LA sargento primero Leah Shalev tenía una oficina estrecha, sin ventana, en la planta baja de la comisaría David, una más entre la media docena de garitos igualmente estrechos y sin ventana del pasillo que venía del túnel de entrada de las dependencias policiales. A las once y veinte, seis personas se habían encontrado allí para la primera reunión informativa sobre el caso; entre ellas, la propia Shalev, quien, sentada tras su escritorio, presidía la reunión en calidad de investigadora.
Por lo que conocía Ben Roi, el modelo como investigador solo lo utilizaba la policía israelí. En otras fuerzas del orden, los inspectores no solo se responsabilizaban de la investigación en sí, sino que también se ocupaban de un sinfín de chorradas burocráticas que les robaban una gran cantidad de tiempo: presupuestos, rellenar formularios, redactar informes, enlaces departamentales. En Israel se habían separado las dos funciones. Mientras los inspectores se ocupaban de las tareas de primera línea de formular preguntas, llevar a cabo los interrogatorios y ocuparse de los informadores, el investigador tenía la responsabilidad de supervisarlo y coordinarlo todo. El investigador era el primero en acudir al escenario de cualquier tipo de delito, quien gestionaba el Tik Chakira —la documentación—, quien distribuía las tareas, cargaba con el papeleo, ponía al tanto a la oficina del fiscal general. Básicamente, todas las tonterías que provocaban distracción. Era un papel importante, aunque poco llamativo, y se reconocía como tal: en lo que respectaba a la jerarquía, los investigadores estaban por encima de los inspectores. Algunos colegas de lo más loh boger —inmaduros— de Ben Roi, los inspectores con un sentido excesivamente desarrollado de su propia importancia, creían que eran ellos quienes deberían aprovecharse de su superioridad jerárquica, pero a Ben Roi no le importaba. Personalmente se alegraba de poder llevar a cabo su trabajo sin los obstáculos que representaban los tediosos embrollos administrativos. Él consideraba que el investigador llevaba el caso, pero el inspector era quien lo resolvía.
—Bien, muchachos —dijo Shalev, dando una palmada sobre la mesa para atraer la atención de todos—, en marcha.
Utilizaba lo de «muchachos» literalmente: ella era la única mujer de la reunión. Aparte de Ben Roi, asistían a ella Uri Pincas, Amos Namir —un sefardí de pelo gris que, aparte de ser el inspector con más tiempo de servicio, era también el más cascarrabias— y el sargento Moshe Peres, quien iba a coordinar el apoyo de agentes que hiciera falta.
Todos se conocían, habían trabajado juntos en muchas ocasiones. Constituía la excepción un tipo aniñado, flacucho, con gafas redondas y un yarmulke azul hecho a mano en la cabeza, que se sentaba un poco aparte del resto, en una esquina de la oficina. Era el más joven con diez años largos de diferencia y se llamaba Dov Zisky, algo que Ben Roi había descubierto cinco minutos antes, cuando Leah lo había presentado al grupo. Al parecer, lo habían trasladado de Lod, donde hacía poquísimo que había obtenido el cargo de inspector, aunque tuviera aquel aspecto de estudiante. No parecía ni que tuviera que afeitarse.
—Supongo que todo el mundo está al día en cuanto a lo básico —dijo Shalev—. Mujer sin identificar, estrangulada, catedral armenia.
Todos asintieron. Zisky se había sacado del bolsillo un curioso bloc con tapas de muletón y había empezado a tomar notas.
—Los forenses han enviado ya las primeras muestras al monte Scopus, de modo que esperamos tener algo hoy a última hora. Lo mismo ocurre con la autopsia: he pedido a Abu Kabir que le den prioridad.
—Avram Schmelling es incapaz de dar prioridad a sus propios meados —murmuró Namir.
Shalev pasó por alto el comentario.
—Necesitamos la identificación de la víctima. Es algo urgente. Hay que reflexionar también sobre el móvil del tipo. Al parecer han desaparecido la cartera y los efectos personales de la víctima, por tanto, ¿sería de entrada un caso de robo? ¿Tendría su autor alguna rencilla personal contra ella? ¿O es que por casualidad fue ella quien le hizo subir la sangre a la cabeza: aquello de «lugar inadecuado en el momento inadecuado»?
—¿Y el aspecto religioso? —preguntó Ben Roi—. Al fin y al cabo, estaba en la catedral.
—Es posible —respondió Shalev—, muy posible. En este estadio todas las hipótesis valen. Sea quien sea nuestro hombre…
—O mujer.
Era la voz de Zisky. Suave, cultivada, afeminada. El timbre inconfundible de un gay, pensó Ben Roi.
—El asesino puede ser una asesina —añadió Zisky levantando la lista del bloc—. No tenemos pruebas de que sea un hombre. De momento.
Pincas y Peres sonreían, cómplices. Amos Namir parecía estar al borde de un ataque de nervios.
—¿De qué demonios hablas? Por lo que han dicho, la víctima pesaba más de cien kilos. ¿Cómo coño una mujer…?
—Es una hipótesis válida —dijo Shalev, indicando a Namir que se callara—. A estas alturas hay que tener todos los frentes abiertos. Vamos a ver: sea quien sea nuestro hombre o nuestra mujer, existen muchas posibilidades de que vuelva a intentarlo. Muchachos, hay que avanzar con rapidez. Sé que no es fácil, con la mitad del equipo trabajando en el asesinato del estudiante, pero habrá que arreglárselas.
Nadie dijo nada. En la Kishle los recursos siempre estaban al límite. Era una realidad y estaban acostumbrados a ella.
—¿Se ha avanzado algo con las cámaras de seguridad? —preguntó Moshe Peres.
Había más de trescientas cámaras montadas en toda la Ciudad Vieja, lo que permitía a la policía seguir todo lo que ocurría en lo que se consideraban los dos kilómetros cuadrados más santos del mundo. Cuando se cometía algún delito del tipo que fuera, siempre era el primer recurso al que se acudía para la investigación.
—La que está situada por encima del túnel del Patriarcado Ortodoxo Armenio captó a la víctima antes de las siete —respondió Pincas—. Hay alguien detrás de ella, pero con la mierda de la lluvia no se ve nada, ni con las ampliaciones. Puede ser el asesino o no.
—¿Y las que están en la esquina del Patriarcado Ortodoxo Armenio con la puerta de Sion? —preguntó Peres—. Tendrían que cubrir la entrada del barrio.
—Demasiado alejadas —respondió Pincas—. No se ve nada, sobre todo con la lluvia. Estamos intentando hacer el seguimiento de la víctima, descubrir por dónde y cuándo entró a la Ciudad Vieja, pero nos llevará tiempo.
—¿Las cámaras del barrio? —preguntó Shalev.
—Cuando me marché aún sacaban imágenes —dijo Ben Roi—. Según Nava, tardarán un par de horas más.
Shalev asintió, jugueteando con el emblema que llevaba en el jersey azul de uniforme.
—Vale, repartiremos las tareas. Uri, vuelve a las pantallas y comprueba qué puede descubrirse. Tenemos que saber todo lo posible sobre los movimientos de la víctima desde el momento en que entró en la Ciudad Vieja. Cuando lleguen las imágenes del barrio, tú y Schwartz también las revisaréis. ¿Qué sargento tenemos de turno?
—Talmon —dijo Pincas.
—Le dices que te pase a un par de agentes. Hay que ponerse manos a la obra.
—Ya se lo he pedido. Dice que no tiene a nadie libre.
—Pues le contestas que busque alguno, o le tocará darme las putas explicaciones a mí en persona.
Ben Roi sonrió. Todos sonrieron. Leah Shalev en general era tranquila, sobre todo si se la comparaba con Yigal Dorfmann, el investigador del asesinato del estudiante yeshiva, el capullo número uno que se metía en todo. De todas formas, cuando le daba la vena era capaz de meterse con los mejores.
—Necesito agentes que vayan puerta por puerta por el recinto y en todo el barrio armenio —prosiguió—. Muchos. ¿Moshe?
—Eso está hecho —respondió Peres.
—Ahora mismo, Kletzmann está revelando las fotos, de modo que puedes llevártelas. Uri, si consigues imágenes medio decentes de las cámaras, también pueden resultar útiles.
Pincas asintió.
—Amos, revisa los casos antiguos y los casos abiertos. Comprueba si aparece algo similar y que corra la voz entre tus informadores.
Namir asintió.
—¿Tienes algún armenio?
—Un par.
—Habla con ellos. Nunca se sabe. Alguien puede haber oído algo.
—Yo acabo de hablar con un armenio que conozco —dijo Ben Roi echándose un poco hacia delante—. Es el dueño de la Taberna, está pendiente del caso. Me ha dicho que es totalmente imposible que alguien de su comunidad haya hecho algo semejante.
Shalev reflexionó un momento.
—Aun así, tenemos que cubrir todos los frentes —dijo por fin—. Aunque no exista un vínculo directo con los armenios, es algo que se ha producido en su barrio y alguna persona puede saber algo. Pero tienes razón, debemos mantener la mentalidad abierta.
Cogió el café que tenía encima de la mesa, tomó un sorbo y el carmín dejó una mancha roja alrededor del vaso de poliestireno. Normalmente, Ben Roi ni se fijaba en el carmín de Leah Shalev. Aquella mañana, sin embargo, no pudo evitar que le recordara la sangre seca alrededor de la boca de la mujer.
—Supongo que me ha tocado la víctima —dijo, meneando la cabeza como si quisiera apartar aquella imagen.
—En efecto —respondió Shalev—. Tenemos que saber quién es, de dónde viene, qué hacía en la catedral. Todo. Y lo quiero para antes de ayer.
Tomó otro sorbo de café mientras echaba un vistazo alrededor. Todo el mundo permanecía en silencio, dispuesto a ponerse en marcha.
—¿Y yo? —preguntó Zisky. Había inclinado la cabeza hacia delante, como un perro a la espera de que lo saquen a pasear, y aquellas manos, suaves, de niña, sujetaban fuerte el bloc de notas.
—¿Y yo? —murmuró Pincas, imitando la voz afeminada del joven. Shalev le lanzó una mirada de aviso.
—De momento, te acercas al barrio a hacer preguntas. Podrías hablar con algún sacerdote y probar de nuevo con el tipo que estaba al cargo de la entrada anoche. Ya ha prestado declaración, pero es algo imprecisa. Cuando termines, vuelve y te emparejas con Arieh.
—Cuidado con los roces —murmuró Pincas.
—¡Que te den! —respondió Ben Roi.
Shalev se había puesto de pie.
—Bien, muchachos, a trabajar. La prensa se volcará en el caso, o sea que quiero resultados. Y rápidos.
Dio una palmada y todos se levantaron arrastrando las sillas sobre el linóleo del suelo. Ya estaban en el pasillo cuando llamó a Ben Roi y le dijo que cerrara la puerta.
—Gracias por procurarme novia —dijo él, sentándose otra vez.
Lea Shalev tenía una forma especial de cerrar el puño cuando la sacaban de sus casillas, como en aquel momento.
—Cierra el pico, Arieh. Habría esperado algo así de unos neandertales como Pincas y Namir, pero de ti esperaba algo mejor.
—Oye, Leah… El tipo es de un mariquita que echa para atrás. ¿Qué coño hace en una comisaría de primera línea como Kishle?
—Creo recordar que algunos hicieron la misma pregunta sobre mí cuando llegué aquí —respondió ella, arrellanándose en el asiento.
Era verdad. El nombramiento de una investigadora en Kishle —la única mujer con este cargo en todo Jerusalén— había hecho levantar más de una ceja, y Ben Roi no se escapaba de aquello. De escaparate, había comentado él. Una concesión a la brigada de igualdad de oportunidades.
—Esto es distinto —respondió él.
—¿En serio?
—Este es un lugar duro que trata con gente dura. Y tú aguantas.
—¿Y él no puede?
—Míralo un poco. ¡Por favor! Es que la pluma…
Shalev apoyó el puño en la mesa.
—Cierra el pico —repitió—. Tengo a una mujer muerta en un lugar sagrado, a un maníaco rondando las calles, me falta personal y el comandante Gal no me deja ni respirar. O sea que solo me falta una demanda por acoso homofóbico. Ni siquiera sabemos si es…
—¿Noshech kariot?
—¡Oye, piérdete, Arieh! Lo que haga o no haga fuera de la comisaría nos importa un bledo. Quiero que todos trabajéis juntos en el caso. Todos.
Ben Roi refunfuñó algo.
—¿Cómo?
—Recibido.
—Eso espero, Arieh. De verdad. Porque ahí nos la van a meter…
Ben Roi resistió la tentación de citar que a quien se la metían a saco era a Zisky.
—Ha traído buenas referencias de Lod —prosiguió Shalev— y de la academia. De las mejores referencias que he visto en mi vida. Además muestra un gran interés: pidió explícitamente que lo trasladaran aquí para poder trabajar en primera línea. Hay que tener agallas para hacerlo teniendo en cuenta que Kishle no tiene fama que digamos de lugar con ideas avanzadas.
Se arregló el pelo, balanceándose en la butaca.
—Y solicitó además la posibilidad de trabajar contigo.
Ben Roi levantó la vista.
—¿Y esto de qué va?
—Vamos, Arieh. Está al corriente del caso Shamir, del incendio Mauristan en el que salvaste a la niña árabe. Te admira. Vete a saber por qué, pero te admira. Déjalo un poco en paz, ¿de acuerdo? Anímalo.
—Vale, vale —respondió Ben Roi, levantando las manos—. Será mi pareja. —Hizo una pausa y añadió—: Pero no en el sentido que te dije.
Shalev sonrió a su pesar.
—Fuera de aquí, schmuck. Y tráeme resultados.
Ben Roi se levantó y se fue hacia la puerta.
—Y para tu información —le dijo ella—, según la academia, fue uno de los mejores en krav magaá que ha pisado esta institución. Es un tipo duro. ¡Y no olvides llamar a Sarah! Puedes dedicarle unos minutos, incluso en medio de un caso de asesinato.
Ya estaba corriendo pasillo abajo, y si oyó la última frase, no lo reconoció.