ENTRADA 79
Por fin lo tenemos. Es un maletín Samsonite de acero negro, sellado con una especie de precinto rojo de plástico por el borde. Prit y yo nos hemos pasado toda la tarde revolviendo de arriba abajo el puñetero almacén hasta encontrarlo, en medio de un calor cada vez más asfixiante.
Ahora estamos sentados en el suelo, fumando un Chester en silencio, mientras contemplamos pensativamente el objeto de nuestros desvelos, situado sobre una mesa. No me puedo creer que ya la tengamos. Los pensamientos me asaltan en un torbellino imparable, mientras decidimos cual va a ser nuestro próximo movimiento. Naturalmente mi primer impulso fue intentar abrir el puñetero maletín y averiguar su contenido, pero una Samsonite de acero reforzado no es tan fácil de reventar, ni siquiera siguiendo los métodos que me enseñó aquel caco. Tan solo el poseedor de la llave o un auténtico especialista podría abrirla y lamentablemente ni Prit ni yo disponemos ni de lo uno ni lo otro.
Hace ya un buen rato que el olor a podredumbre dejó de molestarnos. Al principio le propuse a Viktor que descolgásemos el cuerpo y lo envolviésemos en una manta, pero el ucraniano me disuadió de hacerlo. Me dijo que tal y como estaba el cadáver, lo más probable es que nos reventase en los brazos y recibiésemos un baño de entrañas corrompidas. Era mejor dejarlo ahí para qué, según sus propias palabras «se secara como un jamón curado». No me atreví a preguntarle de dónde demonios había sacado esos conocimientos. Me daba dentera solo de pensarlo.
He dejado lo mejor para el final. Este ucraniano es sorprendente. Hoy me ha pasado algo absolutamente increíble con él. Mientras revolvía en un cajón de las oficinas, buscando un juego de llaves para abrir una serie de armarios metálicos que había al fondo del almacén, saqué casualmente una serie de papeles administrativos de la oficina y los apoyé distraídamente sobre la mesa.
Me giré para abrir otro cajón, y justo en ese instante Pritchenko entró en el despachito con aire fatigado. Se desplomó en la silla de la oficina, y estiró los brazos mientras bostezaba estruendosamente. Justo en ese instante su mirada se posó en los papeles apoyados encima de la mesa y pronunció distraídamente una sola palabra: «Siunten».
Me quedé paralizado al oírle. Di la vuelta y observé, primero, la cara impasible y cachazuda del ucraniano, con sus enormes bigotazos rubios y después los papeles apoyados de cualquier manera encima de la mesa. No pude resistirme más.
—¿Siunten? ¿Siunten? —le pregunté alborotado—. ¿Es esto Siunten? —al tiempo que apuntaba a los papeles.
—Da, sí —me respondió Prit, un tanto sorprendido al ver mi reacción.
Y no era para menos. Aquellos papeles eran puro protocolo, el acta de una inspección, o algo por el estilo. Pero lo realmente interesante estaba en la esquina de los folios, en el membrete.
«Siunten» era la versión deformada y eslava que tenía Pritchenko de pronunciar «Xunta».
Xunta. La Xunta de Galicia. El gobierno autónomo gallego.
Súbitamente se hizo la luz en mi mente. Ahora lo entendía todo. No hay demasiados ucranianos trabajando para la Xunta de Galicia, y Pritchenko era uno de ellos. Es más, ahora sabía exactamente a que se dedicaba mi pequeño amigo, sin necesidad de preguntárselo. Un escalofrío de excitación recorrió mi espalda. Que idiota he sido… ¿Cómo no había caído antes?