Jerusalén

—¿ESCUCHABAS a escondidas? —repitió Ben Roi, sin poder disimular un cierto tono de acusación en la pregunta.

Dov Zisky no respondió; se limitó a mirarlo sin pestañear desde el otro lado de los cristales de aquellas gafas redondas, con un montón de papeles en la mano.

—¿Dov?

—¿Vamos a dejar lo de Barren?

—O sea que escuchabas.

—Esperaba para darte esto. —Le enseñó los papeles—. Tú hablabas a gritos.

Se hizo un silencio incómodo. Luego, sin ganas de enzarzarse en otra discusión, Ben Roi resopló y levantó la mano con gesto de dejarlo.

—Es culpa mía. Tendría que saber bajar la voz.

Si lo que quería era distender la situación, no lo consiguió. Zisky avanzó un paso.

—¿Por qué? —preguntó—. Yo creía que estábamos…

—Te lo contará Leah Shalev —le dijo Ben Roi, cortándolo—. El caso se deriva a investigaciones especiales y se acabó. Son cosas que pasan. A ver, ¿qué traes ahí?

Zisky no estaba dispuesto a abandonar.

—Pero no podemos…

—A mí no me digas lo que podemos y lo que no podemos hacer, Dov.

Le habló en un tono más áspero de lo que pretendía, pero estaba nervioso después del enfrentamiento con Jalifa y no podía volver otra vez a lo mismo. «Embustero». «Cobarde». «No eres lo bastante hombre». Las palabras del egipcio resonaban aún en su cabeza, y lo machacaban más porque en el fondo sabía que era verdad. En efecto, tomaba la decisión por Sarah y el bebé y no porque tuviera miedo, pero en realidad dejaba un caso y aceptaba un caramelo. Veinte minutos antes se había creído capaz de aguantar el sentimiento de culpabilidad. Ahora ya no estaba tan seguro. Y solo le faltaba que Zisky le hiciera dudar más.

El joven dio otro paso adelante.

—Escúchame, Arieh…

—Llámame inspector.

—Es que he descubierto algo sobre Barren que creo…

—No quiero saber nada de Barren —le espetó Ben Roi—. ¿Me entiendes? Nosotros no llevamos el caso, ha pasado arriba, fin de la película. Lo que tengas, lo dejas sobre la mesa y listos. Después te largas, que necesito un poco de tranquilidad.

Zisky se quedó allí petrificado con una expresión que hizo pensar a Ben Roi que era a él a quien acusaban. Luego dio un paso altivo, lanzó los papeles sobre el escritorio, se volvió y salió por la puerta.

Sin que Ben Roi pudiera hacer nada, los papeles resbalaron y quedaron esparcidos por el suelo.

—¡Joder! —murmuró—. ¡Joder!

Se quedó un momento sentado, cerrando y abriendo el puño, pensando en que se había comportado como el comisario Baum con el comentario de «Llámame inspector». Se levantó y corrió hacia fuera con la idea de disculparse ante Zisky por el arrebato. No lo encontró y, después de buscarlo un buen rato por la comisaría, volvió a su despacho. Vio el móvil hecho añicos en una esquina. No sabía el aspecto que tenía un micrófono de escucha, por lo que ni se preocupó en buscarlo. Recuperó la tarjeta SIM, recogió los pedazos y los echó al váter. Ya de vuelta, revolvió el escritorio de su colega Yoni Zelba, encontró el viejo Nokia que guardaba allí, le metió la tarjeta y puso el teléfono a cargar. Mientras tanto fue recogiendo los papeles del suelo. Habían quedado esparcidos, y algunos debajo de la mesa, por lo que tuvo que arrodillarse para alcanzar los más alejados, gesto que le pareció bastante apropiado. Los estaba poniendo bien, en un montón ordenado, para dejarlos sobre la rejilla, ya harto de aquella historia, cuando algo de una página le saltó a la vista: un nombre. En negrita. Dinah Levi. Recordó haber pedido a Zisky un par de días antes que investigara sobre ella, después de que los de Nemesis lo hubieran retenido. Probablemente aquel era el informe. Aunque ¿no acababa de decir…?

Frunció el ceño y se sentó. Las páginas no estaban ordenadas, ni numeradas, de modo que le costó seguir la secuencia. Había algo con el logotipo de las Fuerzas de Defensa de Israel, la copia de un correo electrónico de la embajada israelí en Estados Unidos, una fotocopia de un artículo de prensa sobre una chica detenida en una manifestación contra la globalización en Houston (¿no era en aquella ciudad donde Barren tenía la sede principal?). ¡Cuánto material! Zisky había trabajado muchísimo. Aquello le hizo sentir todavía peor respecto a cómo lo había tratado. Ordenó las páginas, las amontonó bien, se sentó cómodo y empezó a leer el informe desde el principio. Primero lentamente. Luego de una forma más desesperada, a medida que fue viendo que las piezas iban encajando y aparecía la panorámica global. Acabó con el rostro lívido y la frente inundada de sudor.

—¡Dios mío! —murmuró. Y en voz alta exclamó—: ¡Jalifa!