07 March 2006 @ 22:08 hrs.

ENTRADA 64

Tragué saliva, mientras notaba una ola de sangre helada recorriendo mis venas al tiempo que contemplaba a Ushakov, cómodamente recostado en su alto sillón, observándome. El muy cabrón parecía encontrar todo aquello sumamente divertido.

—Vamos, vamos, tovarich, no se lo tome usted tan a pecho —se inclinó hacia delante y poniendo su boca casi junto a mi oído me susurró—. Al fin y al cabo tan solo le estoy pidiendo un pequeño favor a cambio de otro favor ¿Niet? Yo le he acogido en mi barco y usted a cambio me trae una pequeña cosita que necesito. Eso es todo.

—No tiene ni la menor idea de a donde nos está enviando, capitán. Podemos morir todos por un miserable paquete enviado por alguien que ya debe estar muerto —respondí, conteniendo la rabia.

—Cuento con su pericia para traer a todo el mundo de vuelta. Al fin y al cabo usted ha llegado hasta aquí sin un rasguño ¿Niet? Entonces confío en que pueda dar de nuevo un pequeño paseo sin que le pase nada malo.

—¿Tengo alternativa? —pregunté, con la peor de mis muecas.

—Me temo que no.

—Entonces supongo que apelar a sus buenos sentimientos o a su humanidad es algo totalmente inútil, ¿verdad? Eres un auténtico bastardo, amigo. ¡Anda y que te jodan!

Antes de que me diese cuenta Ushakov saltó hacia delante como movido por un resorte y me sujetó por el cuello con una de aquellas enormes manazas, levantándome contra un mamparo. Me cogió absolutamente por sorpresa. Resultaba casi increíble que un tipo tan grande se moviera tan rápido. Mientras me sostenía a un palmo de suelo acercó a mi rostro el suyo, totalmente transformado en una mascara demoníaca.

—Llevo más de un mes atascado en este agujero con mi maldito barco y toda mi tripulación, ¿me entiende? —gritó, enrojecido de ira—. Desde que he llegado a aquí he esperado inútilmente la llegada de una persona que se tenía que hacer cargo y traer ese paquete y, ¿sabe quién ha venido? —me preguntó—. ¡Nadie! ¡Absolutamente nadie!

Me estaba asfixiando, y ya veía puntitos de colores bailando delante de mis ojos. Aquel hijo de puta me iba a estrangular. Súbitamente pareció darse cuenta de mi extraño color, o fue consciente de que si me mataba no tendría cartero, pero fuera lo que fuese, hizo que aflojase su presa. Caí al suelo, jadeando, tratando de inhalar un poco de aire.

—Necesito ese paquete. Simplemente, lo necesito. He mandado ya un equipo a tierra, hace una semana, y no hemos tenido noticias de ellos desde entonces. No puedo permitirme perder más hombres —se sentó de nuevo, mirándome—. Usted va a ir a por ese paquete para mí. Y si se le ocurre desviarse medio metro le juro por Dios que le meterán una bala en la cabeza. Así que procure no joderme usted a mí… ¿Me ha entendido, señor abogado?

Asentí con la cabeza, incapaz de hablar, mientras me levantaba del suelo a duras penas. Aquel cabrón era capaz de matarme si me negaba. Y lo peor es que no podía irme a ninguna parte. Desde el puente de mando podía ver perfectamente a un par de marineros fumando, cómodamente recostados en la cubierta del Corinto, con un par de AK-47 cruzados en sus regazos. Además, no sabía donde estaba Lúculo. Joder.

—De acuerdo —dije en cuanto pude articular palabra—. ¿Me da usted su palabra de que si le traigo el paquete me dejará marchar a continuación?

—Absolutamente. Usted cumpla su parte y yo cumpliré la mía.

Ya. Y de regalo, un par de rubias en bikini y un barril de cerveza. Seguro.

Tenía que ser pragmático y tomar el control de todo aquel asunto antes de que se descontrolase definitivamente. Sacando un aplastado Marlboro del bolsillo me recosté contra la rueda del timón y le miré fijamente, entre una voluta de humo, mientras pensaba a toda velocidad.

—De acuerdo —asentí—. Pero con una condición. En tierra mando yo. Sus chicos harán lo que yo les diga y no tratarán de joderme ¿Vale o no vale?

—Totalmente de acuerdo.

—No sé ni por qué me preocupo. Lo más probable es que nos hayan matado a todos a los diez minutos de tocar tierra. Además, no hablo ni una palabra de tagalo o de urdu… ¿Cómo coño me voy a entender con ellos? ¿En Morse?

—No se haga el simpático. No está usted en situación para ello. El señor Pritchenko habla español —me respondió—. Y mi segundo irá con ustedes, con lo cual usted podrá hablar con todos los del grupo a través de ambos.

—¿Y por qué no manda simplemente a Pritchenko? ¿No vivía en Vigo antes de todo esto?

—Pritchenko no vivía en Vigo —respondió lacónicamente.

—Pero él dijo…

—Basta de tonterías. Tiene usted mucho que hacer —me interrumpió, mientras me invitaba a acompañarle.

Descendimos las escaleras hasta llegar de nuevo a la cubierta. Allí me encontré al resto de mi «equipo», esperándome. Estaban el pequeño Viktor «Asterix» Pritchenko, el segundo oficial con un enorme pistolón colgando de su cintura y cuatro tripulantes más del Zaren Kibish, con aspecto de ser pakistaníes. Iban todos vestidos con gruesas ropas de marinero de color oscuro, y con mochilas repletas a la espalda. Cada uno de ellos sostenía un AK-47 en las manos, excepto Viktor, que parecía ir desarmado y que mantenía aquella mirada entre resignada y aterrorizada. Estaba tan jodido como yo, estaba claro.

—Tu también te has presentado voluntario para esta historia, ¿verdad? —le pregunté mientras le apoyaba una mano en el hombro.

—¿Cómo? —respondió, confuso.

—Nada. Olvídalo —estaba claro que no captaba la ironía. Me giré hacia Ushakov—. ¿Y mis armas?

—Usted no necesitará armas amigo. Mis hombres le protegerán. Usted tan solo guíelos y tráigame esto de la Oficina de Correos —me respondió mientras me tendía un papel. El boletín del puto paquete. Lo cogí distraídamente con una mano mientras que con la otra me ajustaba de nuevo mi viejo neopreno, ante la mirada algo asombrada de todos los presentes. Supongo que se preguntaban si estaba bien de la cabeza o es que pensaba que nos íbamos a hacer surf. Sin embargo, al fijarme en el resguardo se me quitaron las ganas de hacer bromas. Coño. No me extrañaba que el anterior equipo se hubiera perdido. Aquel paquete no estaba en la Oficina Principal de Correos, que casi se podía ver desde el Puerto. El jodido resguardo no era de Correos. Era de UPS. El paquete estaba en las oficinas de esa empresa de mensajería. Y la dirección era de casi la otra punta de la ciudad.

Resignadamente sacudí la cabeza y guardé el resguardo en una pequeña mochila vacía que me ofrecieron. Estaban dejando bien claro quién tendría que portear el paquete de vuelta. Me ajusté las cinchas y me asomé a la borda, contemplando la ciudad muerta. Su aspecto era sombrío, desolado, aterrador. Fuera de la devastación del Puerto podía contemplar las calles de Vigo, llenas de coches abandonados de cualquier manera, basura, suciedad, papeles y plásticos revoloteando y en medio de todo eso, docenas de esos seres, vagando en un paseo infinito. Una puta Zona Muerta. Y nosotros nos íbamos justo allí. Me estremecí y me giré hacia Ushakov.

—Está oscureciendo. Partiremos mañana por la mañana, en cuanto haya luz suficiente.

—No, señor abogado. Partirán ustedes justo ahora, aprovechando la oscuridad de la noche.

—¿Pero sabe que está diciendo? ¡Así no les podremos ver! —le respondí, agitado. No me lo podía creer.

—Ellos tampoco les verán a ustedes —respondió Ushakov, displicentemente.

Y ahí se acababa la discusión. Por mucho que les explicase que a «ellos» no les hacía falta vernos para saber que estábamos allí, no conseguiría que me creyeran. Pensarían que trataba de retrasar la salida. Ushakov era un militar y aún pensaba como un militar. Para él estaba claro que una infiltración tenía que ser nocturna si quería tener posibilidades de éxito. Así que nos enviaba de noche, y sin luna, a una zona plagada de esos monstruos. Aquello era cada vez más estupendo.

Una Zodiac bastante amplia nos estaba esperando amarrada a un costado del Corinto. Mientras nos dirigíamos hacia la borda vi a uno de los marineros del Zaren Kibish con Lúculo sujeto en sus brazos. Aquel tipo tenia un par de profundos arañazos cruzándole una de sus mejillas. Por lo visto mi gato tampoco estaba muy contento con sus captores. En cuanto me vio lanzó un largo maullido desesperado y se removió inquieto, deseando correr hacia mí. Pero el tipo que lo estaba sujetando ya había previsto esa reacción y llevaba puestos unos gruesos guantes. Con su mano derecha hizo un hábil giro y acogotó completamente al pobre animal, inmovilizándolo por completo. Unas pulgadas más de presión y le partiría el cuello. Lúculo emitió un maullido lastimero mientras me contemplaba, impotente.

Noté que la sangre se me agolpaba ante los ojos y di un paso hacia aquel individuo, pero alguien me propinó un fuerte empujón hacia la borda y pronto me vi descendiendo la escala hacia la Zodiac. Mientras me acomodaba en la proa de la misma Ushakov asomó su enorme corpachón por encima de la borda del Zaren Kibish e hizo una bocina con sus manos.

—¡Procuren volver pronto, señor abogado! ¡Hace muchas semanas que mi cocinero filipino no dispone de nada de carne fresca y proviene de una cultura donde tienen multitud de recetas de gato! —se carcajeó—. ¡No sé cuánto tiempo podré retenerlo!

El motor de la Zodiac arrancó después de tres o cuatro intentos y con un potente rugido comenzó a acercarnos a la orilla, mientras aquella amenaza aún resonaba en mis oídos. Condenado hijo de puta…

La luz estaba disminuyendo a pasos agigantados, como es habitual en esa época del año en Galicia. Pronto sería noche cerrada. A medida que nos acercábamos a tierra podía divisar con mayor nitidez ciertos detalles de la orilla. Casi prefería no haberlos visto. Eran como una premonición de lo que nos aguardaba a tan solo unos centenares de metros. Súbitamente fui consciente del silencio absoluto que reinaba en la Zodiac. Me giré hacia atrás y me encontré con seis pares de ojos expectantes, mirándome. Nariz Roja ladró una larga frase en ruso a Viktor. Este asintió y se giró de nuevo hacia mí, mientras me observaba con aquella expresión casi infantil en sus ojos.

—Oficial Kritzinev pregunta dónde desembarcó, dónde tierra. Dice que usted tener que guiar.

Asentí. De acuerdo. Ahora estaba al mando, por lo menos de momento. Tenía que tranquilizarme. Tenía que pensar, si quería salir de una pieza de aquella pesadilla y si quería recuperar a mi gato y mi barco. Animándome a mi mismo comencé a escrutar la orilla, buscando desesperadamente un buen punto para desembarcar, un sitio seguro, una pista, una señal… ¡Algo!

Súbitamente lo vi, cerca de la orilla. Claro que sí, joder. Podía funcionar, ¿por qué no? Puede que fuese nuestra mejor oportunidad. Girándome de nuevo en la Zodiac se lo señalé al pakistaní que estaba manejando el motor y le indiqué por señas que se dirigiese allí.

Quizás fuese una locura. Pero no había muchas más opciones…