en dedicar tu vida a Jesucristo?
—Claro —contesté, y me eché a reír.
Debía de ser el primero que accedía a leer el panfleto, porque de pronto se estaba comportando como una cría emocionada, aunque en realidad debía de tener mi edad. Lo extraño es que parecía mucho más joven, sin estropear todavía; capaz de mostrar mucho entusiasmo en público sin procurar disimularlo. Y aunque lo que la entusiasmaba era Jesús, me gustó que se pusiera así por algo.
—¿Quieres venir este domingo a mi parroquia?
—Deja que lea esto y luego lo hablamos.
—¿Cómo piensas ponerte en contacto conmigo? —preguntó con cara de preocupación.
—Voy a sentarme en ese banco a leer y lo comentamos luego, ¿vale?
Se mordió el labio y asintió con demasiado entusiasmo. Tanto que me planteé que quizá me estuviese equivocando. Si no me hubiese mirado con esos ojos de gato como hace Lauren Bacall en las películas de Bogart, cuando los entorna con sofisticación y levanta la mirada u observa seductoramente por el rabillo del ojo, seguramente me hubiese marchado en ese mismo instante.
Cuando me dirigí al banco, dijo:
—¡Espera!
Rebuscó entre los papeles que llevaba, sonrió y dijo:
—Mejor lee este. —Y me ofreció otro panfleto—. Este es para jóvenes.
—Vale.
Me senté en el banco y lo leí en menos de cinco minutos.
No me lo podía creer.
De hecho, era una locura de panfleto y debería habérmelo tomado como la señal para dejar a la chica allí y poner pies en polvorosa.
Un breve resumen: cuatro adolescentes de paseo en un descapotable. Dos chicos y dos chicas. Juntos deciden ir al bosque a «aparcar», que creo que significa que van a beber cerveza, a enrollarse y a meterse mano. El protagonista es el chico del asiento de atrás, que es «cristiano renacido» y no se siente cómodo con los «pecados» que están cometiendo sus amigos. En el bocadillo que tiene encima dice: «Cindy es muy guapa y me gustaría hacerlo con ella, pero sé que eso decepcionaría a Jesús. Ya es suficientemente malo que esté bebiendo cerveza»[45].
En un momento dado se ve el asiento de delante desde el punto de vista del protagonista. Es uno de esos asientos antiguos que son como un banco y no tienen separación entre el conductor y el copiloto ni apoyabrazos ni nada, y eso me hace pensar que es un panfleto muy antiguo, puede que de los cincuenta. Vemos los tobillos de la chica en el aire, lo que imagino que quiere decir que la pareja de delante está practicando sexo. Cindy, la del asiento de atrás, le dice al chico: «Yo sé que quieres hacerlo. Vamos a divertirnos. ¿No te ha dicho nunca tu madre que pruebes nuevas experiencias?».
En la siguiente viñeta, Johnny, el prota, está dando tragos a una cerveza.
Y cuando van de camino a casa, el conductor tiene los ojos entrecerrados, asumo que porque está borracho.
Después hay un primer plano de Johnny y el bocadillo dice: «Jesús, te he fallado: sexo, alcohol. Lo siento mucho. ¿Podrás perdonarme?».
No te lo vas a creer, pero en la siguiente viñeta el coche se ha estrellado contra un árbol, y después vemos al espíritu de Johnny flotando hacia el cielo, que fue cuando me di cuenta de que había muerto. Me alegré de que al menos los otros tres chavales siguieran con vida, pero no entendí la moraleja.
Al final sale Johnny sobrio, hablando en el cielo con Jesús, que lleva la típica barba, la aureola y la túnica blanca, pero a mí me recuerda a un jugador profesional de béisbol y no sé por qué. Tiene esa pinta. Supongo que es por la melena despeinada y la barba larga, pero al mismo tiempo se le ve muy arreglado. No parece un paleto ni nada de eso. ¿Sabes a qué me refiero?
—Siento haberte decepcionado —dice Johnny.
—Pediste que te diera mi perdón y yo te he perdonado porque eres cristiano —responde Jesús.
Me pareció muy considerado.
—Gracias por salvar la vida a mis amigos.
Entonces Jesús se pone muy triste y tú sabes que los amigos no han sobrevivido. Estuve a punto de dejarlo ahí, porque estaba bastante seguro de la estupidez que venía a continuación:
—¿Por qué no les hablaste de mí a tus amigos antes de que muriesen? —dice Jesús—. Tuviste muchas oportunidades de hacerlo.
—¿Están muertos? —contesta Johnny con expresión de terror.
Y en la siguiente viñeta se ve a los otros tres chillando y tapándose la cara, rodeados de lenguas de fuego que están a punto de tragárselos.
—Ahora podrían estar en el cielo contigo, Johnny. Pero no les hablaste de mí.
Johnny se echa las manos a la cara y rompe a llorar.
A continuación venía una lista de números a los que podías llamar, además de sitios web, para poder entregar tu vida a Jesús.
«¡Jesús!», pensé.
Era una historia extrañísima que me había dejado algo confuso, así que me acerqué a Lauren y dije:
—No sé si lo he entendido.
Me miró con una expresión repentina de ansiedad y dijo:
—No quieres ir al infierno, ¿verdad?
Estuve a punto de decir que no creía en el infierno, pero estaba resuelto a besar a Lauren al estilo Bogart y por lo tanto no quería decir nada que pusiera fin a la conversación. Había visto suficientes películas suyas para saber que en lo que respecta a mujeres hermosas uno tiene que esperar a que pase el momento de locura y, a pesar de que estábamos manteniendo una conversación de locos, ella cada vez me parecía más atractiva. Además, nunca había hablado tanto tiempo con una chica de mi edad y no quería fastidiarla.
—Si Johnny había bebido como los demás y se había acostado con la chica, ¿por qué no va al infierno?
—Porque había acogido a Jesús en su corazón.
—¿Qué quieres decir?
—No importa lo que hayas hecho: si acoges a Jesús en tu corazón, irás al cielo. La sangre de Jesucristo purifica nuestro corazón.
—Entonces, ¿basta con decir las palabras mágicas?
—¿Qué?
—Que si dices «Jesús, entra en mi corazón», ¿estás cubierto? Con eso ya vas al cielo, ¿no? ¿Es así?
—Tienes que decirlo en serio.
—¿Y cómo sabes si lo dices en serio?
—Lo sientes en el corazón y Dios también lo sabe. ¿Qué tienes tú en el corazón?
Lauren me señaló el pecho.
—No lo sé —dije.
Tenía el corazón lleno de deseo. Quería besar a Lauren como la chica del cómic había besado a Johnny cuando estaban en el coche. Quería «aparcar» con Lauren, me moría de ganas. Eso es lo que me pedía el corazón.
—¿Quieres venir el domingo a mi parroquia? —me preguntó Lauren.
—¿Estarás tú?
—¡Claro que sí! Mi padre es el pastor. Si quieres, puedes sentarte conmigo en el banco de mi familia. ¡Estamos en primera fila!
No quería ir a misa, pero sabía que sería bueno para la causa.
—Vale.
Ese domingo fui a la parroquia de Lauren y me di cuenta de que había pasado por delante un millón de veces sin ni siquiera fijarme en ella ni pensar en qué significaba todo aquello. Era un edificio de piedra de aspecto medieval con una aguja impresionante, el clásico campanario, rosetones con vidrieras, cojines rojos en los bancos y todo eso[46].
Dentro los hombres llevaban traje y, como yo iba con vaqueros y un jersey, me sentí un poco cohibido. De todos modos, ni lo mencionaron, y me pareció un detalle muy considerado por parte de los asistentes.
Lauren estaba sentada en el primer banco con su madre, que también acaparaba miradas allí donde iba. El día prometía mucho[47].
Más que madre e hija parecían hermanas, y eso me hizo pararme a pensar en la posibilidad de que creer en Jesús te mantenga siempre joven. Aunque luego caí en que si eso fuese cierto, Linda sería la mayor fan de Jesús que te puedas echar a la cara: sería capaz de ahogar a un bebé en la bañera si con eso fuese a parecer diez años más joven.
Lo mejor de la iglesia era el gigantesco órgano que había al fondo, en una especie de balcón. Sonaba tan fuerte que cuando el organista tocaba, el aire prácticamente vibraba ante tus ojos. Escuchando la música me sentí como si hubiese retrocedido en el tiempo, aunque no sé muy bien por qué.
Para que la experiencia me resultase más interesante, fingí ser un antropólogo del futuro enviado a observar la vida religiosa del pasado.
Se anunciaron una serie de actividades de la iglesia, como la reunión del grupo de estudios bíblicos, que se reunía a tal o cual hora, las cenas de la parroquia, quién necesitaba ayuda, quién estaba ingresado en el hospital y cosas así que me gustaron porque me dio la sensación de que allí todos cuidaban unos de otros como si fueran una gigantesca familia.
No cabe duda de que le veía cierto encanto.
A continuación todo el mundo se puso a cantar —cosa que también me gustó porque no te encuentras a varios cientos de personas cantando a la vez en cualquier parte— y después el padre de Lauren dio un sermón sobre la humildad y sobre cómo ser humilde nos puede ayudar a servir a Dios, cosa que no entendí del todo bien.
Si dios existe y creó el universo, como toda esa gente creía, ¿por qué iba a necesitar nuestra ayuda, por no hablar de nuestras alabanzas?
¿Por qué iba a necesitar que nosotros le sirviéramos?
¿Era posible que dios fuese todo poderoso y emocionalmente dependiente al mismo tiempo?
No tenía demasiado sentido, y supe que me iba a costar gran esfuerzo comunicar esa idea a mis superiores del futuro cuando, como antropólogo y viajero en el tiempo, les diese parte de las religiones antiguas.
Después de eso hubo más cánticos de los que me habían gustado y al final todos hicimos cola para estrecharle la mano al padre de Lauren, porque era el líder de aquella iglesia.
Era como si él mismo fuese un dios, y había tantos lameculos entre los asistentes que la cola tardaba una eternidad en avanzar.
Cuando por fin llegó nuestro turno, el pastor Rose me dio unos golpecitos en la espalda y me dijo:
—¿Eres el pez que ha pescado mi Lauren?
«¿Pez?», pensé. Aquello se ponía cada vez más extraño.
—Supongo que sí —dije mientras me preguntaba por qué demonios llevaba una toga de graduación.
—Ven a verme a mi despacho algún día y hablaremos de hombre a hombre sobre los aspectos más delicados de la cristiandad, ¿vale?
—Prefiero hablar con Lauren —dije.
Por la forma en que me miró, supe que no tenía que haberlo dicho.
—En ese caso, cuando decidas seguir a Jesús en serio, estaré a tu disposición. Los jóvenes como tú necesitáis un mentor y ese es el trabajo de un hombre, hijo mío. Lauren es una gran joven cristiana, de eso no cabe duda; pero te ha traído aquí por un motivo. Ven a verme, ¿de acuerdo?
Me guiñó el ojo —te lo juro— y le estrechó la mano al siguiente de la fila, de modo que Lauren y yo avanzamos y nos fuimos a comer a una especie de gimnasio que había en el sótano, donde habían colocado mesas y sillas, y olía a calcetines sudados y estofado.
—¿Qué te ha parecido? —me preguntó Lauren mientras comíamos y bebíamos de platos y vasos de plástico.
Supongo que la misa estuvo bien y me gustó lo de cantar y el órgano, pero en general, todo me había resultado un poco tonto. Sin embargo, fui lo suficientemente listo como para no decírselo a ella. Lo que hice fue entrar en modo Bogie:
—Estás preciosa con ese vestido.
Era de color violeta oscuro con tirantes finos, y le llegaba hasta las rodillas. Lauren era como una de esas plantas exóticas que atraen a los insectos hasta sus encantadoras trampas pegajosas y se los comen. Cuando la miraba, quería que me engullese.
—Gracias —dijo ella—. Entonces, ¿quieres entregar tu vida a Jesús?
Estaba a punto de decir una mentira cuando, de pronto, un chaval rubio y musculoso con cara de jugar a fútbol americano se acercó a ella por detrás y empezó a masajearle los hombros.
—Hola, ranita —dijo.
¿Ranita? ¿En serio?
—¡Hola! —dijo ella en un tono que confirmó que aquel no era un miembro cualquiera de la congregación. Se parecía mucho al Johnny del panfleto y nada en absoluto a mí—. Leonard, este es Jackson, mi novio. Jackson, te presento a Leonard.
—Me han dicho que estás listo para hacer de Jesús tu Señor y tu Salvador —me dijo Jackson—. Así es como debe ser.
—¿Te gusta aparcar? —le pregunté, pero no sé por qué.
Seguramente porque estaba furioso y me quería marchar. Sentía que Lauren me había tendido una trampa. Una cosa era que ella me pescase, pero que me presentase a su novio después de engatusarme era absolutamente inaceptable. Había usado su destreza de femme fatale para llevarme hasta la iglesia con el timo de la estampita y resulta que ya tenía un novio de aspecto mucho más normal que el mío. De hecho éramos de dos tipos completamente diferentes.
—¿Alguna vez habéis ido a aparcar?
—¡Leonard! —dijo Lauren, porque, aunque le costó unos instantes, había pillado la referencia.
—¿De qué hablas? —dijo Jackson con cara de confundido.
Miré el reloj que había en la pared del gimnasio. Recuerdo que lo protegía una malla para que no se rompiera con el impacto de las pelotas de baloncesto[48].
—¿Ya es la una menos cuarto?
Entonces empecé a decir más mentiras, aunque esas eran para escapar. La fantasía Bogie-Bacall se había hecho añicos temporalmente, así que quería salir de allí como fuese.
—¡La hostia! Tengo que ir a darle media vuelta a mi abuela, que está en cama. Si no la giramos cada cuatro horas le salen escaras. Cuando estoy en clase se ocupa mi abuelo, pero se niega a hacerlo en fin de semana. Dice que los fines de semana son para él, cosa que me parece muy egoísta, hasta que me acuerdo de que tiene Alzheimer. No se lo puedo tener en cuenta. Bueno, pues me voy.
Me levanté, atravesé la cancha, subí las escaleras y salí al aire fresco de la tarde.
Lauren me siguió. Iba diciendo:
—¡Espera! Déjame hablar contigo. ¿Qué está pasando? Creí que te habías tomado lo de Jesús en serio.
Me di media vuelta y dije:
—Soy un ateo ferviente. No creo en el infierno, así que no me da miedo. La verdad es que solo quería ir contigo a aparcar, como los chavales del panfleto que me diste, porque me pareces muy guapa, como Lauren Bacall, y me pareces muy distinta de las chicas del instituto. Y supongo que admiro que te pongas a la salida de la estación a dar folletos e intentar salvar a la gente tú sola. Cuando te conocí me pareciste muy interesante, mucho más que cualquier chica que haya conocido; pero en la iglesia no pareces la misma. Aquí ser cristiano no es arriesgado porque en la parroquia todos lo sois y tú eres una más; sin embargo, en la estación me pareciste una entre un millón. Y yo también soy uno entre un millón y eso es así y ya está. Así que vamos a romper, no lo dudes. Me parece increíble que tu novio se parezca tanto a Johnny el del panfleto. La hostia, ¡te mereces algo mejor!
Lauren se quedó boquiabierta.
—Estoy un poco loco. Bueno, más que nada estoy solo —dije, porque parecía una niña confundida y yo volvía a sentir lástima de ella. Supongo que solo me gustaba cuando estábamos a solas—. A veces me paso el día siguiendo a los adultos de aspecto triste y abatido que encuentro en el tren, y pensé que teníamos eso en común, hacer cosas raras en la estación y…
—¿Estás bien, Lauren? —dijo Jackson.
Había aparecido de la nada y le estaba frotando los hombros y mirándome con tal rabia que pensé que quería matarme antes de que me diese tiempo a acoger a Jesucristo en mi corazón, y por lo tanto —según él— acabaría ardiendo en un mar de llamas.
—Está perfectamente —dije—. Me voy. Problema resuelto.
Y me marché.