Jerusalén

BEN Roi llevaba unos minutos dormido cuando le sonó el móvil. Medio grogui, se puso boca arriba, lo sacó del bolsillo y respondió. Era Leah Shalev.

—¿Qué coño pasa, Arieh? ¿Dónde estabas?

—¿Hummm? ¿Cómo? —Se restregó los ojos, desconcertado.

—He estado toda la tarde intentando localizarte.

Levantó un brazo y miró el reloj. Eran las cuatro de la tarde. Lo que a él le habían parecido unos minutos habían sido en realidad siete horas.

—Joder. Lo siento, Leah. Una noche muy larga.

Consiguió incorporarse y apoyar los pies en el suelo. Le dolía la cabeza; notaba la boca como llena de polvo de ladrillo.

—¿Has recibido mi informe? —le preguntó.

—Sí. Tenemos que hablar.

Al ir recuperando los sentidos, vio que no le hablaba en su tono normal. La notaba brusca, inexpresiva.

—¿Todo va bien?

—Tenemos que hablar —repitió, esquivando la pregunta—. Pasa por la comisaría. Ahora mismo. Por mi despacho.

—¿Qué ocu…?

Se cortó la comunicación. Pasó un momento frotándose las sienes con una cierta sensación de malestar en la boca del estómago. Luego se levantó, se fue al baño y metió la cabeza bajo la ducha con agua fría.

Llegó a la Kishle al cabo de veinte minutos. Siguiendo instrucciones, aparcó al fondo del edificio y se fue directo al despacho de Leah. La encontró en su mesa jugando con un paquetito envuelto con papel de seda. Al verlo, sonrió, aunque con expresión forzada. Le pareció que estaba incómoda, y también más pálida. Tanto que creyó que podía estar enferma.

—¿Te encuentras bien, Leah?

—Cierra la puerta y siéntate, Arieh.

Hizo lo que le decía.

—Bueno, ¿de qué va todo esto? —preguntó él. Sus miradas se encontraron un instante antes de que ambas se desviaran.

—De mierda para parar un tren —murmuró ella.

—¿Mi informe?

Leah asintió.

—Creo que no ha sido buena idea mandarle una copia a Baum. Sobre todo antes de que el jefe y yo hayamos podido situarnos.

Ben Roi se encogió de hombros.

—No he podido resistirme. Había que darle una lección de trabajo policíaco como es debido a ese jodido remilgado.

En otra ocasión, Shalev habría soltado una risita ante aquel insulto a Baum, como hacía él con los que se le ocurrían a Leah: era la pequeña conspiración de ambos, su insubordinación. Pero aquel día no surtió efecto. Se quedó allí impertérrita toqueteando el paquetito.

—¿Qué pasa? —preguntó Ben Roi.

—Pues que el jodido remilgado ha mandado copia a sus contactos en el ministerio y estos lo han enviado para arriba. A las más altas esferas.

Ben Roi ladeó la cabeza.

—No está mal tener público.

—Te sobra público, Arieh, te lo juro. De golpe y porrazo, un montón de gente situada en cargos privilegiados se ha interesado por el caso. Están en ascuas.

Ben Roi habría esperado que a su jefa le complaciera tanto interés, al fin y al cabo el caso lo llevaba ella. Pero algo le decía que era todo lo contrario.

—¿Y qué pasa? —repitió.

Los ojos de Leah se clavaron un instante en los de él y se apartaron de nuevo.

—Pues que lo han rebotado arriba. A investigaciones especiales.

Le costó un momento captarlo.

—Me tomas el pelo.

—¿Tú me ves cara de tomarte el pelo, Arieh?

En realidad, no. Tenía ante él la cara de alguien que echaba humo, de una persona exasperada. Ben Roi no daba crédito.

—Pero si prácticamente hemos resuelto el puto caso. Sabemos por qué la mataron, sabemos quién está detrás, sabemos que han vertido un millón de toneladas de material tóxico en una mina de Egipto. —Iba señalando con los dedos cada uno de los puntos y levantando la voz—. Nosotros hemos hecho todo el trabajo previo. Ahora no queda más que pulir los detalles. ¿Por qué cojones tienen que hacerlo los de investigaciones especiales?

Ella seguía sin poder mirarlo a los ojos. Se hizo el silencio; la atmósfera estaba cargada, se respiraba la tensión. De golpe, Ben Roi cerró el puño al empezar a comprender algo.

—No van a seguir, ¿verdad? Aparcan el caso. Lo dejan.

Ella no respondió. Lo que equivalía a un sí.

—¡Te estás quedando conmigo, Leah! ¡Dime que te estás quedando conmigo!

Leah tenía los labios apretados, y le temblaban los dedos. Estaba desencajada.

—Ya te lo he dicho, ¿tú me ves cara de tomarte el pelo?

—Pero ¿por qué? ¿Por qué? —Ben Roi se había levantado—. ¡Sabemos que lo hicieron ellos, Leah! Y sabemos por qué lo hicieron… ¡Suficiente para poder llevarlos a juicio!

—Eso no va a ninguna parte, Arieh. Estamos fuera de la investigación.

—Pero ¿por qué? ¡Dime por qué! —No podía dejar de preguntárselo—. Tenemos un caso clarísimo, ¡y ahora hay que dejarlo! ¡Yo quiero saber por qué!

—Porque es gente con muchísimo poder. —Puso los ojos en blanco. Al mirarlos, Ben Roi se dio cuenta de la rojez, como si hubiera llorado—. Son los dueños del sistema, Arieh. Como mínimo tienen a la gente que dirige el sistema, que viene a ser lo mismo. Mueven los hilos y las marionetas bailan. Y mezclando las metáforas, esas marionetas están arriba. Las órdenes van de arriba abajo. Barren es terreno prohibido. Hay que apartarse.

Ben Roi cerraba los puños con tal fuerza que parecía que los nudillos iban a traspasarle la piel.

—¿Me estás diciendo que podemos procesar a Katsav, nuestro propio presidente, y no a una multinacional podrida de pasta?

Obtuvo de nuevo el silencio como respuesta.

—¡Me parece imposible que esté oyendo esto! Creía recordar que me habías dicho que en este país seguíamos ateniéndonos a los dictados de la ley.

—Por lo que parece, algunos están por encima de la ley —respondió ella en voz baja—. Barren tiene muchos amigos.

—¡Dios del cielo! ¡Dios del puto cielo!

Se desplomó en el asiento. Tenía la sensación de que le habían dado un puñetazo en el estómago. Shalev iba jugando con el paquetito. Ben Roi abrió la mano y se frotó el cuello. Se hizo el silencio de nuevo.

—¿Y vas a dejarlo así como así? —preguntó él al cabo de un rato.

—Créeme, me pone tan enferma como a ti.

—Pero vas a dejarlo así como así.

Leah se sonrojó. Lo que sorprendió a Ben Roi fue que no enrojecía de rabia, sino de vergüenza. De vergüenza por la impotencia.

—Eso viene de arriba de todo, Arieh. Ya te dije el otro día que había trabajado muy duro para llegar a donde estoy. No puedo tirarlo todo por la borda.

—¿El jefe?

Leah soltó un suspiro.

—Gal se jubila dentro de cinco meses. Su mujer no está bien, su hijo está ascendiendo en el Ministerio de Justicia. Opina que vale más no moverlo.

—¡No puedo dar crédito!

Shalev se encogió levemente de hombros.

—Pues me pondré en contacto con la prensa.

—No lo harás.

—¿Qué significa no lo harás?

—Si lo publicas cabrearás a un montón de gente a la que no te interesa ver cabreada. Tienes un bebé de camino…

Ben Roi explotó.

—¿Me estás amenazando, Leah?

—Yo solo te digo…

—¿De la noche a la mañana te has convertido en la voz de su amo?

Entonces quien estalló fue Shalev.

—A mí no me mires por encima del hombro, Arieh Ben Roi. ¿Me has oído? Bastante duro es todo como para tener que aguantar tus insidiosas insinuaciones. Dejamos suelto a un asesino, ¿tú crees que me gusta? En mi vida me había sentido tan mal. Pero la cosa está así. Somos subordinados, recibimos órdenes. Y la orden es esta. Tal vez más adelante habrá un cambio de guardia y se hará justicia, ojalá, pero de momento tenemos que hacer de tripas corazón y seguir las órdenes. Y si no lo haces por ti, hazlo por aquellos a los que quieres. Piénsalo, en esto te sales del guión y vienen a por ti como chacales alrededor de una puta res muerta.

Lo miraba desafiante, con la respiración acelerada, la línea negra del ojo izquierdo, tiznada. Al cabo de un momento se inclinó y hundió el rostro entre las manos. En los cinco años que llevaban trabajando juntos era la primera vez que la emprendía de aquella forma contra él.

—Lo siento, Arieh —murmuró—. No pretendía…

—No, perdona. No tenía que haber dicho eso.

Leah permaneció un momento inmóvil con el rostro entre las manos. Luego se repuso y le lanzó el paquetito.

—De parte del inspector jefe. Para que veas que tus esfuerzos no han caído en saco roto.

Ben Roi lo abrió. Contenía una medalla de níquel con una cinta azul y blanca. La medalla al Servicio Policial de Israel.

—Creo que la mención dice: «Por su destacada contribución al logro de los objetivos de la policía» —dijo ella—. O una majadería por el estilo.

—La guardaré como oro en paño —murmuró Ben Roi.

—Hay algo más.

—Soy todo oídos.

Leah vaciló un momento, como si tuviera que armarse de valor para decir algo que no quería decir.

—Hay un puesto en la academia. De profesor. En investigación avanzada. No conozco todos los detalles, pero al parecer el sueldo es el doble del que cobras, por tan solo cuatro días a la semana. Además de vivienda subvencionada y jubilación anticipada con la paga íntegra. Me han dicho que si lo solicitas es tuyo.

Ben Roi resopló.

—Un soborno. Para taparme la boca.

—Creo que las palabras eran: «Como reconocimiento a la excepcional capacidad de investigación del inspector Ben Roi». Pero sí, dejando la paja aparte, es un pago por los favores prestados.

—¿Y tú? ¿Qué te dan a ti?

Se sonrojó otra vez.

—Ascenso a comisaria.

Ben Roi movió la cabeza.

—Joder, Leah, nunca pensé que llegaría el día.

—Ni yo —murmuró ella—. Ni en mis peores pesadillas.

Se hizo el silencio; ni él ni Leah sabían cómo seguir. Llamaron a la puerta.

—¡Vuelvan más tarde! —gritó Shalev.

Buscó la mirada de Ben Roi, la encontró y la mantuvo.

—Piénsalo, Arieh. Por favor. Piénsalo bien. No por mí, ni por ti. Por Sarah. Y el bebé. Jaque mate. Probablemente podrás salvar algo.

—¿Y sentirme hecho un guiñapo el resto de mi vida?

—Como mínimo habrá un «resto de tu vida».

Siguieron mirándose, sin abrir la boca, con los hombros algo caídos, como los jugadores de un equipo que acaba de sufrir una derrota de lo más humillante. Luego él se levantó y se fue hacia la puerta.

—Siempre tuve un mal presentimiento respecto a este caso —dijo ella.

Ben Roi se detuvo. Al momento, dijeron al unísono:

—La madre de todos los líos.

Moviendo la cabeza, Ben Roi abrió la puerta y enfiló el pasillo, no sin antes pegar un empujón a un agente.