Estas [violaciones perpetradas por pandillas] suceden todo el
tiempo, hombre. Te enteras de ella en la escuela… es muy común.
Ya sabes que si llegas a delatarlos, lo pueden volver a hacer.
Porque si ellos quieren que te estés quieto, entonces eso es
lo único que puedes hacer, morderte la lengua y seguir adelante.
Es triste, pero es la realidad.
La triste realidad.
http://www.guardian.co.uk/world/2004/jun/05/gender.ukcrime
Los siguientes siete días fueron una desconcertante mezcla de locura avasalladora y aburrimiento soporífero. Me dejaron en la habitación privada por un par de días más para que los doctores pudieran observar mi progreso con detenimiento. Cuando quedaron convencidos de que estaba bien, me trasladaron a una cama en el pabellón general. A pesar de que Abue ya no estaba conmigo todo el tiempo, todavía me visitaba a diario, y siempre se quedaba un par de horas por lo menos. Yo le seguía preguntando por Lucy pero se negaba a decirme cualquier otra cosa. Insistía en que me concentrara en mejorar y descansar lo más posible.
—Lucy ya está recibiendo buenos cuidados —era lo único que me decía—. Y preocuparse por lo que le sucedió no le va a ayudar a ninguno de los dos. En cuanto te instalemos en casa de nuevo… bueno, entonces ya hablaremos del asunto. ¿Está bien?
No, claro que no estaba bien. Quería enterarme de todo en ese instante. Pero cuando Abue decide algo, no tiene caso discutir con ella. Así que solo hice lo que me había dicho. Descansé, dormí, comí, leí un montón de revistas estúpidas y traté de no pensar en nada.
Lucy.
Yo.
La locura en mi cabeza…
Descargas eléctricas.
Abejas, no-abejas.
Definiciones.
Periódicos.
Miles de millones de firmamentos tarareando…
En verdad me esforcé para no pensar en nada, pero fue casi imposible porque, cada vez que algo venia a mi mente, empezaban a suceder cosas raras. Seguía viendo algo en mi mente cosas que titilaban un poco y que no entendía, como las más vagas post-imágenes de insectos transparentes. También podía escuchar cosas como voces incorpóreas y trozos de conversaciones. Por otra parte, a pesar de que todo estaba demasiado borroso y fragmentado para lograr velos o escucharlo con claridad, sentí que estaba relacionado con lo que quiera que fuera que me estaba pasando por la cabeza. Era como esa experiencia de ensoñación que te da cuando te quedas dormido con la televisión prendida y lo que están pasando en ella se mezcla en tu adormilado cerebro con lo que quiera que sea que estás medio soñando, y sabes que no viene realmente de tu cabeza, pero parecía que si.
Así se sentía.
Estaba medio pensando en Lucy y luego comenzaba a ver fragmentos de noticias del periódico sobre su taque. Escuchaba voces entrecortadas que hablaban sobre los reportes y a veces las voces se reían. Veía fragmentos de mensajes de texto y correos electrónicos que, a primera vista, parecían no tener nada que ver con Lucy, pero muy en el fondo de mi mente, de alguna manera, había algo que me hacía saber que sí había una conexión.
Pero este fenómeno no solamente se presentaba cuando estaba pensando en Lucy, sino todo el tiempo. En cuanto me ponía a pensar en cualquier cosa, mi cerebro comenzaba a hormiguear y yo sentía que en el interior, algo conectaba, buscaba, encontraba…
Era asombroso.
Increíble.
Desconcertante.
Aterrador.
Además, lo que quiera que fuera, cambiaba todo el tiempo. Se hacía más claro pero, al mismo tiempo, más complejo, como si estuviera evolucionado de alguna manera… y eso también era bastante aterrador.
Pero lo más raro era que, conforme pasaban los días, como que me iba acostumbrando más y más, y para cuando el doctor Kirby decidió que ya estaba bien y me podía ir a casa, era como si toda esa locura siempre hubiera estado ahí en mi cabeza. Todavía era muy atemorizante y yo aún no entendía lo que pasaba a pesar de que, para explicarlo, ya se me habían empezado ocurrir varias teorías, aunque algo endebles, debo confesar. Pero bueno, al menos el asunto ya no me aterraba como al principio.
Solo estaba ahí.
Y ahí seguía todavía cuando, una gris y lluviosa mañana de martes, salí caminando del hospital con Abue y nos subimos a un taxi de sitio para hacer el corto recorrido a casa.
Sabía, por supuesto, que debía haberle mencionado los trastornos a alguien porque el doctor Kirby me había dicho lo importante que era avisar de inmediato si comenzaba a sentir algo fuera de lo normal, y bueno, esto era algo bastante fuera de lo normal. Pero, vaya, supongo que lo único que quería era irme a casa porque ya me había hartado de los hospitales, de los doctores, las enfermeras… las auscultaciones, los interrogatorios, la gente enferma, en fin. Además, sabía que si le contaba al doctor Kirby acerca de todos los disparates que traía en la cabeza, habría querido que me quedara en el hospital para hacerme más estudios, más revisiones y más preguntas, y yo ya no quería nada de eso. Solo quería alejarme y volver a casa, a mi ya conocida casa.
Con esto no quiero decir que Crow Town fuera un lugar particularmente agradable para vivir; de hecho, cuando el taxi iba traqueteando por las conocidas calles del sur de Londres y de pronto alcancé a ver los ocho edificios de departamentos, comencé a preguntarme por qué me sentía tan contento de volver. ¿Qué habría de hacerme sentir así?, ¿los asquerosos edificios?, ¿los apretados departamentitos?, ¿la inminente y tajante sensación de vacuidad y violencia?
¡Ah… hogar, dulce hogar!
Me di cuenta de que también estarían ahí los chicos de las pandillas. Yo estaba bastante seguro de que cualquier cosa que nos hubiera pasado a Lucy, a Ben y a mí tenía que ver con las pandillas locales, y claro, eso significaba que habría repercusiones. Porque los asuntos de pandillas siempre tienen repercusiones. Es un cuento de nunca acabar, es algo que siempre está en el aire, manchándolo como la peste de un vasto y omnipresente pedo.
Había estado pensando en el asunto; me preguntaba qué pandilla seria más probable que estuviera involucrada en el ataque a Lucy, si los Cuervos o los FGH. Pero la verdad es que, en realidad, eso no hacia ninguna diferencia porque, finalmente, todos eran chicos de Crow Town. Por lo general, los Cuervos venían de los edificios del área norte, en tanto que los FGH eran de los tres edificios del sur (Fitzroy House, Gladstone y Heath House, de ahí el nombre, FGH), y a pesar de que se suponía que las pandillas tenían que odiarse entre sí, las cosas no siempre funcionaban de esa manera. A veces trataban de matarse entre ellas, otras no. A veces hasta unían fuerzas y trataban de matar a chicos de otras pandillas…
A veces esto, a veces aquello.
No había gran diferencia.
A Lucy la habían violado y quien quiera que lo hubiera hecho, lo hizo y punto. Todo lo demás era irrelevante.
Dejé de pensar en el asunto y mire a Abue. Estaba sentada junto a mí, tecleando en la laptop que tenía sobre el regazo.
—¿Cómo vas? —le pregunte mirando a la pantalla y ella se encogió de hombros.
—Igual que siempre.
Abue escribe novelas románticas, historias de amor; cosa como esas de Mills & Boon. Libros con títulos como El caballero y la dama o Ángeles de azul. Las odia. Odia lo que representan. Odia escribirlas. A ella le gustaría mucho más dedicarse a la poesía, pero la poesía no paga la renta y las historias de amor, sí… bueno, casi.
—¿Es una nueva? —le pregunté con los ojos en la pantalla otra vez.
—Se supone —sonrió.
—¿De qué se trata?
—No quieres ni saber.
—No, sí quiero.
—Bueno… —dijo y oprimió la tecla de GUARDAR—. Es acerca de una mujer que se enamora de dos hermanos. Los hermanos son gemelos, así que son idénticos, sin embargo, sus personalidades son completamente distintas. Uno de ellos es soldado, un tipo de acción. El otro es músico; es el sensible… ya sabes, le escribe a ella canciones de amor y hermosos poemas, ese tipo de cosas.
—¿Y el otro les patea el trasero a los tipos malos?
Abue sonrió.
—Ajá, cosa que ella, por supuesto, encuentra irresistible.
—¿Con cuál se queda?
—Todavía no sé.
—Te apuesto que con el pelele.
—¿Tú crees?
Asentí con la cabeza.
—Ella creerá que está enamorada del tipo rudo, pero tarde o temprano se va a dar cuenta de que su único y verdadero amor es el pelele. Siempre pasa así en los libros, ¿no?
Abue sonrió.
—¿Y en la vida real no?
—No —le contesté—, en la vida real la chica siempre termina con el tipo rudo y el pelele se queda en casa a escribir poemas para nenitas, sobre lo triste que se siente.
Los ocho edificios de departamentos de Crow Town se extienden sobre una línea desigual a lo largo de la calle de Crow Lane, como a una distancia de un kilometro y medio. En el lado norte hay cinco edificios (Addington, Baldwin, Compton, Disraeli y Eden), y al sur, tres (Fitzroy, Gladstone y Heath). En medio, como a dos tercios del camino que corre sobre Crow Lane, hay una mini glorieta, algunos edificios de poca altura y una zona de juegos para niños. La mayor parte del lado oeste la ocupa una zona industrial (bodegas, talleres automovilísticos, vías de tren y túneles) y la Avenida Principal está como a cien metros al este.
El taxista de detuvo a un lado del camino, cerca del final de la Avenida Principal.
—Ah, bien… —dijo, al mismo tiempo que se peleaba con el taxímetro—. Son £9.50, gracias.
—Lo siento —dijo Abue, porque pensó que el chofer nos había entendido mal—. Queremos ir a Crow Town, por favor, a Compton House.
—Hasta aquí llego yo.
—¿Qué?
—Que hasta aquí llego; son £9.50.
—Ay, por favor, no sea ridículo —suspiro Abue—. Pero si no es peligroso, por Dios.
—Bueno, pues, como diga. Se puede bajar aquí o la llevo de vuelta al hospital, usted decide.
—Pero está lloviendo —suplico Abue—, y mi nieto acaba de salir del hospital…
El taxista se encogió de hombros.
—Lo siento, linda.
Abue volvió a suspirar pero sabía que no tenía ningún caso discutir, le pagó al taxista, cerró su laptop y la puso en su bolsa. Nos bajamos y comenzamos a caminar.
No nos tomo mucho tiempo llegar, pero como yo casi no había caminado en las semanas anteriores (de hecho, no había hecho casi nada en las semanas anteriores), para cuando llegamos a Compton House había empezado a sentirme muy agotado.
—¿Quieres detenerte un minuto? —me preguntó Abue cuando miramos la plaza hacia la entrada—. Te ves un poco pálido.
—No, gracias, estoy bien —le dije—. Además ya casi llegamos.
Cuando nos acercamos a la entrada, las puertas de vidrio se abrieron y salieron varios chicos que venían como paseando. Eran unos seis, todos vestidos con los típicos pants y sudaderas negras con capucha. Uno de ellos traía un perro bull terrier café de Staffordshire en una cadena gruesa. Reconocí a la mayoría: Eugene O’Neil, DeWayne Firman, Yusef Hashim y Carl Patríck. Todos eran pandilleros, de los Cuervos. En ese momento vi que comenzaban a codearse y a señalarme. Sonreían y algunos se estaban riendo.
—Hey, Harvey —gritó O’Neil—, ¿cómo está tu cabeza?
Los otros se rieron.
—Yo, mira esa cicatriz, hombre —dijo alguien.
—Sí, mierda, es el maldito Harry Potter…
—Solo ignóralos —me dijo Abue con calma—. Vamos.
Seguimos caminando hacia la entrada y los seis chicos se hicieron a un lado para dejarnos pasar, pero siguieron haciendo comentarios.
—Qué chido tu corte, eh.
—Préstanos tu teléfono.
—Sí, me dijeron que tienes un iPhone.
—Ja, no, ya lo rompió.
—Es más bien un maldito iCabezón…
—iSesos…
Ya estábamos atravesando las puertas cuando sentí que algo me quemaba en la nuca. Volteé y vi en el suelo una colilla de cigarro entendida. Volví a mirarlos; era imposible saber quién me la había arrojado, pero no importaba. Porque, o sea, de todas formas no iba a hacer nada al respecto. ¿Verdad? Los miré a todos por un momento y luego me di la vuelta para seguir caminando al edificio, justo cuando las puertas de vidrio se cerraban detrás de mí, escuché un par de gritos de despedida.
—Nos vemos, Cabezota.
—Ahí te ves, Iboy.
No pude evitar sonreír para mí mismo cuando iba caminando con Abue hacia el ascensor.
—¿Qué? —me preguntó Abue—, ¿qué es tan gracioso?
—Nada —la mire sonriendo—. Es solo que, bueno, eso de iBoy… o sea, la verdad es que es bastante ingenioso, ¿no crees?
Abue se encogió de hombros.
—Bueno, es mejor que Cabezota.
Todos los edificios de Crow Town tienen treinta pisos y en cada piso hay seis departamentos. O sea, hay 180 departamentos en cada bloque; 1,440 departamentos en total. Los pisos son más o menos iguales en todos los edificios. Hay un corredor central en cada uno, con una hilera de departamentos a cada lado, y en un extremo del corredor hay un ascensor y en el otro están las escaleras.
Por lo general, el ascensor de Compton siempre está okey.
Bueno, no tan okey porque apesta, está asqueroso y se mueve muuuy lentamente. Pero al menos, casi siempre funciona. Y funciona porque toda la gente que esperarías que viniera a vandalizarlo, de hecho vive aquí y no quieren bajar y subir por las escaleras todos los días. Esa es la razón por la que realmente nadie se mete con el ascensor. Así que por lo general funciona y, gracias a eso, las escaleras se mantienen despejadas para otras actividades como ingerir drogas, tener sexo o golpear gente… las actividades que por lo común se llevan a cabo en escaleras.
Para cuando llegamos estaba tan cansado, que si el ascensor no hubiera estado funcionando, me habría tenido que echar al suelo y esperar a que lo repararan. Pero como, por fortuna, sí funcionaba, unos minutos después de entrar al edificio, Abue y yo ya estábamos saliendo al piso veintitrés y caminando por el corredor hacia el departamento cuatro.
En casa al fin.
Fue muy agradable estar de regreso; durante un buen rato solo di vueltas con toda calma por el departamento. El pasillo, la sala de estar, mi cuarto, el de Abue. En realidad no estaba haciendo nada ni mirando algo en particular. Solo estaba gozando de estar ahí, de estar de vuelta junto a los objetos que me eran familiares.
Se sentía bien.
Después de eso dormí un rato. Cuando desperté me di un largo baño caliente. Luego Abue me ofreció un enorme plato de pan con queso, y luego, por fin, se decidió a contarme sobre Lucy y Ben.
—La verdad es que desconozco los detalles —me explicó—. Solo te puedo contar lo que he estado escuchando en el conjunto, pero ya sabes cómo son las cosas por aquí. Rumores, chismes; alguien escucha esto, otro escucha algo más… —se me quedó viendo—. Debo decirte que en realidad todavía no he platicado con Michelle del asunto. —Michelle era la señora Walker, la mamá de Lucy—. Pensé que era mejor dejar las cosas tranquilas por un tiempo —continuó diciendo Abue—. Ya sabes, dejar que Michelle me contara cuando estuviera lista, claro, eso si algún día llega a estarlo; no sé… —Abue suspiró—. Bueno, de cualquier forma, lo que cuentan es que Ben traía problemas con algunos de los chicos de las pandillas, la mayoría de la gente dice que los problemas eran con uno de los Cuervos. Ese viernes, algunos de ellos esperaron a que Ben regresara de la escuela. Tocaron a su puerta, se aseguraron de que su madre no estuviera y luego comenzaron a golpearlo. Lucy, bueno, pues parece que Lucy estaba en su cuarto. Escuchó el escándalo y salió a ver qué pasaba.
Abue hizo una pausa y me miró con vacilación.
—Continúa —le dije con calma.
Ella volvió a suspirar.
—No hay manera de suavizar las cosas, Tommy. La violaron. Golpearon a Ben, le rompieron algunas costillas, le hicieron unas cuantas cortadas en la cara… y luego se fueron contra Lucy.
—Dios santo —susurré—, ¿cuántos eran?
—Seis o siete, tal vez más.
—¿Y todos ellos…? Ya sabes, ¿con Lucy?
—No lo sé.
—Mierda —murmuré al mismo tiempo que negaba incrédulo con la cabeza. Comencé a llorar porque tan solo imaginarlo era algo de verdad espantoso. Tan enfermo, tan repugnante, tan absolutamente increíble… Sin embargo, el mayor problema era que no era increíble. Era el tipo de cosas que sí llegaba a suceder. Ya había pasado solo unos cuantos meses antes. Una pandilla había atacado y violado en grupo a una chica en un estacionamiento cerrado, atrás de Eden House.
Sí sucedía.
—¿Y la policía sabe quién lo hizo? —le pregunte a Abue.
Negó con la cabeza.
—Nadie dice nada, como de costumbre. Hay un montón de rumores, siguen surgiendo los mismos nombres de siempre, y supongo que la mayoría de los chicos de las pandillas sabe quien lo hizo, pero nadie va a decir nada, y mucho menos a la policía.
—¿Y qué hay de Ben? Él debe saber quiénes fueron.
—Según él traían pasamontañas y no pudo ver sus caras.
—¿Y Lucy?
—No sé, Tommy, como ya te dije, no he visto a Michelle, así que no sé si Lucy puede identificar a sus atacantes o no —Abue me miro—. Aunque no han arrestado a nadie todavía. Vaya, ya sabes cómo son estas cosas.
—Ajá.
Sí, sabía muy bien cómo eran esas cosas porque la regla número uno de Crow Town era: nunca hables con la policía, nunca admitas nada, nunca rajes. Porque si lo haces y nos enteraremos, más te valdría estar muerto.
Abue dijo:
—La policía tampoco ha podido sacar información del iPhone que te golpeo la cabeza. Para cuando los oficiales se dieron cuenta de que podía servir como evidencia, la gente ya había pisoteado la mayor parte y lo que todavía quedaba estaba demasiado golpeado para sustraer información. Al parecer, creen que uno de los atacantes lo lanzó por la ventana y que tú, pues estuviste en el lugar incorrecto a la hora incorrecta.
—No —le dije—, quien quiera que lo haya lanzado, lo hizo a propósito. Gritaron mi nombre, sabían que yo estaba ahí. No creo que hayan pensado que en verdad me podrían alcanzar a golpear con él, pero estoy casi seguro de que sí me lo arrojaron a mí.
—Tienes que contarle a la policía, Tommy. Tienes que decirles que no fue un accidente.
Encogí los hombros.
—¿Para qué?, con eso no van a averiguar quién fue ¿verdad?
—Bueno, eso nunca se sabe.
Nos mirarnos con la certeza de que yo estaba en lo correcto. No había ni una mugrosa posibilidad de culpar a alguien de haberme quebrado el cráneo. Y si acaso llegaba a existir esa posibilidad, e incluso si llegaban a arrestar y declarar a alguien culpable. ¿De qué serviría? No cambiaría nada, ¿verdad? Yo seguiría con trocitos de iPhone incrustados en el cerebro. Ben seguiría madreado, y Lucy…
Nada podría hacer que Lucv se sintiera mejor.
Después de que Abue me preguntara como veinte veces si no me importaba que se fuera a su cuarto para seguir trabajando en su nuevo libro; después de que yo le asegurara que no había problema, que me sentía bien y que no tenía por qué preocuparse por mi todo el tiempo, después de todo eso, por fin me pude ir a relajar. Me fui a enfrentar el hecho de que, efectivamente, si sabía lo que estaba sucediendo dentro de mi cabeza; a comprende que, a pesar de que era algo que debía ser posible, en realidad no lo era.