Buenas noticias

82

Dos meses después, mientras los Wiesengrund desayunaban y Ben cogía un panecillo, Barnabas gritó:

—¡Rayos y truenos! —desde detrás de su periódico.

—Cielo santo —suspiró Pata de Mosca que, como siempre, se sentaba en la mesa junto al plato de Ben—. ¿Es que en esta zona del mundo no hay más que continuas tormentas?

—¡No, no! —exclamó el profesor, bajando el periódico—. No me refiero en modo alguno al tiempo, mi querido Pata de Mosca. Aquí hay una noticia que debería interesaros mucho a todos vosotros.

—¿Quizá sobre Pegaso? —preguntó su esposa mientras añadía un poco de leche a su café.

Barnabas Wiesengrund sacudió la cabeza.

—Unas cuantas hadas han vuelto a sumergir una excavadora en el barro —conjeturó Ginebra mientras se chupaba la mermelada de los dedos.

—Tampoco has acertado —contestó su padre.

—Bueno, ya está bien, Barnabas, no nos hagas rabiar —se quejó Vita—. ¿De qué se trata?

Ben escrutó al profesor.

—¿Algo referente a los dragones?

—¡E-xac-to! —exclamó Barnabas Wiesengrund—. El chico ha vuelto a dar en el clavo. ¡Prestad atención! Leyó en voz alta:

Un extraño fenómeno se observó anteayer durante la noche en un valle escocés. Una gran bandada de pájaros gigantescos, que algunos observadores han calificado incluso de murciélagos gigantes, se alzó en el cielo y se dirigió hacia el sur a la luz de la luna llena. Por desgracia su rastro se perdió en alta mar, pero los científicos siguen haciendo conjeturas sobre la variedad de pájaro de que se trataba.

Ginebra y Ben se miraron.

—Eran ellos —murmuró Ben—. Lung ha conseguido convencer a los demás.

Miró hacia la ventana. Por allí sólo se divisaba un trozo de cielo gris, vacío.

—¿Sientes nostalgia, verdad? —Vita se inclinó sobre la mesa y le cogió la mano.

Ben asintió.

—Veamos —comentó Barnabas sirviéndose otro café—. Dentro de ocho semanas comienzan vuestras vacaciones y emprenderemos de nuevo la búsqueda de Pegaso. He descubierto un rastro interesante, no lejos de la antigua Persépolis. Desde allí no hay mucha distancia hasta el pueblo de Subaida. Supongo que, si todo va bien, Lung y los demás dragones alcanzarán el Himalaya dentro de un mes. ¿Qué os parece si le pido a nuestra buena amiga Lola Rabogris que lleve un recado a La orilla del cielo para que se reúna con nosotros dentro de dos meses en casa de Subaida? —el profesor se giró hacia Ben—. Tú conoces bien su velocidad de crucero. ¿Crees que lo conseguirá?

—¡Quizá! —Ben casi vuelca su cacao de los nervios—. ¡Sí, seguramente! ¿Has oído eso, Pata de Mosca? A lo mejor vemos a Lung dentro de dos meses.

—Lo celebro —respondió el homúnculo, dando un sorbo de té de su taza-dedal—. Sólo temo que con ese motivo veremos también a Piel de Azufre, que volverá a enojarme hasta más allá de lo tolerable.

—De ninguna manera, se lo prohibiremos —comentó Ginebra pasándole un trocito de galleta—. Al primer enfado, le quitaremos las setas que hemos reunido para ella.

Ben se acercó a la ventana y contempló el cielo.

Dos meses. A lo mejor dentro de dos meses volvía a cabalgara lomos de Lung. Suspiró. Dos meses podían hacerse largos. Interminables.

—Vamos —le dijo Ginebra apoyándose en la repisa de la ventana—. ¿Salimos a buscar huellas de hada?

Ben apartó la vista del cielo vacío y asintió.

—Ayer vi algunas allí abajo, junto al estanque —precisó el muchacho.

—Estupendo. —Ginebra lo arrastró hacia la puerta que daba al jardín—. Entonces iremos allí primero.

—¡Abrigaos bien! —les aconsejó Vita Wiesengrund mientras se alejaban—. Esta mañana ya huele a otoño.

—¡Esperadme, os acompaño! —gritó Pata de Mosca, bajando a toda prisa por la pata de la mesa.

—Pero esta vez traducirás todo lo que las hadas nos digan —advirtió Ginebra mientras le ponía su chaqueta de punto—. ¿Prometido?

—¿Aunque no sean más que tonterías? —preguntó Pata de Mosca desdeñoso.

—Aun así —respondió Ginebra—. También me apetece oír las tonterías.

Ben sonrió. Después colocó a Pata de Mosca en su brazo y siguió a su hermana al exterior.

Sí. Dos meses podían hacerse largos. Pero con Ginebra, no.

83

FIN