ENTRADA 95
Con una última mirada la exterior me precipité de nuevo por el corredor a oscuras, corriendo a toda velocidad, mientras mis pasos resonaban en el eco cavernoso de aquella especie de túnel.
Una filtración en el techo había ido formando un charco de agua en mitad y mitad del pasillo. Ya había visto antes ese charco, pero al entrar tan alocadamente, simplemente, me olvidé de su existencia. El resbalón fue de campeonato, y el costalazo que vino a continuación, de órdago.
Me quedé tumbado en el suelo por unos segundos, boqueando, tratando de recuperar la respiración. Al levantarme, un agudo pinchazo en un costado me hizo pegar un alarido de dolor. Me dejé caer de nuevo al suelo, soltando unos juramentos que harían encanecer a una monja. Lo que faltaba. Tendría que sacarme el neopreno para saber si me había fracturado una costilla, pero de lo que estaba seguro era que iba a tener un bonito y enorme moratón en el costado. Joder. Vaya trastazo. Mierda de charco. Iba a demandar a ese puto Hospital.
La simple idea de una demanda, en una situación tan terrible como aquella, me hizo retorcer de risa, provocándome nuevos espasmos de dolor. Una demanda. Hay que fastidiarse. Gimoteando y sin poder evitar estallidos de risa histérica, me puse de nuevo de pie y continué mi camino hacia el interior del Hospital, entre pinchazos de dolor en el costado.
Ya era oficial. Mis nervios están a punto de romperse.
Empujé las puertas batientes con el costado sano, mientras me afanaba en recargar el arpón, aún entre hipidos de risa. Una vez dentro, les eché un rápido vistazo. Eran unas puertas dobles que se abrían en ambos sentidos, pero por su parte interior tenían un par de sobresalientes ganchos de acero, que se utilizaban para sujetar las hojas a dos soportes instalados en las paredes. Así, cuando era necesario, se podían dejar las puertas fijadas en la pared y abiertas de par en par, sin necesidad de que estar empujándolas permanentemente.
Ahora pensaba darle a esos ganchos una utilidad diferente. Justo al lado de la puerta, tumbado en el suelo, oculto bajo un montón de material medico desechado, yacía un palo de gotero con dos bolsas de suero vacías colgadas de sus soportes. Aparté a patadas el enorme montón de gasas, cajas de tranquilizantes y restos de vendajes para cogerlo. A continuación atranqué la puerta con el gotero, pasándolo a través de los ganchos. Torcí el gesto, apesadumbrado. En las pelis siempre parece más fácil. Aquel invento no soportaría por demasiado tiempo los embates de una multitud como la que se iba a abalanzar contra la puerta en poco más de un par de minutos.
Llegué jadeando junto a Viktor, que me observó con cara de preocupación, mientras recuperaba el aliento apoyado en su silla. En pocas palabras le puse al corriente del enorme problema que se nos venía encima. Era de todo punto imposible salir por aquella puerta, y además, no dudaba que los No Muertos pronto se las arreglarían para entrar en el vestíbulo. Teníamos que buscar otra salida. Un complejo tan enorme como el Hospital Meixoeiro debía tener docenas de entradas y salidas distintas, pero nosotros teníamos que encontrar una que estuviese en una fachada distinta a donde nos encontrábamos en ese preciso instante. El problema era que para llegar a otro frente tendríamos que adentrarnos en las entrañas del edificio. Y aquella instalación, construida en varias fases a lo largo de los años, tenía fama de ser un laberinto de salas y largos pasillos, incluso entre el propio personal médico que trabajaba allí a diario.
No quedaba más remedio. Le pregunté a Viktor si podía andar. El pequeño ucraniano hizo el gesto de levantarse. Muy valiente, pero inútil. Las piernas le fallaron a los pocos segundos y se volvió a desplomar en la silla. Los restos de morfina y la pérdida de sangre, sumados al cansancio y la alimentación insuficiente de las últimas semanas no le permitían moverse. Tendría que empujarle a través de los pasillos. Vaya panorama.
Coloqué a Lúculo en el regazo de Prit. Con una linterna en una mano y la otra en el respaldo de la silla, nos adentramos en el interior del Hospital. En nuestros oídos retumbaban ya los primeros golpes en las puertas de Urgencias.