Jerusalén

BEN Roi lo intentó. Lo intentó de verdad. Sarah significaba tanto para él… Se había esforzado tanto en hacer de aquella velada algo especial… En convertirla en una nueva oportunidad para los dos. Para los tres.

Pero todos sus pensamientos estaban centrados en Jalifa. Sarah hablaba, le contaba algo del bebé, cosas íntimas, y la mirada de él volvía siempre al móvil, deseoso de que se iluminara. Ella se acercaba a la cocina a buscar algo y en cuanto se daba media vuelta, el aparato ya estaba en la mano de Ben Roi, dispuesto a dejar otro mensaje a Jalifa para suplicarle que diera señales de vida.

Lo había intentado. Lo había intentado de verdad. Pero tenía la cabeza en otra parte. Y Sarah lo veía. Tan claro como si lo llevara escrito en letras fluorescentes en la frente. Pero no dijo nada. No hizo ninguna escena. Hacia las nueve y media, sin embargo, mientras recogía lo que quedaba del pastel de almendras que había preparado como postre —otro de los platos preferidos de Ben Roi—, puso punto final a la velada.

—Vete a casa, Arieh —dijo—. O al despacho, a dar una vuelta… a algún lugar en el que puedas concentrarte en lo que tienes que concentrarte.

—Aún es pronto. Pensaba que podríamos…

—No estás aquí, Arieh. Si tu amigo tiene problemas, tendrías que estar en el lugar adecuado para concentrarte en ello. Y no sentado aquí conmigo charlando sobre cosas triviales.

Intentó contestar, convencerla de que le permitiera quedarse al menos para ayudarla a recoger, pero ella se mostró firme. No firme con enojo, ni con amargura. Firme con tristeza. Nunca la había visto tan triste. La oportunidad se había escapado. La última oportunidad, algo en su interior se lo decía.

Recogió el móvil y se fue con ella hacia la puerta. Al despedirse, intentó darle un beso. Ella giró el rostro y le ofreció la mejilla.

—Lo siento —dijo él.

—Yo también.

—Ha sido muy agradable.

Ahí no coincidieron. Le permitió besar la curva de la barriga mientras le decía en voz baja que esperaba que Jalifa estuviera bien. Luego retrocedió y cerró la puerta.

—Te llamaré —dijo él.

No hubo respuesta. No habría podido jurarlo, pero Ben Roi creyó oír un sollozo apagado.