PRÓLOGO

Nadie me quitará de la cabeza que este libro se ha ido escribiendo por su cuenta y con piezas de un rompecabezas que se fueron buscando en secreto para acostarse de su lado bueno. Es la historia de la primera «guerrilla del llano» organizada como tal en Madrid, de la que poco o nada se sabía, y es también la del asalto a una subdelegación de Falange en el que hubo dos muertos; pero es, sobre todo, la reconstrucción literaria de una época y de unas vidas desdichadas, unidas por el infortunio. Con los días se hacen los años, dice el refrán; también a los libros como éste sólo los escribe el tiempo, y si se contaran las casualidades, encuentros y apariciones que lo hicieron posible podría uno sugestionarse y creer que los muertos son en realidad quienes mueven todos y cada uno de nuestros actos.

Por eso, antes de seguir adelante, quiero acordarme de los que me ayudaron a escribirlo: Alfonso Riudavets, persona sine qua non, para decirlo al modo de los escolásticos, lo mismo que Lourdes da Silva, el comandante Joaquín Ruiz Díez del Corral y el teniente Ángel Salgado, del Archivo Militar; el pintor Carlos García Alix, a quien estas páginas deberán la derrota de algunos facinerosos y aventureros predilectos y de los Cuatro Caminos, que fueron, menos sombríos, los suyos de la infancia; Mercedes Gómez Otero, sin cuyos cuarenta y cinco minutos de conversación todo sería más impreciso y más oscuro; Rafael Borrás, Ignacio y Visi Vallarino, Pilar y Encarna Lara, María Luisa y Manuela Vitini, aparecidas en el último momento, como constatación irrefutable de que la vida nunca queda interrumpida; Álex Martínez Roig, Javier Fernández, Manolo Gulliver, César Moreno, Carlos Pujol, Antonio Jiménez y el joven historiador Carlos Fernández Rodríguez, que me guió por una senda que él conocía mucho mejor que yo, así como aquellos que de manera expresa me hicieron entrega de sus recuerdos junto con el deseo de no romper su anonimato.

Es probable que los historiadores, desde su punto de vista, encuentren demasiado novelesco este libro, y los críticos de literatura, demasiado histórico, desde el suyo. A uno le gustaría hacer libros perfectos, pero tiene que contentarse con aspirar a escribirlos completos, perfectos e imperfectos. Porque los libros, como las criaturas, raramente son puros, sino bien al contrario, salen al gran teatro del mundo con muy diferentes y mezclados atavíos, casi siempre prestados.

No creo, por otro lado, que en estas páginas tuvieran que dirimirse esas peliagudas cuestiones que aún enconan a los historiadores, en su justo afán de buscar la verdad. A lo más que se llega aquí con la historia es a tratar de comprenderla. Vázquez Montalbán, en el prólogo de la novela Gente de abajo, de la militante comunista Juana Doña, confesaba alegrarse de que la autora la hubiese subtitulado «No me arrepiento de nada», porque le «sonaba, de momento, a una espléndida canción de la Piaff (Non, je ne regrette rien…)». Quién sabe. Andando de por medio Stalin, Franco y el pacto Molotov Von Ribbentrop a uno, aparte de recordar que fue esa canción la que eligieron los «paras» ultraderechistas de Argelia para desfilar por París, le «suena», de momento, más bien a aquella otra dedicatoria autógrafa, bastante penosa, que puso al frente de su Fundación, hermandad y destino, en 1957, Rafael Sánchez Mazas, cofundador de Falange Española: «Ni me arrepiento ni me olvido».

Durante muchos años, me parece, la historia de la guerra civil y de la posguerra ha sido escrita por gentes que no encontraban motivos para arrepentirse ni razones para olvidarse, y sin embargo no sé si la historia, pero sí, desde luego, la literatura que uno quiere escribir, la de la estirpe de Cervantes y de Galdós, sólo puede ser concebida con algo de piedad y mucho de perdón, por utilizar dos palabras que Azaña, gran cervantinista, hizo célebres.

Una vez más, es en Cervantes en quien halla uno un modo de conducta. Él nos enseñó que la razón está siempre del lado de los débiles. Otros, Tolstói, Galdós, Dickens, nos enseñaron también que podríamos hallarla del de los pobres. Podríamos llegar un poco más lejos y decir que la mayor parte de las veces los débiles y los pobres son los mismos.

De lo que no cabe duda es de que la historia que se cuenta en este libro es la de unos cuantos débiles y la de unos cuantos pobres, en unos casos defendiendo la libertad bajo banderas estalinistas, y en otros la paz con la Santa Inquisición y a tiros, siempre sin dejar de ser pobres y sin dejar de ser débiles.

Y sabiendo esto, ¿qué más querríamos saber?

Las Viñas, marzo de 2001