El universo que observamos tiene precisamente las
propiedades que de él deberíamos esperar si, en el fondo,
no hubiera diseño ni objeto, ni bondad. Nada más que una
ciega y despiadada indiferencia.
RICHARD DAWKINS
River Out of Eden: A Darwinian View of Life (1995)
De pronto, abro los ojos y veo a Lucy al otro lado del interior de la bodega. La cabeza me palpitaba, tenía la visión borrosa y en la boca sentía el agrio sabor de la sangre. Después de forcejear inútilmente durante unos momentos, me di cuenta de que casi no me podía mover. Estaba atado a una viga de acero con trozos de alambre que me constreñían. Mis manos, mis pies, incluso en el cuello, todo estaba amarrado con tanta firmeza que lo único que podía mover era la cabeza.
Pero nada de eso importaba.
Lo único que importaba era Lucy.
Estaba como a veinte metros de distancia, al otro lado de la bodega. Estaba arrodillado y Ellman estaba frente a ella con un largo cuchillo plateado en la mano. La boca de Lucy continuaba sellada pero Hashim ya no le estaba apuntando a la cabeza. Ahora estaba a mi lado, y en cuanto se dio cuenta de que yo había recobrado el conocimiento, levantó su pistola y la puso a la altura de mi cabeza.
En cuanto Ellman percibió el movimiento de Hashim, volteó hacia donde estábamos. Su cuchillo atrapó la tenue luz amarilla de una linterna eléctrica que colgaba de la pared, y por solo un instante, el destello de luz que reflejó pareció iluminar toda la bodega. Era un lugar bastante extenso; las paredes cubiertas con láminas de metal estaban llenas de óxido; el suelo de concreto parecía desmoronarse y del techo colgaban docenas de cables eléctricos pelados. Fuera de eso, no había mucho más que ver. Tal vez solo los remanentes de las antiguas máquinas, algunas cajas de madera rotas, latas vacías de gas, un par de sillas desvencijadas…
—¿Qué opinas? —me preguntó Ellman—, ¿te gusta?
No le contesté, estaba demasiado ocupado escudriñando el lugar para ver en dónde estaban los otros. Hashim estaba junto a mí, como mencioné antes; O’Neil estaba atrás de Ellman y Lucy, apoyado en el marco de una ventana; Tweet estaba fumándose un churro con toda calma, sentado en una de las viejas sillas. Marek y Gunner, los conductores de las camionetas, estaban a mi izquierda, supervisando todo junto a unas puertas de madera.
Eran seis.
Yo era uno.
Y ni siquiera tenía mis iPoderes.
—¿Qué pasa, muchacho? —me preguntó Ellman—. ¿Ya no vas a platicar conmigo?
Elevé la mirada y lo vi cruzar la bodega para acercarse a mí. Me sonrió.
—¿Cómo está tu cabeza? Todavía no he roto nada ahí dentro, ¿verdad?, ya sabes, ¿no te rompí algún circuito o algo así? —se detuvo a unos cuantos metros—. ¿O tal vez sucede que, sin señal, no puedes saberlo? —metió la mano a su bolsillo, saco la Blackberry y revisó la pantalla—. Nop —dijo, negando con la cabeza—, todavía no hay barritas aquí —me miró sonriendo—. ¿Y tú?, ¿tienes señal?
No le contesté.
Volvió a poner su teléfono en el bolsillo y me dijo:
—Supongo que sin señal, estás jodido —me miró—. ¿Estoy en lo cierto?
Continué sin contestarle pero él no dejaba de sonreír.
—Sin señal, sin WiFi, sin cel, sin energía… —sacudió la cabeza hacia el frente, fingiendo que me golpeaba con ella como lo había hecho poco antes— y sin campo de fuerza —miró a Hashim—. ¿Tú qué opinas, Hash?
Hashim sonrió de oreja a oreja.
—Ja, sí, yo diría que ya se jodió por completo.
Ellman se acercó un poco más y me miró directo a los ojos.
—Claro que también podrías estar fingiendo, ¿no es así? Podrías estar fingiendo que no tienes poderes para hacernos creer que podemos relajarnos para que, cuando menos nos lo esperemos, ¡zap! —dio una fuerte palmada—, nos frías a todos —volvió a sonreír burlonamente—. Él único problema es que no puedes freírnos a todos, ¿verdad? Porque en este momento tal vez solo nos alcanzarías a mí y a Hash, pero los demás están demasiado lejos. Así que, incluso si pudieras acabar con dos de nosotros, todavía quedarían Tweet por allá, Gunner y Marek, ah, y no olvides a Yoyo. ¿Ves a lo que me refiero? Aunque nos hicieras volar a mí y a Hash, de todas formas seguirías atado a esa viga y Yoyo todavía tendría oportunidad de ponerse a jugar con tu noviecita.
Miré a Lucy. Seguía arrodillada en el mismo lugar con la cabeza agachada; sus ojos vacíos e inmóviles, estaba conmocionada en la nada.
No podía permitir que le sucediera algo.
No otra vez.
Tenía que actuar.
—¿Tú qué opinas, Hash? —escuché que preguntaba Ellman—, ¿crees que esté fingiendo?
—Como tú dices, no importa —dijo Hashim—, de todas formas se van a joder los dos —comenzó a reírse de una forma tan infantil y peculiar que, por alguna razón, me irritó demasiado. Limpié el interior de toda mi boca con la lengua, giré la cabeza y le escupí sangre en la cara.
—¡Imbécil! —gritó, echándose para atrás.
Ellman reía mientras Hashim se limpiaba el escupitajo de sangre. Volví a mirar a Lucy y me di cuenta de que no se había movido; seguía arrodillada, como muerta para el mundo.
—¡Luce! —le grité— ¡Lucy!
Levantó la cabeza y volteó a verme lentamente.
—¡Todo va estar bien! —le dije—. ¡No te preocupes, todo va a estar…
Hashim me golpeó con el cañón de la pistola y un dolor inconmensurable me atravesó la cara. Traté de que mi llanto no fuera evidente, pero fue imposible ocultarlo. El dolor era tan crudo, tan profundo, que sentía como si me hubieran destrozado la cara. Volteé a donde estaba Hashim y, con los ojos entrecerrados por el ardor, lo vi levantar la pistola de nuevo con la mirada llena de ira. Me preparé para recibir el siguiente golpe.
Pero entonces escuché la voz de Ellman.
—Es suficiente.
Vi a Hashim titubear, le urgía lastimarme pero no lo suficiente como para desobedecer a Ellman. Bajó la pistola y dio un paso hacia atrás sin dejar de mirarme con todo su odio.
—Todavía no, ¿okey? —le dijo Ellman—. Quiero que permanezca consciente un rato más, quiero que sepa lo que está sucediendo, ¿está bien?
Hashim asintió.
—Después podrás hacerle lo que se te dé la gana —agregó Ellman.
Luego volteó a verme.
—Ya sabes lo que va a suceder ahora, ¿verdad? O sea, y sabes lo que voy a hacer.
No dije nada, solo me le quedé viendo. Pero en realidad no lo estaba viendo a él; a pesar de que tenía los ojos abiertos, en mi mente los tenía cerrados. En ese momento estaba buscando en lo más profundo de mí. Estaba hurgando en mi iCerebro, en mis iSentidos, mis iPoderes. Buscaba algo, lo que fuera, buscaba, buscaba, buscaba…
No había señal ni recepción, pero tenía que encontrar algo, tenía que, tenía que ser iBoy porque solo así conseguiría una oportunidad de salvar a Lucy.
Ellman ya había empezado otra vez a insultarme con el asunto de mi madre:
—… porque te voy a decir otra cosa sobre mí y la pequeña Georgie, algo que realmente te va a poner a pensar…
Pero yo seguía sin escucharlo. No podía hacerlo. Yo era iBoy y no estábamos ahí. Estábamos en lo más profundo de nosotros, tratando de salir, extendiéndonos, extendiéndonos, extendiéndonos hacia afuera, hacia el cielo.
—… y te aseguro que ella también lo pensó porque, vaya, Georgie y yo lo hicimos un montón de veces, y porque hasta cuando ella trabajaba en la calle, me seguía deseando, siempre pasa así…
Sabíamos que estaba ahí, en algún lugar, sabíamos que la señal estaba ahí, tal vez a un kilómetro, tal vez a menos distancia; quizá eran solo unos cien metros, o posiblemente a la vuelta de la esquina. Estaba ahí, estaba ahí… estaban ahí. Las ondas de radio de la estación base más cercana, las frecuencias, los ciclos, los caminos estaban ahí, además de toda la estática extraviada que nos rodeaba. Sabíamos que todo eso también estaba en la bodega. Solo necesitábamos enfocarlo hacia nuestros receptores de señales.
Cerramos los ojos y nos concentramos.
—… así que bueno —continuó Ellman—, la cuestión es que cuando Georgie se embarazó, en verdad era muy probable que fuera mío, y si efectivamente era mío… vaya, pues, demonios…
Entonces se rio.
—¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo?
Entonces comenzamos a sentir algo, como un empuje, como una fuerza en el aire, algo que nos elevaba, que nos estaba sacando de la cabeza, que expandía nuestro alcance y lo llevaba allá del techo, que lo llevaba hacia el cielo nocturno, por encima de los viejos edificios y fábricas, y entonces…
—Yo podría ser tu maldito padre.
Y entonces la teníamos.
—¡Oye!, ¿me estás escuchando?
Teníamos la conexión, una conexión sólida.
—¡Di algo, imbécil!, ¡di algo, maldita sea!
Teníamos una conexión.
Abrí los ojos en mi mente y vi el rostro de Ellman, desfigurado por la ira, perdido en el mío.
—Si fueras mi padre —le dije—, me suicidaría.
Sin decir una sola palabra, levantó el largo cuchillo plateado y con delicadeza colocó la afilada punta en mi frente. Rasgó con ella mi piel teniendo mucho cuidado de no cortar muy profundo y correr el riesgo de que me desmayara. Yo, efectivamente, sentí el dolor y calidez de mi sangre cuando se derramaba por mi cara.
Pero eso no cambió nada.
Seguíamos conectados.
—Maldito superhéroe —me dijo con desprecio al mismo tiempo que revisaba la ensangrentada punta del cuchillo—. Al parecer a ti te sale sangre igual que a cualquiera de los otros imbéciles a los que he cortado —me miró—. Ahora sí te vamos a ver suplicar.
Cuando se dio vuelta y comenzó a caminar hacia Lucy, sentí que la energía en mi interior empezaba a expandirse. Pero ¿qué podía hacer con ella? De nada serviría lanzarles una descarga a Ellman y a Hashim porque después, yo todavía seguiría amarrado. Por otra parte, el alambre con el que estaba amarrado a la viga era tanto y estaba tan apretado, que tronarlo o derretirlo con una descarga eléctrica resultaba altamente improbable. E incluso si hubiera podido zafarme del alambre con una descarga y deshacerme de Ellman y Hashim al mismo tiempo, bueno, pues todavía habrían quedado O’Neil y los demás. Asimismo, aunque existía una mínima probabilidad de que después de haberme deshecho de Ellman y Hashim, los otros, Gunner, Marek y Tweet, decidieran retirarse del juego y salir huyendo, estaba seguro de que O’Neil no se echaría para atrás.
Llegaría hasta Lucy antes de que yo pudiera alcanzarlo.
Y yo no podía permitir que eso sucediera.
No podía permitir que ese animal se le acercara otra vez.
Así pues, como Hashim ya lo había dicho con tanta elocuencia: yo estaba jodido.
Fue por eso que, a pesar de que tenía el corazón hecho pedazos, lo único que pude hacer fue quedarme inmóvil y ver cómo caminaba Ellman por entre la luz llena de polvo, hasta donde estaba Lucy.