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El relativismo moral es la noción de que los estándares éticos, la

moralidad y la jerarquía de valores se basan en elementos

culturales y, por lo tanto, están sujetos a la elección personal del

individuo. Todos podemos decidir qué es lo correcto para nosotros.

Tú puedes decidir qué es lo correcto para ti y yo puedo decidir lo que

es correcto para mí. Lo correcto y lo incorrecto no existe de una forma absoluta.

Cuando salí del viejo gimnasio seguía lloviendo y no había mucha gente por ahí. Pero cuando caminé por la parte trasera del edificio principal para dirigirme al acceso de los trabajadores, alcancé a ver que en las instalaciones de ciencias estaba sucediendo algo. Dos chicos y dos chicas estaban discutiendo; se gritaban, se insultaban y también se daban empujones. Reconocí a tres de ellos: Jayden Carroll, Carl Patrick y Nadia Moore. Luego adiviné que la otra chica era Leona, la amiga de Jayden. Por la forma en que Nadia agitaba el celular y se lo restregaba a Leona en la cara, puede asumir que la discusión era producto del mensaje que yo había enviado la noche anterior, con el que había querido hacer pensar a Nadia que Carl también estaba saliendo con Leona.

Me recargué detrás de una columna y vi cómo subía de tono la pelea. Los gritos y los insultos se intensificaron, los aventones y los alardeos también se tornaron más agresivos, y luego vi a Nadia jalonear a Leona y golpearle la cara con el teléfono. Después de eso se fue calmando la situación. Jayden sujetó a Nadia y la aventó contra la pared. Ella le respondió enterrándole las uñas en el rostro. Jayden gritaba del dolor y trataba de darle un puñetazo a Nadia; en ese momento me di cuenta que Carl Patrick tenía un cuchillo en la mano. Lo vi atacar a Jayden; le jaló el brazo con una mano y luego como que levantó el otro brazo varias veces. Jayden trastabilló yéndose hacia atrás y se llevó las manos al estómago antes de caer de rodillas y de desplomarse lentamente hasta el suelo.

Y eso fue todo.

Ahí terminó el asunto.

Carl Patrick y las chicas realmente no hicieron nada, solo se quedaron de pie alrededor de Jayden mirándolo, mirándose entre ellos. Hasta vi a Patrick encogerse de hombros como diciendo, no me miren así fue su culpa

Pero no fue su culpa, por supuesto.

Fue mi culpa.

Desde mi cabeza marqué el número 999 de emergencia. Hice una llamada anónima solicitando una ambulancia y luego caminé de vuelta hacia el otro lado del edificio principal para entrar por el acceso de los trabajadores.

Yo sabía que no era mi culpa en realidad, que tal vez puede haber causado al enviarle el mensaje a Nadia, pero eso era todo. Yo no le enterré el cuchillo a Jayden en el vientre, ¿verdad? Era algo de lo que no podía sentirme culpable.

¿O sí?

Volví a reproducir la escena en mi cabeza y luego envié el video de forma anónima al teléfono celular del Sargento Johnson. Lo acompañé de un mensaje en el que se identificaba a la persona que había empuñado el cuchillo como Carl Patrick. Luego seguí caminando hacia Crow Town y traté de olvidarlo todo. Traté de decirme a mí mismo que no era algo relevante, que por estos rumbos a cada rato acuchillan a gente. Que no se puede hacer nada al respecto, que así son las cosas.

Pero las frases sonaban bastante huecas en mi cabeza, eran el tipo de frases que usaría Davey: así son las cosas, es lo que hacen, frases que no significan nada. Y tal vez, de cierta forma, ésa es la razón por la que, curiosamente, las usamos. Porque son frases vacías para acciones vacías.

Entonces dejé de pensar en eso.

Lucy estaba entrando a su página en Bebo.

Mientras esperaba que Lucy leyera mi mensaje (o sea, el mensaje de iBoy), marqué el número de Abue en mi cabeza. Cuando comenzó a sonar, me di cuenta de que me iba a ver un poco extraño si seguía caminando y hablando sin un teléfono a la vista o sin, por lo menos, uno de eso manos libres tipo Bluetooth que se cuelgan en la oreja. Así que saqué de inmediato mi teléfono y fingí que hablaba por él.

—¿Tommy? —respondió Abue—, ¿en dónde estás? Ya te tardaste.

—Sí, lo siento, Abue —respondí—, es que me encontré al señor Smith, ya sabes, mi maestro de Inglés. Comenzó a platicarme cosas y no me podía zafar. Ya voy de regreso.

—Más te vale. ¿En dónde estás?

—Aquí cruzando el estacionamiento. Llego en cinco minutos.

—Está bien, ya no te atores por ahí.

—Te veo en cinco, Abue.

Lucy había respondido a mi mensaje. iBoy —había escrito— no puedo hablar contigo. por favor no me escribas de nuevo.

Y supuse que, si ella lo pedía, era lo justo.

Justo antes de llegar a Crow Town me desvié con rapidez por Mill Lane, una callejuela que conduce a la parte antigua de la zona industrial en desuso. No hay gran cosa ahí, solo bodegas, fábricas abandonadas y enormes baldíos. Sin embargo, es el único lugar que conozco por aquí al que no llega la señal para celulares. Quería verificar lo que sucedía con el iEquipo de mi cabeza en sitios sin recepción.

La antigua zona industrial no era muy agradable. Es aburrida, plana, sin vida, y además tiene ese raro y sombrío silencio. De hecho, incluso cuando el silencio no es del todo absoluto, el lugar lo envuelve una especie de frío y vacuo zumbido. A pesar de que ya no está en uso, siempre pasa algo por ahí, en especial por la noche. Muchos de las chicos de por aquí se pasean en las viejas bodegas y las instalaciones de las fábricas. Van ahí a hacer lo que acostumbran: tomar drogas, tener sexo, parrandear, involucrarse en peleas. A veces también se llega uno enterar de asuntos un poco más densos, como encuentros entre pandillas, balaceras, acuchillamientos y cadáveres.

Así que no, no era el lugar más agradable del mundo y no me gustaba nada estar ahí, pero continué caminando con mi iCerebro encendido hasta que llegué a un punto en el que el receptor de las señales se desvaneció a cero. Y entonces, me detuve.

No había señal.

No había recepción.

No había iBoy.

Miré alrededor. Atrás de mí había un sector de viejas fábricas. Altas estructuras de concreto con chimeneas de ladrillo aún más elevadas; y a cada lado del camino, nada, excepto vastas extensiones de baldío. Luego pude ver que como unos treinta metros más adelante había un complejo de naves industriales y bodegas.

Traté de buscar en el interior de mi cabeza, traté de captar una señal, alguna red, lo que fuera. Pero no había nada.

Mi iCabeza estaba vacía.

La iPiel no funcionaba.

El sistema eléctrico, desconectado.

Caminé de vuelta por donde había llegado y después de avanzar más o menos unos diez metros, todo volvió a encenderse.

Me detuve y miré alrededor. No había nadie a la vista. No había autos, ni bicicletas. Nada.

Me bajé de la acera y crucé el baldío hasta llegar a una zona en donde la tierra estaba totalmente ennegrecida. Era lo que quedaba de una fogata. Me agaché y recogí algunas latas quemadas de entre las cenizas. Luego las coloqué sobre una enorme placa de concreto reforzado que estaba por ahí cerca.

Volví a mirar alrededor para asegurarme de que estaba solo, y entonces, experimenté con mis habilidades para arrojar objetos a distancia. Para comenzar, primero toqué una de las latas y le di una descarga, con lo que la hice volar de la placa. Luego traté de controlar el poder. Lo incrementé, lo disminuí, me alejé de las latas para ver si les podía disparar la descarga a distancia.

Ya prácticamente había aprendido que podía controlar el poder a pesar de que el nivel del mismo no era demasiado grande y de que la distancia para golpear objetos era de, máximo, un metro. Y entonces me tuve que detener porque vi que un coche se acercaba a mí lentamente por el camino.

Volví a cruzar para llegar al pavimento al mismo tiempo que el coche se detenía a un lado del camino. La ventanilla del frente comenzó a bajar y por ahí se asomó un hombre con muy mala pinta.

—Oye, muchacho, ¿esto es Crow Lane?

Negué con la cabeza y señalé el conjunto habitacional.

—Es allá.

Miró hacia donde yo había señalado y luego volvió a verme.

—¿Y Baldwin House?

—Es el segundo edificio de aquí para allá.

Asintió con la cabeza pero no dijo nada. Solo subió la ventanilla, le dio vuelta al coche y se fue.

—De nada —murmuré mientras veía cómo se alejaba.

Cuando llegué a casa Abue estaba trabajando, tecleaba y tecleaba sin cesar. Después de saludarnos y de que ella fingiera estar un poco molesta porque me había tardado más de lo que le había prometido, me fui a mi cuarto y la dejé continuar con su trabajo.

No sabía qué iba a hacer con toda la información que había conseguido sobre O’Neil y Adebajo y sobre todo lo demás, o sea, el ataque a Lucy y a Ben, las cuestiones acerca de las pandillas, los Mayores, Howard Ellman. Para empezar, ni siquiera sabía para qué la había ido a conseguir. Pero al sentarme ahí junto a la ventana y contemplar la sordidez del lluvioso día sobre el conjunto de edificios, supe, en el fondo de mi corazón, que solo tenía dos opciones: podía quedarme sin hacer nada, olvidar el asunto y tratar de continuar con mi vida, o podría esforzarme lo más posible por hacer algo al respecto.

Tal vez si hubiera seguido siendo mi antiguo yo, el perfectamente ordinario Tom Harvey sin superpoderes de iPhone, habría aceptado el hecho de que no quedaba nada por hacer. Porque lo único que podría haber hecho ese Tom Harvey habría sido entregar a la policía la información que había logrado reunir. Pero al final, a pesar de todo el cuidado o inteligencia con los que hubiera recabado los datos, el resultado habría sido el mismo: los Cuervos y la mayor parte de los habitantes de Crow Town se habrían puesto en contra de Lucy y su familia, y habrían logrado que sus vidas fueran todavía más espantosas de lo que ya eran.

Y en ese caso, tal vez lo único que le habría quedado por hacer al ordinario Tom Harvey habría sido actuar en lo absoluto.

Pero, me gustara o no, yo ya no era el ordinario Tom Harvey. Ahora era iBoy y tenía la capacidad de hacer cosas que antes no podía. Había algo dentro de mí, una parte que ni siquiera sabía si me gustaba, y esa parte me hacía sentir que tenía la obligación de tratar de aprovechar mis habilidades al máximo y hacer algo útil con ellas. Fuera lo que fuera ese sentimiento que albergaba, yo sabía que no podría negarme.

Solo pensé que si el sentimiento hubiera resultado un poquito más útil, las cosas habrían ido mejor. Es decir, estaba muy bien el hecho de que la conciencia más dijera que tenía que hacer algo, solo que las cosas habrían sido mucho más sencillas si me hubiera dicho qué hacer.

Pero no, no iba a recibir ayuda para eso, y además, mi iCerebro tampoco podría auxiliarme. Porque decidir qué debía hacer era una labor que tenía que realizar con mi cerebro normal.

Así que solo cerré los ojos y me quedé sentado, pensando, preguntándome, escuchando la lluvia caer.

Como dos horas después, Abue tocó a mi puerta y me despertó para decirme que iba a salir un ratito de compras. Yo no había logrado pensar gran cosa y lo poco que sí había logrado resumir no era muy útil ni relevante. De hecho, cuando Abue estaba parada en la puerta esperando que respondiera su pregunta —pregunta que ni siquiera había escuchado—, me di cuenta de que ni siquiera recordaba en qué había estado pensando antes de quedarme dormido.

—¿Tommy? —dijo Abue—. ¿Quieres algo de la tienda?

—No, no, gracias.

—Está bien, entonces no me tardo —dijo.

—¿Tienes suficiente dinero? —me escuché decir.

—¿Qué?

Encogí los hombros.

—Nada, solo quise decir, ya sabes —me tallé los ojos y sonreí cansado—. Lo siento, es que todavía estoy medio dormido.

—Bien, pues tal vez deberías tratar de volver a dormirte por completo.

—Ajá.

—En la cama, no en el sillón.

—Está bien.

—De acuerdo, entonces te veo al rato.

—Sip, te veo luego, Abue.

Me quedaba muy claro que saber toda esa información no era lo mismo que entenderla. Sabía que tener acceso a cantidades enormes de datos no me había convertido de repente en un genio filosófico o algo así. Sin embargo, aquella tarde, cuando estaba sentado en mi cuarto con los ojos cerrados, iEscudriñando entre lo que podía buscar, tratando de encontrar la manera de arreglar la situación económica de Abue, continué recibiendo ciberflashazos relacionados con cuestiones morales. Eran foros de discusión, sitios de filosofía, fragmentos de libros y otras cosas así. Entonces comencé a entender que el concepto de la correcto y lo incorrecto no era tan claro como yo lo había imaginado. Cuando trata de la moralidad, la verdad es que no existen muchas leyes naturales al respecto. No hay situaciones que sean correctas o incorrectas de una manera definitiva. Las cosas no son nada más blancas o negras; a todo lo cubre una especie de color marrón-gris cochinón. La especie de color mierdoso que se produce cuando mezclas todos los colores que vieron en una caja de pinturas.

Claro que también había empezado a comprender que si quieres hacer algo que crees, o que incluso sabes que es incorrecto, existe toda una serie de acciones que puedes realizar para convencerte de que no lo es. Es ese sentido, lo primero y más sencillo que puedes hacer es fingir que la noción de lo incorrecto ni siquiera existe para empezar.

Bueno, de cualquier forma, para ir al grano diré que llegué a entender algo fundamental. Entendí que las capacidades que seguían creciendo dentro de mi cabeza, me ofrecían opciones inconmensurables para resolver los problemas de dinero de Abue. Pero eso, a su vez, significaba que cualquier opción que eligiera implicaría, inevitablemente, tomar el dinero de alguien más, dinero que no me pertenecía. Y a pesar de lo mucho que traté de convencerme de que eso estaba okey, en el fondo sabía que no era así.

Por ejemplo, podría hackear las cuentas y las bases de datos de todos los editores de Abue. Así, con la mano en la cintura, podría cambiar las cifras de ventas, inventar que los libros de Abue habían vendido mucho más, y generar un montón de dinero para ella. Dinero que, en realidad, no estaba ahí. O, viéndome un poco más temerario, podría hackear la cuenta bancaria de alguna persona súper rica, alguien que no extrañara alguna mugres libras, alguien como Bill Gates, Bono o J. K. Rowling; podría entrar a la cuenta, sacar dinero de ella y ya.

Porque, dicho llanamente, tenía la capacidad de robarle todo el dinero que quisiera a quien se me diera la gana. Lo cual, al principio, sonaba muy emocionante porque, bueno, podría convertirme en millonario, en billonario o hasta en infinitomillorario. Pero después comprendí que, en realidad, era algo que no significaba gran cosa. Porque, ¿qué iba a hacer con un billón de libras? Y para ser más preciso, ¿qué iba a hacer para explicar cómo lo había conseguido?

Lo que hice al final fue, bueno, antes que nada, instalé un programa de algoritmos.

En matemática, computación, lingüística y otras materias relacionadas, el algoritmo es una secuencia de instrucciones finitas que se emplean para el cálculo y el procesamiento de datos. Dado un estado inicial, el algoritmo provee una lista de instrucciones bien definidas para completar una tarea. A través del seguimiento de los pasos sucesivos de la lista, se llega al estado final.

Así que, básicamente, programé el algoritmo para que verificara todas las cuentas bancarias del mundo, que las organizara por cantidades y que retirara una libra de cada una de las primeras 15,000. Luego, el total de £15,000 fue depositado de forma electrónica (y anónima por completo), en la cuenta de Abue como un depósito único. No pude encontrar la forma de justificar el depósito, es decir no pude inventar un depositante legítimo, pero decidí dejar eso para después. Mientras tanto, cancelé los citatorios por falta de pago de impuestos, con el resto de los £15,000, pagué lo que debía y puse al corriente la renta.

Sí, eso estaba mal.

Era robo.

Era fraude.

Era incorrecto.

Pero no me sentía mal al respecto.

Después de las operaciones me dormí un rato (la moralidad y los algoritmos son extenuantes). Cuando desperté, Abue ya había regresado. Había comprado algo de comida; cenamos unos sándwiches tostados juntos.

Cuando ella volvió a su libro, yo fui otro rato a estar en mi cuarto. Ahí escaneé las ondas radiales en espera de que nuevas llamadas de celular me indicaran qué se traían entre manos los Cuervos. Pero no escuché nada interesante en particular. Casi todo era: ¿En dónde estás?, ¿qué haces?, ¿ya te enteraste de lo de Trick y Jace?

Trick era Carl Patrick, y asumí que Jace era Jayden Carroll. Por medio de los registros de la computadora del hospital, me enteré de que Carroll había recibido tres puñaladas en el estómago, que ninguna de ellas lo habían puesto en peligro de muerte, que le realizaron una cirugía y que esperaban que se recuperara sin problemas.

Carl Patrick había sido arrestado.

A las 19:15:59 salí del departamento y subí al piso treinta a ver a Lucy. No recuerdo cómo me sentía ni o que estaba pensando en ese momento, pero, fuera lo que fuera, cuando se abrieron las puertas del ascensor y vi a un grupo de chicos en el corredor, afuera de su departamento, sentí que la cabeza y el corazón se me vaciaban de repente.

Había unos seis o siente. A pesar de que todos tenían puestos sus capuchas al estilo Cuervo, pude reconocer a varios: Eugene O’Neil, DeWayne Firman y Nathan Craig. Entre los que reconocí había uno con una lata de pintura es spray y estaba escribiendo algo en la pared. DeWayne Firman estaba agachado y gritando algo por la ranura del buzón de la puerta de Lucy. Eugene O’Neil nada más estaba de pie; era obvio que él estaba a cargo. Estaba en su plan de tipo rudo y maldito como el diablo. Cuando se abrieron las cuentas del ascensor, me miró y una espantosa sonrisa le apareció en el rostro.

Mientras cerraba las puertas del ascensor y oprimía el botón del piso veintinueve, alcancé a verlo sacudir la cabeza en negación y sonreírme. Se burlaba de lo que, según él, era cobardía, debilidad pura.

Pero no me importó.

No sonreiría por mucho tiempo.

Salí en el piso veintinueve y me dirigí arriba por las escaleras. Me puse la capucha de la chamarra y mi iPiel comenzó a resplandecer.