JALIFA se pasó media hora haciendo esfuerzos por levantar los barriles que bloqueaban la entrada del túnel y dándoles patadas. No consiguió moverlos ni un centímetro. La fuerza del choque los habría dejado encajados, casi parecían soldados. De todas formas, aunque un milagro hubiera conseguido separar alguno, de poco le habría servido. El ruido de metal en colisión —todavía audible, aunque no tanto— le indicaba que la galería principal de la mina había quedado bloqueada hasta una distancia de al menos cien metros, si no mayor, de donde se encontraba él. Superarlo habría sido tan difícil como abrirse camino a través de la roca. Tendría que buscar otro camino. Suponiendo que existiera.
—¡Socorro! —gritó con la garganta encendida por la peste acida del ajo, que parecía proceder del polvo que soltaban los barriles—. ¡Socorro! ¡Socorro, por favor! ¡Socorro!
En vano. Evidentemente, las personas desesperadas hacen cosas en vano. Y le resultaba tan insoportable la idea de avanzar a tientas por el Laberinto…
Se volvió de cara al túnel. La oscuridad era tan densa, tan impenetrable, que en cierta manera se la representaba mentalmente más allá de todo color. Un vacío tan absoluto que el negro más oscuro habría parecido pálido. Agitó una mano. Una vez, dos veces, tres veces. Luego, poco a poco, empezó a dar algún paso hacia delante; el ruido sordo, distante, metronómico, de los barriles que chocaban parecía el eco de su agitado corazón.
«Tan profundos son sus pozos, tan numerosas sus galerías, tan desconcertante su complejidad que al traspasar su puerta uno se pierde del todo; el propio Dédalo se desorientaría allí».
Fue dando un paso cada vez, mientras con el pie reconocía el suelo por miedo a encontrar otro agujero como el que había visto al subir a la galería. El túnel era estrecho, mediría entre metro y metro y medio de ancho y dos de alto. Avanzaba con la mano izquierda por delante y agarraba la Helwan con la derecha. Algo inútil, pues no veía nada de nada, pero el tacto del arma le daba una pizca de tranquilidad. Y en aquel apuro en el que se encontraba todas las pizcas eran pocas.
El pasillo seguía recto. El suelo era plano, las paredes se notaban cinceladas, como las tumbas del Valle de los Reyes. No topó con ningún túnel lateral, como mínimo no fue consciente de ello. En parte lo aliviaba. Aquellos túneles implicaban tomar decisiones, presentaban complejidad, la posibilidad de perderse, enmarañado en la diabólica red del Laberinto.
De todas formas, aquello en parte también le preocupaba. A cada paso titubeante que daba, la inquietud iba en aumento. Si quería mantener la esperanza de salir, de encontrar el camino que lo llevara a abandonar aquel dédalo, lo más importante era mantenerse lo más cerca posible de la galería principal. Y el túnel parecía que lo iba alejando de allí, que lo adentraba cada vez más en lo desconocido.
No podía hacer casi nada más, de modo que siguió adelante, pasito a pasito, sin oír más que su aterrorizada respiración y, desde algún punto muy distante, la cadencia del impacto de los barriles. En un momento determinado rozó con la mano una especie de cavidad poco profunda en la pared en general lisa. Un poco más adelante, bajo su pie crujió algo y, tras agacharse para determinar de qué se trataba, descubrió unos fragmentos de una jarra o una vasija hecha añicos. Aparte de esto, ningún detalle más, ningún objeto. Solo el suelo, las paredes y las tinieblas asfixiantes y devoradoras.
De repente se terminó el túnel.
—No, por favor.
Se metió la Helwan en la parte trasera del pantalón y se puso a palpar con las dos manos. Frente a él, roca sólida. Recorrió la pared izquierda, la derecha, el techo y el suelo. Ni un agujero, ni siquiera una grieta. Estaba en un callejón sin salida.
Siguió con su reconocimiento, explorando a tientas hasta el último centímetro de la roca. Por fin, se dio la vuelta, se soltó y fue resbalando hasta el suelo. En aquellos momentos acabó por fin el ruido sordo de los barriles. Un silencio sepulcral, mortífero, se instaló bajo tierra. Levantó las rodillas y las rodeó con sus brazos.
Estaba sepultado en vida.