26 January 2006 @ 17:57 hrs.

ENTRADA 34

Está siendo un día muy largo. Estoy sentado escribiendo esto en la habitación del segundo piso, la que da a la calle, y de donde no salgo, si no es para ir al baño, o a por algo de comer. Tengo una botella mediada de ginebra al lado de mis cosas. Esta mañana estaba entera. No creo que vaya a hacerme alcohólico, pero un trago o dos me están ayudando a sobrellevar todo esto. Joder, esta tensión me está destrozando los nervios.

Hoy de madrugada estaba dormitando delante del televisor, que enciendo tan solo de vez en cuando para ahorrar baterías (aún emiten el escudo de la Casa Real, pero ya hace muchas horas que no sale ni un informativo), cuando me he despertado de golpe. Disparos. He oído disparos, no muy lejos de aquí. Han estado sonando un rato, y luego, de repente han cesado abruptamente. Sonaban como una pistola o dos y posiblemente algo de más calibre ¿Una escopeta de caza, quizás? Lo desconozco, pero eso al menos me ha revelado algo fundamental ¡Hay más gente viva por aquí cerca! O por lo menos lo estaba hace tan solo un rato…

Miguel, mi vecino, está cada vez más excitado. Opina que quedarnos aquí es un suicidio y que lo mejor que podemos hacer es tratar de coger un coche y abrirnos paso hasta el puerto deportivo para coger su barco. Me he pasado media mañana tratando de disuadirle de semejante locura. En primer lugar, no sabemos si su barco sigue amarrado allí o no (lo más probable es que haya desaparecido). Además, seguramente la carretera estará cortada en una docena de sitios y si tenemos que abandonar el coche e ir a pie, con miles de esas cosas rondando por todas partes, no duraríamos ni un minuto. Creo que he logrado disuadirle, pero no sé por cuanto tiempo.

Sin embargo en parte, tiene razón. O mejoramos nuestra situación aquí o tendremos que movernos, y muy pronto, además.

La presencia de esos monstruos en la calle es constante. Cuando han sonado los disparos he visto pasar a cientos de ellos por la calle principal, en dirección al foco de los ruidos, incluyendo a unos cuantos de los que estaban vagando por aquí desde hace horas. Sin embargo, el resto han permanecido en la zona y con el discurrir del día han llegado algunos nuevos. Ahora mismo, desde mi ventana puedo ver a once de ellos vagabundeando distraídamente arriba y abajo. Son cuatro mujeres, dos niños y cinco hombres (a uno de ellos lo he bautizado como Aporreador, tras pasarse horas golpeando con la palma abierta un portón de metal). Todos tienen el mismo aspecto cerúleo y distraído, y las ropas acartonadas, rotas y manchadas de sangre. Algunos presentan unas mutilaciones espantosas y una de las mujeres tiene la cintura aplastada, como si le hubieran pasado por encima con un vehículo. Debe tener la cadera rota, porque le resulta sumamente difícil caminar.

Sin embargo, el más interesante es, sin duda, uno de los hombres, tan muerto como los demás. Es militar, con el parche de la BRILAT cosido en la manga. Tiene una horrible herida en el cuello y le falta un trozo de mejilla. Puedo ver parte de su dentadura cada vez que pasa cojeando por debajo de mi ventana. La sangre coagulada ha hecho extraños grumos en la parte superior de su chaqueta.

Pero lo verdaderamente importante es que aún lleva su mochila colgada de la espalda. Y un cinturón con lo que parecen ser una docena de bolsillos. Y una pistola. ¡Una pistola! El alcohol, el stress acumulado y la falta de sueño han hecho que mi cabeza se ponga a idear febrilmente una docena distinta de planes para conseguir esa pistola y esa mochila. Las necesito. Pero el problema es que lo único que tengo es un arpón de submarinismo. Suponiendo que sea capaz de abatirlo aún tendría que sacárselo todo y en ese lapso el resto de los monstruos se abalanzarían sobre mí. Al cabo de un rato he ideado un plan. Es horriblemente malo, pero es lo mejor que tengo.

No quiero pedirle ayuda a mi vecino. Está demasiado nervioso como para que pueda fiarme de él. Además, si le pasase algo por culpa de un plan ideado por mí, los remordimientos me matarían. No. Este es mi plan, es mi riesgo y es mi premio. No tengo ni puta idea de usar una pistola, pero seguro que hará que me sienta más seguro. Con ella me atreveré a salir de aquí. Y en el último extremo no dudare en utilizarla, incluso contra mi mismo, para evitar convertirme en una de esas cosas, de eso estoy seguro.

Ahora que ya sé que hacer, solo he de escoger el momento. Prefiero esperar unas horas más. Quiero estar seguro de que no hay más de esas cosas fuera de mi ángulo de visión. He montado el arpón y lo he probado contra un tocón de madera en el jardín. Al apretar el gatillo, la tensión acumulada en la goma, de un montón de newtons, es liberada bruscamente. El virote ha salido disparado como un cohete y se ha incrustado en el tronco con gran facilidad. He sudado un rato para sacarlo. No había caído en esto. No voy a tener tiempo para recuperar mis proyectiles. Y tan solo tengo media docena. Voy a tener que estar muy, muy fino.