31 January 2006 @ 11:49 hrs.

ENTRADA 39

Estaba tranquilamente sentado en la cocina cuando lo he oído. Disparos. Sonaban como una escopeta de caza. Ha sido justo al lado. ¡¡Es mi vecino, seguro!! ¿Pero qué demonios está haciendo ese gilipollas? ¿Acaso pretende atraer a todo cuanto muerto andante esté en un radio de dos kilómetros? Jesús, esos disparos deben haberse oído en toda la puta ciudad…

He subido por la escalera apoyada en el muro y me he asomado a su patio. No hay nadie. Tan solo los tablones de madera ordenadamente apilados, que iban a ser empleados en un porche que ya nunca llegará a ser construido. Le he llamado, suavemente. Nadie responde. Miguel, tío, pero ¿qué demonios has hecho, joder…?

El ruido provocado por las cosas que están en el lado de la calle de Miguel es perfectamente audible desde aquí. Suenan golpes contra una puerta de madera. De alguna manera, esas cosas se las han ingeniado para atravesar el portón de acero del patio delantero de mi vecino y ahora están aporreando directamente su puerta principal. Vaya mierda. Joder.

Cuando estaba pensando como demonios bajar a su patio le he visto, a través de una de las ventanas traseras. Me ha dicho que está bien, que intentó llegar hasta su coche, «para recogerme en mi puerta y darme una sorpresa», pero que hay docenas de esas cosas en su lado de la calle y que le ha sido imposible. Además, se le han colado en su patio delantero. Se ha cargado a dos, me ha dicho con una enorme sonrisa. Grandísimo gilipollas. Con el barullo que ha montado para cargarse a esos dos, ahora debe haber una docena más ahí fuera, por lo menos.

Tiene el mono de mecánico desgarrado en el cuello y manchas de sangre sobre él. Le he preguntado que le ha pasado y me ha dicho que una de esas cosas intentó agarrarlo por el cuello, pero que se pudo soltar sin problemas. Toda la sangre es de «esos mierdas», me ha dicho. Está muy pálido y, no sé por qué, me ha dado la impresión de que me miente. Años de práctica en los Tribunales me han permitido conocer muy bien las miserias y los fallos de la naturaleza humana y sobre todo, ser capaz de captar las pequeñas señales inconscientes que emitimos cuando no contamos toda la verdad. Este tío me está ocultando algo, lo sé. Tiene que haber más.

Ahora vuelvo a estar en la cocina, preparándome una sopa concentrada, con Lúculo cómodamente recostado en mi silla, pensando en todo esto. Y no me gusta. Nada.