28 July 2006 @ 10:24 hrs.

ENTRADA 103

El agua me llegaba aproximadamente por la cintura. Una parte de mi cerebro era vagamente consciente de que era imposible que un gato pasase por sus propios medios por allí, así que algo, o alguien, tenía que estar arrastrando a Lúculo. Sin embargo, la otra parte de mi cerebro prefería hacer oídos sordos a ese razonamiento, o el miedo me hubiese hecho dar media vuelta de inmediato. Aquello era una pesadilla que iba de mal en peor.

Chapoteando ruidosamente, crucé como pude todo un largo pasillo de aquel sótano inundado. Toneladas de material arruinado por el agua se acumulaban hasta más allá de donde me alcanzaba la vista. Pasé al lado de un plástico negro que me llamó la atención. Estaba flotando en el agua, como uno más de aquella enorme cantidad de despojos. Lo enganché con la punta del arpón para poder alumbrarlo con comodidad. En cuanto descubrí lo que era me aparté inconscientemente, con un estremecimiento de miedo y asco. Era una bolsa para cadáveres.

Respiré profundamente, tratando de controlar mi miedo. Aquella bolsa estaba vacía, de acuerdo, pero parecía estar aún sin estrenar. Sin embargo su presencia allí abajo no era nada bueno. Aquello solo podía significar que estaba peligrosamente cerca de la morgue. Y dada la peculiar naturaleza de mis depredadores, no era precisamente el mejor sitio para estar rondando a oscuras.

El sonido de una puerta metálica que se cerraba con violencia resonó como un cañonazo en el sótano, despertando un millón de ecos. Aferré con manos sudorosas el arpón, mientras pensaba lo estupendo que sería poder atar de alguna manera la linterna a la punta del mismo. Con un rollo de esparadrapo podría haberlo hecho perfectamente, pero el único rollo que tenía me lo había dejado en la mochila junto a Prit, en la capilla.

Maldije por lo bajo mi improvisación. Aquello me restaba movilidad, ya que con una mano tenía que alumbrar y con la otra hacer fuego. El arpón no suponía ningún problema (de hecho la mayor parte de las veces, bajo el agua, se utilizaba así, a una mano), pero con la pistola era una historia completamente diferente. El potente retroceso de aquel arma necesitaba de las dos manos para poder apuntar con un mínimo de fiabilidad. No tendría ninguna gracia tener la boca hambrienta de un No Muerto a menos de tres metros de mí y abrir un bonito agujero en el techo al tratar de cargármelo.

Un escalón oculto bajo el agua casi me hizo caer de bruces. Tuve que apoyarme en la pared para mantener el equilibrio y por un segundo la linterna osciló locamente en todas direcciones, arrancando destellos tornasolados del aceite que flotaba en el agua. Un penetrante aroma a gasoil impregnaba el ambiente, casi hasta la saturación.

El escalón era el inicio de un pequeño tramo de escaleras. A partir de aquel punto el nivel del suelo se elevaba y el agua tan solo cubría hasta los tobillos.

Chapoteando a lo largo de aquel pasillo, recorrí los últimos metros hasta llegar a una sala, completamente seca, al fondo de la cual había una pesada puerta de acero. Me detuve, sorprendido ante aquel obstáculo.

La puerta no presentaba ninguna manilla ni pomo. Tan solo el oscuro ojo de una cerradura encastrada en un simple protector sin tornillos me observaba, burlón. Descargué una patada llena de ira contra la puerta. Sin la llave no pasaría ni un metro más allá. Desolado, agaché la cabeza, mascullando una sarta de imprecaciones en voz alta. O dicho de otra manera, empecé a cagarme en todo el santoral mientras la emprendía a golpes con la puerta.

Mi explosión de furia se detuvo de golpe al detener mi mirada en unas huellas húmedas que brillaban junto a la puerta. Había dos tipos de pisadas, unas de un 42 aproximadamente, que eran con toda seguridad mías y otras, mucho más pequeñas, con el inconfundible dibujo del calzado deportivo. Las huellas pequeñas llegaban hasta la puerta y repentinamente giraban hacia la izquierda.