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… completamente ser un tonto

mientras la Primavera está en el mundo

mi sangre aprueba,

y los besos son un mejor destino

que la sabiduría

E. E. CUMMINGS

«porque el sentimiento es primero» (1926)

A las 19:45:37 de esa tarde estaba de pie frente a la puerta de Lucy. Estaba recién bañado y me acababa de poner ropa limpia. El corazón me latía con fuerza, con la esperanza de que todo sería perfecto.

Había estado ocupado toda la tarde.

Ya tenía todo listo.

Ahora lo único que tenía que hacer era atreverme.

Respiré hondo.

Exhalé lentamente.

Luego estiré el brazo y toqué el timbre.

Había planeado verme muy cool cuando Lucy abriera la puerta. Ya saben, como que no era algo planeado, como que solo pasaba por aquí: «…me preguntaba si, tal vez, si te gustaría… bla, bla, bla…»

Pero claro, no sucedió de esa manera.

En lugar de eso, en cuanto abrió la puerta y dijo, «hola, vecino» y yo abrí la boca para decir «hola», algo se me atoró en la garganta y comencé a toser y a dar arcadas como lunático. Para cuando entró un poco de aire en mis pulmones, ya tenía la cara roja y sudaba a chorros por todos lados.

Muy cool.

—¿Estás bien? —me preguntó Lucy.

—Ajá, ¡aggh!, sí… estoy bien, gracias. Yo solo… —volví a toser— ¡mmjj! …Solo tengo un poco de tos, ya sabes.

Lucy sonrió.

—Tal vez deberías dejar de fumar los puros de tu abuelita.

Le sonreí.

—Ajá.

Dio un paso hacia atrás y abrió la puerta para que yo pudiera pasar.

—Ah, ajá —murmuré. Me sentía muy inseguro respecto a cómo empezar a decir lo que tenía que decir, a pesar de que lo había estado practicando toda la tarde—. Escucha, Luce —le dije—, me pregunta si te gustaría, bueno, ya sabes, es solo que pensé que tal vez…

—¿Vienes o no? —me dijo.

—Bueno, la cuestión es que…

—¿Qué, Tom? —me frunció el ceño—. ¿Qué sucede?

—Nada —volví a respirar hondo y traté de calmarme. «Solo tranquilízate», me dije, «Tranquilízate, abre la boca y dilo», Y así fue como lo hice. Miré a Lucy, abrí la boca y dije—: ¿Te gustaría ir de picnic?

Se me quedó viendo.

—¿A dónde?

—No tienes que salir a ningún lado —le dije—; bueno, tendrías que ir a un lugar, pero no tenemos que salir del edificio.

Sacudió la cabeza, se veía perpleja.

—No entiendo.

—Lo sé, es decir, ya sé que suena un poco raro, pero estarás bien. En serio, solo tienes que confiar en mí. Vas a estar segura.

—Pero, ¿en dónde es?

—No te puedo decir, ¿verdad? Es sorpresa.

Volvió a sacudir la cabeza con incredulidad.

—¿Un picnic?

Le sonreí.

—Sí, sándwiches, papitas, Coca…

—No lo sé, Tom —me dijo, con cierta ansiedad—, es que, es una idea muy linda y todo, no es que no quiera estar contigo, pero ya sabes, es solo que yo, yo… creo que todavía no estoy lista.

—¿Lista para qué? —le pregunté con sutileza.

—Para nada, para salir, para estar con gente.

—Sí, pero, no vas a salir —le aseguré—. Y la única persona con la que vas a estar soy yo. Te lo prometo. Te garantizo que no habrá nadie más.

—No sé cómo se podría.

—Confía en mí, Luce.

Miró al piso. Se veía preocupada, sus ojos se veían tristes y, por un momento comencé a dudar en serio de mi plan. Tal vez no era tan buena idea, después de todo. Tal vez solo estaba siendo egoísta, insensible, descuidado…

Pero luego, Lucy dijo en voz baja.

—¿No vamos a tener que salir del edificio?

—No.

—¿Y no voy a tener que ver a nadie más?

—Te lo aseguro.

Fue mirando lentamente hacia arriba hasta encontrar mis ojos.

—¿Qué tipo de sándwiches?

La mamá de Lucy había salido a trabajar, pero Ben estaba ahí. Lucy le dijo que iba a salir un rato conmigo y que no se tardaría. Se puso un saco y uno de esos gorritos tejido de lana con orejas. Luego, después de asegurarme de que el corredor estaba vacío, la conduje hasta la escalera.

—¿Todo bien? —le pregunté.

Ella asintió un poco vacilante.

—Sip, es solo que estoy un poco, no sé, es la primera vez que salgo desde que sucedió.

—Lo sé.

Me sonrió. La ansiedad se notaba en su mirada.

—¿A dónde vamos?

Le correspondí la sonrisa.

—Sígueme.

La conduje por la escalera y subimos tres pisos hasta la puerta de hierro. Yo había ido un poco antes para abrirla, así que solo tuve que empujarla. Atravesé con Lucy la puerta de acero reforzado y cerré la puerta de hierro por la que acabábamos de pasar. Cuando me acerqué al tablero en la pared, ingresé el código de seguridad y abrí la puerta, Lucy se me quedó viendo desconcertada.

—No preguntes —le dije—. Por aquí.

La ayudé a entrar por el cuartito. Cerré la puerta de acero y subí por la escalera que estaba apoyada en la pared. Cuando subí, poco antes, también había aprovechado para abrir la puertita, así que lo único que teníamos que hacer ahora era subir por la escalera. Y entonces, llegaríamos a la azotea.

Miré a Lucy.

—¿Todo sigue bien?

—Sí, creo que sí.

—¿No te dan miedo las escaleras?

Ella miró la puertita.

—¿Esa puertita da adonde creo que da?

—Ya lo vas a descubrir. ¿Quieres que yo suba primero?

—Okey.

Subí por la escalera, empujé la puertita y salí al techo. Luego me agaché para ayudarle a Lucy a subir.

—¿Vas bien? —le pregunté.

—Sí.

—Por cierto, me gusta mucho tu gorro.

Ella me sonrió.

—¿Siempre haces esto cuando tratas de impresionar a una chica?, ¿darle una escalera para que la suba y luego alabar su gorro?

—Por lo general me funciona.

Cuando llegó al tope de la escalera, la tomé de la mano y la ayudé a pasar por la puertita para subir a la azotea.

—¡Guau! —dijo como en un susurro al mismo tiempo que se levantaba y miraba alrededor—. ¡Esto es asombroso! Se puede ver hasta… la eternidad. Es decir, ya sé que ya lo he visto antes, pero…

—Aquí se siente distinto, ¿verdad?

—Sí —me miró—. Estás lleno de sorpresas, Tom Harvey.

—Solo me esfuerzo —le dije.

Ella me sonrió.

—¿Tienes hambre? —le pregunté.

—¿Por qué? ¿Hay restaurante o algo así aquí arriba?

—Es un picnic, ¿recuerdas?, ¿te invité a un picnic? —señalé hacia la mitad de la azotea—. ¿Lo ves?

Ella miró hacia donde yo señalaba y, cuando vio lo que ahí estaba, se iluminaron sus ojos y en su rostro apareció la sonrisa más hermosa y brillante que he visto.

—Oh, Tom —lloró—, es fantástico, es muy hermoso. —Volteó a verme con la sonrisa de una niña en la mañana de Navidad—. ¿Hiciste todo esto para mí?

Vi la mesa de picnic que había colocado a la mitad del techo. Todo lucía bastante destartalado porque solo era una mesa plegable y unas cuantas sillas que había encontrado en el cuarto de servicio. Había colocado un mantel de cuadros blancos y rojos, una vela sobre un plato, unos cuantos platos y vasos de unicel, sándwiches, papitas, una botella grande de Coca, medio paquete de galletas de chocolate y lo que quedaba de un pastel de frutas que Abue me había preparado la semana anterior. Tengo que admitir que Lucy tenía razón, mis preparativos tenían una cierta belleza inacabada.

—Si —le dije y volteé a verla—, sí, lo hice para ti. —Sentí que me ruborizaba un poco pero no me importó—. ¿En verdad te gusta?

Lucy puso su mano sobre mi hombro, se inclinó hacia mí y me besó en la mejilla con dulzura.

—Me fascina —dijo mientras me miraba directo a los ojos—, en serio, me encanta. Gracias, Tom.

Volvió a besarme. Me dio un beso en la mejilla y luego nos quedamos ahí un rato. Estábamos solos, por encima de todo el mundo, solos en la menguante luz del atardecer escarlata.

Era todo lo que siempre había deseado.

En ese momento, no importaba nada más.

Solo nosotros dos, Lucy y yo. Lucy sonrió y preguntó:

—¿Comemos?

Hice una reverencia con la cabeza.

—Si la señora así lo desea. Mesa para dos, ¿no es así?

—Por favor.

—Sígame, por favor.

La llevé hasta la mesa de picnic y saqué la silla para que se pudiera sentar.

—Gracias, estoy bien —dijo.

—Por nada.

Me senté y tomé la botella de coca.

—¿Coca Cola?

—Sí, gracias.

Serví un poco de refresco en su vaso y se lo di a probar. Tomó el vaso, olió la coca, la agitó un momento y luego bebió un poco.

—Mmm —dijo al tiempo que bebía—, delicioso, gracias.

Lucy sostuvo su vaso y yo lo llené. También me serví a mí y luego le ofrecí el plato de sándwiches.

—Aquí hay de queso —le expliqué—, o de queso untable, o si lo prefiere, también tenemos el sándwich del día.

Lucy sonrió.

—¿Ese de qué es?

—De queso.

Se rio y tomo un par.

—¿Tú los preparaste?

Asentí.

—El queso es mi especialidad, además, era lo único que quedaba en el refrigerador.

Abrí una bolsa de papitas y le ofrecí.

—¿Queso y cebolla? —preguntó.

—Sip.

—Excelente.

Durante los siguientes minutos solo comimos. Fue muy agradable estar sentado ahí en la oscuridad que crecía gradualmente; comer y beber sin tener que decir nada, incapaces los dos, de borrar la estúpida sonrisa que teníamos en el rostro. La noche se estaba poniendo fría y a lo largo del techo atravesaba una corriente muy fresca. Sin embargo, ambos teníamos saco y creo que el aire no nos molestó para nada.

Después de un rato Lucy dejó de masticar y me dijo:

—Entonces, ¿qué has estado haciendo esto días? Llevaba un rato sin verte.

—Sí, lo sé, lo siento. Tenía el plan de subir a verte pero se me seguían atravesando asuntos.

—¿Asuntos?

Toqué mi cabeza y alcé los hombros; fue algo bastante ambiguo. Sabía que era mala onda, pero lo hice. Lo hice porque no sabía qué otra cosa decir y tampoco quería mentirle. Además, de cierta forma, los asuntos en mi cabeza había sido lo que me había impedido ir a verla.

—Sí, claro —dijo Lucy asintiendo con cierta vacilación. Luego se metió una papita a la boca lentamente—. Sí, claro, ya veo.

Masticó la papita un rato en silencio, y eso me dejó anonadado porque, o sea, ¿quién puede masticar una papita en silencio? Luego me miró y me dijo en voz baja:

—Está muy tranquilo aquí, ¿verdad?

—Sí —le di la razón—, todo el conjunto está bastante tranquilo por ahora.

Ella asintió y volvió a quedarse callada un rato, concentrándose en sacar las últimas papita de la bolsa. Se lamió el dedo y lo volvió a meter al empaque; se chupó los trocitos que se le quedaron en el dedo y luego se puso la bolsa en la boca.

—¿Terminaste? —le pregunté sonriendo.

Ella también sonrió.

—No me gusta gastar nada.

La observé arrugar la bolsa hasta darle forma de moño. Luego la colocó debajo del envase de Coca para que no saliera volando. Se quedó viendo a la mesa durante algunos segundos, pensando en algo, luego me miró.

—¿Puedes guardar un secreto? —me preguntó.

—Ajá.

—Bueno, ya te enteraste de todo lo que ha estado sucediendo en el conjunto, ¿no?, los arrestos y todo eso.

—Ajá.

—Y ya sabes que hay muchos rumores por ahí de que hay una especie de vengador, un tipo disfrazado.

—Sip.

Me miró.

—Bien, pues creo que se trata de ese chico sobre el que te conté, el que se hace llamar iBoy, ¿te acuerdas?

—¿El que trató de aventar a Eugene O’Neil por la ventana?

—Sí.

—¿El tipo de Bebo?

—Ajá, creo que es él.

—¿Quién?

—El vengador —dijo impacientándose—. El que ha estado haciendo todas esas cosas en el conjunto. Creo que es iBoy.

—¿En serio?

—Sí. O sea, nos hablamos con frecuencia en Bebo, y aunque él no ha admitido del todo que es él, tampoco lo ha negado.

—¿Entonces qué estás tratando de decir?, ¿tú crees que este chico iBoy es una especie de superhéroe o algo así?

—No, claro que no, pero sí existe, eso es definitivo. Lo vi, ¿recuerdas? Yo estaba ahí cuando les dio su merecido a O’Neil y a los otros —sacudió la cabeza, recordando todavía con incredulidad—. Él los hizo papilla, los hizo papilla en serio. Además, traía puesta una especie de máscara. Te lo juro.

—Te creo. —Corté unas rebanadas de pastel de frutas; le pasé una a Lucy y yo comencé a comerme la otra—. ¿Entonces, tú qué crees que él sea?

—No lo sé.

—¿Y por qué lo hace? Es decir, ¿tú crees que lo hace por ti?, ¿así como si fuera una especie de ángel de la guarda o algo por el estilo?

Estaba a punto de morder el pastel de frutas pero se detuvo a la mitad. Bajó la mano en la que tenía la rebanada y me miró con gran intensidad.

—¿Cómo?

—¿Cómo? —repetí—, ¿qué dije?

Hablaba en voz muy baja.

—¿Por qué crees que estaría haciéndolo por mí?

—Bueno, ya sabes, pues se fue contra O’Neil, Firman y Craig, ¿no es así?

—¿Y?

De pronto me di cuenta de que, supuestamente, yo no sabía quién había violado a Lucy ni quién había estado ahí cuando sucedió porque ella no me lo había dicho. La miré tratando de ocultar el titubeo de mi mente.

—Lo que quiero decir es, ya sabes, te ayudó cuando O’Neil y los otros estaban afuera de tu departamento. Me refiero a iBoy. Porque te estaba ayudando, ¿no?

—Sí, pero…

—Bien, pues eso es a lo que me refiero. Te estaba ayudando a ti y se puso en contacto contigo a través de Bebo; así que, pues es posible que algunas de las cosas que ha estado haciendo las haya hecho por ti.

La mirada de Lucy seguía fija en la mía.

—De acuerdo, ¿pero cómo podría él haber sabido?

—¿Saber qué?

—¿Cómo podría haber sabido a quién perseguir? Es decir, ya sé que la única información que me llega es la que Ben me da, pero, por lo que me ha dicho, sé que a muchos de los que estuvieron ahí, cuando sucedió, ya sabes, cuando a Ben y a mí nos… bueno, cuando me… ya sabes a lo que me refiero —tragó saliva con fuerza esforzándose por no llorar—; pues a muchos de los que estuvieron ahí son justamente a quienes han estado golpeando, arrestando o lo que sea.

—Entonces tal vez el tal iBoy sí es tu ángel de la guarda —sugerí.

—Sí, ajá —dijo Lucy cuando mordía su pastel.

—¿Le has contado esto a alguien más?

Como tenía la boca llena de pastel, negó con la cabeza.

—¿Y la policía? —le pregunté—, ¿ya vinieron a verte?

Asintió.

—¿Qué le dijiste?

—Nada.

—Igual que yo.

Levantó las cejas sorprendida.

—¿La policía también fue a verte a ti?

—Sip.

—¿Por qué?

Me toqué la cicatriz de la cabeza.

—Porque estuve ahí, ¿no? O sea, cuando atacaron a Ben y a ti, yo estaba ahí. Vaya, es como si hubiera estado ahí. La policía quería saber si había visto algo.

—¿Cómo podrías haber visto algo? Estabas treinta pisos abajo.

—Lo sé. Y por si fuera poco, estaba tirado en el piso con un iPhone incrustado en el cráneo.

Ella se rio y, casi de inmediato, dijo:

—Lo siento, no sé por qué me río, no es gracioso —me miró—. Entonces, ¿la policía fue a verte por ese asunto?, ¿no te preguntaron por el vengador?

—Ah, claro que también me preguntaron sobre eso —me encogí de hombros—. Parece que la semana pasada el amigable Chico Misterioso del barrio atacó a un grupo de los FGH. Alguien me vio sentado en el área infantil unos minutos antes de que sucediera el ataque. Así que, pues ya sabes, los policías solo querían saber si había visto algo.

—¿Y sí?

—No.

—¿Qué estabas haciendo en la zona de juegos?

—No gran cosa, solo pasando el rato, ya sabes.

Sonrió.

—¿Solo?

—Sí.

—¿Y fuiste a los columpios?

Negué con la cabeza.

—Todos estaban rotos.

Lucy volvió a sonreír.

—Sí, me imagino que sí.

Estaban rotos, ¿por qué sonríes así?

—Porque siempre te dieron miedo los columpios.

—No, no es verdad.

—Claro que sí. Cuando éramos niños siempre tenías un pretexto para no ir a los columpios. Decías que tu abuelita no te dejaba, que no se veían seguros, que te dolía la espalda…

—Sí, bueno, pero pues no eran seguros, ¿verdad? Los niños siempre se caían y terminaban con la cabeza abierta.

Lucy se rio.

Yo me subía a ellos.

—Sí, pero nunca te subiste al juego ése que da vueltas, ¿verdad?

—¿El juego que zumba?

—Sí, ya sabes, el juego ese redondo que zumba y da vueltas rapidísimo. —Le sonreí—. A ése nunca te subiste.

Lucy se encogió de hombros.

—Me mareaba.

—Le tenías miedo.

—Sí, pero porque era una niñita. Las niñitas tienen derecho a tener miedo —me miró y pude ver el brillo de sus ojos—. ¿Cuál es tu justificación?

Levanté las manos.

—Está bien, lo acepto, soy un llorón. Siempre lo he sido y siempre lo seré.

Lucy negó con la cabeza.

—Estás siendo demasiado duro contigo mismo, Tom. No eres un llorón.

—Gracias.

—Eres más bien un nerd.

La miré como si sufriera mucho.

—Ya estás llegando demasiado lejos. Porque, o sea, puedo soportar lo de llorón. De hecho, como que me gusta ser llorón. ¿Pero llamarme nerd? —sacudí la cabeza—; eso duele, Luce. En serio… —puse la mano sobre el corazón— me duele justo aquí.

—En ese caso —dijo Lucy—, por favor acepta mis más sinceras disculpas.

—Disculpa aceptada.

Sonrió.

—En realidad, como que a mí también me gustan los llorones.

—Solo lo dices para hacerme sentir mejor.

—No, en serio, me gustan. En cualquier caso preferiría estar con un llorón que con un machito.

—¿Un machito?

Sonrió.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Está bien —dije—, nombra a uno.

—¿Un qué?

—Dame el nombre de un llorón que te guste.

—¿Aparte de ti?

Sacudí la cabeza con displicencia.

—Mmm, no se vale distraerme con halagos baratos.

—No fue barato.

—Vamos —le dije—, dame el nombre de un llorón que te guste.

Mientras ella miraba hacía arriba al cielo nocturno, tratando de pensar, o tal vez fingiendo que trataba de pensar en un llorón que realmente le gustara, yo tuve que esforzarme por no quedarme viéndola. Se veía muy bien, abrigada con su saco y el sombrero, con unas migajitas de pastel en los labios y algo de azúcar en los dedos. Me pregunté si valía la pena creer que este juego podría llegar a ser algo más que un juego.

Los halagos que Lucy me hizo en broma, ¿en realidad serían halagos genuinos?, ¿sería posible que yo le gustara como algo más que solo un amigo?

—El Hombre Araña —dijo de repente.

—¿Qué?

—El Hombre Araña es un llorón que me gusta de verdad.

—Pero él no es un llorón —le dije—. El arañita es un tipo muy rudo.

—Ajá, sí, pero no me refiero a El Hombre Araña, estoy hablando del otro, del de la vida real. ¿Cómo se llama?, ya sabes… —chasqueó los dedos tratando de recordar el nombre.

—¿Peter Parker?

—Sí, eso es. Peter Parker. Él sí es un llorón, ¿no crees?

—Síp.

—Y me gusta.

—¡Ja! No, para nada. El que te gusta es Tobey Maguire.

Se encogió de hombros.

—Es lo mismo.

Me reí mucho.

—No, para nada, claro que no es lo mismo. Peter Parker, el personaje ficticio, bueno, sí, él sí es un llorón. Pero Tobey Maguire, la estrella de Hollywood, es rico, famoso y…

—Muuuy guapo.

Le puse cara.

—¿Tú crees? Pero tiene la cara como que chuequita, ¿no?

—¿Chuequita?

—Ajá, ya sabes, como que es asimétrico.

—¡No! —dijo Lucy—. Es súper lindo. Y además, es sexy. ¿Te acuerdas de esa parte de la primera película en la que está lloviendo y él está colgado boca abajo y besa a… ¿cómo se llama?

—Mary Jane Watson, MJ.

—Ah, sí… o sea, vaya, ése sí que es un beso sexy.

—Es solo porque tiene la máscara puesta y no puedes ver su rostro.

—Pero no tienes que verlo. Uno ya sabe lo lindo y sexy que es.

—Pero Mary Jane no lo sabe.

—¿Y a quién le importa Mary Jane?

—Bueno, te sorprendería saber que hay mucha gente a la que le importa Mary Jane, en especial cuando está besando bajo la lluvia al ya mencionado Hombre Araña que está de cabeza, y a ella le llueve encima y su blusita está toda mojada y pegajosa.

Lucy se rio, sacudió la cabeza y me dijo que no, meneando su dedo.

—Ja, y ahora, ¿quién es el que confunde a los personajes con los actores?

—¿Qué? —le pregunté con inocencia.

—Lo que te importa es la blusita mojada de Kirsten Dunst, no la de Mary Jane.

Me encogí de hombros.

—Es lo mismo.

Comenzamos a reírnos; se sentía muy bien, estar sentados ahí, mirándonos, riendo y carcajeándonos como si fuéramos niños. Pero luego, después de un rato, supongo que ambos nos fuimos dando cuenta de que todo eso de lo que habíamos estado platicando y riéndonos era el tipo de tema que, tal vez, no debimos haber tratado. Porque, a pesar de que solo lo hicimos en juego y para divertirnos, a pesar de que habíamos estado hablando de sexo desde un punto de vista muy superficial e inocente, eso no cambia el hecho de que, efectivamente, habíamos estado hablando de sexo. Y ahora que Lucy se daba cuenta de ello, supo que era demasiado para ella.

Era algo muy cercano.

Muy crudo.

Muy confuso.

Y entonces, ahora se había quedado ahí, sin sonreír, mirando con tristeza cómo retorcía una servilleta de papel que tenía entre las manos, sobre su regazo.

—Lo siento —le dije en voz baja—, debí darme cuenta.

—Está bien —dijo tratando de sonreírme—, no es tu culpa es que…

Se encogió de hombros.

—A veces desaparece por un rato, ¿sabes? De hecho se me olvida o, por lo menos, no estoy consciente de que estoy pensando en eso. Pero luego —sacudió la cabeza en negación—, siempre vuelve a mí. Es como si nunca dejara de estar ahí. E incluso cuando logro olvidarlo por unos minutos, siempre hay algo que me lo recuerda. Algo en la tele, ya sabes, una escena de sexo o algo así, o tal vez un tipo con capucha me recuerda a ellos. Es decir, Dios mío, no creerías lo difícil que es ver la televisión sin que aparezca de repente un tipo con capucha. —Me sonrió alterada—. Están en todos lados.

Muy consciente, me bajé la capucha.

Lucy se rio.

—¿Ves, qué te dije?

—Lo siento.

—De hecho no había notado la tuya sino hasta ahora.

—Lo siento —repetí.

—No, está bien, en serio —frunció el ceño como para sí misma—; pero resulta bastante extraño que no la haya notado antes.

—Tal vez es por la forma en que la uso —comenté con una sonrisa.

—¿A qué te refieres?, ¿a que la usas con la cabeza?

Estábamos volviendo a sentirnos bien. No era precisamente como antes porque ahora estábamos menos exaltados. Sin embargo, creo que estuvo bien. De hecho, me sentí cómodo, sentí que ahora nos conocíamos un poco más. Y creo que Lucy también se sentía cómoda.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Ella sonrió.

—Ajá.

—¿Quieres comer algo más?

Negó con la cabeza.

—No, estoy repleta.

—¿Quieres ir a caminar?

—¿A dónde?

—Pues puede ser hasta la orilla del techo.

Lucy miró hacía la orilla y luego volvió a verme a mi.

—¿Estás seguro de que no es muy lejos?

—Si quieres puedo llamar a un taxi.

—No —dijo—, está bonita la noche, creo que podemos caminar.

Yo nunca había tenido novia, bueno, es decir, nunca había tenido una novia en serio. Había salido con algunas chicas, ya saben, había tenido unas cuantas citas; había ido al cine o a ver una banda, cosas así. Sin embargo, a pesar de que las niñas con las que había salido me gustaban bastante, nunca había estado loco por ellas. Y por eso, en realidad nunca me había puesto a pensar en lo que se suponía que debía hacer con ellas o en la forma en la que yo creía que debía actuar. Pero no, con esto no me refiero al aspecto sexy / sexual / sexista del asunto. Me refiero a las tonterías como saber si es correcto tomarse de las manos o no, si ellas esperan que eso suceda, y si sí lo esperan, ¿entonces en qué momento debes hacerlo? ¿Y cómo?, porque… ¿qué tal si haces el primer movimiento y resulta que no es lo correcto? ¿Entonces qué pasa?

Ese tipo de cosas.

Y ese tipo de cosas fueron las que pensé que tendría en la cabeza cuando me levantara de la mesa y caminara hacía la orilla con Lucy. Porque sí estaba loco por ella, porque siempre lo había estado. Y ahora, al fin estábamos ahí, en una especie de cita que, claro, debo admitir que no era muy tradicional que digamos. Pero a pesar de todo, habíamos comido juntos, habíamos conversado, reído y sufrido juntos, y ahora, íbamos a pasear… juntos. Yo había soñado muchas veces con este momento; me lo había imaginado, lo había vivido en mi mente, y también me había angustiado por él. ¿Debería tomar su mano?, ¿debería abrazarla?, ¿o debería verme llevármela cool? ¿Debería hacer esto, o aquello, o intentar tal o cual cosa…?

Sin embargo, lo más raro era que no, no estaba sucediendo así. Nada de lo anterior ocupaba mis pensamientos. Solo me levanté y caminé por el techo con Lucy sin preocuparme por nada. Lo único que sabía era que ambos nos sentíamos bien caminando juntos y tan cerca como lo deseábamos. Se sentía perfectamente natural.

—¿Por qué sonríes? —me preguntó Lucy.

La miré.

—¿Estaba sonriendo?

—Sí, como un idiota.

Le sonreí y ella me devolvió el gesto.

—Ten cuidado —le dije y me acerqué un poco para sujetar su brazo.

Se detuvo y se dio cuenta de que casi habíamos llegado a la orilla.

—Guau —dijo casi sin aliento—, es un largo camino de aquí hasta abajo.

—¿Te sientes bien? —le pregunté—, ¿no te sientes mareada o algo así?

Me miró.

—¿Estás bromeando?

—No —le contesté con una sonrisa—. Es solo que, en serio, hay algunas personas a las que no les gustan las alturas, ¿no es así? Solo quería verificar que te sintieras bien, eso es todo.

—Sí —dijo sonriendo—. Estoy bien.

Volvió a asomarse a la orilla. No dijo nada, solo se quedó mirando y pensando.

—¿Nos sentamos? —sugerí.

—¿Por qué?, ¿te sientes mareado?

—Ya me conoces —le dije al mismo tiempo que me sentaba cruzando las piernas en el piso—, «Tommy el Llorón».

Ella sonrió y se sentó junto a mí. Luego solo nos quedamos ahí un rato en silencio, mirando más allá del conjunto, mirando hasta las distantes luces de Londres. Las luces en la calle, los semáforos, los postes, los edificios de oficinas, de departamentos, las tiendas y los teatros…

Estaba muy lejos todo.

—¿Ése es el Ojo de Londres? —preguntó Lucy después de un rato.

—¿En dónde?

Señaló a la distancia.

—Ahí, junto al río.

Yo no podía verlo, así que, de repente se me ocurrió entrar en Google Earth en mi cabeza para ubicarlo. Pero no, eso era parte de los iAsuntos y los iAsuntos no tenían cabida en este lugar. Por eso no lo hice.

—Ni siquiera puedo ver el río —le dije a Lucy—, mucho menos el Ojo de Londres.

Sonrió pero me di cuenta de que ya tenía la mente ocupada en algo más. Ya no miraba a la distancia, ahora su atención estaba en la zona más cercana del conjunto; veía las calles, los edificios más altos, los menos altos, la zona de juegos.

—Es curioso, ¿no? —dijo en voz baja y con nostalgia.

—¿Qué?

—Saber que están por ahí en algún lugar, ya sabes, los chicos que me violaron. Todos están ahí, viviendo sus vidas, haciendo lo que acostumbran —exhaló agotada—, o sea, todos andan ahí afuera.

—Bueno, algunos de ellos deben estar en una celda ahora —le dije—, o en el hospital.

Lucy me miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Tú lo sabes, ¿verdad? —dijo—, tú sabes quiénes son.

—Sí, sé quién es la mayoría.

—¿Cómo lo sabes?

Me encogí de hombros.

—La gente habla, ya sabes, uno escucha rumores. No resulta muy difícil llegar a saber la verdad.

—¿La verdad? —dijo en un susurro casi imperceptible—. Yo soy la única que sabe la verdad.

Cuando Lucy me quitó la mirada de encima para voltear a ver abajo, al conjunto, tenía ganas de patearme a mí mismo por imbécil. Yo no quise decir que sabía por lo que ella había atravesado, pero de cualquier forma fue un comentario muy insensible, fue una estupidez por mi parte.

Realmente sí era un imbécil.

—Lo siento Tom —dijo Lucy.

La miré, no muy seguro de haber escuchado bien.

—¿Cómo?

—Sé que no quisiste decir nada en particular, tampoco quise ser brusca contigo.

—No, por favor —le dije—, yo soy quien debería disculparse, no tú. Es que no pensé, ya sabes, solo abrí mi estúpida bocota y…

—No tienes una estúpida bocota.

Me le quedé viendo, ella había vuelto a sonreír.

—Está bien —dijo—, ¿okey?

—Okey.

—Bueno.

Volvimos a contemplar el entorno en silencio, a mirar las luces, el cielo y las estrellas en la oscuridad. Yo podía escuchar cómo suspiraba el viento nocturno y alcanzaba a oír algunos sonidos apagados que se elevaban desde el conjunto. Coches, voces, música. Pero en general, todo estaba bastante tranquilo. Incluso los sonidos que sí llegaban a romper el silencio, no parecían amenazantes de ninguna forma.

Eran solo sonidos.

—¿Hay alguna diferencia? —le pregunté en voz baja a Lucy.

Me miró.

—¿Hay alguna diferencia en qué?

—En todo lo que ha hecho iBoy o quien quiera que sea. Ya sabes, ¿tú crees que está bien que haya hecho que O’Neil y Adebajo sufrieran?, ¿a ti te ha hecho sentir mejor eso?

No me contestó durante un rato, solo se me quedó viendo y, por un minuto pensé que iba a decir «Eres , ¿verdad? Tú eres iBoy». Entonces empecé a pensar encómo me haría sentir eso. ¿Me sentiría bien?, ¿avergonzado?, ¿apenado?, ¿emocionado? Y luego pensé que tal vez, inconscientemente, yo quería que ella supiera que era yo, que era iBoy, que era su ángel de la guarda.

—No lo sé, Tom —dijo muy triste—. En realidad no sé si hay alguna diferencia con todo eso o no, es decir, sí hay una parte de mí que se siente bien por el sufrimiento porque, ya sabes, en verdad quiero que sufran y quiero que les duela porque se lo merecen. Dios mío, merecen todo lo que les está pasando. —Su voz había bajado de volumen hasta convertirse en un murmullo helado—. Así que sí, en ese sentido, lo que hace iBoy sí hace una diferencia. Me brinda algo que una parte de mí necesita mucho. —Suspiró—. Pero no dura mucho, es decir, no es suficiente, nunca podrá serlo. Porque no me puede quitar esto que cargo. —Me miró—. No hay nada que me pueda librar de lo que cargo.

—Es algo que siempre han hecho —dije con calma.

Ella asintió.

—Y pase lo que pase, eso es algo que nadie puede cambiar.

Mientras estábamos ahí sentados, mirándonos en medio de la inmensa oscuridad, de pronto comencé a pensar en aquella vieja película de Supermán que había visto en la televisión en Navidad. No la recuerdo muy bien porque no había estado prestando mucha atención, pero había una parte en la que Supermán está tan ocupado salvando las vidas de otras personas, que no le queda tiempo para salvar la vida de Luisa Lane, la chica a la que ama. Y cuando se entera de que está muerta, se pone tan mal que vuela hasta la atmósfera y comienza a zumbar dando vueltas alrededor de la Tierra, y vuela tan rápido que, de alguna manera, la Tierra comienza a girar más lento. Finamente deja de hacerlo y empieza a rotar en la dirección contraria. Con eso, la Tierra retrocede en el tiempo y Supermán puede volver al pasado y evitar que muera Luisa Lane.

Aunque claro, todo eso era bastante ridículo.

Sin embargo, no podía dejar de pensar que, si yo pudiera hacer eso, si pudiera regresar en el tiempo, entonces podría hacer que las cosas cambiaran para Lucy. Podría hacer que todo volviera a estar bien de nuevo.

Pero sabía que eso no sucedería. Estábamos en el mundo real, no en una película, y en el mundo real, a pesar de lo terrible que pueda parecer una situación, siempre se puede poner peor.

—¿En qué piensas, Tom? —me preguntó Lucy.

—En nada —me encogí de hombros—, ya sabes, tonterías.

Sonrió.

—Hay muchas cosas en qué pensar, ¿verdad?

—Ajá.

—Y siempre son, bueno, no sé, como que las situaciones nunca son sencillas, ¿no? Nunca son algo simple y fácil de entender. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Sip.

—Las situaciones siempre tienen como dos partes. Te sientes bien por algo, pero de todas formas te sigues sintiendo mal. A veces te gusta algo de alguien pero no quieres que te guste. —Me miró pensativa—. Dos partes, ¿lo ves? Hasta eso que estábamos hablando hace un rato, ya sabes, Tobey Maguire es lindo, Kristen Dunst es sexy, es decir, okey, está bien. Besar y esas cosas, que la gente se vea sexy, es como agradable. Pero luego, también existe el otro lado del asunto, el otro lado del sexo, el lado malo. La mierda, las espantosas cosas que la gente hace —negó con la cabeza—. Es solo que no lo entiendo, ¿sabes?

—Sí.

Volvió a suspirar.

—Y pasa lo mismo con la gente. Crees que la conoces, que sabes con toda exactitud cómo es —me miró lentamente—, pero tal vez te equivocas, tal vez siempre has estado equivocado y, tal vez, esa persona que creías conocer, bueno tal vez tiene otra parte que no conoces. Una parte de la que no estás muy segura.

—Correcto —dije, vacilante.

Lucy me miró por un largo rato, sin separar su mirada de mis ojos. Luego sonrió. ¿O tal vez también me equivoco al respecto?

Le sonreí.

—No me preguntes, no tengo la menor idea de lo que estás hablando.

—Siempre es igual contigo, ¿verdad?

Lucy se rio y yo le sonreí. Nos quedamos así durante un buen rato en silencio, en la penumbra. Y entonces, mi corazón supo que así era como debía ser, que eso era lo único que desearía jamás, que era lo único que existía que podía desear.

Era eso.

Después de un rato, Lucy miró su reloj y dijo:

—Creo que debería irme, Tom. Mamá no tarda en llegar.

—Okey.

Entonces nos pusimos de pie y nos quedamos un momento junto a la orilla, mirando hacia la oscuridad. Recordé la última vez que había estado ahí, solo con mi capucha puesta y mi iPiel encendida. Solo como una figura que brillaba tenuemente, sentado con las piernas cruzadas sobre el frío techo, treinta pisos arriba.

Como una especie de Buda bizarro con capucha…

Un iBuda delgado que brillaba en la oscuridad.

O tal vez como una iGárgola.

Pero era mucho mejor ahora.

—¿Tom? —dijo Lucy.

Volteé hacia ella.

—Gracias —dijo en voz baja al mismo tiempo que me miraba—. Ha sido una noche en verdad maravillosa, nunca la voy a olvidar —se acercó más a mí, puso sus manos en mi rostro y me besó con suavidad en los labios.

Dios, se sintió tan bien.

Tan perfecto, tan natural…

Se sintió tan bien que casi me caigo de la azotea.

—¿Okey? —murmuró ella.

Yo no podía hablar, ni siquiera podía sonreír. Lo único que podía hacer era respirar. Lucy movió su mano hacia mi cabeza y acarició mi cicatriz con sus dedos.

—Se siente caliente —dijo en voz baja.

—Caliente… —murmuré.

Me sonrió.

—Vamos, es mejor que salgamos de aquí antes de que empieces a babear.

Lucy me tomó de la mano y caminamos por el techo para llegar a la puertita. La ayudé a bajar por la escalera y luego, cuando atravesamos las puertas, bajamos las escaleras y caminamos a lo largo del corredor hasta su departamento, mantuvimos todo el tiempo las manos entrelazadas.

—Gracias de nuevo, Tom —me dijo—. Fue muy grato.

—Gracias a ti —le dije.

Sonrió y me besó en la mejilla.

—¿Vas a venir mañana?

Asentí.

—Si no te molesta…

—Claro que no me molesta.

—¡Bien!

Volvió a sonreír y abrió lo puerta.

—Entonces te veo mañana.

—Ajá.

Esperé a que cerrara y me quedé ahí parado durante un buen rato con la sonrisa más grande, estúpida y obvia del mundo. Luego tomé un respiro de satisfacción pura, di la vuelta y me dirigí de nuevo al techo para levantar todo lo del picnic.

Pero justo antes de llegar a la escalera, escuché que se volvía a abrir la puerta de Lucy.

—¿Tom?

Volteé y la vi de pie junto a la entrada.

—Ten cuidado —dijo.

Le sonreí.

—Yo siempre tengo cuidado.

Se me quedó viendo pensativa, con el ceño casi fruncido. Luego volvió a sonreír, asintió con la cabeza y se volvió a meter al departamento.