OCÚPATE de las pequeñas cosas y las grandes se ocuparán de sí mismas.
Es lo que me enseñaron mis padres. Sigo viviendo con la misma norma. Sigo adelante con las cosas —las pequeñas cosas, la rutina cotidiana— y confío en que lo referente a la limpieza en la catedral se resolverá solo. Como parece que está sucediendo. No ha habido llamadas telefónicas, ni llegadas inesperadas, ni problemáticos contactos procedentes del exterior. Empieza a reinar la calma. En general, no me gusta, pero en este caso es algo que se agradece.
Mis padres me influyeron muchísimo. Siguen haciéndolo, cada uno desde su propia perspectiva, para bien y para mal. A menudo oigo sus voces. También noto su olor. Siempre he poseído un desarrollado sentido del olfato, y el olor de mis mayores está siempre presente en mi recuerdo. Y por eso, en la catedral, contrariamente a la práctica habitual, me puse al lado de la gorda un rato, bajo el altar, después de haberla arrastrado hasta allí. Encendí la linterna y me acurruqué al lado de ella en la oscuridad, tomé su mano, acerqué mi rostro al suyo y aspiré el delicioso perfume de almendras de su pelo. Fue casi como si mi madre hubiera vuelto a mí, algo que me pareció tranquilizador. Si bien la responsabilidad de cara a la familia hace mucho que es mía y solo mía, de vez en cuando necesito algo que me tranquilice. Necesito saber que realizo el servicio dando lo mejor de mí mismo.
Ahora mismo lo necesito más que nunca, sobre todo con la decisión que se me exige que tome. La gran decisión, mucho mayor, de lejos, que la que tomé en la catedral, cuando hice limpieza antes de lo previsto. Una decisión sobre la que descansa todo el futuro de la familia.
Acierta y el futuro está asegurado. Equivócate…
En cierto modo, naturalmente, ya he tomado mi decisión, pero sigo preocupado por ello. Me pregunto qué habrían hecho mis padres en mi caso. Ellos situaban la familia por encima de todo, como yo, pero aun así… trabajar dentro del círculo: es algo sin precedentes. Pero son los dilemas del deber. No se trata tan solo de obedecer. Se trata de decidir a quién se obedece. Y por qué razón.
La tradición no me ha preparado para este tipo de desafíos. No hay consuelo en los precedentes. Llamo a mis antepasados, pero no responden. Estoy solo. Sé lo que hay que hacer, para el bienestar del linaje, pero con todo estoy preocupado.
Hay como mínimo un aspecto que veo claro. En caso de actuar, cuando actúe, no será por medio del estrangulamiento. En esta ocasión se requiere más discreción de lo habitual.
Ahora, sin embargo, debo continuar. Tengo cosas que hacer. Cosas rutinarias. Pequeñas cosas. Las grandes esperemos que se ocupen de sí mismas.