ENTRADA 82
La calle bajaba en ligera pendiente hacia la explanada del puerto. Tenía unos veintitantos metros de ancho, parte de los cuales estaban ocupados por una serie de coches abandonados y montones de basura y escombros. Alguien, en algún momento, había volcado un autobús de transporte urbano en la calzada, que ahora yacía en medio de la calle como una ballena varada. Los restos destrozados de un Ford Mondeo cubierto de agujeros de bala reposaban a una docena de metros del acceso a la Zona Portuaria. Dentro, un par de cadáveres hinchados y putrefactos miraban con ojos vacíos hacia un Punto Seguro al que jamás pudieron llegar, por algún motivo desconocido.
Los edificios alineados a los lados de la calle ofrecían un aspecto desolador, similar a los del resto de la ciudad. La mayoría tenía todos sus cristales destrozados y los restos de las cortinas, sucias y desgarradas ondeaban como banderas, con un «flap-flap» perfectamente audible en el silencio total de la calle. La puerta de un Fiat chirriaba, empujada por el viento. No se veía ni un alma, aparte de un par de No Muertos vagando por el extremo superior de la calzada. Uno de ellos estaba dentro de los restos destrozados de un cibercafé, trasteando furiosamente los restos de su interior, posiblemente tras la pista de un gato o una rata de considerables dimensiones. La otra, una niña de unos catorce años, se balanceaba en medio de la calzada en una especie de estado catatónico, con el pecho desgarrado por un mordisco furioso, como si hubiese sido atacada por un psicópata sexual. Su piel cerúlea y las venas marcadas en su piel eran sin embargo pruebas más que palpables que quien le había mordido no era ningún maníaco, sino una de esas cosas y que ahora ella ya pertenecía al reino de los No Muertos.
Un par de gaviotas, posadas encima de un montón de cadáveres putrefactos se daban un festín con los restos. De repente, como guiadas por un sexto sentido, levantaron la cabeza, y con un aparatoso aleteo levantaron el vuelo, a medida que un rumor sordo se iba haciendo cada vez más audible. Algo se acercaba.
Con un rugido, la furgoneta de UPS apareció de golpe en lo alto de la calle, zigzagueando entre los restos de vehículos abandonados. El parabrisas estaba rajado de parte a parte. El lado del copiloto presentaba un golpe bastante importante y el faro derecho y parte de la aleta habían desaparecido, como si el vehículo hubiese impactado en algún momento de su alocada carrera con algo. El guardabarros, colgando, levantaba cascadas de chispas al rascar contra el asfalto y los bajos del vehículo estaban empapados de sangre, restos orgánicos e incluso una mano humana, que, perfectamente reconocible, estaba encajada en el tambor de la rueda delantera izquierda.
La furgoneta bajó la calle como una exhalación. Al llegar a la altura del autobús cruzado en la calzada, el conductor se vio obligado a dar un fuerte volantazo para esquivarlo y colarse por el hueco que quedaba entre los restos y la pared. Al hacerlo, la furgoneta pasó raspando un portal, dejándose un retrovisor en el intento, todo ello a unos 100-120 Km./Hr…
Justo en ese instante, los pasajeros del vehículo vieron a la niña en medio de la calzada, que contemplaba como hipnotizada el pesado vehículo que se lanzaba sobre ella. El conductor pisó el freno y dio un volantazo para esquivarla, pero la velocidad que llevaban era excesiva. La furgoneta empezó a deslizarse de lado sobre la espesa capa de cristales rotos que cubría la calzada sin ningún tipo de control. Girando como una peonza embistió con un lateral a la pequeña No Muerta que quedó literalmente machacada por el pesado vehículo en su marcha descontrolada.
Finalmente, en medio de un espeso humo de neumáticos quemados, la furgoneta se detuvo con el morro a menos de diez centímetros de la entrada de una mercería.
Mientras el humo se disipaba, el silencio fue cayendo de nuevo sobre la calle, solo roto por el ronroneo irregular del castigado motor de la furgoneta. Súbitamente, desde el interior de la furgoneta se escuchó un grito indignado:
—¡Viktor, eres un jodido maníaco! ¡Si quiero matarme lo sé hacer yo solo, ucraniano loco!
—¡Nosotros tener prisa! —replicó otra voz, con un curioso acento—. ¡No poder parar!
—¿Estás loco? ¡No he visto conducir de esta manera en mi vida! ¡Hemos estado a punto de matarnos veinte veces, chiflado!
—En Ucrania siempre conducir así —replicó la otra voz con aire digno—. ¡Y no tener que esquivar No Muertos en calzada! ¡Si tú no estar contento, siempre poder conducir tú!
Levanté los brazos, rindiéndome. No se podía discutir con Viktor en lo referente a su habilidad para conducir cualquier clase de cacharro. La verdad es que el ucraniano conducía rematadamente bien, pero conseguía ponerle los huevos de corbata al más pintado con su manera de pilotar.
El trayecto entre UPS y el Puerto, que a la ida nos había llevado más de una semana, lo habíamos hecho de vuelta en tan solo treinta y cinco minutos, de los cuales casi diez los habíamos consumido tratando de salir de una cafetería en la cual habíamos entrado con la furgoneta a través del escaparate. A un pelo de matarnos, desde mi punto de vista. Un pequeño despiste sin importancia, según Pritchenko. Jodido ucraniano…
El hecho es que ahora estábamos a tan solo unos cuantos metros de la entrada de la Zona Portuaria, a poca distancia de donde habíamos tomado tierra. Los altos edificios del puerto ocultaban de nuestra vista el Zaren Kibish y el Corinto, pero estaban ahí. Muy cerca. Nosotros teníamos un plan y estábamos preparados.
Con un chirrido que ponía los pelos de punta, Pritchenko cambió de marcha y enfiló la furgoneta hacia la entrada del Puerto. El baile iba a empezar.