—¿Y él qué hace en realidad?
—¿Disculpe?
—Dios, no sea, ¿qué es lo que hace en realidad?
—Bueno —respondió el vicario lentamente—, creo que no es cuestión de lo que Dios hace.
—Lo es para mí.
KEVIN BROOKS, Killing God (2009)
Después de dejar que Ben volviera a su departamento, me sorprendió ver que me dirigí hacia arriba en lugar de bajar a mi casa. No estaba consciente de lo que hacía, es decir, no era algo que hubiera planeado o algo así. Lo único que sabía era que las escaleras llevaban a la azotea, así que supuse que algo en mi interior sí sabía lo que pasaba.
Subí dos tramos más de escaleras desde el piso treinta y llegué a una puerta de hierro que estaba cerrada con candado. Era una entrada que iba del piso al techo. Estaba asegurada con una gruesa cadena de metal y un enorme candado de bronce. Sujeté el candado, cerré los ojos y luego dejé que la energía corriera por mi brazo y llegara a mi mano. Un momento después, comencé a sentir que algo se movía dentro del candado. Escuché tenues clicks: el metal del metal sobre el metal, y de repente, se abrió.
Quité la cadena, entré y cerré la puerta detrás de mí. Entonces me encontré frente a otra puerta de acero reforzado y con un letrero que advertía: PROHIBIDO PASAR SIN AUTORIZACIÓN. Estaba cerrada, por supuesto, pero no con candados. Había un teclado numérico en la pared. Solo necesitaba él código de seguridad para poder entrar.
Ningún problema.
Hackeé la base de datos del Ayuntamiento, escudriñé un montón de datos de seguridad relacionados con los edificios de Crow Town y encontré el código de cuatro dígitos. Lo ingresé, 4514, y abrí la puerta. Al entrar me encontré en un cuartillo lleno de todo tipo de cachivaches. Alacenas, repisas, tubos, cables, controles de calefacción. Había una escalera de metal pegada a la pared del fondo. Conducía a una puertita que también estaba cerrada con candado. Subí por la escalera, usé mi energía para abrir el candado, empujé la puertita y subí a la azotea.
Había dejado de llover, pero cuando cerré la puertita y caminé a la orilla de la azotea sentí el fresco aire nocturno en mi escaso cabello. Estaba treinta pisos arriba del suelo y podía ver a kilómetros y kilómetros a la redonda. Las luces brillaban en todos lados, luces de casas, de departamentos, los faroles de las calles, luces de tránsito, ríos enteros de iluminación. Y más allá, en la distancia, pude ver la fulgurante iluminación de Londres, los edificios de oficinas, las lujosas torres departamentales, calles y más calles pletóricas de tiendas, de teatros, de tráfico.
Pero por supuesto, ya lo había visto todo antes. Lo veía todos los días, cada vez que me asomaba por la ventana. Sin embargo, desde aquí, afuera en la azotea, la vista parecía ligeramente distinta: más amplia, más clara, más grande, más real.
Me senté con las piernas cruzadas justo en la orilla.
Crow Town se preparaba para la noche allá abajo, en la oscuridad. Había grupos de chicos deambulando por ahí, en las esquinas, bajo el abrigo de las sombras de los edificios, a un lado de la calle. Otros atravesaban el conjunto en choces o en bicicletas. Los tenues sonidos vagaban por la noche; los gritos, los ladridos de los perros, coches, música… Pero aquí, en la cima del mundo, todo era paz.
Miré hacia la noche sin estrellas y lo único que pude ver fue un inagotable mundo de oscuridad y vacuidad. Pero yo sabía que no estaba vacío. El cielo, la atmósfera, el aire, la noche, el mundo entero estaba lleno de la vitalidad de las ondas de radio. Estaban por todos lados, a mí alrededor, todo el tiempo. Señales de televisión, de radio, de teléfonos celulares, WiFi microondas, VHF, UHF, ondas electromagnéticas.
Estaban en todos lados.
Y a pesar de que no podía verlas, sí podía percibirlas. Me podía conectar a ellas. Podía conocerlas.
Cerré los ojos y me sintonicé, de manera aleatoria, a una llamada de teléfono celular:
—…está pasando la oficina de correos de la Avenida Principal —decía alguien—. Pasas la oficina de correos y ahí adelante hay un pub. Ahí es.
—¿Cuál pub? —preguntó alguien más—, ¿el George?
—No, ése está al otro lado de la calle…
Y otra conversación al azar:
—…¿por qué no? Dijiste que si no lo volvía a hacer, no habría problema.
—Sí, ya sé, pero lo hiciste…
Y otra más.
—…ya deshazte del maldito, ¿sí? No puede hacer eso, lo voy a…
Y en algún lugar, alguien le enviaba un correo electrónico a una chica llamada Sheila. En él le decía que, a menos de que se pusiera en orden, no volvería a ver a su bebé jamás. Alguien más enviaba un correo electrónico a alguien de Coventry desde una dirección supuestamente imposible de rastrear. Pero yo la rastreé:
—…el aspecto biológico es sencillo —decía—, cualquiera puede fabricar una botella de gérmenes, dejarla caer en el suministro de agua y matar a 100,000. El mártir se comprometería a no dejar ningún rastro de su participación.
Y alguien más le estaba enviando un horrible mensaje de texto a una chica llamada Andrea; en él le decía una cantidad tremenda de cosas degradantes…
Y luego, en la red, Dios mío, había un mundo completo en la red. Un mundo de tantas cosas… buenas, tristes, demenciales. Era como el mundo real: igual de maravilloso y bello, pero también igual de vil, enfermizo y descorazonador.
Dejé de escanear.
Había demasiadas cosas sucediendo ahí; demasiadas de ellas eran terribles y yo no sabía cómo lidiar con algo así. Todo eso que ahora sabía pero de lo que no quería estar enterado, todo lo nocivo, lo perverso, todo… yo lo sabía. También sabía que podía hacer algo al respecto, o por lo menos, que podía hacer algo respecto a una parte de lo que sucedía. Por ejemplo, podía averiguar quién le había enviado ese repugnante mensaje de texto a Andrea y por qué; podía investigar dónde vivía, podía ir a ver a esa persona y tratar de convencerla de que enviar mensajes así era algo despreciable. Pero luego, ¿qué sucedería con los otros millones de actos repugnantes?, ¿todo aquello que es un millón de veces peor que enviar mensajes mala onda?, ¿los abusos, horrores, las cosas enfermas que la gente se hace entre sí; las cosas respecto a las que no podría hacer nada porque estaría muy ocupado tratando de ayudar a Andrea?, ¿asuntos como planes terroristas para matar a 100,000 personas con un arma biológica?
¿Qué se suponía que debía hacer al respecto a esos asuntos?
No podía solucionar todo, ¿verdad?
No era Dios.
Era solo un chico.
«Además —me dije— por lo menos estás tratando de hacer algo respecto a una parte de todo lo malo; como lo que le sucedió a Lucy. Y eso es mucho más de lo que Dios hace. Es decir, Dios lo echa todo a perder, ¿no? Solo se sienta ahí regodeándose en sus súper poderes, exigiendo adoración…».
Ya eran las 21:42:44 y ya comenzaba a hacer frío. Me puse la capucha y encendí la iPiel para calentarme con la energía eléctrica. Cuando miré desde la orilla de la azotea, me pregunté cómo me vería desde abajo: una figura tenuemente iluminada, sentada con las piernas cruzadas en la parte más alta de un edificio de departamentos.
Como una especie de Buda bizarro con capucha.
Un iBuda delgado que brillaba en la oscuridad.
O tal vez como una iGárgola.
Volví a cerrar los ojos y abrí mi página de Bebo. Había dos mensajes de aGirl: uno viejo que decía ¿ya te fuiste?, y el otro, un poco más extenso, había llegado cinco minutos antes. Decía:
disculpa si te hice demasiadas preguntas y eso te ahuyentó o algo así, pero tenía curiosidad. Tienes que admitir que eres bastante ¡peculiar! está bien, o sea, no tienes que decirme nada si no quieres no te preguntaré nada más, pero por favor no te vayas, si quieres solo podemos hablar.
aGirl
Vi que Lucy estaba en línea, así que le respondí:
no, está bien, no me ahuyentaste, es solo que he estado un poco ocupado. Ya volví. Así que, bueno, ¿cómo te sientes? Ya no te escuchas tan decaída como la vez pasada. ¿Están mejorando las cosas?
hola otra vez, iBoy. Me da gusto que hayas regresado. No, las cosas no están mejorando en realidad y no creo que jamás lo hagan, pero ya no me siento tan vacía y tan muerta. Creo que hablar me ayuda bastante; hablar contigo, por supuesto. También tengo un amigo que se llama Tom, él es muy amable y me escucha. ¿te puedo preguntar algo acerca del muchacho al que casi aventaste por la ventana? ¿sabes lo que me hizo?
sí.
¿en verdad lo ibas a empujar?
no lo sé. ¿Qué pensarías si te dijera que sí?
no sé una parte de mí cree que merece morir, pero hay otra parte que me dice que no, que eso está mal. ¿sabes a qué me refiero?
sí, sé muy bien de lo que hablas.
hablemos de otra cosa.
okey. ¿cómo de qué?
¿en dónde estás?
estoy sentado en el cielo
sí, claro. ¿cuál es tu verdadero nombre?
solo te lo voy a decir si me cuentas acerca de tom.
¿qué quieres saber?
¿es tu novio?
¡no! lo conozco desde siempre porque crecimos juntos. No es mi novio, solo es un amigo cercano. Me cae muy bien y creo que yo a él también. La verdad es que no creo que yo le guste, solo se preocupa por mí. Yo también me preocupo por él. Creo que es un chico bastante nostálgico.
tal vez sí le gustas y no sabe cómo decírtelo.
tal vez, pero, ¿a ti por qué te interesa eso?
no, solo me daba curiosidad.
está bien, ya contesté a tu pregunta. Ahora contesta la mía, ¿cuál es tu verdadero nombre?
ya lo sabes
te veo luego.
iBoy.
Me apagué, abrí los ojos y me puse de pie con cuidado. Eché un último vistazo al vacío, di la vuelta y me fui a casa.