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Para ponerse un disfraz brillante y luchar contra

el mal no se necesita estar loco, pero sí resulta

ser útil.

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Cuando llegué al departamento, Abue venía saliendo del baño.

—¿No ibas a ver a Lucy? —me preguntó.

—Ajá, sí iba… voy a subir. Es solo que se me olvidó algo.

Abue me miró en espera de que le dijera qué se me había olvidado.

—Mi teléfono —dije—; lo dejé en mí cuarto.

—Ah, bien —dijo—. ¿Qué tienes en las manos?

—¿Cómo dices?

—Tienes pintura roja en las manos.

Las miré y traté de pensar rápido en una explicación.

—Ah sí, es que había grafiti en la puerta de Lucy. Ya sabes, algo despreciable. Traté de borrarlo.

Abue suspiró y negó con la cabeza.

—¿Por qué no pueden solo dejarla en paz? Es decir, solo Dios sabe por lo que ha atravesado esa niña.

Encogí los hombros.

—A eso es a lo que se dedican, Abue.

—Lo sé —dijo y volvió a suspirar—, es solo que, bueno, ya sabes.

—Sip.

—Me miró.

—¿A Lucy no le incomoda que vayas a verla?

—Creo que no. Es decir, dijo que no había problema, además como que le sirvió de algo que fuera. —Me encogí de hombros—. Pero no sé para qué.

Abue sonrió.

—Le gustas, siempre le has gustado. ¿Te acuerdas cuando te pidió que te casaras con ella?

—¿Casarme con ella?

Abue asintió.

—Fue hace muchísimo tiempo, creo que tenían unos seis o siete años. Estaban sentados en el piso de la sala jugando con el Lego o algo así. Entonces ella volteó hacia ti y te preguntó; «¿Te casarías conmigo cuando sea grande?».

—¿En serio?, ¿y qué le contesté?

Abue lo pensó por un momento y luego volvió a sonreír.

—Creo que no le dijiste nada, solo te pusiste a llorar.

Me reí.

—Ja, sí, suena típico de mí. Siempre tan hábil con las chicas.

Abue retomó su trabajo y yo fui a mi cuarto y fingí que buscaba mi teléfono. Todavía me sentía bastante agotado. Aproveché para sentarme en la orilla de la cama un minuto y recargar baterías antes de volver a subir al departamento de Lucy.

Cuando estaba sentado, pensando en todo lo que había sucedido con O’Neil y los otros, tratando de dilucidar si había arreglado la situación o si solo la había empeorado, sentí que Lucy estaba entrando a su cuenta de Bebo. Unos minutos después, había un mensaje de ella en mi inbox:

iBoy, ¿eras tú?

¿Era yo quién?

yo sé que ERAS TÚ. ¿quién eres?

soy quien tú quieras que sea.

Entonces me salí.

Mi mente rezumbaba demasiado para descansar. Me levanté de la cama, me puse la chamarra y volví a subir al piso treinta.

Escoria, perra, puta… Sabía que solo eran palabras, y que las palabras, como dicen por ahí, no te pueden lastimar. Pero cuando estuve ahí afuera del departamento de Lucy, cuando vi esas inquietantes palabras pintadas con crudeza en la pared y la puerta, supe que sí lastiman.

Estiré la mano a la pared con la palma al frente. Luego cerré los ojos y me concentré. Poco después comencé a sentir una energía entre mi mano y el muro. Era una especie de resistencia tangible, como un campo magnético. Abrí los ojos y moví la mano sobre las palabras, presioné con delicadeza la resistencia hacia la pintura, y entonces, el grafiti comenzó a desprenderse.

Fue muy rápido. Cuando terminé, ya no quedaban rastros. Usé el mismo tipo de energía para limpiar la pintura que aún tenía en las manos. Cuando acabé, toqué a la puerta de Lucy.

Su mamá había salido; ella trabajaba en la sucursal local de Tesco. Ben tampoco estaba, así que Lucy estaba sola. No creí que fuera buena idea verla en esas condiciones, sobre todo después de la visita que le había hecho aquella docena de Cuervos. Pero para Lucy yo no estaba al tanto de nada de eso, así que solo mantuve la boca cerrada e hice una notita mental para recordar que más adelante tendría que sostener una tranquila, y posiblemente amenazadora, conversación con Ben.

—Tom, jamás creerías lo que acaba de suceder —dijo Lucy cuando nos sentamos en el sofá de la sala.

—¿Te ganaste la lotería? —pregunté.

—No, no. Acaba de suceder, hace como media hora —sacudió la cabeza con incredulidad—. Dios, fue tan bizarro, todavía no lo puedo creer.

Comenzó diciéndome todo lo que pasó con O’Neil y los otros. Me dijo que se había sentido muy atemorizada cuando se dio cuenta de que estaban afuera, sobre todo cuando le gritaron por la ranura del buzón. Dijo que luego escuchó otra voz y los ruidos típicos de una pelea: gritos, insultos, gente corriendo. Se asomó por la ranura y vio que un chico rarísimo, con la piel de colores, estaba poniendo en su lugar a O’Neil.

—… o sea, la piel le brillaba, Tom, te lo juro. Era como si estuviera cubierto de tatuajes de neón o algo así. Los tatuajes se movían, solo que… no eran tatuajes.

Fue demasiado extraño escucharla contarme la historia. En parte porque tenía que fingir que no sabía nada. Vaya, tenía que ir diciendo: «¿Qué?», «No… ¿en serio?». Además, Lucy se veía tan vigorosa, tan llena de vida, que parecía la antigua Lucy. Y como que no me quedaba claro lo que eso me hacía sentir. Como es obvio, por un lado me daba mucho gusto, es decir, parecía que Lucy volvía a ser la misma y, ¿qué de malo podría haber en eso? Bueno realmente no había nada de malo. Nada en lo absoluto. Pero, para ser honestos, creo que, por otra parte, me sentía un poco celoso. Lucy estaba tan emocionada, tan encantada y tan llena de curiosidad respecto al misterioso desconocido que había llegado galopando a rescatarla, que me daban ganas de decirle que había sido yo. Quería que se emocionara por , no por iBoy. Ya sé que suena patético, egoísta, infantil, y lo que quieran y manden, pero, como dije, solo estoy tratando de ser honesto, y así fue como me sentí.

—¿Tom? —la oí decir—, ¿me estás escuchando?

—Lo siento —contesté mirándola—, es solo que…

—¿Crees qué sea él?

—¿Quién?

Suspiró.

—El chico de Bebo, del que te acabo de contar. ¿Tú crees que sea la misma persona?

—¿La misma persona que quién?

—Que el otro chico —dijo, impaciente—. El que trató de aventar a O’Neil por la ventana.

—Ah, ya —dije, fingiendo que me caía el veinte—. Entonces tú crees que este chico de Bebo podría ser el chico héroe, ¿no es así?

—Ajá. ¿Tú qué opinas?

Me encogí de hombros.

—Bueno, pues no sé, o sea, el tipo que viste en el corredor, el que tiene la piel rara, ¿estás segura de que era real?

Por supuesto que era real. ¿Cómo no podría serlo? —sacudió la cabeza, enojada—. ¿Qué estás tratando de decir, Tom?, ¿qué yo inventé a este chico?

—No, no, no quise decir eso. Solo pensé que, bueno, tal vez estabas cansada o algo así. Ya sabes.

—Yo sé lo que vi, Tom. ¿Sabes qué?, si no me crees…

—Sí te creo.

—Si quieres puedes preguntarle a Ben. Aquí estaba; él lo vio. Ben te puede contar si no me crees.

—Okey, okey —dije, elevando las manos—, ya dije que te creo, ¿no? Te creo, Luce.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Es solo que yo…

—¿Qué?, ¿es solo que qué?

—Nada, no sé, estupideces mías. Discúlpame.

Negó con la cabeza y me lanzó una mirada hostil de nuevo.

—A veces puedes ser tan idiota.

—Lo sé, perdón.

Continuó mirándome durante un segundo o dos, pero Lucy jamás había podido quedarse enojada conmigo durante mucho tiempo. Así que después de un rato, su mirada se suavizó y su rostro se relajó lo suficiente para sonreír.

—Bueno, bueno —dijo—, no tienes que disculparte conmigo por hacer estupideces. Ya estoy bastante acostumbrada.

—Gracias.

—De nada.

Mientras estábamos sentados ahí, sonriéndonos, no pude evitar darme cuenta de que Lucy no se veía tan retraída como la ocasión anterior. Tenía puestos jeans negros y una camiseta blanca, y no llevaba maquillaje ni calcetas. Además se acababa de lavar el cabello y se veía muy bien. Se veía, mmm, no sé, solo se veía bien.

—¿Qué? —me preguntó al mismo tiempo que, con toda conciencia, se apartaba el cabello de la cara—. ¿Qué pasa?

—Nada —le respondí y miré en otra dirección—. Bueno, ¿y dónde está Ben?, ¿dices que salió?

—Ajá. Le pedí que no lo hiciera pero me dijo que era urgente.

—¿Urgente?

Se encogió de hombros.

—Recibió un mensaje antes de salir. Tal vez tuvo que encontrarse con alguien. No lo sé. —Lucy se agachó y se rascó el pie—. Bueno, pero, vaya, debiste haber visto a este tipo, Tom. Fue sorprendente. O sea, cuando tenía a O’Neil en la ventana, realmente pensé que…

Mientras ella seguía contándome acerca de lo increíble que era iBoy, yo rastreé el celular de Ben. Estaba en la planta baja de Baldwin House. Abrí sus mensajes de texto y ahí encontré uno de alguien que se identificaba solo como T. Decía: aquí ahora. Ben había contestado: no puedo lo siento. T respondió: AHORA! O TE MUERES. Y Ben, como era de esperarse, escribió: ok en 5.

Traté de rastrear el cel de T. Estaba en la misma área que el de Ben, pero no pude investigar más. Era un teléfono nuevo, con prepago y sin registro, por eso mi iCerebro no pudo decir mucho más sobre él. Sin embargo, mi cerebro normal me dijo que tal vez T era Troy O’Neil.

Me quedé en el departamento de Lucy hasta las ocho en punto, cuando regresó su madre. Para ese momento Lucy por fin había dejado de hablar de iBoy, así que pudimos pasar una hora, más o menos, hablando de trivialidades: programas de televisión, chismes de la escuela, música. Solo las divertidas y viejas ondas de siempre.

Cuando Lucy me acompañó a la puerta, le dije:

—Si alguien te vuelve a molestar, solo llámame, ¿okey? Es decir, ya sé que no soy tan súper heroico como tu maravillosísimo míster iBoy; pero…

—Ya cállate —Lucy sonrió y me dio un golpecito en el brazo.

La miré.

—No, en serio, Luce, cualquier problema que tengas, o si te quedas sola en casa, cualquier cosa: llámame.

Asintió con una sonrisa.

—Gracias, Tom —y entonces, sin decir una sola palabra, se estiró y acarició mi cicatriz con mucha delicadeza—. Cosquillea —dijo en voz baja.

—Es que soy Electro-Man —le dije—. En serio, bastante electrizante.

—Ajá —dijo sonriente—, ya quisieras.

Ben no esperaba verme parado en el corredor cuando se abrieron las puertas del ascensor, pero yo sí esperaba verlo a él.

Noté su desagrado de verme.

—Tom, ¿qué estás haciendo…?

—Quiero hablar contigo —le dije al mismo tiempo que lo sujetaba del brazo y lo sacaba del ascensor.

Comenzó a alejarse de mí.

—La verdad es que no tengo tiempo.

—Sí, sí tienes —le dije, y le apreté el brazo con más fuerza. Lo conduje por el corredor hasta pasar por su departamento. Luego abrí la puerta de las escaleras—. Siéntate —le ordené.

—¿Qué pasa?

—Siéntate.

Hizo lo que le dije y se sentó con vacilación en los escalones. Yo me senté junto a él.

—¿Qué te pasa, eh? —le pregunté.

—¿Qué? Nada.

—Ayer que hablé contigo hiciste el teatrillo de que te estaba consumiendo la culpa de lo que le había pasado a Lucy, ¿te acuerdas? Dijiste que no podías evitar pensar que todo había sido tu culpa.

—Ajá, ¿y?

—Bueno, entonces, ¿por qué hoy, veinticuatro horas después, la dejas sola en el departamento después de que los animales que la violaron le meten un tremendo susto?

—No —dijo con firmeza y negando con la cabeza—, ella estaba bien.

—La dejaste sola, por Dios santo.

—Sí, ya sé, pero no iban a regresar.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Bueno, quiero decir que no creí que lo hicieran.

—Es que eso no importa —lo interrumpí—, ése no es el punto. El caso es que dejaste a Lucy sola —lo miré con desprecio—. ¿Qué no lo entiendes?

Bajó la mirada y se quedó viendo al suelo con incomodidad.

—Dios, Ben —suspiré—, eres un imbécil, en serio que lo eres.

Se encogió de hombros.

Me quedé un rato sentado mirándolo, tratando de sentir lo mejor de él, pero no podía encontrar nada. Después de un rato, le pregunté en voz baja:

—¿Qué quería Troy?

Levantó la cabeza de golpe y se me quedó viendo.

—¿Qué?

—Troy O’Neil, ¿qué quería contigo?

—¿Cómo sabes que era Troy?

—Nada más adiviné. ¿Qué quería?

—Nada.

—¿Que qué quería? —le repetí.

Ben solo negó con la cabeza.

—Tú mamá está en casa —le recordé—. ¿Quieres que entre y le cuente que te robaste un iPhone?

—No —dijo en voz baja.

—Entonces dime qué quería Troy.

Ben suspiró.

—No tiene nada que ver contigo.

Me levanté como si fuera a hablar con su madre.

—No —dijo rápidamente al tiempo que me sujetaba del brazo—, no quise decir eso, es solo que…

—¿Qué? —le dije y le quité la mano de mi brazo; luego volví a sentarme—. ¿Qué fue lo que quisiste decir entonces?

—No tenía que ver contigo. O sea, Troy no quería verme para hablar de ti. Quería hablar de un tipo.

—¿Qué tipo?

Ben frunció el ceño.

—Mierda, no lo sé. Fue algo que pasó cuando Yo y los demás estaban afuera del departamento. Es un tipo que… demonios. No sé ni lo que es. Tenía algo muy raro en la cara, como luces o algo así, solo que no eran luces. Era una especie de camuflaje, como una máscara. No lo sé, solo salió de la nada y comenzó a golpear a todo mundo. Dios mío, era increíble. Y tenía una de esas pistolas Taser, ¿ya sabes? Son unas armas eléctricas como las de la policía. Le disparó con ella a todo mundo.

—¿Ah sí?

—Hasta trató de aventar a Yo por la ventana. Tal vez lo habría hecho de no ser porque Yo le metió un karatazo.

—¿Ah sí?

—Ajá, Yo sabe karate. Le pegó al tipo en el cuello y entonces el tipo lo dejó ir.

—¿Tú viste eso?

—Ajá, sí, yo vi todo. Por supuesto Troy quería verme, quería saber todo respecto al tipo, porque, bueno, pues había tratado de matar a su hermano.

—Y entonces le dijiste a Troy todo lo que habías visto.

—Ajá.

—¿Alguna otra cosa?

—¿Cómo qué?

—¿Le dijiste algo más?

—No.

—¿Estás seguro?

—Ajá, sí.

—No suenas muy convencido.

Ben me miró.

—No le dije nada más, ¿está bien? No sé nada más.

Me le quedé viendo.

—Más te vale no decirme mentiras.

Se encogió de hombros.

Luego le dije:

—Y bueno, ¿tú qué crees que va a hacer Troy respecto al tipo de la Taser?

Ben volvió a encoger los hombros.

—Supongo que encontrarlo.

—¿Y luego?

—Lo más probable es que lo mate.