EL SUPERHÉROE DE CROW LANE
La polícia local está preocupada por
los reportes acerca de un «superhéroe»
que combate el crimen en el conjunto
habitacional Crow Lane. Los testigos han
descrito varios incidentes en los que se ha
visto a un misterioso personaje tornar la
ley en sus manos en los alrededores del
conjunto de edificios.
Una residente que prefiere ocultar
su identidad, le dijo a la Gaceta de Southwark
que recientemente un hombre enmascarado
con un disfraz y capucha la salvó de un
ataque de pandilleros.
«Solo salió de la nada», dijo. «Por un momento
vi un flashazo azul que me cegó y, de repente,
los pandilleros ya estaban huyendo».
Cuando se le preguntó a la policía si
apoyaba las acciones del «superhéroe», su vocero
contestó que «a pesar de que las intenciones
de este individuo son buenas, sus acciones son
incorrectas. La policía hace un enérgico llamado
en contra de todo tipo de acción ciudadana que busque
impartir justicia de manera independiente. Nosotros
le pediríamos a esta persona, quien quiera que sea,
que le permita a la policía hacer su trabajo».
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El lunes, cuando abrí los ojos, sentí como si me estuviera despertando después de un sueño demasiado intenso, vívido y prolongado. Era una sensación muy extraña porque sabía que las cosas en mi cabeza se sentían como recuerdos de sueño, en realidad eran recuerdos, los recuerdos de los últimos diez días. Además, también sabía que no había podido estar soñando durante diez días.
Pero sentía como si eso hubiera sucedido.
Me quedé tanto rato en la cama tratando de no pensar en ello, tratando de sentirme normal. Sin embargo, resulta muy difícil pensar cuando estás tirado en la cama, mirando el techo y demasiado consciente de que no quieres pensar. Además, resulta todavía más difícil sentirse normal cuando es tan obvio que no lo eres.
Así que, al final, me di por vencido.
Me levanté de la cama, me di un baño y me vestí.
Cuando entré a la cocina, Abue estaba sentada en la mesa y tenía en las manos un estado de cuenta bancario.
—Buenos días, Abue —le dije cuando me senté—. ¿Cómo estás?
—¿Qué es esto, Tommy? —me dijo con mucha seriedad.
—¿Disculpa?
—Esto —repitió, ondeando el estado de cuenta frente a mí—. El 31 de marzo se registró un depósito anónimo de quince mil libras mi cuenta bancaria.
Me miró con insistencia.
—¿Sabes algo al respecto?
—¿Yo? —dije fingiendo sorpresa e indignación. Pero al mismo tiempo, dentro de mi cabeza me estaba dando de patadas por haberme olvidado del asunto—. No sé de qué estás hablando.
—Estoy hablando de esto —dijo al mismo tiempo que me pasaba el estado de cuenta y señalaba el depósito—. ¿Lo ves? Alguien depositó quince mil libras en mi cuenta.
Le sonreí.
—Bueno, eso está súper bien, ¿no?
Volvió a mirarme muy enojada.
—No. Si no sé quien lo hizo ni para qué, no está bien.
Me encogí de hombros.
—¿Y eso importa? Es decir, dinero es dinero…
—No, Tommy, claro que importa.
Miré el estado de cuenta.
—Tal vez lo depositaron tus editores —le comenté—. Tal vez es un bono o algo así.
—¿Un bono?
Volví a encoger los hombros.
—Pues yo no puedo estar seguro, ¿verdad?
—No, no es de mis editores. Ya lo verifiqué. En el banco tampoco me pueden decir quién lo hizo —me miró de nuevo—. ¿Estás seguro de que no sabes nada al respecto?
—No, ¿por qué?
Abue vaciló un poco.
—¿Qué? —le pregunté.
Me miró directo a los ojos.
—Si estuvieras en algún problema, me lo dirías de inmediato, ¿verdad?
—¿Problema?, ¿qué tipo de problema?
Sacudió la cabeza con incredulidad.
—Mira, sé que es muy difícil para ti. Me refiero a vivir en este sitio. Es muy sencillo involucrarse con la gente incorrecta.
—Abue —le dije, en verdad muy desconcertado—, en serio no sé de qué estás hablando.
Extendió su brazo y puso su mano sobre la mía.
—Solo dime la verdad, Tommy. ¿Conseguiste el dinero en algún lugar y luego lo pusiste en mi cuenta?
Lo negué con la cabeza.
—¿De dónde podría sacar tanto dinero?
—Aquí en Crow Town, ¿de qué forma consigue, cualquier persona, esa cantidad de dinero?
Me la quedé viendo.
—¿Acaso crees que estoy vendiendo drogas?
Se encogió de hombros.
—Solo te estoy preguntando.
—Por Dios santo, Abue —dije muy enojado—, ¿en verdad crees que haría algo así?
—¿Entonces no lo estás haciendo?
—No —respiré hondo—, no estoy vendiendo drogas.
—¿Y tampoco estás robando o haciendo cosas así?
Volví a respirar.
—¿Cómo se te pudo siquiera llegar a ocurrir algo así?
—Lo siento, Tommy —dijo—, pero es que a veces sucede. Le puede pasar a cualquier persona. Hasta a alguien como tú. Es decir, yo sé que de verdad eres una buena persona, un chico de verdad muy decente, y sé que me quieres. Pero, precisamente porque sé que me quieres, también sé que estarías dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ayudarme. Y bueno, sé que si te hubieras llegado a enterar de que estaba en dificultades económicas, podrías haber llegado a hacer algo incorrecto para ayudarme. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí, sí, claro que entiendo. Pero no he hecho nada malo.
Abue me miró, asintió con la cabeza y luego recogió varias cartas que estaban esta mesa.
—Ésta —dijo al mismo tiempo que me mostraba una de las cartas— es la confirmación de que mis deudas de impuestos con el Ayuntamiento, fueron saldadas —colocó el papel en la mesa y me mostró otro—. Éste es un estado de cuenta que dice que ya estoy al corriente con la renta —me miró de nuevo—. ¿Tú sabías que yo debía todo este dinero?
—No —le mentí.
—¿Tú pagaste estas deudas?
—No.
—¿Estás seguro?
Asentí.
Abue suspiró.
—Bueno, pues alguien lo hizo y no fui yo.
No se me ocurría qué decir, así que solo me quedé ahí sentado con cara de inocente.
Abue también se quedó en silencio un rato mirando las cartas. De repente negó con la cabeza, y luego me dijo:
—Mira, Tommy, siento mucho haberte molestado u ofendido, pero es que tenía que preguntarte. No es que no confíe en ti, tú sabes que confío en ti. Y bueno, incluso si estuvieras involucrado en algo ilegal, te seguiría queriendo —me sonrió—. Además, sabes que sí has estado actuando un poco raro últimamente.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, es que, o te pasas todo el día en tu cuarto haciendo solo Dios sabrá qué, o sales a la calle, en especial por la noche. Además te ves preocupado, demasiado preocupado por todo. Y siempre estás cansado.
—Es que he estado estudiando mucho.
—¿Estudiando?
Asentí.
—Sí, en mi cuarto, en la biblioteca. Como falté mucho tiempo a la escuela, pensé que tenía que ponerme al día por mi cuenta.
Abue me frunció el ceño.
—¿En serio?
—Ajá, ¿qué pasa?, ¿no me crees?
—Bueno, no estoy diciendo que no te crea.
—Vamos, hazme una prueba.
—¿Disculpa?
—Puedes hacerme una prueba. Te voy a demostrar que sí he estado estudiando.
Se rio.
—No tienes que demostrarme nada.
—No, vamos —insistí—, he estado estudiando historia británica de la posguerra. Pregúntame algo.
—No seas tonto, Tommy, te creo.
—Historia de la posguerra —repetí—, de 1946 a la fecha.
—No voy a…
—Cualquier pregunta que se te ocurra.
—Esta bien —dijo Abue un poco abrumada—, si insistes.
—Sí, sí insisto.
—Okey, dame un minuto para pensar…
Mientras ella pensaba en una pregunta, entré a mi cabeza y abrí Google. Claro que ahora esto me hacía sentir bastante asqueado de mí mismo. Deseaba no haberme metido en todo este asunto de mentirle, para empezar. Deseaba poder decirle a Abue la verdad. Toda la verdad. Pero no podía, ¿o sí? Cómo podría decirle que su nieto ya no era normal, que tenía superpoderes y que los usaba para encontrar y castigar al mundo de gente que había golpeado y violado a Lucy. El mundo de los hermanos O’Neil, de Paul Adebajo y de DeWayne Firman, el mundo de Jayden Carroll, de Yusef Hashim y de Carl Patrick. El mundo de Howard Ellman.
¿Cómo podría decirle eso a Abue?
¿Y cómo podría decirle que en ese precise momento su nieto comenzaba a tener miedo de estar perdiendo toda noción de compasión que alguna vez pudo haber tenido, y que, además, también estaba pensando que había empezado a perder la razón?
¿Cómo podría decirle eso?
No podía, ¿verdad?
Sencillamente no podía.
Y me odiaba por eso.
—¿Quién era el primer ministro en 1956?
Miré a Abue.
—¿Cómo?
—Me pediste que te hiciera una pregunta —dijo—, acerca de historia de la posguerra.
—Ah, sí, claro.
—Ésa es mi pregunta: ¿quién era el primer ministro en 1956?
Busqué en mi cabeza y visité un sitio en donde se enlistaba a los primeros ministros británicos:
… Eden reemplazó a Winston Churchill en el cargo de primer ministro en abril de 1955. Después, ese mismo año asistió a una cumbre en Ginebra, en la que participaron los jefes de gobierno de Estados Unidos, Francia y la Unión Soviética…
—Sir Anthony Eden —contesté.
Abue se veía sorprendida.
—Muy bien.
—El 10 de enero de 1957 lo reemplazó Harold Macmillan —añadí—. Eden pasó los últimos años de su vida escribiendo sus memorias, las cuales fueron publicadas en tres volúmenes entre 1960 y 1965. También escribió un recuento de sus experiencias durante la guerra al que tituló Otro mundo. La obra fue publicada en 1976 —le sonreí a Abue—. Murió en 1977.
Abue sacudió la cabeza con incredulidad.
—En serio has estado estudiando.
—Te lo dije, ¿no?
—Estoy impresionada.
«Pues no deberías» pensé.
—Sí, bueno —dije al mismo tiempo que veía el reloj en la pared—, me voy otra vez a la biblioteca, si no te molesta —le sonreí—. Tengo otras cosas que estudiar.
Asintió.
—Creo que yo también debería ponerme a trabajar.
—¿Cómo va el libro? —le pregunté.
—Más o menos —me sonrió—, tal vez los editores sí lleguen a darme un bono por éste.
—Muy graciosa —le dije.
Sonrió.
Me puse de pie.
—Te veo más tarde, ¿de acuerdo?
—Está bien, pero no te quedes mucho tiempo allá. Te ves cansado.
—Regreso en un par de horas —le dije en mi camino a la puerta—, te lo prometo.
—Oye, Tommy.
Me detuve y volteé a verla.
—¿Ajá?
—Lo siento mucho. Siento haber dudado de ti.
—No tienes por qué disculparte, Abue. En serio, está bien.
—Lo sé, pero, lo siento.
Me sentía demasiado mal para decirle algo más. ¿Qué podría agregar? Me ofrecía disculpas por no confiar, pero tenía toda la razón para dudar de mí. Le estaba mintiendo, estaba traicionando su confianza. Yo debería ser quien se disculpara.
En ese momento estuve a punto de confesarle todo.
Porque me sentía tan asqueado de mentirle y de hacerla sentirse mal respecto a sí misma, que estuve a punto de decirle la verdad a pesar de lo difícil que sabría que sería.
Pero en ese momento, justo cuando se comenzaban a formar las frases en mi mente, sonó el timbre y, antes de que pudiera decir algo, Abue se levantó de la mesa y caminó por el pasillo para abrir la puerta.
—Ah, es usted —la escuché decir—, ¿qué se le ofrece?
—Buenos días señorita Harvey —escuché que decía una voz masculina que me sonaba vagamente conocida—. ¿Está su nieto en casa?
Me tomó un momento reconocer a los dos hombres que venían siguiendo a Abue a la cocina. La última vez que los había visto fue en el hospital, cuando acababa de despertar de otro sueño que no era un sueño. Era el no-sueño acerca de Lucy («Una joven de quince años fue violada por una pandilla en el conjunto habitacional Crow Lane»), el cual me había dejado en aquella ocasión, por obvias razones, un tanto abrumado. Pero ahora, los dos hombres estaban ahí de pie mirándome, ofreciéndome esas sonrisas que, supuestamente, tendrían que hacerme sentir cómodo, y claro, yo ya no estaba tan confundido como para no recordarlos.
El alto y rubio, el de mal cutis y dientes manchados por el cigarro, era el Sargento Johnson. El otro era el agente Wester y, francamente, era tan poco memorable que era imposible recordarlo por algún rasgo.
—Hola, Tom —dijo Johnson—, ¿cómo te va?
Miré a Abue.
Ella como que medio se encogió de hombros.
—Lo siento, Tommy, quieren hacerte algunas preguntas. Puedes negarte si así lo deseas.
Entonces volteé a ver a Johnson.
—¿Preguntas sobre qué?
Se sentó a la mesa sin pedir permiso.
—Entonces, Tom —dijo en un tono casual en exceso—, ¿cómo va tu cabeza? Te quedó una linda cicatriz —sonrió y me guiñó el ojo—. A las chicas les va a gustar, ¿sabes?
—Ajá —dije—, las neurocirugías enloquecen a las chicas, ¿verdad?
Su sonrisa se desvaneció y, por un momento, lució algo avergonzado. Inhaló y aclaró la garganta.
—Muy bien —dijo—, la razón por la que estamos aquí…
Miró a Abue.
—¿Gusta sentarse, señorita Harvey?
—Es muy amable de su parte —dijo Abue—, pero estoy bien aquí, gracias.
Abue miró a Webster, quien estaba de pie detrás de Johnson con una libretita y un lápiz en las manos.
—¿A usted le gustaría sentarse? —le preguntó.
—No —masculló mirando a Johnson—. No, estoy bien aquí, gracias.
Johnson le frunció el ceño a Abue, todavía sin saber si estaba siendo sarcástica o no. Entonces, después de echarle una rápida mirada al agente Webster, volvió a verme.
—Bien, pues como te decía, la razón por la que estamos aquí es que, básicamente, nos gustaría hacerte algunas preguntas más acerca de tu accidente.
—No fue un accidente.
—No, lo sé. Bueno, en realidad todavía no sabernos si fue un accidente o no, pero queremos asumir que no lo fue. Creemos que tal vez el celular que causó tus heridas fue arrojado por la ventana durante el ataque a Lucy y Ben Walker.
—Ajá —dije—, así fue.
—¿Tú viste cuando lo arrojaron?
Asentí.
—Pero no pude ver quién lo hizo. El sol me daba directo a los ojos. Solo vi que había alguien en la ventana.
—¿Lo puedes describir?
Negué con la cabeza.
—No, estaba demasiado lejos.
—¿Era un hombre, un chico?
—Creo que era un chico.
—¿Blanco o negro?
—No lo sé.
—¿Como de qué edad?
—No podría decirlo.
—Está bien. Pero estás seguro de que viste a un chico en la ventana y crees que te aventó el teléfono, ¿no es así?
—Ajá.
—¿Qué hora era?
—Diez para las cuatro.
Johnson levantó las cejas.
—Eso es bastante preciso.
Me encogí de hombros.
—Es que recuerdo que vi el reloj antes de que sucediera, y eran diez para las cuatro.
Asintió.
—Bien. Entonces acababas de salir de la escuela, ¿así es?
—Ajá.
—¿Y a dónde ibas?
—A casa.
—De acuerdo, ¿venías para acá?
—Sí.
—Muy bien —miró a Webster, quien estaba ocupado escribiendo todo lo que yo decía. Luego volvió a mirarme—. ¿Estabas al tanto del ataque que estaba teniendo lugar en el departamento del piso treinta?
—No.
—¿Te enteraste después?
—Así es.
—Por favor recuérdame, ¿cómo te enteraste del ataque?
—Fue cuando estaba en el hospital —le dije mirándolo directo a los ojos—. Estaba en los baños y alguien había dejado ahí una vieja copia de la Gaceta de Southwark. En el periódico había un reportaje del ataque.
Johnson asintió y miró a Webster. Webster revisó su libretita, verificó algo y luego le asintió a Johnson.
Johnson volvió a mí.
Entonces le dije:
—¿Ya lo atraparon?
—¿Disculpa?
—A los muchachos que violaron a Lucy, ¿ya los atraparon?
Vaciló por un momento y dijo:
—Me temo que no podemos mencionar ningún detalle porque la investigación todavía continúa.
—Todavía no los tienen.
Respiró hondo.
—Estamos esforzándonos, Tom, pero en este tipo de casos, bueno, es difícil. Ya sabes cómo son las cosas por aquí. La gente por no quiere cooperar, tiene miedo. —Me miró—. Tu conoces a Lucy Walker, ¿verdad?
Asentí.
—Crecimos juntos.
—Creo que la has ido a visitar últimamente, ¿es correcto?
—¿Quién le dijo?
—¿Cómo está ella? —dijo, ignorando mi pregunta— ¿qué tal está afrontando la situación?
Me encogí de hombros.
—Supongo que de la mejor manera posible, dadas las circunstancias.
Me miró.
—¿Te ha hablado respecto a lo que sucedió?
Miré a Abue porque no sabía qué decir.
Ella miró a Johnson.
—Creo que cualquier cosa que Lucy y Tommy hayan platicado es un asunto entre ellos. Ahora, ¿tiene alguna otra pregunta? Porque si ya acabó…
—Yo le avisare cuando haya terminado, señorita Harvey —dijo Johnson en el momento que dejaba de verla y volteaba hacia mí—. Me gustaría preguntarle a ambos respecto a una serie de incidentes que se han suscitado en Crow Lane la última semana, más o menos.
—¿Incidentes? —dijo Abue—. ¿Qué incidentes?
Johnson seguía mirándome.
—Últimamente, varios de los individuos de cuya participación o conocimiento del ataque a Lucy y Ben sospechábamos, han sido, en mayor o menor grado, objeto de abusos.
Le fruncí el ceño.
—¿Podría repetir eso, por favor?, ¿en un idioma que entendamos?
Johnson se me quedó viendo.
—Ya me escuchaste. Alguien ha estado tomando la ley en sus manos. ¿Sabes algo al respecto?
—No —le dije.
Miró a Abue.
—¿Señorita Harvey?
Ella se veía desconcertada.
—¿Quiere decir que alguien ha estado atacando a los chicos sospechosos de violar a Lucy?
—Bueno, las cosas son un poco más complicadas, pero como nadie quiere cooperar con nosotros, la mayor parte de la información con la que contamos está demasiado fragmentada, por decir lo menos. Sin embargo, creemos que alguien, muy probablemente de por el rumbo, podría haber estado dañando a cualquiera que esté involucrado con las pandillas locales.
Volvió a mirarme.
—Por eso, pensamos que quizás se trate de alguien que le tiene algún tipo de resentimiento a las pandillas. Tal vez es alguien que está tratando de vengarse.
Me reí con discreción.
—¿Qué?, ¿y usted cree que podríamos ser Abue y yo?
Johnson se encogió de hombros.
—Solo te estoy preguntando si sabes algo, Tom. Eso es todo. Tú eres amigo de Lucy, tal vez conoces a alguien que desea castigar a la gente que la lastimó. ¿Conoces a alguien así?
Negué lentamente con la cabeza.
—No, no se me ocurre nadie. Y, además, ¿cómo podrían saber quien lo hizo? Es decir, ¿cómo podría, la persona que lo está haciendo, saber a quién atacar?
Johnson volvió a encoger los hombros.
—Tu duda es tan válida como la mía. Tal vez Lucy le dijo a esa persona, o tal vez lo hizo Ben. Tal vez esa persona presenció el ataque pero tiene demasiado miedo para decirlo. O tal vez solo haya escuchado los rumores que corren por el conjunto. O tal vez esa persona no sabe quién lo hizo, y solamente asume que fueron los Cuervos o los FGH.
—Esto ya se está poniendo ridículo, ¿no es así? —suspiró Abue.
Johnson la miró.
—¿Usted cree?
—Sí.
—¿Y por qué, señorita Harvey?
—Bien, pues para empezar —dijo Abue, levantando un dedo—, las pandillas siempre se están peleando unas contra otras. Es a lo que se dedican, a golpearse, acuchillarse, dispararse. Es lo que han hecho durante cientos de años y los seguirán haciendo hasta que todas desaparezcan, cosa que no sucederá nunca. Entonces, no veo por qué a usted de repente se le ocurre que esos incidente pueden significar algo. Tampoco entiendo por qué pierde su tiempo buscando a alguien que ataca a los tipos malos, cuando usted mismo no ha sido capaz de encontrarlos.
—Bueno —comenzó Johnson a explicar—, como ya le dije…
—Y en segundo lugar —dijo Abue, levantando dos dedos—, incluso si por ahí afuera anduviera un vengador anónimo, cosa que dudo mucho, no puedo entender qué tendría que ver con nosotros —se quedo mirándolo fijamente—. ¿A usted le parece que yo soy el tipo de persona que puede andar por ahí atemorizando gángsters?
Johnson negó con la cabeza.
—Yo nunca dije…
—¿Usted cree que Tommy lo es? Es decir, apenas se está recuperando de una operación que puso en riesgo su vida, por Dios santo. Y aún si no fuera así, mírelo, no podría aterrorizar ni a una mosca —me sonrió—. Sin ofender, Tommy.
—No me sentí ofendido, Abue.
Abue se volvió hacia Johnson.
—Así que, a menos que tenga algo más relevante que…
—Ayer por la noche fueron atacados varios jóvenes cerca de Fitzroy House —dijo con severidad, mirándome—. Dos todavía están en el hospital; uno de ellos, en condición crítica. Una camioneta fue incendiada en el ataque. Tenemos un testigo que dice haberte visto ayer en la zona infantil minutos antes del ataque. ¿Tú lo niegas?
—No, ahí estaba.
—Espera, Tommy —dijo Abue y volteó hacia Johnson—, ¿qué sucede aquí? Usted no puede nada más…
—Sí, sí puedo, señorita Harvey. Su nieto es testigo potencial de un ataque muy serio que podría terminar en siendo un caso de asesinato. Necesito hacer algunas preguntas. ¿Está bien?
Abue me miró.
—Está bien, Abue —le dije.
—¿Estás seguro?
Asentí.
Johnson me dijo:
—¿Viste lo que sucedió?
—No.
Chasqueó la lengua y suspiró.
—Vamos, Tom, estuviste allí. Sé que estuviste allí.
—Sí, estuve en la zona de juegos —le dije—, pero no fue por mucho tiempo. No vi que pasara nada en Fitzroy House. No me alejé de donde estaba.
—¿No viste nada? —preguntó con incredulidad—. ¿Cómo es posible que no hayas visto nada? Había como doce chicos FGH. A seis de ellos los golpearon, debe haber sido una pela infernal. Y aunque no hubiera visto nada de eso, ¡por Dios!, también incendiaron una camioneta. ¿De verdad quieres que crea que no viste nada?
—No vi nada —le respondí apaciblemente.
Respiró hondo y exhaló con lentitud.
—¿Puedo ver tus manos, por favor?
—¿Qué?
—Muéstrame tus manos, por favor. Me gustaría ver la palma de tus manos.
—¿Para qué? —preguntó Abue.
Johnson suspiró.
—Por favor, señorita Harvey, podemos hacer esto aquí, con tranquilidad y sin interrupciones o llevarme a Tom a la estación conmigo. En ese caso, se perderá mucho tiempo; lo único que quiero es eliminar a Tom de nuestras investigaciones. Créame, si es inocente, no tiene nada de qué preocuparse.
Abue me miró.
—Depende de ti, Tommy.
Me encogí de hombros y dije:
—Está bien.
Extendí las manos con las palmas hacia arriba para que Johnson las revisara. No las tocó, solo se agachó y miró con mucho cuidado. Creo que hasta las olió un poco.
—Voltéalas, por favor —dijo.
Hice lo que me pidió.
—¿Qué te paso aquí? —preguntó al mismo tiempo que señalaba un claro de vello quemado que tenía en el antebrazo.
—Nada —encogí los hombros—, solo me acerqué mucho al fuego, eso es todo.
—¿Qué fuego? —preguntó Johnson asomándose a ver el radiador que estaba junto a la pared.
—En casa de Lucy —le dije—, ella tiene un calentador eléctrico y me senté demasiado cerca.
Se me quedó viendo un momento; la incredulidad se veía en sus ojos. Luego solo dijo:
—Gracias, ahora solo unas cuantas preguntas más y prometo que eso será todo. ¿Está bien?
—Sí, no hay problema.
—De acuerdo —dijo, vacilando un poco—. Necesito saber, y tal vez te pueda sonar un poco extraño, pero necesito saber si tienes alguna máscara.
—¿Una máscara? —dije—. ¿A que se refiere?
—Sí, una máscara, una máscara de juguete. De Supermán, del Hombre Araña, algo así.
Abue se rio.
—¿Eso es lo que buscan?, ¿a Supermán? —se volvió a reír—. ¿De verdad creen que Supermán se va a mudar de Ciudad Gótica a Crow Town?
—Ese es Batman, Abue —le dije.
—¿Cómo?
—Que Batman es el que vive en Ciudad Gótica, no Supermán.
—¿En serio?, ¿y entonces en dónde vive Supermán?
—No sé.
—En Metrópolis —dijo Webster.
Todos volteamos a verlo.
Se sonrojó un poco y dijo:
—Supermán vive en Metrópolis.
—Por Dios santo —suspiró Johnson—, ¿podríamos permanecer en el mundo real, por favor? —me miró de nuevo—. Tom, ¿podrías solamente contestar la pregunta por favor?
—Disculpe —dije sonriendo—, ¿cuál era la pregunta?
—Que si tienes alguna máscara.
—No —le dije, todavía con la sonrisa en la cara—. No tengo máscaras.
—¿Te molestaría que el agente Webster echara un vistazo a tu habitación?
—No, no hay ningún problema —volteé para señalarle por dónde entrar, pero Webster ya estaba saliendo de la cocina, Abue lo siguió, pero Webster dijo—: Está bien, señora H. Yo puedo encontrarlo, gracias —y cerró la puerta de la cocina detrás de sí.
Cuando volteé a mirar a Johnson, me preguntó:
—Tom, ¿sabes lo que es una Taser?
En un instante apareció un artículo de un sitio de Internet en mi cabeza:
La Taser es una arma de electrochoques que, por medio de corriente eléctrica, interrumpe el control voluntario de los músculos. El fabricante, Taser International, denomina al efecto, «discapacidad neuromuscular», y al mecanismo, «Tecnología de interrupción electro-muscular» (EMD, por sus siglas en inglés). El individuo que recibe la descarga de una Taser sufre la estimulación de las terminaciones nerviosas sensibles y de los nervios motores, lo cual tiene como resultado contracciones musculares involuntarias…
—Ajá —contesté—, sí sé lo que es una Taser.
—¿Alguna vez has visto una?
—No.
—¿Conoces al alguien que posea una o haya visto una?
—No.
—¿No te da curiosidad por qué te estoy preguntando sobre las Taser?
—La verdad, no.
No dijo nada durante un rato, solo se quedó sentado en la silla con los brazos cruzados mirándome. Casi podía escuchar como hacía tic-tac su cabeza, como trataba de esforzarse en intuir si le estaba diciendo la verdad o no. Y si no, ¿por qué no?, ¿sabría yo algo?, ¿estaría demasiado asustado para hablar?, ¿qué podría estar ocultando?, ¿a quien podría estar protegiendo?
Vacié mi cabeza, vacié mis ojos y lo miré.
El agente Webster regresó un par de minutos después. Johnson lo miró y alzó las cejas como esperando algunas respuesta. Webster negó con la cabeza y le hizo saber que no había encontrado ninguna máscara de superhéroe ni ningún Taser en mi cuarto.
Johnson suspiró y se puso de pie.
—Está bien, Tom, muchas gracias, eso es todo por ahora. Muchas gracias. Estaremos en contacto.
—Siento mucho que hayas tenido que pasar por todo esto —me dijo Abue después de acompañar a Johnson y Webster a la salida—. ¿Estas bien? Te ves muy cansado.
—Sí, lo estoy, también tengo un fuerte dolor de cabeza. Tal vez deba ir a acostarme un rato.
—Sí, eso deberías hacer. ¿Todavía tienes las pastillas para el dolor de cabeza que te recetó el doctor Kirby?
Asentí.
—Muy bien —dijo—, entonces tómate dos y vete a la cama. ¿Necesitas algo más antes de acostarte?
—No, gracias —dije y me levanté.
Abue me abrazó y me besó en la cabeza. Caminé por el pasillo hasta mi cuarto.
En verdad estaba cansado. Había sido por todas las preguntas, por el esfuerzo para responderlas y, además, por decirle tantas mentiras a Abue. Había requerido de toda mi energía.
Eso y todo lo que había sucedido en los últimos diez días.
Estaba acostado en la cama, pensando en tantas cosas, tantas dudas. ¿Qué sabía Johnson?, ¿qué sospechaba?, ¿qué pensaba?, ¿qué iba a hacer respecto al dinero en la cuenta de Abue?, ¿qué iba hacer respecto a todo? Sabía que tenía que empezar a pensar en las respuestas en ese preciso instante. Tenía que empezar a escanear, hackear, buscar, escuchar…
Pero en cuanto cerré los ojos, se acabó todo.
Caí en un profundo sueño sin sueños.