Israel

DURANTE el camino de vuelta a Jerusalén, sin soltar el pie del acelerador por no llegar tarde a la cita con Dov Zisky, Ben Roi hizo una llamada a George Aslanian, de la Taberna armenia. En efecto, George le confirmó que Vosgi en armenio significaba oro y que se utilizaba tanto como nombre propio como común y adjetivo.

—Es como… ¿cuál sería el ejemplo en hebreo?… Chaim o Ilan. Pueden utilizarse como nombres propios o como palabras que designan «vida» y «árbol». Rige el mismo principio.

Aquello planteó a Ben Roi un dilema. Suponiendo que la palabra que había dejado grabada Rivka Kleinberg en la carpeta de su escritorio fuera en realidad un nombre y no una referencia específica al oro, tal vez todo el asunto de las minas de oro Barren de Rumania era una pista falsa. Y si lo era Barren, quizá también lo fuera Nemesis Agenda. ¿Y si todas las pistas que había estado persiguiendo en realidad no eran tales? Durante un momento, en el que experimentó un ataque de pánico, vio todo el caso, o lo poco que existía de él, deshacerse ante sus ojos.

Aquello pasó deprisa. Volvió a procesar las pruebas mientras la oscura masa rocosa de los montes de Judea lo iba rodeando en la zigzagueante carretera cuesta arriba y se dio cuenta de que existían conexiones más que suficientes para demostrar que iba por buen camino, incluso dejando aparte lo de Vosgi. Los artículos fotocopiados sobre la fundición del oro que había encontrado en el despacho de Kleinberg; el atlas con el marcador en un mapa de Rumania; el ingeniero de minas británico que se había caído en un agujero profundo en Egipto. ¿Cómo demonios encajaba aquello? Media docena de indicaciones lo tranquilizaban.

En principio, los inspectores desconfiaban de las coincidencias. En aquel caso, Ben Roi decidió que se encontraba ante una coincidencia. Insólita, pero coincidencia. Rivka Kleinberg se había interesado por una prostituta armenia, víctima del tráfico de mujeres, cuyo nombre se traducía como «oro», y al mismo tiempo, ya fuera por algo que dicha prostituta le había contado o por una razón totalmente distinta, se había interesado por una explotación minera dirigida por Barren Corporation. Solo tenía otra interpretación: que Ben Roi fuera por mal camino y que el resto de conexiones fueran las coincidencias. Y si había algo que un inspector odiaba más que una coincidencia era un montón de ellas.

Cuando llegó a Jerusalén y enfiló la carretera de circunvalación hacia la Ciudad Vieja, le había dado ya suficientes vueltas para decidir que pisaba terreno seguro. No había avanzado, pero veía con tranquilidad que tampoco había ido para atrás.

De una cosa sí estaba seguro: se había ganado una cerveza bien fría.

El Putin’s Pub se encontraba en el extremo oriental de la calle Jaffa, a escasa distancia de los muros de la Ciudad Vieja. Era un espacio alargado y estrecho con una barra a un lado, compartimientos a lo largo del otro y una sala al fondo con pista de baile y pantalla de proyección, llamado en otra época Champs. Hacía unos años se habían hecho cargo del establecimiento unos nuevos dueños y le habían dado un toque ruso: nuevo nombre, nueva decoración y nuevo surtido de cervezas y licores. Pero a pesar de la transformación, el local conservaba un aire general sórdido y retro, además de una falta de clientela, también general. En todos los años que había estado frecuentando aquel lugar, Ben Roi nunca lo había visto ni medio lleno, y cuando entró aquella noche —con quince minutos de retraso— no vio a más de media docena de personas. Una atractiva mujer de mediana edad, sentada en un taburete, charlando con el camarero, dos chicas en uno de los compartimientos y, en el otro, Dov Zisky con un hombre musculoso, bronceado, con una ceñida camiseta blanca y un diamante en la oreja. Ben Roi pidió una Tuborg y fue a sentarse con los dos.

—Joel Regev —dijo Zisky, presentándole a su compañero—. Mi amigo que domina la informática. He pensado que era mejor que viniera y hablara directamente contigo.

Ben Roi le estrechó la mano, notó en ello la fuerza de un culturista y pensó que no tenía ni de lejos el aspecto de un loco de la informática. Vio que los dos tomaban Staropramen, que estaban sentados pierna contra pierna y se le ocurrió que tal vez eran algo más que amigos. No hicieron ningún comentario y Ben Roi tampoco preguntó nada.

—Dov me ha dicho que trabajas en seguridad informática —empezó, tomando un trago de Tuborg.

Regev asintió y bebió a su vez de su botella. Tenía unos bíceps considerables, en el izquierdo destacaba un tatuaje: un puñal con una rosa que lo envolvía.

—Asesoramos a las empresas sobre protección en la red —explicó Regev—. Intrusión de software maligno, pirateo, cosas así. Trabajamos también en informática forense para vuestro sector. Ahora mismo estamos asesorando a Russian Yard sobre un caso de una estafa en internet.

Tenía una voz profunda, masculina, el polo opuesto al deje afeminado de Zisky. Ben Roi sin darse cuenta estaba observando a los dos, preguntándose cuál podía ser su relación, si en realidad había una relación entre ellos. Los labios de Zisky se torcieron en una apenas perceptible sonrisa, como si le estuviera leyendo el pensamiento y encontrara la gracia en ello. Ben Roi tomó otro trago de cerveza —agradable, fría, refrescante— y puso todo su empeño en centrar su atención en Regev.

—Dov dice que sabes algo de un grupo llamado Nemesis Agenda.

—Poco —respondió Regev—. Lo que he pillado a través de contactos y en internet. En realidad, hicimos un trabajo para una de sus víctimas unos seis meses atrás, para un importante contratista de defensa y seguridad de Beersheba. Nemesis les pirateó el sistema y se lo infectó con un virus que les hizo papilla todos los discos duros de la red. Estuvieron incomunicados casi un mes.

Miró a Zisky, que pasaba el pulgar por el borde de la botella de Staropramen.

—Probablemente no debería decir esto, pero en aquel momento no pude evitar pensar que había sido una suerte para ellos. Según la web de Nemesis, la empresa tenía tratos con algunos de los más censurables regímenes, les proporcionaba minas terrestres, sistemas de gestión de interrogatorios. —Levantó las manos y dibujó unas comillas en el aire—. Dicho de otra forma, material de tortura. No puedo decir que me sintiera bien ayudándoles a recuperar los sistemas y a ponerse de nuevo en marcha, claro que, ¿yo qué sé?, no soy más que un humilde obseso de la informática.

Ben Roi notó movimiento bajo la mesa y pensó que Zisky habría dado un golpecito tranquilizador a su amigo en el muslo. No estaba seguro, tampoco bajó la vista para verlo, pero de nuevo captó un leve gesto de diversión en el rostro de Zisky.

—He imprimido algo que he encontrado en internet, que me ha parecido que podría resultar útil —prosiguió Regev—. Un par de artículos, unos cabos sueltos de distintos foros de discusión. —Tocó con el codo a Zisky, quien sacó un sobre marrón que pasó a Ben Roi—. Aunque, para ser sincero, casi todo son suposiciones. Los hechos en cuanto a Agenda son realmente escasos. No podemos compararlos con, pongamos por caso, Wikileaks, donde todo el mundo sabe quién hay detrás. Los que dirigen Nemesis no son más que sombras, gente invisible.

Ben Roi abrió el sobre y hojeó rápidamente su contenido.

—¿Qué sabes, entonces?

—Pues que es gente muy preparada —dijo Regev—. Podríamos empezar por aquí. Hace años que las autoridades intentan localizarlos, estamos hablando de los mejores cerebros informáticos de este campo, pero Agenda siempre ha conseguido situarse un paso por delante. La única pista real que se ha logrado de ellos es su web, y hasta ahora han sabido mantenerla fuera del alcance. Cuentan con servidores deslocalizados, con intermediarios, copian webs y cambian de servidor cuando alguien empieza a acercarse a ellos. Al parecer también utilizan una complicadísima tecnología de disociación.

Se fijó en la expresión de desconcierto de Ben Roi y se echó a reír.

—Pasa del rollo del maníaco informático —dijo con un gesto de quitarle importancia—, pues lo único que tienes que saber es que nunca nadie ha conseguido cerrar la web de Nemesis. Y tampoco nadie ha llegado a los que están detrás de ella, a los que la dirigen. Es gente tecnológicamente puntera.

—¿Y tienen en su punto de mira a multinacionales, a grandes empresas?

—En concreto a multinacionales implicadas en negocios dudosos. Explotación en el Tercer Mundo, contaminación saltándose las leyes, malas prácticas empresariales. Básicamente, organizaciones con cadáveres en el armario. Nemesis reúne las pruebas, las cuelga en la red, la gente lo consulta, la prensa… Piensa que ha creado muchísimos problemas a un montón de empresas. Problemas gordos.

Más o menos la panorámica que le había planteado por la mañana Mordechai Yaron.

—Al parecer cuentan con distintas células en distintos países —dijo Ben Roi.

—Es una de las teorías —reconoció Regev—, aunque, que yo sepa, nadie lo ha demostrado de manera concluyente. Estamos casi seguros de que empezaron en Estados Unidos, existen distintos indicadores tecnológicos, bastante complejos, que apuntan hacia ahí. No quiero aburrirte con detalles: aquí tienes material. —Señaló el sobre—. Y por lo que parece también hay una conexión con Israel —prosiguió—. Algunos de los que se han convertido en blanco del grupo han hablado de que Nemesis utiliza palabras hebreas, además de que se han producido numerosos incidentes en suelo israelí. No es nada definitivo, pero todo parece indicar su presencia aquí. Ahora bien, si se trata de una célula, de una escisión o del núcleo original reubicado… —Se encogió de hombros—. No hay forma de establecerlo. Tampoco se sabe si tienen gente en otros países. En su web hay un contacto de correo electrónico que pasa por un montón de direcciones fantasma distintas, de una serie de servidores también distintos, por tanto, ilocalizable. Y todo ello sugeriría que como mínimo una parte de la información procede de pistas internas. Por otro lado, el hecho de que todo se canalice a través de una sola web indica una estructura organizada centralmente. Ahora bien, cómo está organizada, quién la organiza, cuántas personas la forman y dónde tiene la sede…

Con otro gesto de indiferencia apuró la cerveza que le quedaba. Ben Roi le preguntó si quería otra, pero tanto Regev como Zisky pusieron la palma de la mano sobre la botella. De la sala del fondo llegaba el sordo murmullo de los comentarios del partido de fútbol, del derby de aquella noche en Haifa: el Maccabi contra el Hapoel. Ben Roi era del Maccabi y le hubiera gustado verlo, pero había decidido dejarlo y centrarse en lo que tenían entre manos.

—Esta mañana he hablado con uno que decía que estos de Nemesis no eran simples piratas informáticos. Por lo visto se dedican a asaltar locales utilizando armas y recurriendo a la violencia física. Como ha dicho, más estilo Mosad que de organización de denuncia.

Regev sonrió.

—Puede que haya exagerado un poco, no son de los que circulan por ahí asesinando gente. Al menos que yo sepa. Aunque sí con implacables. Y violentos cuando les da por ahí. En este sentido, en los últimos años parecen haberse superado.

A Ben Roi se le empequeñecieron los ojos.

—¿A qué te refieres?

—Pues a que cuando aparecieron en escena, hará unos seis o siete años, solo se dedicaban al pirateo informático. Y a lanzar algún ataque con virus de vez en cuando. Todo en el mundo informático básicamente. Pero luego, creo que hace tres o cuatro años, arrojaron una bomba contra unas oficinas en Tel Aviv, una importante multinacional, y fue la primera vez que hacían algo parecido. No hubo ningún herido, pero fue un comienzo sonado. Y a partir de entonces han aplicado una táctica mucho más… de enfrentamiento: entrada utilizando la fuerza, sabotaje, secuestro de dirigentes a los que obligan a hacer confesiones filmadas. Ahora mismo en su web se exhibe un caso bastante fuerte. Un tipo francés cuya empresa estaba implicada en negocios turbios en el Congo. No hace ni veinticuatro horas que ha ocurrido y al parecer ya se ha producido una protesta masiva frente a la sede principal de la firma en París y una serie de atentados informáticos en sus redes. Esas son las consecuencias de la práctica de Agenda.

Se apoyó en el respaldo, cruzó los brazos y echó una mirada al compartimiento de al lado, donde las dos chicas se estaban riendo a carcajadas. Se quedó un momento en silencio y luego volvió la vista hacia Ben Roi.

—Lo curioso es que el cambio de táctica al parecer ha coincidido con el surgimiento de esta célula —dijo—, escisión, facción o como se le llame, israelí. Podrían ser los que están detrás de muchas, sino todas, de las acciones violentas; quienes han obrado la transformación de Nemesis, que ha pasado de ser una organización con una base exclusivamente informática a un grupo guerrillero. O terrorista, según se mire.

—¿Alguna idea de a qué se debe el cambio? —intervino Zisky por primera vez en la conversación.

—Nadie lo sabe a ciencia cierta —respondió Regev—, pero ha dado pasto a muchos foros en internet. Te he imprimido unos ejemplos. —Volvió a señalar el sobre—. La mayoría parece opinar que determinados miembros de Nemesis optaban por un planteamiento más radical y, por razones que solo ellos conocen, se han reubicado en Israel. Permanecieron en el grupo, pues continuaron colgando material en la web, pero al mismo tiempo prosiguieron con una agenda propia más militante. Podría decirse una agenda dentro de la Agenda. Parece una explicación razonable. Mucho más que las teorías de la conspiración que mantienen que se trata de una trama para desacreditar a Nemesis urdida por los servicios de seguridad y/o una camarilla formada por unas cuantas multinacionales. Yo eso no lo veo factible.

Les llegó otra explosión de risa de la otra mesa. Al fondo, los comentarios del fútbol se animaron y de pronto se oyó un retumbo de vítores: probablemente uno de los equipos había marcado. Ben Roi agachó la cabeza, intentando captar de quién se trataba. El Hapoel. Mierda. Escuchó un momento y desconectó.

—Sobre estos israelíes —dijo, volviendo la atención hacia Regev—, ¿no habrás visto en algún lugar que se los vincule a Mitzpe Ramon?

Regev negó con la cabeza.

—Dov me dijo que creías que podían estar conectados. Puede que sí, pero yo no tengo la menor noticia. —Iba jugueteando con el cuello de la botella—. En cambio sí que parece existir una relación entre ellos y una empresa llamada Barren Corporation. Según Dov, también te interesa.

Ben Roi se inclinó un poco hacia delante.

—¿Qué tipo de relación?

—El caso es que Nemesis parece tener debilidad por Barren —respondió Regev—. O manía a Barren. He elaborado una pequeña lista… Un momento… —Abrió el sobre, revisó las hojas y sacó una tamaño A4—. Aquí tienes todos los ejemplos en que Nemesis ha elegido a Barren como blanco. O como mínimo lo que ha trascendido en este sentido. Verás que hay unos cuantos. Ha sido su objetivo en muchas más ocasiones que cualquier otra empresa, por lo que he podido ver.

Ben Roi fijó la vista en el papel y contó diecinueve incidentes en un período de siete años.

—Fue una de las primeras empresas contra las que Nemesis lanzó un ataque informático —prosiguió Regev—, y por lo que parece, desde entonces, sobre todo en los últimos años, han ido a por ellos de forma intermitente desde que ha salido a la luz este grupo israelí. La bomba de Tel Aviv de la que te he hablado, la primera acción violenta de Nemesis…

—¿Barren?

Regev asintió.

—También han asaltado sus oficinas, les han saboteado un par de instalaciones… Es como si se vengaran de ellos… No como si: realmente se vengan de ellos.

—¿Alguna idea de por qué? —preguntó Zisky.

—Ahí también hay especulaciones de todo tipo en los foros de discusión —respondió Regev—. Desde el empleado descontento que se decanta por Nemesis hasta una multinacional de la competencia que utiliza la organización para debilitar a sus rivales. No hay nada que cuadre mucho. Yo soy de la opinión, y es simplemente una conjetura, de que los de Nemesis están mosqueados porque no pueden sacar nada de Barren. Lo peor que parecen haber sacado de esta empresa es algún fallo en cuanto a salud y seguridad en una de sus operaciones en Australia. Nada del otro mundo. En realidad, quien se llevó el gato al agua fue Barren y creo que ellos no se lo han perdonado. Se lo han tomado como un ultraje personal. —Se encogió de hombros—. Claro que igual estoy metiendo la pata. Ya te he dicho que en lo de Nemesis Agenda circula un montón de teoría, pero no hay hechos concretos. Por la información que tenemos, esta organización la podría estar liderando una panda de marcianos.

Ben Roi sonrió. Regev ladeó la cabeza, murmuró algo a Zisky, que Ben Roi no captó, y luego echó una ojeada a su reloj, un enorme Tag Heuer de plata que parecía más el tablero de mandos de un avión que un reloj propiamente dicho.

—Creo que tendría que marcharme —dijo.

—¿Seguro que no quieres otra?

—Mejor será que no. Mañana tengo que madrugar.

Apretó ligeramente el hombro de Zisky y se levantó. Ben Roi lo dejó pasar. Se despidieron con un apretón de manos.

—Investigaré por ahí —dijo Regev—. Si hay algo más, coméntaselo a Dov.

—Te lo agradezco —respondió Ben Roi—, y gracias por las copias.

El otro hizo un gesto para quitarle importancia y se dispuso a marcharse, pero luego se dio la vuelta.

—Ya sé que no es asunto mío, pero Dov dijo que esto tenía algo que ver con lo de aquella mujer de la catedral. Tranquilo, no entró en detalles…

Ben Roi movió la cabeza indicándole que no tenía importancia lo que hubiera dicho Zisky.

—Por si sirve de algo, te diré que de verdad no veo a Nemesis implicada en algo así. No es que apruebe sus métodos, pero hasta la fecha nunca han escogido un blanco que no…

—¿Se lo mereciera?

Regev soltó un bufido.

—Pienso que tienen un cometido muy específico. Y el asesinato de una periodista no encaja en el perfil. No es más que una opinión y, como ya he dicho, solo soy un obseso de la informática y nada más. ¿Qué voy a saber yo? Pero he creído que valía la pena decirlo. No lo hagas trasnochar mucho. Necesita el sueño reparador de la belleza.

Guiñó el ojo a Zisky, se despidió de Ben Roi con un gesto de la cabeza y se marchó.

Ben Roi encargó otra ronda.

—Un tipo majo —dijo cuando volvía a la mesa llevándole a Zisky el Jack Daniels que había pedido.

—Sí —admitió Zisky mientras cogía el vaso y se apartaba un poco para que Ben Roi pudiera ponerse cómodo.

—Majísimo.

Zisky no picó, se limitó a tomar un sorbo de bourbon con una de sus sagaces sonrisas. Ben Roi se planteó lo de forzar un poco la conversación para descubrir algo; si Regev hubiera sido una mujer, probablemente habría insistido para conocer más detalles, le habría hablado en broma, algo atrevido. Pero en este caso no le pareció adecuado. Tomó un trago de cerveza y le puso al corriente sobre el asunto Vosgi. Al muchacho se le borró la sonrisa.

—Lo siento —dijo—. Tenía que haber…

Ben Roi agitó la mano.

—Son cosas que pasan. Si me hubieran dado un shékel por cada vez que he cogido el rábano por las hojas, tendría tal cantidad que…

—¿Qué podrías comprar toda una plantación de hortalizas de esas?

Ben Roi sonrió y apoyó el brazo en la parte superior del asiento. Había llegado al bar cansado. La Tuborg lo había espabilado, le había hecho recuperar la energía.

—¿Decías que habías descubierto algo sobre Barren?

Zisky sacó otro sobre marrón. Era muy abultado. No era la primera vez que Ben Roi tenía que quitarse el sombrero ante la eficiencia del muchacho. Había reunido material suficiente para tenerlo en vela toda la noche.

—Siento no haber tenido tiempo de elaborar un informe completo —dijo Zisky, al tiempo que sacaba unas hojas grapadas del sobre y se las pasaba—. He resaltado una serie de puntos que pueden ayudarte.

Otra iniciativa para quitarse el sombrero. Ben Roi leyó en diagonal la primera página.

—¿Qué es lo que destacarías?

—Pues que es una empresa grande. Factura cincuenta mil millones de dólares, cuenta con oficinas en todo el mundo, muchísimas filiales, intereses en casi todo, desde la perforación de pozos de petróleo hasta la minería de oro, pasando por los biocombustibles. Muy hermética. No busca publicidad. El capo es un tal Nathaniel Barren…

Metió la mano en el sobre y sacó una foto: un hombre corpulento, ceñudo, con barba, con traje de tweed.

—Ha sido su presidente durante los últimos cuarenta años. Todo indica que es un hueso duro de roer, aunque ahora parece que le falla la salud. El hijo, un bala perdida, por lo que se sabe.

Sacó otra foto, esta del joven, rubio y atractivo, con un gesto en los labios a medio camino entre la sonrisa y el desdén.

—Ha tenido algún problema con la ley. Drogas, agresión… salió a la luz que había intentado estrangular a una fulana unos años atrás. El padre tuvo que mover unos cuantos hilos para sacarlo del atolladero. Ahí lo tienes todo. —Zisky señaló con un dedo uno de los apartados del escrito.

—¿Algo sobre la mina de Rumania?

—Al parecer, todo dentro de la legalidad. Barren la ha explotado desde 2005 y no ha habido ninguna polémica. Buenas relaciones con el gobierno rumano y con los habitantes de la zona. Y con los ambientalistas: por lo que he visto, han establecido un acuerdo por el cual van a reciclar la peor parte de los residuos en Estados Unidos, lo que significa que no ha habido enfrentamientos con los verdes. En general, todo el mundo contento.

Ben Roi tomó otro sorbo de cerveza. De nuevo el pensamiento recurrente: puede que me haya equivocado. Que siga una pista falsa.

—Un par de cosas me han llamado la atención —prosiguió Zisky.

—A ver…

—De entrada, una importante conexión con Israel. Barren posee intereses en todo el país: participaciones en una mina de potasa en el mar Muerto, un yacimiento marino de gas en Haifa, una importante participación en tallado de diamantes en Tel Aviv. También influencia política. He hablado con tu amigo de Ha’aretz y me ha contado que Barren era uno de los principales donantes del Kadima, el Likud y del Israel Beitenou. Esto le proporciona una gran influencia. Ha descrito Barren Corporation como «una de las intocables».

Levantó la vista cuando entró un grupo de jóvenes riendo y charlando. Se distribuyeron por la barra y pidieron jarras de Kasteel.

—Hay también un aspecto personal —añadió, volviéndose de nuevo hacia Ben Roi—. Se ve que la esposa de Nathaniel Barren era israelí. Murió hace unos años. Un accidente de coche. Por lo que parece, nunca ha conseguido superarlo.

Ben Roi tomó un sorbo de cerveza, reflexionando, intentando una vez más ver qué relación podía tener todo aquello con el asesinato de Kleinberg, y, como siempre, no consiguió vislumbrar una explicación. En la barra, la atractiva mujer de mediana edad se había girado ligeramente en el taburete para mirar a los recién llegados. Un puma observando una posible presa. Uno de los jóvenes, de piel blanca, con granos en la cara, la saludó con la mano. «¿No te viene un poco grande, muchacho?», pensó Ben Roi. Se quedó un momento mirando, divertido con la panorámica.

—¿Qué era lo otro? —preguntó luego.

—¿Cómo?

Zisky también había estado pendiente de lo que ocurría en la barra.

—Has dicho que te habían llamado la atención un par de detalles.

—Tienes razón. Pues Barren también tiene relación con Egipto. Según tu amigo, a lo largo de los años han establecido allí vínculos empresariales y políticos. Tienen oficinas en El Cairo e intereses en una serie de explotaciones mineras. Parece que ahora mismo se presentan a concurso por los derechos de un importante yacimiento de gas en el Sahara. De salir bien la operación, se trataría de uno de los negocios más importantes que hayan hecho jamás. El más importante. Nathaniel, por lo visto, se juega en ello la reputación.

Los jóvenes de la barra empezaban a desfilar con sus cervezas hacia el fondo, a ver el partido. El de los granos dijo algo a la mujer de mediana edad pero esta se limitó a hacer un gesto de indiferencia y a darle la espalda. A Ben Roi le dio pena el chico. A su edad, a él siempre le ocurría lo mismo.

—¿Supongo que no habrás tropezado con algo referente al tráfico sexual? —le preguntó.

—¿Cómo, te refieres a que Barren esté implicada en ello?

El tono de Zisky casi había contestado a la pregunta. Si bien Barren estaba metida en mil historias, la prostitución ilegal no parecía entrar en sus planes. Ben Roi pasó página.

—¿Y qué me dices de un tipo llamado Samuel Pinsker?

Zisky pareció situar el nombre.

—Recuérdamelo.

—El ingeniero de minas británico. El que cayó por un agujero en Luxor. Kleinberg leía sobre este caso en uno de los artículos de los que te hablé.

—Ah, vale. No, no ha salido. —Hizo girar el medio dedo de bourbon que le quedaba en el fondo del vaso—. Pero Luxor sí.

Ben Roi se inclinó un poco y con un gesto animó a Zisky a seguir con el tema.

—Pues parece que últimamente Barren ha invertido una gran cantidad de dinero en el país, que ha financiado unos cuantos proyectos sociales. Todo relacionado con la licitación del yacimiento de gas del Sahara que te decía.

—¿Sobornos?

—Tu amigo Natan Tirat lo ha llamado «aumentar la relevancia pública», pero creo que viene a ser lo mismo. En fin, uno de los proyectos es el de un gran museo en Luxor, en el Valle de los Reyes. Por lo visto, Barren lo ha pagado todo, ha puesto un montón de millones en la obra. Dicen que el propio Nathaniel Barren estará en la inauguración. Supongo que es una especie de vínculo, aunque no veo exactamente la relación.

Se encogió de hombros, dio una última vuelta al Jack Daniel s y apuró el vaso. Ben Roi hizo lo propio con su Tuborg. Al fondo, los hombres empezaban a cantar el himno de los Monos Verdes del Maccabi, desafinando lo indecible, pero como mínimo apoyaban al equipo adecuado. Las chicas del compartimiento de al lado se levantaron y se fueron, aún riendo; la atractiva mujer de mediana edad también se marchó y en la sala no quedaron más que ellos dos y el camarero.

—¿Otra? —preguntó Zisky.

Ben Roi miró el reloj —ya habían dado las diez— y movió la cabeza.

—Creo que ya está bien por hoy. Podemos repasarlo con más detalle mañana. Como ha dicho tu amigo, un joven como tú necesita el sueño reparador de la belleza.

Zisky puso los ojos en blanco en un gesto burlón, de condescendencia, pero no lo discutió. Se levantó y se puso la chaqueta.

—La próxima vez pago yo.

—Me lo apunto. Y gracias por las notas. Un trabajo excelente.

A Zisky le brillaron los ojos. Parecía contento con el comentario. No dijo nada, simplemente inclinó un poco la cabeza, se despidió con un gesto de la mano y se marchó.

—Dale de nuevo las gracias a Joel —le dijo Ben Roi cuando ya se alejaba.

Obtuvo un dedo levantado como respuesta, lo que le hizo reír. El muchacho prometía, se estaba convirtiendo en uno más del equipo.

Cuando se hubo marchado, Ben Roi cambió de parecer y pidió la espuela, un Jameson con hielo. Asomó la cabeza a la sala del fondo para ver cómo iba el partido —seguía uno a cero a favor del Hapoel— y luego volvió a sentarse para mandar un mensaje a Sarah deseándole buenas noches a ella y al bebé. En un instante recibió la respuesta con el mismo deseo y seguidamente otro mensaje, dirigido «a papá» y firmado «Bubu xx». Sonrió. Miró de reojo al camarero para asegurarse de que no lo estaba mirando, se llevó el móvil a los labios y le dio un beso.

«Y tú crees que Zisky es gay —murmuró metiéndose el móvil en el bolsillo y estirando las piernas—. ¡Te ablandas un poco más y esto será un puto pastel!».

Rio entre dientes, tomó un sorbo de Jameson y empezó a dibujar círculos con el vaso en la mesa, mirando distraídamente un cartel retrosoviético de cigarrillos enmarcado en la pared. Sonó música ambiental. Diré Straits, «Brothers in Arms». Las primeras notas de guitarra, densas y humeantes, serpenteaban por la atmósfera como una neblina a la deriva. Los pensamientos de Ben Roi captaron el ritmo y siguieron su curso, flotando de un lado a otro, en primer lugar hacia Sarah y el bebé, luego hacia el chaval de los granos que intentaba dar palique a la mujer de la barra, seguidamente hacia Zisky y Regev, y por fin, inevitablemente, hacia el caso.

Aquel era siempre su momento ideal para pensar, cuando el día tocaba a su fin, el cuerpo reducía la marcha, la cabeza se despejaba y dejaba vagar la mente, sin presionar nada, tomándose un respiro, pensando aleatoriamente en lo que había descubierto aquella noche, aquel día, los dos últimos días, comprobando adonde le llevaba todo aquello.

Y a donde le llevaba una y otra vez, como el visitante atraído siempre por las mismas pinturas en una galería, era hacia dos aspectos específicos de la investigación.

La chica Maria/Vosgi. Era la persona sobre la que se articulaba todo, sin lugar a dudas. Y por otra parte, también, Egipto. Allí se articulaba todo. Igualmente, sin lugar a dudas. Barren, Nemesis, Pinsker, el vuelo de Kleinberg a Alejandría, la ruta del Sinaí que seguían los traficantes de mujeres: cada pista parecía cruzarse con Egipto en algún punto, era como si todos los caminos llevaran allí. Egipto era el lugar de las respuestas. Tal vez la respuesta.

Tomó otro sorbo de whisky y desvió la mirada del cuadro al camarero, que se movía por la barra, secando manchas con una bayeta. Sus miradas coincidieron y el hombre le preguntó con un gesto si quería otro trago. Levantó la mano para agradecérselo y negó con la cabeza. De la sala del fondo surgió el grito de «¡Todos nos hemos tirado a tu novia, Joni!», seguido de unas estentóreas carcajadas. La guitarra de Knopfler vibraba, se quejaba; los cubitos tintineaban al mover el vaso.

Egipto. Él mismo podía seguir una serie de cosas o encargar a Zisky que lo examinara. Llamadas, recogida de información, control de antecedentes. Claro que todo habría que hacerlo por teléfono, por correo electrónico y por internet. Y el caso exigía que alguien hiciera un seguimiento sobre el terreno. Alguien que conociera el país y su lengua. Y aquello implicaba hacer una solicitud a la Jefatura Nacional de la Policía, para lo que era imprescindible permiso oficial para cualquier trato con alguna autoridad extranjera, en especial las árabes. Y el permiso oficial podía tardar días en llegar. Un montón de días, teniendo en cuenta el paso de tortuga de la burocracia de la Policía Nacional. Lo primero sería contactar con ellos, poner el engranaje en marcha, pero de momento parecía que Egipto, por más importante que fuera su papel, quedaría relegado a un segundo plano.

Con un suspiro levantó el vaso dispuesto a terminar lo que quedaba en él de Jameson y volver a casa, ya cansado, pues todo lo vivido durante el día empezaba a hacer su efecto. Entonces cerró los ojos como si de pronto hubiera recibido el impacto de un pensamiento. Claro que había otra opción. La de alguien que se encontraba sobre el terreno. Un antiguo colega suyo. Un viejo amigo. Habían trabajado juntos, hacía tiempo, en aquel extraordinario caso de Hannah Schlegel, y se habían mantenido en contacto, a pesar de que llevaban meses sin hablar, igual más de un año, lo que explicaba que no hubiera pensado en él enseguida. Miró el reloj —tarde pero no tanto— y, casi sin darse cuenta, cogió el móvil.

Cuatro años atrás, atrapado en el pozo tras la muerte de su novia Galia, convencido de que iba a vivir el resto de sus días en la aflicción y la oscuridad, habían surgido dos personas que le habían mostrado el camino para volver a la luz del día. Una había sido Sarah. La otra…

Abrió la agenda y buscó la J. Solo tenía un nombre allí. Sonrió al verlo. Había pasado tanto tiempo… sería agradable volver a oír su voz.

Miró otra vez el reloj y luego con el pulgar pulsó «llamada».