A pesar de que la tarea de sacar las palabras de la cabeza y ponerlas en una página se hace en solitario, escribir una novela es en última instancia un trabajo de colaboración, en el que uno se basa en el apoyo, en la habilidad, en los conocimientos y la generosidad de un gran número de personas. El libro que el lector tiene en sus manos no es una excepción. Sin las personas que cito a continuación, nunca habría salido del laberinto:
En primer lugar, la más importante, Alicky, mi esposa, mi vida, sin la que nada es posible, y cuya paciencia y consejo, además de unos perspicaces comentarios, han resultado fundamentales a la hora de crear esta historia. Al igual que con todos mis libros, he contraído con ella una deuda que seré incapaz de pagar.
Lo mismo puedo decir de mi extraordinaria agente, Laura Su-sijn, quien, superando con creces el cumplimiento del deber, me ha brindado apoyo y me ha dado ánimos; y de Simón Taylor, no solo un magnífico editor, sino también un buen amigo.
El profesor Stephen Quirke y el doctor Nicholas Reeves me han ofrecido un asesoramiento clave sobre distintos aspectos de la historia del antiguo Egipto y de su lengua; Stuart Hamilton y Simón Mitchell han hecho lo propio en lo que se refiere, respectivamente, a patología y seguridad informática. El profesor Jan Cilliers ha demostrado ser un extraordinario —pido disculpas por el juego de palabras— filón de conocimientos sobre todos los aspectos de la minería aurífera; Rasha Abdullah ha corregido mi deplorable árabe egipcio; Nava Mitzrahi e Iris Maor me han echado una mano con mi aún más deplorable hebreo.
Debo expresar también mi agradecimiento al sargento primero Moeen Saad de la comisaría de policía David de Jerusalén; a Rachel Steiner y a Asher Kupchik de la Biblioteca Nacional de Israel; al personal de la Sociedad El Buen Samaritano para la ayuda a los discapacitados, de Luxor; a la dirección y al personal del Winter Palace Hotel de Luxor; David Pratt, Jorge Pullin, David Blasco, Lisa Chaikin, Leah Gruenpeter-Gold, George Hintalian, Kevin Taverner y Rishi Arora. Tres agradecimientos especiales:
En primer lugar, al doctor Avi Zelba de la Policía de Israel, por su asesoramiento, accesibilidad y hospitalidad.
En segundo lugar, a Su Eminencia el arzobispo Aris Shirvanian, del Patriarcado Armenio de Jerusalén, por brindarme sus conocimientos y su experiencia sobre la comunidad armenia.
En tercer lugar, a Rinat Davidovich y al personal y residentes del Refugio Ma’agan, Petaj Tikva. La cuestión de la trata de blancas es terriblemente angustiosa y el Refugio lleva a cabo una extraordinaria y valiosa tarea en apoyo a sus víctimas. Sin su consejo y ayuda, este libro no habría visto la luz. El lector puede obtener más información sobre el trabajo de dicha institución en: http:// www.maagan-shelter.org.il/English.html.