10 March 2006 @ 02:12 hrs.

ENTRADA 66

Aún sigo vivo. Magullado, con unos cuantos moratones y con el neopreno hecho unos zorros, pero vivo, al fin y al cabo. Eso sí, aún estoy tratando de sacarme el susto del cuerpo. El día ha sido largo, muy largo, y lo único que espero es que ahora tengamos por lo menos unas cuantas horas de tranquilidad. Esta misión, este «viaje», no sé cómo llamarlo, está condenado al desastre desde un principio. Desde que hemos puesto un pie en tierra las cosas no han dejado de precipitarse. No tenemos ningún plan, avanzamos a ciegas y lo que es peor, creo que tampoco está muy claro qué es lo que tenemos que hacer.

Ahora mismo estamos escondidos en una vieja tienda de ultramarinos que en algún momento, en los pasados días, fue saqueada sin piedad. Las estanterías, medio volcadas y apiladas contra el fondo del local son los mudos testigos de una rapiña apresurada. Alguien estuvo aquí y arrambló con todo lo que pudo antes de salir por piernas. Tan solo unas cuantas cajas de chucherías y la sección de droguería parecen haberse salvado del saqueo, con lo cual no nos ha quedado mucho a nosotros para prepararnos la cena. Eso sí, los pakistaníes están encantados con la posibilidad de disponer de colonia gratis y se han pasado veinte minutos abriendo botes y rociándose con todas las esencias que han encontrado, riéndose como niños pequeños. Ahora todos huelen como putas de burdel, pero al menos hemos vivido un momento distendido. Falta nos hacía.

La verja metálica, o lo que queda de ella, está echada y apuntalada desde dentro con dos estantes de acero colocados por los pakistaníes y a la luz de una lámpara de petróleo puedo ver a los supervivientes apiñados, durmiendo, mientras uno de los pakis monta guardia al tiempo que mordisquea despreocupadamente una chocolatina, creo que un Twix. No puedo dormir. Las imágenes de los últimos días se agolpan en mi cabeza, pugnando por salir de alguna manera. No tengo con quién hablar de todo esto, ningún hombro en el que apoyarme y llorar. Escribo todo esto para no volverme loco, para que mañana, cuando despierte, pueda estar seguro de que no fue un mal sueño y de que no estoy perdiendo la cabeza. Joder, y aun así, no sé por dónde empezar. Por el principio, supongo.

Al comprobar que la central de PROSEGUR estaba cerrada a cal y canto nos decidimos a doblar la esquina de la misma. A la fuerza ahorcan. Era la única opción viable que nos quedaba. Una vez tomada dicha determinación comenzamos a andar con sigilo, tratando de fundirnos con la pared. Ya en ese momento la oscuridad era absoluta. No recuerdo si había luna esa noche o no, pero desde luego el cielo debía estar completamente nublado, porque no se veía ni una sola estrella. La oscuridad era total y eso volvía la situación aún más perturbadora.

Decir que estaba acojonado es poco. Y en mi favor he de decir que no era el único, porque la cara de Kritzinev, de Pritchenko y de los pakistaníes era todo un poema. No pude evitar sentir cierta satisfacción al ver el miedo en sus ojos. Que se jodan. Una cosa es ver los toros desde la comodidad del Zaren Kibish y otra muy distinta tener que saltar a la arena.

Al llegar a la esquina asomé cautelosamente la cabeza y pude ver… Nada. Absolutamente nada. La oscuridad ya era demasiado densa como para ver más allá de un par de metros. No me quedaba más remedio que utilizar algo de luz, así que por señas pedí que me alcanzasen una linterna.

Como por arte de magia una enorme Polar Torch de baterías apareció en mi mano. Un jodido faro, vamos. La agarré con manos sudorosas y apunté hacia aquella negrura con su lente polarizada. Por un momento la angustia me asaltó… ¿Y si al encender el foco descubría a docenas de esos engendros agazapados, con la luz reflejándose en el fondo de sus ojos muertos? ¿Y si con la luz atraía a cientos de ellos hasta nosotros? Dudé. Tenía el dedo apoyado en el interruptor y sentía las gotas de sudor resbalando por mi espalda. Notaba a Kritzinev a mi espalda pegándome empujoncitos. Me susurró algo en ruso, y sin que Viktor me lo tradujera adivine que venía a decir algo así como «¿A qué cojones esperas?»

En fin. De perdidos al río. Apreté el botón e instantáneamente un enorme chorro de luz iluminó la escena. Solo podía ver un enorme aparcamiento vacío y una tapia con un gran portón metálico instalado en unas guías correderas. Era la puerta del recinto y aún estaba cerrada. Exhalé un enorme suspiro y caí en la cuenta de que había estado conteniendo la respiración hasta ese momento.

Rápidamente cruzamos el patio hasta la puerta corredera. Era negra, pesada y enorme. La contemplé con desesperación. Era demasiado grande como para que pudiésemos forzarla. Aquel patio era un callejón sin salida. Me quedé de pie, atontado, mirando aquel enorme portón pensando qué demonios hacer. Sabía que el resto estaba a mis espaldas, esperando que tomase una decisión, y no tenía ni idea de qué decirles. Viktor se acercó hasta la puerta y empezó a inspeccionarla detenidamente. Durante un rato contemplé al pequeño ucraniano, sumamente extrañado, sin saber qué demonios estaba haciendo. Metía los dedos por el borde más cercano a la pared, tratando de hacer algo. Me acerqué hasta él y le di un par de suaves golpecitos en la espalda. Se giró hacia mí, sonriente, con gotas de sudor perlando su frente y me susurró una sola palabra: «Rota»

Con un crujido que sonó como un disparo en la noche la puerta se movió un par de centímetros. ¡¡No estaba cerrada!! Al instante me corregí mentalmente. Ya había visto ese tipo de puertas antes, en una visita a un cliente en prisión. No es que estuviese abierta sino que se trataba de un modelo extremadamente moderno de cierre y apertura, parecido al de las puertas de las prisiones, basados en cerraduras electromagnéticas. Mientras hubiese fluido eléctrico aquella cerradura era absolutamente imposible de forzar y aun en el caso de corte de corriente las baterías podían mantener el sistema operativo y armado durante días. Pero ni al más avispado de los fabricantes se le hubiese ocurrido la posibilidad de un corte de corriente que durase varios meses. Así que, sencillamente, la cerradura estaba desconectada y la puerta podía abrirse simplemente empujando con un dedo…

Condenado Viktor… ¿Cómo coño lo había adivinado? ¿Pero quién era ese tipo y de dónde había salido?

El portón se deslizó suavemente sobre los rieles dejando ver parte de la calle que corría por la parte exterior. La calle. El exterior. Por donde esas cosas campaban a sus anchas, aunque en aquel momento, asomando cautelosamente las cabezas, no pudiésemos ver ninguna.

Febrilmente enfoqué a izquierda y derecha tratando de vislumbrar alguno de esos seres. Juro por Dios que si hubiese visto uno a menos de dos metros hubiese cerrado el portón a toda velocidad y no habría salido de allí ni a punta de pistola… Y ahora casi lamento que eso no hubiera pasado. Nos hubiese ahorrado todo lo sucedido a continuación.

Justo cuando pensaba que había barrido toda la calle apunté la linterna a mi derecha y casi se me para el corazón del susto. Un enorme ojo rojo, malévolo y brillante me miraba fijamente, sin parpadear, a menos de un metro de distancia. Era aterrador. Me sentí como hipnotizado por su brillo, durante menos de un segundo. Cuando reaccioné, pegué tal bote que casi me hace caer la linterna.

Por lo menos no grité, y así me ahorré la vergüenza de tener que explicarle a todo el grupo porque chillaba como una nena ante el reflejo de la linterna en un simple pedazo de cristal. Lo que había tomado por un enorme ojo no era más que el catadrióptico de la puerta de un furgón que estaba semimontado en la acera.

Mientras el resto del grupo se apiñaba en la puerta, cubriendo los dos extremos de la calle, me acerqué con desconfianza a aquel enorme trasto. Solo cuando estaba a medio camino caí en la cuenta de que iba absolutamente desarmado. Si había algún No Muerto dentro de aquel vehículo mi salud se iba a ver seriamente comprometida en unos segundos…

Era un furgón blindado amarillo, con las letras PROSEGUR trazadas en gruesas letras negras en su costado. La puerta del copiloto estaba abierta y el catadrióptico montado en ella, pensado para hacer reflejar las luces de los faros en la noche, si alguien abría la puerta, era lo que había tomado inopinadamente por un enorme ojo. Definitivamente, me hacía falta un cubo de tila. Y unas vacaciones en el Caribe. Sin embargo no disponía ni de lo uno ni de lo otro.

Me acerqué lentamente al furgón, con la misma desconfianza con que Lúculo lo haría a un perro, preparado para salir por piernas en cualquier momento. Por fin llegué al vehículo. Era enorme, como todos los furgones blindados, y debía pesar una auténtica animalada. Apoyé la mano en su chapa. Estaba totalmente fría. Debía llevar semanas, incluso meses allí abandonado. Asomé la cabeza al habitáculo del conductor. Vacío. Con cautela trepé hasta el asiento y me senté en el mullido asiento de cuero mientras trataba de pensar.

Aquel furgón no estaba aparcado, sino que había sido abandonado de cualquier manera sobre la acera. Quienquiera que fuese su ultimo conductor debía tener muchísima prisa por salir de él, porque ni siquiera se había tomado la molestia de cerrar la puerta. De hecho, las llaves aún estaban en el contacto. Con un escalofrío pensé en el habitáculo blindado que estaba justo detrás de mí. Mentalmente me imaginé un par de guardias de seguridad, transformados en No Muertos, encerrados en aquel reducido espacio, con sus dientes podridos pegados a la ventanilla intermedia, rompiéndola para agarrarme con sus manos…

Me giré, temiendo enfrentarme a esa visión, pero la ventanilla interior estaba vacía y oscura. Enfocando la linterna hacia el interior pude ver unas cuantas sacas con el emblema de la compañía, cubiertas de polvo y descuidadamente amontonadas en el suelo al pie de un par de asientos vacíos. Respiré aliviado. Falsa alarma. Aquel furgón estaba absolutamente libre de ocupantes, salvo yo. Y por lo que podía ver, alguien se había dejado unos cuantos sacos en la parte trasera que, o mucho me equivocaba, o estaban llenos del tipo de papelitos de banco que deseaba con pasión la gente no hace mucho, antes de que esos monstruos llegasen.

En el suelo estaba tirada una carpeta metálica con un folio sujeto por un pasador. La cogí y le eché un vistazo. Era un parte de ruta con fecha de finales de enero, el ultimo día que aquel furgón hizo su recorrido habitual. Por la cantidad de sacas que había en la parte trasera y por las marcas en el parte, aquel día el recorrido estaba casi llegando a su fin cuando el conductor vio algo que le aterrorizó lo suficiente como para hacerle volver a su base cagando leches. Y digo que le aterrorizó porque no creo que hubiese otro motivo para dejar un furgón cargado con millones de euros, abierto de par en par en medio de una calle y con las llaves puestas. No me hace falta ser adivino para saber qué es lo que vio aquel pobre hombre. Me pregunté vagamente quién sería y dónde estaría ahora, y en qué estado.

Sin embargo aquello nos ofrecía una posibilidad muy interesante para cruzar la ciudad. En aquel trasto cabríamos perfectamente los siete. Estaba blindado, era robusto y además, pesaba lo suficiente como para evitar que una muchedumbre de esas cosas pudiese volcarlo. Cuanto más lo pensaba, más perfecto me parecía aquel vehículo. Sin embargo una mirada al contacto bastó para enfriar mi entusiasmo. La llave estaba en la posición de ON, y sin embargo el motor estaba apagado. Joder. Por supuesto.

El ultimo conductor había dejado el vehículo precipitadamente. Tan precipitadamente que ni se había parado a apagar el motor, así que este debió seguir funcionando al ralentí durante semanas hasta que agotó la gasolina del depósito y se apagó. Así que ahora tenía el vehículo perfecto para cruzar una ciudad muerta, aunque sin una gota de gasolina. Y además a saber como estaría la batería…

Justo en ese momento Kritzinev y Pritchenko asomaron su cabeza en el interior del vehículo, alarmados por mi tardanza. Del susto que me dieron casi me desmayo, pero cuando les conté las posibilidades de vehículo ambos esbozaron una sonrisa. Era sencillo… Un momento. Algo o alguien está golpeando la verja de la tienda. Mierda. Todos están despiertos. Vamos a ver qué es.