Luxor

EN cuanto Ben Roi hubo colgado, Jalifa se quedó un buen rato con la mirada perdida, golpeando la mesa con el paquete de tabaco.

Era una coincidencia, por supuesto. Zoser era una empresa enorme, no tenía nada de particular que se relacionara con otra compañía enorme. Aunque… aunque…

Desde el primer momento, el caso de Rivka Kleinberg le había provocado algo, tenía algún aspecto que lo atraía. Aparte del mero deseo de echar un cable a un amigo o de llegar al fondo de un enigma. Era algo que lo había mantenido pegado a la investigación, que lo había movido a investigar más a fondo, a no dejarlo. Algo… inevitable. Y de pronto surgía aquello.

Levantó la tapa del paquete, tiró con los dientes de un cigarrillo y se lo dejó entre los labios sin encender.

Nunca había acusado conscientemente a Zoser del accidente. Al menos de forma abierta. En efecto, la barcaza fuera de su vía estipulada en el río, y el vigía que no había hecho bien su trabajo. Claro que Ali y sus amigos no deberían haber estado en el río. No se podía atribuir de forma clara la culpa.

Pero en aquellos momentos estaba reflexionando sobre ello; curiosamente, no le había dado muchas vueltas, se había limitado a aceptarlo, de la misma forma que los egipcios aceptan tantas desigualdades e injusticias, como si de alguna forma llevaran implícitas las irregularidades en su ADN. Ahora que se lo planteaba, veía que le estaba echando la culpa a Zoser. Y se la echaba de la misma forma que achacaba a la administración local el derribo de la mitad de Luxor, y a todo el sistema, el haber dado la espalda a gente como los Attia y al niño tullido de la casa de acogida de Barakat. No por el accidente en sí, sino por su arrogancia. Por su falta de comprensión. Porque cinco niños habían muerto bajo una de sus barcazas y la empresa nunca se había planteado llevar a cabo una investigación interna sobre la colisión. No había hecho caso del accidente y había seguido su práctica normal, de la forma en que los ricos y poderosos ignoran las consecuencias humanas de sus actos.

Y en aquellos momentos, el nombre de la empresa de pronto asomaba en el radar de una investigación por asesinato.

Se preguntó si aquella conexión entre dos historias aparentemente alejadas tenía algún significado. ¿Tendría una importancia mayor?

¿Tal vez él pretendía dar relevancia a una situación que no la tenía?

Ni idea. Se hacía un lío con los pensamientos, estaba confuso.

Lo único que veía claro era que, coincidencias aparte, de repente se sentía completamente identificado con el caso de Ben Roi. Como si hubiera permanecido con los pies colgando al borde de un torbellino y este lo hubiera absorbido hacia su interior. Por otro lado, y por razones que no habría sabido explicar ni racionalizar, tenía el presentimiento de que al ayudar a Ben Roi a resolver su caso en cierta forma se hacía un favor a sí mismo. Si no era para superar la muerte de su hijo, como mínimo lo ayudaría a seguir adelante a partir de aquel punto.

El camino hacia la luz, pensaba, pasa por el Laberinto.

Se relajó, encendió el Cleopatra y se lo fumó hasta el filtro, envuelto en marañas de humo que se movían y ondeaban a su alrededor. Apagó la colilla, cogió el teléfono y llamó al parque de vehículos.

El día anterior había utilizado un viejo Fiat Uno para ir hasta el pueblo de Imán el-Badri.

Para el viaje que iba a emprender entonces necesitaría algo más robusto.

He pensado mucho en la limpieza siguiente. En hacer la limpieza de las limpiezas, para ser más precisos. Tanto que las noticias del fracaso no me han afectado como debieran. Por supuesto, me afectó saber que ahora la familia estaba implicada, que me llegaran palabras de advertencia. Tampoco era algo inesperado. Desde el primer momento tuve mis dudas sobre la catedral. Sabía que no tenía que haberlo hecho antes de lo planificado.

Las cosas son como son. El pasado no puede reescribirse. Ahora concentro todas mis energías en la tarea que tengo entre manos.

Respetemos el pasado, pero no nos dejemos distraer por él: otra lección que aprendí de mis padres. Yo procuro por el futuro. Por el mío y por el de la familia.

El cloruro de potasio es una posibilidad. Como la insulina. La clave radica en la sutileza, y ambos son imposibles de localizar. Claro que con tan poco tiempo el problema será conseguirlos.

Tendré que reflexionarlo más. Tal como están las cosas, me inclino por lo más simple. Nada de jeringuillas, nada de equipaje, utilizar tan solo lo que pongan en la habitación. He practicado un poco, he comprobado mis muñecas y brazos, calculando la mejor postura para ejercer fuerza, aunque no excesiva para no dejar moretones. Se trata de un equilibrio perfecto, que es posible conseguir. Eso me ahorrará tener que mirar a la cara. Normalmente no tengo escrúpulos para estas cosas, pero en esta ocasión no se trata de hacer limpieza de forma normal y corriente. Es, creo que lo llaman así, un hito.

Y hablando de ello, espero no llorar. No soy una persona de las más emotivas, no va con mi trabajo, pero el paso que me planteo es tan importante que no puedo descartar la posibilidad. Sea cual sea la dinámica exterior, sigue existiendo un vínculo. Y cortarlo no va a ser fácil, por más necesario que sea.

Tendré que añadir pañuelos de papel a la lista del equipaje. Ojalá no tenga que usarlos, pero nunca se sabe. Son momentos difíciles. Y en los momentos difíciles la clave es la preparación.