24 January 2006 @ 03:03 hrs.

ENTRADA 30

Estoy sentado, escribiendo esto, mientras un reguero de sudor se desliza lentamente por mi espalda. La descarga de adrenalina que aún recorre mi cuerpo me hace temblar las manos. Ahora sí que estoy acojonado. Pero, una vez más, me adelanto a los acontecimientos.

A media tarde he sido consciente de que, o hacía algo, o me iba a dar un síncope. Llevaba casi 24 horas seguidas encerrado en casa, paseándome como un animal enjaulado. Tenía que hacer algo. Necesitaba salir. Necesitaba ver. Necesitaba saber. Lúculo me ha estado observando atónito durante todo el día. Es consciente de que pasa algo, de eso estoy seguro, pero no sé hasta que punto su conciencia gatuna es realmente capaz de abarcar la enormidad de la situación. El mundo se está yendo al carajo por minutos, si es que no se ha ido ya. No es una broma. Está pasando y nos va a pillar a todos inevitablemente en medio.

He subido a mi habitación y me he calzado unas gruesas botas de montañismo, pesadas, pero flexibles y me he abrigado a conciencia. Las noches de invierno en Galicia son húmedas y frías. Ya había anochecido, y el toque de queda estaba en vigor desde hacia unas horas. Me importó un pito. Iba a salir. Francamente, dudaba mucho que me encontrase algún policía a la vuelta de la esquina que me lo recordase. Cuarenta minutos antes había oído el sonido una serie de vehículos circulando por la calzada principal a la que se conecta mi pequeña calle. Desde la ventana del piso de arriba he visto pasar una colección dispar de coches patrulla, camiones del ejército y blindados ligeros. Estos iban cubiertos de soldados. Parecían exhaustos, y algunos, asustados. Iban en dirección al centro, hacia el Punto Seguro.

No hace falta ser muy listo para darse cuenta de quiénes eran estos soldados. Eran la última línea frente a los infectados. Han estado aguantando su posición frente a éstos hasta que se ha completado la evacuación de los civiles al Punto Seguro. Ahora, son ellos los que se retiran. Eso significa que ahora no hay nada entre los infectados y el Punto Seguro. Tenían que venir pisándole los talones. Tenía que darme prisa.

Saqué los postes de madera que apuntalaban mi portalón y cautelosamente asomé la cabeza a la calle. Desierta, tal como ha estado las últimas horas. Restos de periódicos y jirones de plástico y basura revoloteaban por el asfalto. Un jersey beige, perdido por uno de mis vecinos en su apresurada evacuación reposaba en medio de la calle, abandonado. Quizás fue esa la imagen que más me impactó. Realmente se han ido. Todos.

Me he subido al coche, aparcado justo delante de la puerta. Al sentarme al volante me he vuelto a acordar de que aún no le había cambiado el aceite. De golpe he recordado que el puto bidón aún estaba en el maletero, donde lo dejé el día que lo compré. Mierda. Ese no era el momento para bricolaje mecánico, así que arranqué, confiando en que el coche no me dejase tirado. El sonido del motor al encender sonó como un cañonazo en el silencio sepulcral de la noche. Me dio la sensación de que tenía que haberse oído a kilómetros. Me daba igual. Bajo ningún concepto pensaba ir andando. Me he incorporado a la calle principal y he enfilado en dirección centro, hacia la estación de servicio que queda a medio camino, a cosa de un kilómetro de mi casa y a dos de donde intuyo que empieza el Punto Seguro. Esta en plena zona evacuada, pero confío en que aún haya alguien allí. Al hacer inventario me di cuenta de que no tenía ni un mal mapa de carreteras decente. Si en algún momento iba a salir por piernas de allí, me iba a resultar imprescindible un mapa. En cualquier estación de servicio tenia que haber por lo menos un par de guías CAMPSA. A por eso iba.

El camino ha resultado ser sobrecogedor. Silencio absoluto y ni un ser vivo a la vista. Podría ser tranquilamente la última persona sobre la Tierra.

Al llegar al área de servicio he dejado escapar un suspiro de alivio. Las luces estaban encendidas. Parecía abierta. He parado al lado del surtidor y he entrado con cautela. No me avergüenza decir que estaba cagado de miedo. No había nadie a la vista, ni un cliente, ni un empleado. ¿Dónde estaba el puto encargado? La caja registradora estaba allí, al alcance de mi mano. Podría haber arramblado con toda la recaudación. He cogido un par de guías de carretera y todas las chocolatinas que me cabían en los bolsillos. También he cogido un par de revistas de información. Son números de hace dos semanas. En las portadas hablan de cosas que ahora se me antojan absolutamente irreales. Que absurdo parece todo, en este caos. Cuando estaba dejando el dinero sobre el mostrador, me ha parecido oír un ruido. La sangre se me ha helado en las venas. Había alguien ahí fuera. O algo. Joder.

Temblando, cogí unas cadenas de nieve que estaban colgando de un expositor. Como arma no eran gran cosa, pero al menos tenía algo sólido en las manos. Al salir he visto a un hombre, a unos treinta metros de la estación. Estaba demasiado lejos y demasiado oscuro para distinguir detalles, pero parecía andar tambaleándose. No me apetecía quedarme a comprobarlo. De un salto me subí al coche y giré en dirección a mi casa. Por el retrovisor me ha dado la sensación de que aquel tipo trataba de seguir al coche, con andares vacilantes. Que le jodan. No quería conocerlo.

Al cabo de un rato estaba de nuevo en casa, con la puerta convenientemente cerrada y apuntalada. Aún me tiemblan las piernas. Ha sido una salida de no más de un kilómetro y menos de veinte minutos, pero me siento como si acabase de volver de Vietnam. Esto es realmente jodido. Pensaba que me sentiría como un héroe de acción de una peli, y realmente creo que me siento como una presa que no sabe donde están los cazadores. Joder. Joder, joder, joder…

He encendido la tele. Ya solo me quedan dos canales nacionales, Antena 3 y la cadena pública, Televisión Española. Esta última tiene el escudo Real en pantalla y de fondo están sonando marchas militares. Muy tranquilizador. El resto, estática. En el satélite solo queda la CNN, pero con imágenes grabadas de hace unos días y con el scroll de la parte inferior de la pantalla informando. Atlanta ha caído. Y Denver. Y Utah. Y Baltimore. Y Cedar Creek. Y… coño, la lista es interminable. No vayan a los Safe Points, busquen refugios seguros, es el mensaje. Me pregunto si aquí va a pasar lo mismo. Millones de personas están refugiadas en los puntos seguros. Millones de personas a las que esos «infectados» van a atacar, dentro de poco.

Internet casi no existe. La mayoría de los servidores han caído. De todos los buscadores de la red, el único que parece seguir funcionando es Alexa. Me pregunto como coño alimentarán ese servidor. Baterías de emergencia, intuyo. No pueden durar mucho, es cuestión de días, u horas. Hay gente que se está dejando mensajes en mi blog. No se como lo han encontrado, pero las historias que cuentan me llenan de terror. Por lo que dicen es uno de los pocos sitios que aún funcionan de la red. Mi proveedor es de cable, y tiene su sede en Coruña.

Me pregunto cuanto tiempo aguantará antes de irse al diablo. Me pregunto cuanto aguantará todo antes de irse al diablo. Van a llegar aquí. Es cuestión de horas.