Me han usado/han abusado de mí/me han golpeado/me han
quebrado.
PENNYWISE
«BROKEN»
Eran como las siete y media de la tarde cuando toqué la puerta de Abue y entré a verla. Las cortinas todavía estaban abiertas y a través de su ventana pude ver el brillo rojo-anaranjadón de un atardecer distante que se desvanecía sobre el horizonte. Abue estaba sentada escribiendo en su escritorio, rodeada de papeles, libros, ceniceros y tazas de café vacías.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó.
—Muy bien, gracias.
—¿Pudiste dormir?
—Ajá, un poquito.
—¿Tienes hambre?
—No, no, estoy bien. Gracias.
Me sonrió.
—¿En qué piensas?
—Bueno, pues estaba pensando en ir a ver a Lucy, ya sabes. Solo para decirle hola y ver cómo le va. ¿Qué opinas?, ¿crees que sería correcto?
—No lo sé —dijo Abue titubeante—. Supongo que si Michelle lo considera adecuado, y si Lucy siente que puede recibirte, entonces está bien. Porque tal vez no pueda, ¿sabes? Es decir, creo que no ha salido de departamento desde lo que sucedió. —Abue me miró—. Tal vez no quiera ver a nadie, en especial a ningún chico.
—Ajá, sí, ya sé. Pero pensé que le puedo pedir a la señora Walker que le pregunte a Lucy si quiere verme y, luego, si dice que no, pues me voy. No pienso presionarla o algo así.
—¿Y qué tal si primero le marcas? —sugirió Abue. Me negué con la cabeza.
—Sí, ya había pensado en eso pero siento que no es lo correcto. Preferiría solo subir.
—Bueno, pues está bien. Pero ten cuidado, Tommy.
—Sip. Se acercó para acariciar mi mejilla y tuve que concentrarme mucho para no darle toques. No estoy segur de cómo lo hice pero al parecer funcionó. No gritó ni retiró la mano de golpe o algo así.
—¿Estás seguro de que estás bien? —me preguntó.
—Ajá.
—¿Seguro?
—Estoy bien, Abue.
—Bien, ya te dije, ten cuidado. ¿Está bien?
—Ajá —le dije mientras me ponía la chamarra—. Te veo al rato; no me tardo.
—¿Llevas tu teléfono?
—Ah, ajá, síp. Lo llevo.
Había dos chicos en el ascensor cuando me subí. Uno de ellos era un chavo negro de Baldwin House cuyo nombre no conocía. El otro era un tipo que se llamaba Davey Carr. Davey vivía en el piso veintisiete y había sido mi mejor amigo en la secundaria. En aquel entonces siempre andábamos juntos, en la escuela, en los jardines, cerca de las vías del tren y en los lotes baldíos. Antes Davey era buena onda, pero hace un par de años comenzó a juntarse con algunos de los Cuervos, con varios de los más grandes. A pesar de que insistía mucho en que me les uniera, yo realmente no le encontraba el chiste al asunto, y fue por eso que comenzamos a distanciarnos después de algún tiempo.
—Hey, Tom —me dijo cuando subí al ascensor—. ¿Todo bien?
—Ajá, sí. ¿Tú qué tal? —le pregunté mientras apretaba el botón del piso treinta. Me hizo un gesto con la cabeza y sonrió. Pero se veía un poco nervioso. Las puertas del ascensor se cerraron.
Davey me sonrió.
—¿A dónde vas Tom?, ¿algún lugar emocionante?
—Voy a ver a Lucy. La sonrisa se le borró de la cara.
—¿Ah sí?
—Sí. ¿Tienes alguna idea de quién lo hizo?
—¿Quién hizo qué?
—La violaron, Davey, y a Ben le dieron una paliza. Solo me preguntaba si sabías algo al respecto.
Negó con la cabeza.
—¿Por qué tendría que saber algo?
Solo me le quedé viendo.
—No —dijo, negando de nuevo con la cabeza—. No sé nada, en serio. Ni siquiera…
—Hey —le dijo el chavo negro—, no tienes que decirle nada. Dile que se joda.
Lo miré. El ascensor se detuvo. Piso 27.
El chico negro me sonrió.
—Oye, ¿qué demonios ves?
Las puertas se abrieron. Me conecté con el celular que el chico traía en el bolsillo trasero del pantalón, y en un instante, un instante casi inexistente, ya había descargado y escaneado todo lo que había en él. Nombres, números telefónicos, textos, fotos, videos. Todo.
—Tú eres Jayden Carroll, ¿verdad? —le dije cuando iba saliendo del ascensor con Davey.
—¿Y? —dijo.
—¿Ya le contestaste el mensaje a Leona que te envió anoche? —le pregunté en un tono muy casual mientras oprimía el botón de cerrar puertas—. Ya sabes, ese en el que te preguntaba si la amas —le sonreí—. No creo que sea muy buena idea dejarla esperando mucho tiempo por la respuesta.
—¿Qué diablos…? —comenzó a preguntar cuando las puertas del ascensor se le cerraron en la cara y yo seguí subiendo hasta el piso treinta.
Sabía que había sido una estupidez hacer eso, provocarlo de esa manera. Sabía que era inútil y hasta un poco patético. Pero no me importaba, me hizo sentir bien y, en ese momento, eso era lo único que me importaba. El departamento de Lucy estaba justo al final del corredor. Cuando iba caminando hacia allá, me di cuenta de lo alterado que estaba. Siempre me sentía un poco nervioso cuando iba a ver a Lucy, pero en esta ocasión había algo distinto. Era una mezcla de nerviosismo con ansiedad, miedo a lo desconocido. ¿Qué le iba a decir?, ¿qué podría decirle?, ¿cómo se comportaría?, ¿estaría interesada en verme siquiera?, ¿por qué habría de estarlo?, ¿qué tenía yo de especial?, ¿qué tenía para ofrecerle? Me detuve frente a la puerta de su departamento. La palabra PERRA estaba pintada con aerosol rojo brillante a todo lo ancho. Me quedé parado ahí un momento sin hacer nada más que ver el inquietante garabato, y por un momento me sentí más enojado que nunca. Quería golpear a alguien, quería lastimar a alguien en verdad. Quería descubrir quién lo había hecho y luego aventarlo desde lo alto del edificio. Me dolía la cabeza. La herida me palpitaba. Cerré los ojos, respiré lentamente, traté de serenarme.
—Mierda —susurré para mí—. Los malditos…
Esperé hasta que mi cabeza dejó de palpitar. Luego volví a respirar para calmarme y toqué el timbre. La mamá de Lucy tenía antecedentes de alcoholismo y problemas con drogas. En general era algo que ya había quedado en el pasado de no ser por los ocasionales tropezones que de repente tenía, sin embargo, cuando abrió la puerta y me miró estuve seguro que había retomado sus viejos hábitos. Se veía terrible. Tenía la piel seca y gris, los ojos inyectados y ligeramente perdidos. Parecía que no se había lavado ni peinado el cabello como en una semana.
—Hola, señora Walker —le dije—. Soy yo, Tom.
Entrecerró los ojos para verme mejor.
—Tom Harvey —le expliqué—. El amigo de Lucy…
—Ah sí, ya. Claro, Tom, disculpa. Me acabo de despertar, es que estaba, ah… —se talló los ojos—. ¿Cómo estás, Tom? —de repente notó la herida en mi cabeza—. Oh, Dios, sí, claro, tu cabeza. Estabas en el hospital. Lo siento, se me había olvidado.
—Está bien —le dije—. No se preocupe.
—¿No?, bueno, quiero decir, yo solo… —parpadeó con mucha pesadez—. Entonces, ¿cuándo volviste a casa, Tom?
—Hoy. Esta mañana.
—Ah, sí, bueno.
—Me preguntaba si…
—¿Quieres ver a Lucy?
—Bueno, solo si…
—Pasa, pasa. Voy a ver si ya se despertó. Estaba durmiendo; se cansa mucho.
Cerré la puerta; no me sentía muy cómodo. Mi cabeza estaba llena de preguntas: ¿Qué tal si la mamá de Lucy no estaba preparada mentalmente para decidir si debía dejarme entrar o no?, ¿o tal vez debí esperar afuera?, ¿o tal vez no debí haber subido, para empezar? Pero era demasiado tarde para arrepentirse porque la señora Walker ya me estaba conduciendo a la sala de estar.
—Solo espera un minuto —me dijo—. Voy a ver si ya se despertó.
La vi entrar a su cuarto (y me pregunté por qué había entrado al suyo y no al de Lucy). Luego vi a Ben; estaba sentado en el sofá viendo la tele. A pesar de que los moretones en su rostro habían empezado a desaparecer y las cortadas ya estaban cicatrizando, era bastante obvio que había sido una paliza tremenda. Estaba como encorvado y supuse que era por las costillas rotas; además, tenía la muñeca izquierda envuelta con un venda que se veía bastante larga.
—Hola, Ben —le dije—. ¿Cómo estás?
Se me quedó viendo.
—¿Cómo crees?
Miré alrededor. El departamento era un desastre. Cajas de pizza vacías en el suelo, botellas, latas, platos sucios. Había montañas de ropa en la mesa del comedor, pilas de periódicos sobre el burro de planchar. Las cortinas estaban cerradas y entraba muy poca luz. Volví a mirar a Ben.
—¿Quieres que hablemos de lo que pasó?
—No.
—Okey, entiendo. Pero si llegas a cambiar de opinión…
—Dije que no, ¿ajá?
—Okey.
En ese momento la señora Walker salió de su cuarto. Me sonrió, aunque debo decir que era una sonrisa bastante vaga.
—No te tardes, ¿sí, Tom? Todavía no se acostumbra a ver gente, se cansa mucho.
La miré.
Volvió a sonreír. Con un ligero y tembloroso movimiento de la cabeza me señaló cuál era la puerta. Supuse que con eso me estaba indicando que podía entrar. Volví a mirar a Ben y vi que seguía inmerso en la televisión. Entonces entré al cuarto.
Las cortinas estaban cerradas y la única luz que había la proveía el tenue brillo anaranjado de un calentador eléctrico que estaba en el piso. Había algo en el lugar que me daba la sensación de que le pertenecía a un enfermo. Tal vez era que la pesadez de ambiente, la luz tenue, la falta de energía. No sabía qué era. Solo se sentía un lugar sin vida.
Lucy estaba sentada en la cama con las rodillas pegadas al pecho; tenía puesto un suéter holgado, pants y gruesas calcetas de lana. Yo estaba parado ahí en el marco de la puerta, esforzándome por sonreír; entonces, me di cuenta de inmediato que ella ya no era la misma Lucy. Estaba demasiado pálida, tenía la piel reseca y algo en ella parecía haberse encogido. Era como si todo su ser, su cuerpo, su mente y su corazón estuvieran tratando de alejarse del mundo con desesperación. A pesar de lo tenue de la luz, alcancé a ver la aflicción en sus ojos, los moretones que estaban desapareciendo de su rostro y, más que nada, pude ver que había pasado por el peor hecho imaginable. Que habitaba en ella y que ahora formaba parte de su ser.
La habían violado.
Me sonrió ligeramente.
—Hey, Tom, ¿podrías cerrar la puerta?
La cerré.
—Disculpa el desastre —dijo mirando alrededor. Me señaló una silla que estaba junto a la cama—. Te puedes sentar…
Me acerqué a la silla.
—Lo siento —repitió y se dio cuenta de que en la silla había ropa y unos libros apilados.
—Permíteme…
—Está bien —le dije y le quité la ropa y los libros.
—Disculpa —repitió. Sonrió inquieta—. No sé por qué me la paso disculpándome.
—¿Perdón? —sonreí.
Ella también sonrió, pero fue una sonrisa débil.
Me senté en la silla y la miré. Siempre me había encantado cómo lucía, su desordenado cabello rubio, sus lindos ojos azules, los labios ligeramente torcidos. Siempre me había gustado esa imperfección, siempre me había hecho sonreír. Otra cosa que también siempre me había gustado de estar con Lucy era que podíamos mirarnos sin incomodidad. Podíamos estar juntos, eso era todo. Estar juntos y mirarnos sin que ninguno estuviera consciente de ello. Sin embargo ahora noté que ella no dejaba de fingir arreglar su cabello y jugueteaba con el fleco. Entonces supuse que lo que en realidad estaba tratando de hacer era cubrir el espantoso moretón amarillento que le rodeaba el ojo derecho. Quería decirle que no tenía que cubrirlo por mí, pero no estaba seguro de que hubiera una manera adecuada de expresar algo así. O sea, si ella quería cubrirlo, si eso la hacía sentirse mejor, ¿entonces para qué decir que no lo hiciera?
La verdad es que ni siquiera sabía qué decirle. ¿Qué le dices a una chica que fue violada?
¿Qué le puedes decir?
—Está bien —dijo Lucy en voz baja—. Es decir, ya sabes.
—Sí —susurré.
—¿Cómo está tu cabeza? —me preguntó.
Por instinto levanté la mano y me toqué la herida.
—Ah, está bien; y ya ni siquiera me duele. —La miré, quería preguntarle cómo estaba ella, pero no sabía cómo hacerlo. En lugar de eso, me vi algo estúpido y le dije—: Este es tu cuarto, ¿verdad?, Porque, antes era el de tu mamá.
—Ajá —dijo distraída, mirando alrededor—. Bueno, de hecho sigue siendo el cuarto de mi mamá, es solo que, yo, yo ya no podía dormir en el mío. —Bajó la mirada—. Porque ahí sucedió, ya sabes, ahí es donde… en mi cuarto.
—Oh, sí.
—No puedo entrar ahí, bueno, todavía no. Me hace sentir, ya sabes —encogió los hombros—; es por eso que me he estado quedando aquí.
—Debe haber sido terrible —dije sin pensar—, o sea, lo que sucedió.
—Ajá —murmuró—. Sí, fue terrible.
—Lo siento —dije de inmediato—. No quise…
—No, no —dijo Lucy—, está bien, en serio. Sucedió, no tiene caso fingir que no, ¿verdad? —Me miró—. Sí sucedió, Tom.
—Lo sé y lo siento, siento mucho que haya sucedido, Luce.
—Yo también —dijo con tristeza.
—¿Puedes…? O sea, ¿quieres…?
—¿Qué?, ¿hablar de eso?
—Ajá.
—¿Para qué?, ¿qué caso tiene? O sea, hablar del asunto no va a cambiar nada, ¿verdad?
—No, supongo que no.
Me miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No puedo, Tom, no puedo hacerlo. Sé que debería pero no puedo.
—¿A qué te refieres?
—No puedo decirle nada, ya sabes, a la policía. No le puedo decir a nadie.
No puedo.
—Sí, lo sé.
No le di la razón solo porque era lo más sencillo, se la di porque la tenía. Yo estaba seguro de que ella sabía quiénes la habían atacado, pero si se le ocurría llegar a decírselo a la policía, estaba muerta. Además, ya había soportado una pesadilla interminable de abusos, ataques verbales y físicos, y quién sabe qué tanto más.
—Y la cuestión es —susurró Lucy con la voz quebrándosele por las lágrimas—, la cuestión es que, incluso si lo hiciera, ya sabes, incluso si le dijera a la policía quién lo hizo, de todas formas los culpables se saldrían con la suya, ¿no es cierto?
—Bueno…
Sacudió la cabeza en negación.
—Vamos, Tom, ya sabes cómo funciona. Porque aunque pudiera identificarlos y darle nombres a la policía; o sea, no importa cuánta evidencia tengan, ADN, huellas digitales, lo que sea: no va a pasar nada. —Todavía le temblaba la voz, pero ahora también se escuchaba enojada—. Lo único que tienen que hacer es decir que fue consentido que estuve de acuerdo. Ya sabes, porque soy una perra, porque es lo que dice en mi puerta, ¿no?
Ahora sí estaba enojada; estuve a punto de levantarme y abrazarla, solo para consolarla un rato, pero, de nuevo, no sabía si era lo correcto.
—¿Y Ben? —le pregunté.
—¿Ben? —dijo casi escupiendo el nombre—. ¿Qué con él?
—Bueno, sería imposible que dijeran que él estuviera de acuerdo en que lo golpearan, ¿no crees?
Lo negó con la cabeza.
—Ben no va a decir nada. Tiene demasiado miedo. Ya le dijo a la policía que no había podido verlos porque todos tenían capuchas o pasamontañas.
—¿Y sí?
—¿Sí qué?
—¿Sí traían pasamontañas?
Me miró titubeante.
—Algunos sí, pero no los que lo hicieron. —Lucy resolló con intensidad—. Querían que supiera que eran ellos y que no les importaba que los viera. Porque sabían que no iba a poder hacer nada al respecto.
Comenzó a llorar. Las silentes lágrimas recorrían sus mejillas y lo único que pude hacer fue quedarme ahí sentado y tratar de no llorar. Nunca me había sentido tan inútil, pero es que no sabía qué hacer. ¿Debería tratar de consolarla?, ¿sería eso lo que ella querría?, ¿el consuelo sería lo indicado? O tal vez solo tenía que sentarme y escucharla llorar. ¿Debería estar ahí para ella?
Estaba pensando en todo eso y sentí que la herida me palpitaba de nuevo. Supuse que algo estaba pasando en mi cabeza, que alguna parte ciberconectada de mí estaba tratando de hacer lo que creía correcto.
Pero por el momento no quería involucrarme con lo que pasaba en mi cabeza. Fuera lo que fuera, no era lo indicado en ese momento.
—¿Está bien tu cabeza? —me preguntó Lucy otra vez mientras volvía a resollar con fuerza para contener las lágrimas y me miraba desconcertada—. ¿Por qué hace eso?
—¿Hacer qué? —le pregunté sintiéndome avergonzado de repente.
—No sé… —Lucy frunció el ceño y me miró perpleja—. Ya se detuvo; fue como una especie de… —con la mano señaló a un lado de su cabeza y movió los dedos, justo en el mismo lugar donde yo tenía la cicatriz—, estaba brillando, ya sabes, como con un resplandor.
Me miró.
—En serio, Tom, fue algo muy loco.
Me encogí de hombros.
—Tal vez fue un efecto de luz o algo así.
Ella lo negó con la cabeza.
—No lo creo.
—Pues me siento muy bien —le dije mientras me frotaba con distracción la herida, como si con eso pudiera probar que no había ningún problema—. Entonces, eh, —comencé a decir al mismo tiempo que trataba de pensar en alguna forma de cambiar de tema. Pero no se me ocurría nada apropiado.
—¿Entonces… qué? —me preguntó.
—Nada. —Le sonreí bastante incómodo—. Te iba a preguntar cuándo volverás a la escuela, pero, ya sabes, es una pregunta bastante estúpida.
—Ajá, sí, bueno, no sé —dijo distraída—. La verdad es que no lo había pensado. Supongo que tendré que regresar en algún momento, tal vez después de Semana Santa. Pero por lo pronto todavía no me puedo hacer a la idea. No sé si algún día podré hacerlo, para ser franca. Es solo que, como que no quiero hacer nada. No quiero ver a nadie ni hablar, no quiero pensar en nada. Lo único que quiero hacer es quedarme aquí con las cortinas cerradas. No, vaya, ni siquiera quiero hacer eso. —Su voz era como un susurro quebrado—. Me arruinaron, Tom. Esos malditos me arruinaron por completo.
—Sí.
—Mira, creo que es mejor que te vayas. Lo siento, es que…
—Está bien —le dije sin alterarme y me puse de pie.
—Tal vez en otra ocasión.
—Sí, sí, claro. —La miré—. Si quieres, podría venir mañana. O no, es decir, como tú quieras.
—Sí —murmuró—, mañana. Sería lindo. Es solo que necesito estar sola ahora.
Asentí y me dirigí a la puerta.
—Gracias, Tom —la escuché susurrar.
Me sonrió con tristeza.
—Lo que quiero decir es gracias por, no sé, gracias por escuchar y todo lo demás. Fue, fue, bueno, ya sabes. Gracias.
—Sí, no hay problema —le dije—, te veo luego, Luce.
—Ajá.