Yo podría ser un soldado,
enamorándome,
yo podría ser un soldado,
yo podría ser feliz
Shame, «Acércate a mí»
Nunca antes había sentido la cantidad de rabia que me invadía en el momento que empuje la puerta de las escaleras y caminé por el corredor hacia O’Neil y los otros. Era desgastante, brutal y despiadada; sentía como si dentro de mí hubiera un volcán, como si fuera una fuerza de la naturaleza preparándose para hacer erupción. Pero al mismo tiempo, me sentía peculiarmente tranquilo y bajo control.
Tenía el control sobre mi falta de control.
Cuando la puerta de las escaleras se cerró detrás de mí, todos los Cuervos dejaron de hacerlo que estaban haciendo y voltearon a verme. Me movía con rapidez pero sin correr. Iba marchando sobre el corredor hacia ellos; todos mis sentidos estaban alerta, mis ojos lo observaban todo. Vi sus rostros conmocionados cuando notaron mi presencia: una encapuchada figura que resplandecía y titilaba. Dos de ellos corrieron de inmediato y ni siquiera se tomaron la molestia de voltear, solo se dieron la vuelta y se apresuraron en llegar al ascensor.
Los dejé ir.
O’Neil, Firman y Craig retrocedieron unos pasos y dejaron frente a ellos al chico de la pintura en aerosol. Él se me quedó viendo con los ojos bien abiertos, y yo alcancé a leer las palabras que había pintado en la pared del departamento de Lucy: perra, puta. Luego, antes de siquiera darme cuenta de lo que hacía, le arrebaté la lata y comencé a rociarles los ojos con la pintura. Gritó y trato de cubrirse los ojos pero le di una patada en los testículos y lo aventé al piso, y cuando se quitó las manos de la cara para defender su entrepierna, le rocié todavía más pintura.
Los otros tres ya me venían encima; llegaron por atrás para tratar de separarme del chico del aerosol, pero antes de siquiera pudieran tocarme, una sacudida de energía recorrió mi cuerpo y de pronto escuché un sonido agudo, como un crujido y los gritos de dolor de los tres Cuervos electrocutados. Cuando volteé a enfrentarlos, vi como se alejaban tambaleantes, tratando de sacudirse el dolor que sentían en las manos. Y entonces noté que me miraban fijamente con un miedo que me parecía despreciable.
Escuché que el niño del aerosol se ponía de pie detrás de mí. Levante el pie y patee hacia atrás; alcancé a darle directo en la cara, y entonces, solo para asegurarme de que no me daría más problemas, giré con rapidez y con mi dedo toqué su cabeza batida de pintura. La descarga que le di fue suficiente para que el cuello diera un fuerte tirón hacia atrás. Luego, cuando se arrastraba por el corredor gimoteando y lamentándose, alcancé a ver que le había dejado una quemadura del tamaño de mi dedo en la cabeza.
Volteé hacia los otros tres. Firman y Craig lucían como si ya hubieran tenido suficiente, de hecho, ya se estaban retirando hacia el ascensor pegados a la pared. Sin embargo, ninguno de ellos quería ser el primero en correr; O’Neil todavía estaba tratando de resistir el ataque, pero cuando me acerqué a él, Firman negó con la cabeza y murmuró:
—A la fregada.
Entonces dio la vuelta y corrió hacia el ascensor. Craig no se tardó mucho en seguirlo.
Solo quedábamos O’Neil y yo.
Se me quedó viendo por un segundo mientras se debatía entre correr y pelear; entonces, con un movimiento de cuello como de tipo duro, tomó una decisión. Se metió la mano en el bolsillo de los pants y sacó un cuchillo. No era gran cosa, solo un cuchillo anchito de cocina, con un filo de no más de diez centímetros. A pesar de eso se veía bastante repugnante y me hizo sentir un poco atemorizado.
Pero la sensación no duró mucho.
Tenía fe en mis iPoderes.
Le sonreí a O’Neil y me acerqué a él. Levanté las manos para ofrecerle mi desprotegido torso. El cuchillo temblaba en su mano.
—Vamos —le dije—, úsalo.
Titubeó, tragó saliva y se me quedó viendo.
Me acerqué más.
—¿Qué pasa? —le pregunté—, te ves como si te hubieras cagado.
Detecté la frialdad en sus ojos; me embistió con el cuchillo apuntando hacia mi vientre. Me estremecí un poco pero sabía que estaba a salvo. Mi escudo de fuerza estaba encendido y cuando el cuchillo chocó con él, salieron chispas. O’Neil soltó un alarido y dejó caer el cuchillo al suelo. Vi hacia abajo: el cuchillo se estaba quemando sin flamas y el mango de plástico se había derretido. Miré a O’Neil, agitaba la mano y le estaba soplando a sus dedos. Tenía el rostro desencajado por el dolor.
Me moví alrededor y me coloqué entre él y el ascensor. Lo único que le queda por hacer era caminar por el corredor hacia el fondo y llegar a las escaleras. Me acerqué más y él retrocedió.
—¿Qué demonios? —preguntó—, ¿quien demonios er…?
—Cállate —le dije—, empieza a caminar por el corredor.
—¿Qué?
Estiré mi mano hacia el y eso lo hizo retroceder.
—Que te muevas —dije—, por el corredor.
Caminó de espaldas hasta el fondo sin quitarme los ojos de encima y se detuvo en el otro extremo.
—Abre la ventana —le dije.
—¿Para qué?
—Solo hazlo.
Se volteó a la ventana que estaba al final del corredor, levantó el pestillo y la abrió todo lo que pudo. No fue mucho porque todas las ventanas de los edificios tienen un sistema de seguridad que impide que se abran por completo. Eso es para evitar que la gente salte… o que arroje a alguien más por ahí.
—Quítate —le dije a O’Neil.
Cuando se hizo para atrás, me acerqué, sujeté los seguros y les inyecté una descarga eléctrica. Los remaches se botaron y pude sacar de un jalón los seguros. Cuando levanté el marco de la ventana. Se pudo abrir por completo esta vez.
—Mierda, hombre —escuché murmurar a O’Neil—, ¿que estás haciendo?
Lo agarré antes de que pudiera escapar. Con una mano sujeté su garganta y le di una descargar que fue suficiente para que dejara de forcejear. También fue suficiente para que se callara. Lo único que pudo decir cuando comencé a pasar su cabeza y su cuerpo a través de la ventana abierta, fue:
—Nnnng, nnng, nnng…
No sé que tan lejos habría llegado si Lucy no hubiera aparecido de repente en su puerta gritándome que me detuviera. Creo que no habría empujado a O’Neil por la ventana porque yo no soy así. Creo que solo estaba tratando de asustarlo, pero bueno, nunca lo sabré con seguridad. Porque en ese momento escuche la voz de Lucy diciendo: «¡No!, ¡no lo hagas!», y entonces toda la frialdad y la brutalidad de mi ira desaparecieron de repente, y por un momento no supe quién era o qué era.
Miré al fondo del corredor y la vi. Estaba de pie afuera de su puerta. Ben estaba detrás de ella. En sus ojos pude notar una preocupación genuina: en verdad no quería que empujara a O’Neil por la ventana, y yo, no podía entenderlo. O’Neil la había violado, le había hecho la peor cosa imaginable, ¿cómo era posible que no quisiera que lo matara?
—Pero tú dijiste… —me escuché decir.
Lucy frunció el ceño.
—¿Qué?
—Dijiste que querías lastimarlos, que querías matarlos… dijiste que querías que sufrieran.
Sacudió la cabeza sin cambiar su gesto. No estaba seguro si con eso me quería decir que no me había escuchado o que sí lo había hecho, pero no podía entender lo que estaba diciendo.
Mientras sucedía todo aquello, seguramente aflojé un poco mis manos porque de pronto me di cuenta de que ya no estaba sujetando a O’Neil y que se trataba de alejar de mi todo tembloroso. Tenía las manos en el cuello y se dirigía a las puertas de las escaleras.
No lo perseguí.
La ira se había terminado, me sentía vacío, exhausto, casi sin vida. Me preguntaba si no habría usado demasiado poder. Cerré los ojos por un momento y respiré hondo varias veces. Pude escuchar como O’Neil bajaba corriendo por las escaleras. Cuando abrí los ojos de nuevo y vi a Lucy, seguía ahí, mirándome. Al encontrarme con su mirada al otro lado del corredor, de pronto vi un instante repentino de comprensión. Lucy recordó de donde habían salido mis palabras: Dijiste que querías lastimarlos, que querías matarlos… dijiste que querías que sufrieran. Comprendió que las palabras provenían de su blog en Bebo. ¿Y quién era la única persona que lo había leído?
Sus ojos y su boca se abrieron, vi como se movieron sus labios cuando susurro para sí misma: «iBoy».
Decidí irme.
Cuando crucé la puerta de las escaleras y me dirigí hacia abajo, alcancé a escuchar los pasos distantes de O’Neil y el eco que producían en los pisos de abajo. Ya no iba corriendo pero seguía moviéndose a gran velocidad. Entré en mi cabeza y seleccioné el video de los últimos minutos, luego me incliné sobre el pasamanos, vi la mareante caída del huevo de la escalera y dirigí mi atención al teléfono de O’Neil. Le envié el video a su número y, al mismo tiempo, grité su nombre.
—¡Oye, Eugene!
Sus pasos dejaron de escucharse y, al mismo tiempo, escuché el eco de mi voz que retumbaba en el cubo de metal y concreto de las escaleras. Luego, solo se oyó la música del ringtone: In Da Club de Fiddy.
—¡Contesta! —grité.
Hubo una pausa y luego el ringtone dejó de sonar. Le di a O’Neil unos momentos para que abriera el video y viera el contenido: las imágenes de él cuando trató de acuchillarme y el momento en que lo sujeté de la garganta y casi lo aviento por la ventana. Luego volví a llamarlo.
—¿Lo tienes?
Hubo otra pausa.
—Sí.
Su voz era una mezcla de preocupación y desconcierto.
—Si te vuelves a acercar a Lucy otra vez —le grité—, ese video va a aparecer en Youtube. ¿Escuchaste?
Nada. Silencio.
—¿Me ESCUCHASTE? —grité.
—Sí, sí, ya escuché, pero ¿cómo demonios…?
—Lo voy a subir a YouTube y se lo voy a enviar a toda la gente que te conoce. A los Cuervos, a los FGH, a todos, ¿entiendes?
—Sí, pero…
—Sin preguntas. Tienes tres segundos para largarte, después de eso, voy a ir detrás de ti. —Comencé a contar—: Uno, dos…
Él corrió.
Esperé hasta que el traqueteo de O’Neil me indicó que ya había bajado varios pisos más. Apagué mi iPiel y bajé hasta el piso veintitrés.