—¿CREES que Barren Corporation pudiera estar implicada en tráfico de mujeres?
Natan Tirat estuvo a punto de ducharlo con el trago de cerveza que aún tenía en la boca.
—¿Te estás quedando conmigo o qué?
Por la expresión de Ben Roi no pudo adivinar si era así o no.
—Ya sé que parece inverosímil…
—No inverosímil. No tiene ni pies ni cabeza.
Tirat se meció en la silla sosteniendo la botella de Goldstar.
—Vamos, anda, Arieh. Estamos hablando de una empresa con una facturación de… no sé… cuarenta mil, cincuenta mil millones de dólares. Diez mil de beneficios calculando por lo bajo. Más cerca de veinte que de diez, y me dices que lo complementan con algo relacionado con la prostitución ilegal… ¿En serio tú ves que esto puede encajar?
Ben Roi admitió que no. Nunca le había visto la lógica, ya desde el momento en que se había hablado de un paralelismo entre Barren y el tráfico de mujeres.
—Oye, pero tiene todos los ingredientes para una buena historia, ojo —prosiguió Tirat—. Un artículo extraordinario: «Gigante del sector minero envuelto en un escándalo sobre proxenetismo en Tierra Santa».
Con el dedo parecía escribir el titular en el aire.
—Una primicia así y mi carrera se dispara. Me soluciona la vida.
Ben Roi le dijo que no se hiciera ilusiones y tomó un trago de la Tuborg. Estaban en la terraza de un bar de Dizengoff y les llevaban al menos diez años a los que circulaban por allí, jóvenes modernos con ropa de diseño, que tomaban bebidas de diseño, charlaban y reían, sacando el máximo provecho del sol de última hora de la tarde antes de irse a algún club a pasar la noche. Él tenía poco más de treinta años, pero aquel ambiente le recordaba que empezaba a ir cuesta abajo. Aunque no tanto como Tirat, quien con su considerable barriga, el chaleco de cuero y el pelo gris recogido en una cola tenía el aire de una reliquia de una banda de rock de aquellas de los setenta que nunca habían estado en el candelero.
—¿Tienes noticia de que Barren haya estado implicada alguna vez en algo chungo? —preguntó.
Tirat había desviado la vista hacia una chica de la mesa de al lado, que llevaba un vestido con un escote que le dejaba al descubierto algo más que el canalillo. Ben Roi tuvo que repetirle la pregunta para conseguir su atención.
—Tu compañero me hizo la misma pregunta cuando me llamó el otro día —respondió Tirat, volviéndose hacia él no muy satisfecho.
—¿Y?
—Y nada. Como mínimo nadie ha sido capaz de encolomarles nada. Me refiero a que es una multinacional y me sorprendería que no estuviera metida en nada. Dime una que esté limpia. Cierta contabilidad creativa, reducción de costes medioambientales, instrucciones extraoficiales contra la competencia… Ya se lo dije a tu amigo: estas empresas están ahí para amasar dinero y no para demostrar que son los que mejor se portan de la clase.
Terminó su Goldstar con dos largos tragos y dejó la botella en la mesa junto a la que se había bebido antes.
—Por cierto, que el tipo ese vale un imperio —añadió—. Es inteligente, no lo dejes escapar. Yo creo que puede resolverte algún caso.
Encendió un cigarrillo y empezó a mascar almendras saladas del cuenco que tenía en la mesa mientras los ojos se le iban hacia la chica del escote.
—Está claro que Barren es una empresa hermética —continuó, volviendo la vista hacia Ben Roi—. Incluso teniendo en cuenta los parámetros de las multinacionales. Controlan estrictamente su imagen, no quieren que se les haga preguntas. Y como empresa privada no están sometidos al examen exhaustivo que deberían pasar si cotizaran en bolsa. O sea que, ¿quién sabe?, también pueden tener algún cadáver en el armario. Pero sinceramente, Arieh, yo no los veo implicados en algo como la trata de blancas. O el asesinato, que supongo que es donde desemboca todo esto.
Levantó las cejas mirando a Ben Roi, que no respondió a la puntada y se limitó a tomar otro sorbo de cerveza. Pasaron por allí dando un paseo un par de chicas con uniforme militar de la Brigada Givati, con sandalias y el M-16 colgado del hombro. En Jerusalén los soldados formaban parte del tejido visual de la ciudad. En Tel Aviv destacaban más. Ben Roi las miró un momento y luego retomó la conversación.
—Parece ser que Barren tiene una cierta influencia política —dijo cambiando de táctica—. Amigos en las alturas.
Tirat reconoció que era cierto.
—No puede decirse que sea algo insólito. Todas estas grandes multinacionales tienen enchufe con las altas esferas. Pero creo que en Barren la conexión es realmente buena. En resumidas cuentas: el dinero compra influencias. Y a Barren no le falta. Tiene todo el que quiere. Por lo que he oído, financian la mitad de la Knéset. Además de la mitad del Congreso, si tenemos que hacer caso de lo que circula por ahí.
Se metió un puñado de almendras en la boca, empezó a masticarlas y luego dio una calada al cigarrillo que tenía encendido. Ben Roi sujetó la Tuborg en la rodilla, buscando el equilibrio.
—¿Sabes algo de sus negocios en Egipto?
Tirat no sabía más que lo que le había contado a Dov Zisky.
—¿Y qué me dices del mandamás? ¿Es verdad que la mujer era israelí?
Tirat asintió mientras cogía otro puñado de almendras.
—Se conocieron en algún acto en una embajada en Washington. Ella trabajaba en asuntos culturales. Se ve que se pasó un año mandándole flores todos los días hasta que aceptó casarse con él. Murió en un accidente de coche, ya hace tiempo. A decir de todos, él nunca se ha recuperado del golpe.
—¿Y el hijo? Según Dov, se las trae.
—¡Vaya que sí! —saltó Tirat—. Va de flipado, tiene un genio de aquí te espero, fama de tener la mano larga con las mindundis: el típico prota de las páginas de chismorreo. Aunque, si te soy sincero, también tengo que decir que es mucho más agudo de lo que se cree en general y que lo de juerguista es pura fachada.
Tirat iba jugando con las almendras en la mano.
—La verdad, es una incógnita. Lo son todos. Francamente. Se especula mucho, hay muchas habladurías, pero hechos concretos sobre los Barren… Si son herméticos sobre sus negocios, imagínate sobre sus vidas personales. Creo que nadie sabía que existía un hijo hasta que de golpe y porrazo apareció en un consejo de administración hará unos diez años. Había estudiado con nombre falso, lo habían mantenido apartado de las altas esferas: el dinero que ha amasado esta gente no solo reporta influencia. Proporciona también toda la privacidad del mundo.
Volvió a atacar las almendras, echó la cabeza hacia atrás, se las metió en la boca y empezó a masticar con ganas.
—Por si te sirve de algo, viene a menudo a Israel.
Ben Roi ladeó la cabeza.
—¿Negocios?
—Si se le llama negocio a lo de esnifar coca e ir de putas. Tiene un ático en Park Heights. Por la parte central, si hacemos caso a los rumores.
Ben Roi reflexionó sobre ello y se preguntó si podía existir un vínculo entre Barren y el tráfico de mujeres. Genady Kremenko proporciona prostitutas al heredero del imperio; Rivka Kleinberg lo descubre y amenaza con hacerlo público; Barren júnior se desplaza a Jerusalén, sigue a Kleinberg hasta la catedral, se enfrenta a ella, pierde los estribos… otra vez un escenario que encajaba con parte del caso pero no con el resto.
Moviera como moviera las piezas, no acababan de ajustarse a la perfección.
—Hay un pequeño misterio que tal vez te interese —dijo Tirat quitándose la sal que se le había quedado en los labios.
«¡Otro no, por favor!», pensó Ben Roi.
—Adelante.
—Tiene que ver con el accidente. Aquel en el que murió la mujer de Nathaniel Barren.
—¿Qué pasa con eso?
—Pues que el forense dictaminó muerte accidental. Fue algo trágico.
—¿Y?
—Y quedaron unas cuantas preguntas sin respuesta.
—¿Por ejemplo?
Tirat dio una calada al cigarrillo.
—Por ejemplo, por qué un coche que acababa de pasar la revisión y circulaba a plena luz del día por una carretera despejada pega un volantazo porque sí y se empotra en un poste.
Terminó el cigarrillo y tiró la colilla junto a la alcantarilla.
—A esta ronda invitas tú, creo.