ENTRADA 108
Una compañía mecanizada de la Brilat apareció una mañana para organizar el convoy de evacuación. Cientos de enfermos y heridos fueron hacinados en camiones militares descubiertos, ambulancias, taxis, vehículos privados, y en general, cualquier cosa con cuatro ruedas que aún pudiese andar, junto con toneladas de medicamentos y la mayor parte del agotado personal médico. Tan solo unos ciento y pico pacientes, en un estado demasiado grave como para ser trasladados a ninguna parte, tuvieron que ser abandonados en el hospital. Un pequeño grupo de voluntarios, entre los que se encontraba la hermana Cecilia decidió quedarse para atender a aquella pobre gente, que de otra manera se hubiese visto irremediablemente abocada a una agonía lenta y dolorosa en la más absoluta soledad. Quizás hubiese sido mejor así.
Era un grupo de tres médicos y cinco enfermeros, contando a sor Cecilia. Además de ellos, un pequeño pelotón variopinto de soldados y policías fue destacado allí como fuerza de protección, con la misión de atrincherarse en el Hospital y esperar la llegada de un fuerte grupo de rescate «más adelante». Como es obvio, dicho grupo nunca llegó.
Mientras los sanitarios luchaban por mantener con vida a los pacientes graves, los militares se dedicaban a fortificar sistemáticamente los accesos del Hospital (De ahí todas las puertas bloqueadas que habíamos encontrado). El sótano donde estamos ahora fue bautizado como «Numancia» por un sargento primero con un macabro sentido del humor. En caso de que las defensas cayesen, todo el mundo debía refugiarse en este sector. Los generadores fueron puestos en modo automático y se cortó la corriente eléctrica a todo el edificio excepto a aquellas cocinas, para reducir el consumo al máximo. Una vez hecho todo esto, solo les quedaba esperar.
Fue entonces cuando apareció Lucía. Es una cría de tan solo dieciséis años («casi diecisiete», como no se cansa de repetir), pero ya tiene un cuerpo de escándalo. Vivía con sus padres en Bayona, una pequeña villa turística a poco más de veinte kilómetros de Vigo. Cuando fue ordenada la evacuación de toda la población civil a los Puntos Seguros, el ayuntamiento de Bayona trató de hacerlo de una manera sistemática y ordenada. De algún modo consiguieron reunir una flota de autobuses con los que trasladar a la población. Mientras miles de personas esperaban pacientemente en el entorno del Parador de Turismo, situado en una pequeña península, los autobuses realizaban el corto viaje de ida y vuelta entre Bayona y el Punto Seguro una y otra vez, incansablemente.
En medio de la confusión, Lucía subió en un autobús mientras su familia lo hacía en otro distinto. Confiando en encontrarse al cabo de unos minutos en el Punto Seguro, Lucía se dejó llevar plácidamente, demasiado abrumada por la situación, como todo el mundo, para poder hacer otra cosa.
Sin embargo, el autobús de los padres de Lucía nunca llegó a su destino. En algún punto del camino desapareció misteriosamente. Evidentemente, todo el mundo se temió lo peor. En esos momentos, el acoso en torno al Punto Seguro empezaba a hacerse más severo. Los No Muertos ya pululaban por doquier.
Lucía casi se vuelve loca de la desesperación. Sola, sin saber la suerte corrida por sus padres, envuelta en el marasmo del Punto Seguro, obligada a dormir hacinada junto con otras trescientas personas en una antigua nave de congelados, comiendo unas raciones cada vez mas escasas, decidió que tenía que encontrar a su familia como fuese. Con buen criterio pensó que si no estaban en el Punto Seguro, el único otro lugar donde se podrían hallar tenía que ser el Hospital Meixoeiro, donde un reducido grupo aún se mantenía atrincherado. Así que cuando empezaron a reclutar voluntarios entre la población civil para formar parte de los grupos de exploración fue una de las primeras en presentarse en la oficina de enganche.
Le proporcionaron una guerrera de camuflaje que le quedaba un par de tallas grandes y unas pesadas botas de combate, pero no le dieron armas. No había suficientes para todo el mundo, la munición comenzaba a escasear y además, seguramente su aspecto frágil no le inspiraba demasiada confianza al oficial encargado. Su labor sería simplemente la de porteadora. En cuanto llegaban a algún objetivo, normalmente una pequeña tienda o algún supermercado de barrio, un equipo montaba un perímetro de seguridad alrededor, mientras otro hacía una batida preventiva en el interior. Cuando estaba el sector asegurado, los porteadores, todos ellos civiles, tenían que cargar a toda prisa con kilos y kilos de alimentos no perecederos, arramblando a toda velocidad con cualquier producto útil que se cruzase en su camino.
Lucía pasó tres agotadoras semanas jugando con la muerte en cada salida. Vio morir al menos a media docena de miembros de su equipo y ella misma estuvo a punto de ser cazada en una ocasión por un No Muerto agazapado en un almacén. Sin embargo continuaba saliendo, día tras día, esperando su oportunidad.