A las siete menos cuarto de la tarde, Ben Roi empezó a preocuparse de verdad.
Llamó a Jalifa, encontró el buzón de voz, dejó un mensaje. Llamó de nuevo quince minutos después y otra vez veinte minutos más tarde. Cada vez dejó un mensaje. No obtuvo respuesta.
Cuando llegó a casa de Sarah, a las ocho menos cuarto, estaba preocupadísimo.
—Algo huele que alimenta —dijo al entrar en el piso, mientras miraba de reojo el móvil.
—Cholent de cordero.
—¿Un martes?
—Si te pones tan frumm, llamo y pido una pizza.
Le cogió el brazo, la hizo girar hacia él y le dio un beso en la nariz. El cholent era su plato favorito. Se lo había trabajado. Y no solo la comida. Tenía un aspecto extraordinario. La melena suelta, un toque de perfume, el bulto del bebé que se insinuaba bajo la tela del vestido… Nunca la había visto tan hermosa. Él también había tenido la intención de arreglarse: quería ponerse la camisa Ted Baker que le había regalado ella el día de su cumpleaños y también un poco de loción para después del afeitado de aquella que guardaba para las ocasiones especiales. Pero con todo lo de Jalifa no había tenido tiempo de ir a casa a cambiarse. Ni siquiera de comprar un ramo de flores. Miró otra vez de soslayo el móvil. Nada. ¿Qué demonios estaba pasando?
—Hay cerveza en la nevera —dijo ella mientras entraban en la cocina—. O vino, si lo prefieres.
—Tomaré cerveza.
Abrió el frigorífico y sacó una botella.
—¿Quieres una?
Le dijo que no con la mirada, señalando la barriga.
—Claro, perdona.
Abrió la cerveza y echó un trago. Sarah se ocupó de lo que tenía en el fuego. En la sala de estar sonaba música. Joni Mitchell. «Blue». El primer CD que le había regalado él. Realmente cuidaba todos los detalles. Ben Roi hizo un esfuerzo por concentrarse.
—¿Bubu está bien? —preguntó.
—Perfecto. ¿Quieres…?
Se volvió para mostrarle la barriga. Él se acercó y se la apretó con la mano.
—Cuanto más pienso en el nombre que dijiste, más me gusta —dijo ella.
—Y a mí.
—Si es niña, ¿qué te parece Iris?
Ben Roi se encogió un poco. Iris se llamaba la fulana con la que había hablado en Neve Sha’anan.
—Creo que no —dijo Sarah, al leerlo en su expresión—. Seguiré pensando.
Ella colocó su mano encima de la suya. Sus miradas se encontraron y Sarah sonrió.
—Me encanta que estés aquí, Arieh.
—Me encanta estar aquí.
Se quedaron un momento mirándose, la mano de Ben Roi tocaba con gesto involuntario el móvil, que llevaba en el bolsillo de los vaqueros. Sarah se puso de puntillas y le dio un beso. Rápido, pero en los labios. Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, se dio la vuelta, se fue a la cocina y removió el guiso.
—¿Por qué no te vas a la terraza? Yo casi he terminado. Mientras tanto, puedes encender las velas.
Le dio una caja de cerillas. Él repitió que le encantaba estar allí —con la esperanza de compensar con ello el hecho de no haberse cambiado de ropa— y se fue al exterior. Encontró una mesa puesta con mucho esmero, flores, velas, servilletas, un cuenco con aceitunas, una cestilla con pan de pita. Por el aspecto que tenía todo, él no era el único que se planteaba lo de volver a empezar.
Picó un par de aceitunas, encendió las velas y tomó otro trago de cerveza. Luego entornó la puerta con el pie, cogió el móvil y volvió a llamar a Jalifa.
—Estoy preocupado. Muy preocupado. Llámame en cuanto recibas el mensaje, ¿vale?
Colgó. Sarah salió a la terraza.
—Te veo un aire de culpabilidad —dijo.
—Es porque tengo pensamientos respecto a ti que no están bien —mintió, metiéndose otra vez el móvil en el bolsillo.
Sarah se puso a reír y lo rodeó con sus brazos.
—Creo que va a ser una velada estupenda.
—Yo también. Una velada extraordinaria de verdad.
Ben Roi respondió al gesto de ella, la estrechó contra sí y le dijo que estaba guapísima.
Y seguía pensando en el Laberinto. Deseando que sonara el móvil.