Mi nombre es Legión, porque somos muchos.
SAN MARCOS 5:9, Nuevo Testamento.
Después de levantar todas las cosas que tenía en la azotea y de bajarlas al departamento, y claro, después de que Abue prácticamente me forzara a decirle cómo me había ido con Lucy, fui a mi cuarto y me acosté en la oscuridad. Traté de no pensar en nada porque no quería pensar en lo absoluto. Lo único que quería hacer era sentir lo que sentía… nada más. Solo quería quedarme ahí tirado con Lucy.
Con el recuerdo de sus ojos de atardecer.
Sus labios.
Su sonrisa.
Su rostro.
Su beso…
Era lo único que había deseado jamás. Lo único que había necesitado jamás.
Ahora lo sabía.
Nada más importaba. La venganza, el castigo, la retribución… nada de eso era relevante. Ni mis iPoderes, mis habilidades, ni mi conocimiento. Nada de eso era yo. Eso era iBoy, y yo no era iBoy, yo era Tom Harvey: un adolescente de dieciséis años perfectamente normal, sin problemas, sin secretos, sin horrores, sin una historia que contar, Solo un chico, eso era todo. Un chico con esperanzas y sueños…
Y con una chica en quien pensar.
iBoy jamás podría soñar.
Jamás podría cumplir un deseo.
Pero Tom Harvey, sí.
iBoy tenía que desaparecer.
Porque ésa era la única forma en que podría recobrar a Tom Harvey y porque Tom Harvey era la única persona que sería con Lucy, siempre. Ése era mi sueño y era lo que más necesitaba en la vida.
Mañana. Lo decidí.
Lo haré mañana.
Lo primero que haré al despertar será contarle todo a Abue. Le diré lo que me pasó, lo que era capaz de hacer, lo que había hecho, lo que sabía. Y luego, con su ayuda, se lo diría a todos los demás que debían estar enterados, a la policía, al doctor Kirby, a Lucy…
Por supuesto que no sería fácil. La policía me interrogaría sobre todo lo que había hecho, los daños causados, la gente lastimada, la forma en que lo había hecho y, tal vez, me arrestarían y levantarían cargos. Claro, todo eso si llegaban a creerme, para empezar. Porque nadie podía asegurar que me creerían. Aunque tal vez después de que se lo explicara al doctor Kirby, y tal vez después de que les demostrara, a él y a la policía, lo que podía hacer con mi iCerebro, entonces tal vez Kirby podría comenzar a trabajar en la manera de entrar a mi cabeza y deshacerse de lo que fuera necesario para que yo pudiera volver a ser normal.
Quizá.
¿Y Lucy?
Dios mío, ¿qué pensaría ella? Es decir, porque incluso si ya tenía una ligera sospecha de que yo podría estar vinculado a iBoy (y claro, después de esta noche estaba bastante seguro de que sí sospechaba algo), ¿cómo reaccionaria en cuanto se enterara de que sí había sido yo quien hizo todo aquello? Y lo peor, que yo era con quien se había estado mensajeando en Bebo, que yo era el que fingía ser alguien más, que le había mentido, que la había traicionado. Que la había utilizado.
Me odiaría.
¿No es verdad?
Me odiaría, me despreciaría… y yo la perdería.
La perdería por tratar de ser honesto.
Pero la única forma de ser honesto con ella, también implicaba decírselo.
En ese momento me di cuenta de que Lucy tenía razón, siempre hay dos partes en todo.
Pasé las siguientes horas recostado en la cama. Me esforcé en pensar lo más pasible, en organizar mi cerebro de forma normal, en tratar de encontrar la manera de ser honesto sin tener que perderlo lodo. Y creo que si hubiera tenido más tiempo, habría tenido la oportunidad de encontrar la respuesta.
Pero no lo tuve.
Nunca tuve la oportunidad de hacerlo.
Alas 02:12:16 sonó el timbre. Yo seguía acostado y todavía estaba vestido; seguía dando vueltas en mi cabeza. Sin embargo, llevaba tanto tiempo ahí en la oscuridad que, para ese momento, ya se había creado una especie de inercia. Mi cabeza estaba inerte, mi cuerpo estaba a miles de kilómetros de distancia. En realidad ya no estaba consciente de mí, pero cuando sonó el timbre, desperté de inmediato.
Algo andaba mal.
Tenía que ser.
El timbre solo suena a las dos de la mañana cuando algo anda mal.
Con mi iCerebro comencé de inmediato a escanear si había celulares cerca. Salté de la cama y corrí por el pasillo. Abue iba saliendo de su cuarto; su cara adormilada y su cabello despeinado me indicaron que el timbre también la había despertada.
—¿Tommy? —preguntó adormilada mientras se amarraba la cinta de su camisón—, ¿qué pasa?
—No lo sé.
El timbre volvió a sonar.
Abue me miró de nuevo con un poco de preocupación.
—¿Quién podrá ser a esta hora de la madrugada?
—No lo sé.
Comenzó a caminar hacia la puerta.
—Bueno, pues creo que mejor voy a ver.
—Espera, Abue —le dije adelantándomele—, yo voy a ver quién.
—No, Tommy —comenzó a decir, pero yo ya había llegado hasta la puerta. Mi iCerebro había detectado la presencia de cuatro celulares en el corredor. Todos estaban en el perfil silencioso.
—¿Quién es? —pregunté.
Hubo un momento de silencio, luego un murmullo apagado, y luego escuché la voz de Lucy.
—¿Tom?
Sonaba desesperada.
—Tom, no… ummmff…
No me detuve a pensar, solo tomé la manija, giré la cerradura y abrí la puerta de golpe. Y ahí estaban todos: Lucy, Eugene O’Neil, Yusef Hashim, un tipo negro al que jamás había visto…
Y Howard Ellman.
Lucy estaba descalza y solo traía un camisón largo; supuse que la habían sacado de su cama. Tenía el rostro lleno de lágrimas y una espantosa cortada justo debajo del ojo derecho. Le habían sellado la boca con una cinta negra adhesiva. Yusef Hashim le apuntaba a la cabeza con una pistola. La pistola, una automática, estaba atada a su mano y a su muñeca con cinta negra de aislar, y su mano y la pistola también estaban atadas a la cabeza de Lucy con más cinta. La mano, la pistola y la cabeza de Lucy, todo estaba atado con cinta. Era como si alguien hubiera preparado una pesadilla.
Miré a Lucy, incapaz de moverme.
Ella estaba petrificada… y yo también.
—Hola, Thomas —dijo Ellman con suavidad—. Me enteré de que me has estado buscando.
Me lo quedé viendo sin poder hablar.
—Mira, solo para que lo entiendas —dijo sonriendo con calma—, el dedo de Hashim está pegado al gatillo de la pistolea, ¿okey? Así que si tratas de golpearlo o algo así, si te cercas a la chica, si tratas de llamar a la policía, si haces cualquier cosa que no me guste, Hashim va a jalar del gatillo y los sesos de tu novia se van a desparramar por todo el lugar. ¿Entendiste?
—Sí —dije en voz baja—, entiendo.
Vi que miró por encima de mi hombro y, cuando volteé para buscar qué era lo que miraba, noté que Abue estaba levantando el teléfono del pasillo.
—¡No, Abue! —grité—, no…
Ellman me empujó y me aventó contra la pared. Se metió hasta donde estaba Abue. Sin pensarlo ni un segundo, le arrebató el teléfono, arrancó el cable y la golpeó en la cabeza con el auricular. Ella ni siquiera hizo ruido, solo se desplomó hasta el suelo y se quedó inmóvil, sangrando profusamente de la cabeza.
—Maldito bastardo —le grité a Ellman.
—Hash —dijo con rapidez.
Un lamento apagado me hizo detenerme justo ahí, y cuando volteé, vi que Hashim había empujado a Lucy contra la pared y que le estaba enterrando el cañón de la pistola en la cabeza.
—Te lo advertí —me dijo Ellman—. Si te mueves, la perra se muere.
Respirando exaltado, lo volteé a ver. Él solo me sonrió.
Miré a Abue en el suelo. Se veía muy pálida y le costaba trabajo respirar. Entre dientes le dije a Ellman:
—Necesita ayuda.
Él se encogió de hombros.
—Depende de ti, puedes ayudarla si quieres, pero solo si no te molesta tener una novia sin cabeza.
Escuché que se cerraba la puerta del departamento y vi que Hashim iba arrastrando a Lucy hacia la sala de estar por el pasillo. O’Nell y el tipo negro los iban siguiendo.
Volví a mirar a Abue y luego a Ellman.
—¿Por lo menos puedo meterla a su cuarto para que esté cómoda?
Ellman sonrió y sacudió la cabeza.
—Tú sabes que eres el único culpable. Si hubieras dejado las cosas como estaban, nada de esto estaría sucediendo.
Miré desesperado a Abue. Su pobre cabello gris ya estaba teñido de sangre y se veía tan pequeña, tan endeble…
Jamás me había sentido así de impotente en la vida.
—Entra ahí —me dijo Ellman al tiempo que señalaba con la cabeza hacia la sala.
Cuando entré a la sala, Hashim y Lucy estaban de pie cerca de la ventana, y O’Neil y el tipo negro estaban solo ahí, parados junto a la puerta.
Ellman me ordenó que me sentara.
Miré a Lucy.
—Lo siento tanto —le dije.
Ella no podía responderme.
—No te preocupes —comencé a decirle.
—¡Que te sientes! —gritó Ellman.
Me senté en el sofá y él en el sillón que estaba frente a mí. Se veía igual que como en la fotografía suya que había visto en el registro de la policía. Claro que, como tenía unos quince años más, ya no se veía tan joven, pero fuera de eso, estaba casi idéntico. Tenía la cabeza rapada, el rostro angular y la misma mirada desalmada. Sus ojos, que en el registro de la policía se describían como azul claro, en realidad eran tan claros que se veían casi transparentes, como el azul de un cielo muy distante. Tenía puesto un traje negro muy costoso, una carísima camiseta negra y unos relucientes zapatos de piel de cocodrilo.
Mi iCerebro me dijo que en el bolsillo del saco negro tenía un Blackberry Bold 9700.
—Muy bien —dijo con calma mientras encendía un cigarrillo—. Así es como va a estar la cosa. Yo te hago una pregunta y tú me respondes. Si no lo haces o si me mientes, le va mal a la perra. ¿Okey?
—Sí.
—Muy bien. —Fumó un poco—. De acuerdo, primera pregunta. Tú eres el chico que se hace llamar iBoy, ¿verdad?
—¿Cómo lo sa…?
—Solo responde la maldita pregunta.
Volteé a ver a Lucy. Tenía la mirada fija en mí pero no podía saber lo que le pasaba por la cabeza. Miré de nuevo a Ellman.
—Ajá —le dije.
—Tú eres iBoy, ¿ajá?
—Sí.
—Entonces tú eres el que ha estado por todo Crow Town jodiéndolo todo, ¿correcto?
—Ajá.
—Haciendo olas y toda esa mierda.
—Sí.
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—Sí, ¿por qué? O sea, ¿a ti qué?
—Nada.
Sacudió la cabeza con incredulidad.
—Nadie hace nada por nada.
—Solo hago lo que creo que es correcto —agregué.
Se rio.
—¿Qué diablos se supone que significa eso?
Señalé a O’Neil con la cabeza.
—Él violó a Lucy. Él, Hashim, Adebajo y todos los demás. Ellos la violaron, por Dios santo. Los malditos la violaron.
Ellman se encogió de hombros.
—¿Y cuál es tu punto?
No había nada en sus ojos, nada en lo absoluto. Ni sentimiento, ni simpatía, ni una pizca de humanidad. Era un hombre enfermo y no tenía objeto hablar con él.
—Olvídalo —suspiré, mirando en otra dirección—. No importa.
—Quieres venganza, ¿no?, quieres darles su merecido. De eso te trata lodo esto, ¿no?
—Sí, si tú lo dices.
—Bueno, ¿es así o no?
No contesté.
De repente Ellman se indinó hacia adelante y me gritó en la cara.
—¡Que me respondas ahora, maldito idiota! ¡AHORA!
—Sí —contesté con lentitud mirándolo de frente—. Es por venganza, de eso se trata lodo esto. Venganza, castigo, retribución. Tú eres tan culpable de lo que le sucedió a Lucy como todos los demás que realmente lo hicieron.
—¿Ah sí? ¿Y cómo llegaste a esa conclusión?
—Porque tientas a la gente para que arruine y destruya todo.
—¿Qué? —preguntó frunciéndome el ceño.
—Tú arruinas a la gente. Tú y tu mundo arruinan vidas —encogí los hombros—. Así que, sí, he andado por todo el conjunto haciendo olas y toda esa mierda porque sabía que te haría enojar y que, al final, vendrías a buscarme. Y supongo que funcionó porque, pues, aquí estás.
Ellman sonrió.
—¿Y ahora qué?, ¿me vas a matar?
—Si tengo que hacerlo, sí.
Se rio y miró a O’Neil y a los otros.
—¿Ya escucharon? Ja, dice que me va a matar si tiene que hacerlo —todos se rieron. Luego él volteó hacia mí de nuevo—. Okey —dijo—, siguiente pregunta: ¿de qué se trata todo esto de iBoy?
Volví a encoger los hombros.
—No es nada en realidad.
—¿Nada?
—Es solo un poco de diversión, ya sabes, vestirse como superhéroe, ponerse un disfraz y una máscara para que nadie me reconozca.
—¿Y en dónde están?
—¿En dónde está qué?
—El disfraz y la máscara, ¿en dónde están?
—¿Por qué?
—Eso no es una respuesta, es otra pregunta —le hizo una señal a Hashim y él volvió a enterrarle la pistola a Lucy otra vez. Ella se estremeció pero no hizo ni ruido.
—Está bien —le dije a Ellman levantando las manos—, está bien, ya no la lastimes más por favor.
—¿En dónde están el disfraz y la máscara? —repitió.
—No hay ningún disfraz —suspiré.
—¿Qué?
—No hay ningún disfraz ni ninguna máscara. Te lo aseguro, soy solo yo.
Ellman se me quedó viendo un momento y luego miró a O’NeiL.
—Yo, busca en su cuarto. Y en los otros también. Ve si puedes encontrar su maldito disfraz de iBoy; el disfraz, la máscara, la Taser, cualquier tipo de aparato.
O’Neil salió y Ellman me miró de nuevo.
—Entonces eres solo tú, ¿verdad?
Asentí.
Ellman sonrió.
—¿Quieres explicarme a qué le refieres?
En ese momento ya no tenía opción. Tenía que mostrarle todo porque, si no lo hacía, si trataba de ocultar lo que era y lo que podía hacer… bueno, ni siquiera podía imaginarme lo que le haría a Lucy.
No podía arriesgarme.
—Observa —le dije a Ellman y encendí mi iPiel. Sentí cómo empezaba a brillar y a titilar, y entonces vi su reacción. No se movió ni dijo nada por un rato, solo se quedó ahí, mudo e incrédulo, contemplando con la boca abierta los cambiantes colores y formas de mi piel. Sin decir nada, le mostré mis manos y luego me levanté la camisa y le mostré el pecho para que viera que la iPiel me cubría por completo.
Después de un rato, susurró.
—Mierda, ¿cómo demonios haces eso?
—Es una larga historia —le dije.
—¿Ya viste, Tweet? —le preguntó al tipo de negro sin quitarme los ojos de encima.
—¡Diablos, sí!
—Mierda —dijo Hashim—, es un maldito fenómeno, hombre.
No pude ver a Lucy, no la había mirado desde que le confesé a Ellman que era iBoy. Y ahora, bueno, pues Hashim tenía razón, era un fenómeno. ¿Y quién, en su sano juicio, quiere involucrarse con un fenómeno?
Apagué la iPiel.
Ellman me preguntó:
—¿Puedes encenderla y apagarla así nada más?
—Ajá.
—Maldita sea —me miró—, ¿y cómo funciona?
—No lo sé.
Escuché a O’Neil rompiendo todo en mi cuarto, vaciando cajones y aventando cosas por todos lados.
—No va a encontrar nada —le dije a Ellman.
—¿No?, ¿y que hay de la Taser?
Suspiré.
No hay ninguna Taser.
—¿Y los teléfonos y las computadoras o lo que sea que hayas estado usando para hackear y todo eso?
Me di varios golpecitos en la cabeza.
—Todo está aquí.
Ellman negó con incredulidad.
—No lo entiendo.
—Si te digo todo, absolutamente todo, ¿me dejas ir a ver cómo está mi abuelita? Solo quiero asegurarme de que esté bien ¿okey? Ya sabes, ponerla cómoda.
Ellman lo pensó por un momento y luego asintió.
—Okey.
Así que comencé a decirle todo. Le conté que Davey Carr me había arrojado el iPhone desde la ventana de Lucy, que me había partido el cráneo y que tenía unos trocitos alojados en el cerebro. Le conté que esos fragmentos se habían fusionado conmigo y que me habían dado todos los poderes que tiene un iPhone y mucho más. Pero mientras le decía todo esto a Ellman, solo podía mirar hacía el suelo y pensar en Lucy. Aunque en realidad se lo estaba contando a ella, todavía no me atrevía a mirarla; solo podía contemplarla en mi corazón.
Cuando terminé de explicar todo, miré a Ellman de nuevo. Tenía los gélidos ojos azules clavados en los míos y no había ninguna emoción en su rostro.
—¿Eso es todo? —me preguntó.
—Ajá, sí, supongo que tal vez no lo crees, pero…
—Muéstrame.
—¿Qué?
—Muéstrame lo que puedes hacer.
—¿Y mi abuelita?, ¿la puedo ir a ver ahora?
—No.
—Pero tú dijiste…
—Te mentí —sonrió—. Ahora muéstrame lo que puedes hacer o voy y traigo a tu abuela y le arranco la maldita cabeza.
Por un momento me le quedé viendo lleno de odio y desprecio; lo que más quería en el mundo era lastimarlo, pero sabía que no estaba jugando. Sabía que él sí era capaz de matar a Abue sin siquiera pensarlo. Así que solo asentí y vi cuando sintió que vibraba su teléfono.
—Contesta —le dije.
Sacó la Blackberry de su bolsillo y abrió el mensaje que le acababa de enviar.
Decía: estás muerto.
Me miró sonriente.
—Estoy impresionado.
—También te envié unas fotografías —le dije.
Abrió las fotografías. Una de ellas lo mostraba golpeando a Abue con el teléfono, la otra era de Hashim y Lucy, en otras se veía a O’Neil y al tipo llamado Tweet.
Ellman las estudió por un rato y luego volteó a verme.
—Y todo esto está en tu cabeza, ¿verdad?
Asentí.
—¿Tienes WiFi?
—Tengo todo.
—¿Entonces podrías estar llamando a alguien ahora?
—Podría pero no lo estoy haciendo.
—Bien, porque ya sabes lo que sucedería si llego a escuchar una sirena o si alguien se acerca a este departamento, ¿verdad?
Asentí.
—No voy a llamar a nadie.
Ellman se inclinó hacia mí.
—Porque no solo le voy a dar cuello a tu perra…
—Ella no es mi perra —dije con frialdad.
—Ella va a ser la primera —continuó después de ignorarme—. Cualquier problema que me des, cualquier cosita, y voy a matar primero a la perra, luego a su familia, a tu vieja, y además, te voy a obligar a verme hacerlo. Luego te voy a matar a ti —sonrió—. ¿Entendiste?
—Sí.
—Okey, bien —encendió un cigarro—. Ahora, ¿qué pasa con todo el asunto ese de la electricidad del que me han hablado? Yoyo dice que le diste toques así, ¿es cierto?
—Ajá.
—Muéstrame cómo lo haces.
Lo miré.
—¿A qué quieres que le dé la descarga? Te la puedo dar a ti si quieres.
Me sonrió.
—Ven aquí, Tweet.
Tweet se acercó y se puso de pie frente a mí. Era enorme, era un tipo grande, fuerte y sólido. En sus ojos no se podía ver la menor traza de miedo. El dolor no le atemorizaba.
—¿Puedes hacerlo sin mandarlo al hospital? —me preguntó Ellman.
Asentí y miré a Tweet.
—Lo puedo lastimar tanto como quieras.
Ellman sonrió.
—Hazlo.
Vacilé por un momento porque estaba pensando en las opciones que tenía. Sabía que podía deshacerme de Ellman y de Tweet con una descarga fuerte, pero aún así, todavía quedarían Hashim y O’Neil. A O’Neil tal vez podría sorprenderlo porque todavía seguía buscando el disfraz en mi cuarto; lo sabía porque lo escuchaba romper todo.
¿Pero y Hashim…?
Me asomé un poco y vi que me observaba. Estaba seguro de que no podría alcanzarlo desde donde me encontraba porque él estaba en el otro extremo de la sala. Además, tenía la mano tan pegada a la pistola, y la pistola tan pegada a la cabeza de Lucy, que, incluso si hubiera podido hacerlo, la pistola se habría disparado con el menor movimiento de su dedo. Por otra parte, supuse que electrocutarlo provocaría que su dedo se moviera.
Entonces miré a Lucy.
Increíblemente, me parpadeó.
Dios, eso me hizo sentir tan bien.
—¿Qué diablos estás esperando? —me preguntó Ellman.
Lo miré, luego miré a Tweet y me estiré para tocar su rodilla. Como ya dije, era un tipo enorme. Así que, solo para asegurarme de que lo sentiría, le di una descarga entre no tan terrible y bastante terrible. Y vaya que la sintió. Aulló de una forma bastante inesperada: sumamente aguda, como si fuera una chica. Cuando salió un rayo azul de su rodilla y la descarga le hizo dar una patada, se desplomó y cayó hasta el suelo.
—¡Mierda! —bufó y se abrazó la rodilla—. ¡Dios mío!
—¿Estás bien? —le preguntó Ellman.
—Sí —suspiró mientras se sobaba toda la pierna—. Maldita sea, eso sí que duele.
O’Neil entró de golpe a la sala después de escuchar el ruido que hizo Tweet al caer.
—¿Qué pasa? —preguntó mirando a Tweet—, ¿qué sucede?
—Nada, todo bien —dijo Ellman y luego miró a O’Neil—. ¿No encontraste nada, verdad?
O’Neil negó con la cabeza sin poder apartar la vista de Tweet.
—No, todavía no, pero no he revisado los otros cuartos.
—No te preocupes —le dijo Ellman—, ya está todo solucionado.
—¿A qué te refieres?
Ellman lo ignoró y volteó hacia mí.
—¿Y siempre tienes que tocar a la gente para hacer eso? O sea, ¿no lo puedes hacer a distancia?
Titubeé por un momento porque el instinto me detuvo.
Ellman gritó.
—Maldita sea, no lo pienses, solo respóndeme.
Suspiré y me di cuenta de que no tenía caso alguno mentir. Si le decía a Ellman que sí podía enviar descargar a distancia, de inmediato querría que se lo probara, y yo no podría. Y si le decía que no se lo iba a demostrar, entonces lastimaría a Lucy. Así que no tenía otra opción más que decirle la verdad.
—Puedo lanzar la descargar hasta un metro de distancia —le dije—, no más.
Asintió al mismo tiempo que veía cómo Tweet se ponía de pie.
—¿Todo bien? —le preguntó.
Tweet me miró con odio.
—Ajá, sí, estoy bien.
Ellman le sonrió.
—No te ves muy bien que digamos.
—Estoy bien —gruño Tweet.
Ellman volteó hacia mí.
—Yo me dijo que trató de apuñalarte pero que le hiciste algo a su cuchillo.
Asentí.
—Es la electricidad, me cubre con una especie de campo de fuerza.
—¿Ah sí? Entonces si Tweet quisiera golpearte por lo que le acabas de hacer, ¿qué pasaría?
—Se lastimaría todavía más.
Ellman sonrió.
—¿Entonces también eres a prueba de balas?
—No lo sé —encogí los hombros—, todavía nadie ha tratado de dispararme.
Ellman me miró por un momento. Era como si quisiera atravesarme con los ojos. Luego O’Neil gritó:
—Se está despertando —dijo, y ambos lo miramos. Estaba asomado en la puerta viendo hacia el pasillo.
—La vieja —dijo mirando a Ellman—, ya está volviendo en sí.
—Átenla —dijo Ellman— y quítenla del camino.
O’Neil asintió y caminó por el pasillo. Yo tuve que forzarme a no decir ni hacer nada, a no consentir a las ganas de asesinar que había en mi corazón.
Miré a Ellman. Estaba sentado fumando un cigarro y mirando hacia la nada con esa máscara de concentración que tenía.
Volteé a ver a Lucy; la sangre que le había salido de la cortada le manchó el camisón. Lucía pálida y asustada, pero en su silente mirada pude ver una fuerza oculta, una especie de fe… la creencia de que, a pesar de todo lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo que iba a suceder, al final, saldríamos juntos de ello.
Ella en verdad lo creía así.
Le sonreí, tratando de mostrarle que compartía sus sentimientos.
A pesar de que no era así.
—Es una lástima —dijo Ellman y yo lo miré.
—¿Qué?
Ellman suspiró.
—Pues creo que tú y yo realmente podríamos haber hecho algo grande juntos. Con tus poderes y mi experiencia, o sea, que se pudra Crow Town. Podríamos habernos apoderado de cualquier lugar que deseáramos. Podríamos haber hecho millones… —me miró con desdén—. Pero tú jamás podrías hacerlo, ¿verdad? Eres demasiado débil. Demasiado recto —sacudió la cabeza—. Y no, yo no podría trabajar así, me volvería loco —suspiró—. Como ya dije, es una lástima, pero negocios son negocios —me sonrió—. Eso es todo, ¿sabes?, todo esto, la vieja, la perra esa de ahí… tú, todo es puro negocio.
Ni siquiera me molesté en voltear a verlo. Él resolló.
—Sí, bueno, pues acabemos con esto —se levantó y gritó—: ¡Yo!, ¿ya terminaste?
O’Neil le contestó desde el cuarto de Abue.
—Sí, solo un minuto.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada, solo estoy echando un vistazo.
—Ya déjalo; nos vamos.
—Hay buenas cosas aquí. Laptops, joyería…
—¡Carajo, te dije que lo dejaras! —gritó Ellman y luego volteó a ver a Tweet—. Llama a Gunner, asegúrate de que estemos cubiertos y luego revisa el corredor.
Tweet sacó un teléfono de su bolsillo, oprimió un botón y salió al pasillo. Escuché la llamada y la rastreé hasta otro celular que estaba abajo en la plaza, cerca de la entrada al edificio.
—¿Sí?
—Ya vamos a salir, ¿todo en orden?
—Sí, tranquilo.
—Levántate —me dijo Ellman.
Lo obedecí.
Tweet volvió a entrar.
—Tenemos paso libre.
Ellman asintió.
—Tú ve primero, Tweet. Hash, síguelo —volteó a O’Neil, quien seguía de pie junto a la puerta—. Tú sigue a Hash, ¿okey?
O’Neil asintió.
—Tú sigue a Yo, ¿entendiste? —me dijo Ellman.
—Sí.
—Yo voy a estar justo detrás de ti. ¿Hash?
—¿Sí? —contestó Hashim.
—¿Cómo vas con esa pistola?
—Me duele la mano.
—¿Ya lo escuchaste? —me dijo Ellman—. Le duele la mano. Ya lleva una hora pegada con la cinta, lo más probable es que se le esté entumeciendo el dedo. Bastaría cualquier cosa para que jale el gatillo y, si lo hace, será tu culpa. ¿Entiendes?
—Sí, entiendo.
—Muy bien, vámonos.