El plan
Burr-Burr-Chan condujo a Barba de Guijo atado de pies y manos hasta una pequeña cavidad en lo más profundo de la cueva principal de los dragones. Desde allí, ni siquiera los oídos de un enano captarían lo que ellos maquinaban contra su maestro en la cueva de los dragones. Barba de Guijo escupió su barba e insultó a grito pelado al duende cuando este lo dejó solo. Burr-Burr-Chan se limitó a reírse.
Cuando regresó a la cueva grande, los demás estaban reunidos sentados en círculo, silenciosos e indecisos. Burr-Burr-Chan se acomodó junto a Piel de Azufre.
—¿Qué? —le preguntó en un susurro—. Por lo visto no se os ha ocurrido nada, ¿eh?
Piel de Azufre negó con la cabeza.
—Abajo, en el valle, es imposible atacarle —informó Lola Rabogris—. Puede desaparecer en el lago en cualquier momento.
—¿Y en las laderas de las montañas? —sugirió Pata de Mosca—. Allí su coraza será un obstáculo para él. Lung desechó esa idea.
—Es muy difícil volar hasta allí —explicó—. Podríamos despeñarnos entre las rocas.
Piel de Azufre suspiró.
—Entonces tenemos que alejarlo de ese lugar —exclamó Burr-Burr-Chan—. Atraerlo hasta un valle en el que no haya agua.
—No sé… —murmuró Ben.
Comenzaron a discutir.
¿Cómo atacarle? El fuego de dragón resultaba inútil contra la coraza de Ortiga Abrasadora, de sobra lo sabían. Piel de Azufre propuso atraerlo primero a las montañas y después empujarlo al vacío, pero Lung se limitó a negar con un gesto. Ortiga Abrasadora era demasiado grande y pesado. Ni siquiera él y Maya juntos lo conseguirían. Lola, con un valor temerario, propuso entrar volando en su garganta y destruirlo desde dentro. Pero los demás se opusieron y Pata de Mosca le explicó que Ortiga Abrasadora guardaba su corazón en una caja acorazada. Así fue planteándose y rechazándose una propuesta tras otra, hasta que la indecisión se apoderó de todos.
Pensativo, Ben metió la mano en la bolsa que colgaba de su cuello y, sacando la escama dorada de Ortiga Abrasadora, la sostuvo en la mano: era fría y brillante.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Burr-Burr-Chan mirándolo con curiosidad.
—Una escama de Ortiga Abrasadora —respondió Ben acariciando el frío metal con los dedos—. La encontró el profesor Wiesengrund. Él posee otra —el muchacho sacudió la cabeza—. He intentado arañarla con mi navaja, la he golpeado con piedras. Incluso la he arrojado al fuego. No muestra ni siquiera un rasguño —suspiró y colocó la escama sobre la palma de su mano—. Con estos chismes Ortiga Abrasadora está blindado de la cabeza a los pies. ¿Cómo vamos a vencerle? Se reirá de nosotros.
Lola Rabogris saltó fuera de su avión y trepó a la rodilla de Ben. Pata de Mosca se sentaba en la otra.
—¿Habéis probado con fuego de dragón? —les preguntó.
Ben asintió.
—Lung y Maya han escupido fuego sobre la escama cuando estabais fuera. Nada. No ha sucedido nada. Ni siquiera se calienta.
—Lógico —medió Pata de Mosca frotándose la punta de la nariz—. Ortiga Abrasadora fue creado para matar dragones. ¿Pensáis acaso que su coraza sería sensible al fuego? No, creedme —sacudió la cabeza—. He bruñido esa coraza durante trescientos años. Sencillamente, no hay nada capaz de atravesarla.
—Pues tiene que haber una solución —dijo Lung, deambulando inquieto por entre los dragones petrificados.
Ben, con la escama en la mano, la giraba de un lado a otro.
—Guarda esa cosa horrible —gruñó Piel de Azufre escupiendo encima—. Apuesto a que atrae la desgracia.
—¡Qué asco, Piel de Azufre! No hagas eso.
Ben limpió la escama con la manga, pero la saliva de duende no era tan fácil de eliminar. Se adhería al metal como una fina película.
—¡Esperad! —Lung se plantó de repente detrás de Ben, mientras contemplaba la escama.
—Está muy empañada —constató Pata de Mosca—. Eso no le gustaría un ápice a Ortiga Abrasadora. Tendríais que ver cómo se refleja en el agua cuando tiene sus escamas pulidas. Sobretodo cuando sale de caza. ¡Ay, en esas ocasiones tenía que abrillantarlo hasta que me sangraban los dedos!
—Saliva de duende y fuego de dragón —murmuró Lung levantando la cabeza—. Piel de Azufre, ¿te acuerdas de los cuervos?
Piel de Azufre asintió confundida.
—La saliva de duende y el fuego de dragón los transformaron, ¿no es verdad?
—Sí, pero…
Lung se deslizó entre Ben y el duende.
—Deja la escama en el suelo —ordenó—. Y los demás, apartaos. Sobre todo tú, Pata de Mosca.
El homúnculo bajó a toda prisa de la rodilla de Ben y se ocultó detrás de la cola de Maya.
—¿Qué te propones? —preguntó esta asombrada.
Lung no contestó. Miraba fascinado la escama de Ortiga Abrasadora. Al fin abrió la boca y sopló encima su fuego. Muy suavemente. La llama azul lamió el metal.
Y lo fundió.
La escama de Ortiga Abrasadora se derritió igual que la mantequilla expuesta al sol. Se deshizo, convirtiéndose en un charco dorado sobre el grisáceo suelo rocoso de la cueva.
Lung alzó la cabeza y dirigió una mirada de triunfo a su alrededor.
Los demás se acercaron mudos de asombro. Pata de Mosca se arrodilló junto al charco y con sumo cuidado introdujo la punta del dedo. Lola, a su lado, deslizó su rabo por el oro líquido.
—Mirad esto —anunció riendo—. A partir de hoy me llamaré Rabodorado.
Ben apoyó los dedos en el flanco de Lung.
—¡Eso es! —balbuceó—. Tú lo has descubierto, Lung. Ya sabemos el modo de destruirlo.
—¿Ah, sí? —replicó sarcástica Piel de Azufre—. ¿Y cómo vamos a aplicar la saliva de duende en la coraza de Ortiga Abrasadora?
Los demás callaron.
Pata de Mosca se levantó.
—No hay nada más fácil —afirmó limpiándose en la chaqueta el dedo dorado.
Todos lo miraban.
—Piel de Azufre —dijo el homúnculo—, por favor, tráeme el equipaje de nuestro prisionero.
—¿Desea algo más el señor? —refunfuñó Piel de Azufre.
Sin embargo, cogió la mochila de Barba de Guijo y la tiró a los pies de Pata de Mosca.
—Mi más humilde agradecimiento —dijo Pata de Mosca.
Y abriendo la mochila, hurgó en ella. Sacó una almádena, cerillas, velas, un peine para la barba, un cepillo para el sombrero, dos trapos… y una botella de cristal verde.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Pata de Mosca levantando la botella—. Todavía queda más de la mitad.
—¿Y eso qué es? —preguntó Ben.
—El pulimento de la coraza de mi antiguo maestro —le explicó Pata de Mosca—. Un viejo enano de las rocas se lo prepara ex profeso. Unas gotas del mismo en un cubo de agua y sus escamas brillan como un espejo.
Pata de Mosca abrió la botella y la vació en el suelo de piedra.
—Toma —dijo alargando la botella vacía a Piel de Azufre—. Escupe. Puedes turnarte con Burr-Burr-Chan. Tenéis que conseguir llenarla algo más de la mitad.
Burr-Burr-Chan cogió la botella que le ofrecía el homúnculo.
—Una botellita tan pequeña seguro que la llenamos en dos tacadas, ¿a que sí, Piel de Azufre?
Ambos se sentaron riendo en el lomo de un dragón petrificado y comenzaron su labor.
—¿Se dará cuenta el enano? —preguntó Lung, preocupado, al homúnculo.
—Seguro que sí —repuso Pata de Mosca mientras volvía a guardar con sumo cuidado en la mochila los objetos de Barba de Guijo—. Lo notará en la primera escama. Así que añadirá más y más saliva de duende al agua de limpieza para conseguir pulir las escamas. Pero eso a nosotros sólo nos beneficia, ¿no?
—Ojalá siga actuando aunque se le añada tanta agua —dijo Maya.
Ben se encogió de hombros.
—Tenemos que intentarlo.
—Sí —afirmó Lung—. En cuanto los duendes hayan terminado, deberíamos dejar marchar al enano para que regrese cuanto antes junto a su maestro.
—No, no, de eso, nada. —Pata de Mosca sacudió la cabeza con decisión—. Entonces sospecharía enseguida. No, lo dejaremos escapar.
—¿Qué? —preguntó Piel de Azufre estupefacta.
Burr-Burr-Chan y ella habían concluido su tarea.
—¡Caballero, aquí tiene una ración de saliva de duende! —dijo el dubidai colocando la botella entre los finos dedos del homúnculo.
Pata de Mosca la devolvió a su sitio con cuidado.
—Justo, lo dejaremos escapar —explicó, cerrando la mochila—. Y además le enseñaremos la entrada de esta cueva.
—¡Ahora sí que ha perdido la chaveta el alfeñique! —resopló Piel de Azufre—. Lo veía venir. Era sólo cuestión de tiempo.
—Piel de Azufre, deja que se explique —le ordenó Lung.
—¡Tenemos que atraerlo hasta aquí! —exclamó Pata de Mosca—. ¿O quieres que desaparezca por el agua al darse cuenta de que se está fundiendo su coraza? Él no enviará a los cuervos hasta aquí, porque los expondría demasiado al fuego de dragón. Una vez en la cueva, sólo podrá escapar por el túnel. Y nosotros podemos obstruirlo.
—¡Sí, sí, tienes razón! —murmuró Piel de Azufre.
—A pesar de todo es imposible —dijo Maya—. Os habéis olvidado de la luna. Nosotros no podremos volar en la cueva.
—¡Y fuera, tampoco! —replicó Pata de Mosca—. Ya os hemos hablado de los cuervos. Ellos oscurecerán la luna, como hicieron antaño en el mar, y vosotros aletearéis indefensos hasta caer en las fauces de Ortiga Abrasadora.
—Pata de Mosca tiene razón —comentó Lung a Maya—. Tenemos que atraerlo hasta aquí. Y nosotros volaremos. Todavía me queda algo de rocío de luna. Será suficiente para nosotros dos.
La dragona le miró dubitativa, pero al fin asintió.
—De acuerdo, lo atraeremos hasta aquí. Pero lo destrozará todo, ¿verdad? —preguntó escudriñando a su alrededor.
—¡De eso nada, vosotros se lo impediréis! —exclamó Lola—. Y ahora que siga hablando el ósculocoloso. Quiero enterarme por fin de lo que se propone hacer con el enano.
Pata de Mosca miró en torno suyo dándose importancia.
—En cuanto salga la luna, nuestro preso se escapará —anunció—. Con todos los informes que Ortiga Abrasadora espera ansioso y con la botellita de saliva de duende. Revelará a su maestro la situación de la entrada de la cueva y cómo franquearla. Le sacará brillo a Ortiga Abrasadora con saliva de duende y luego… —Pata de Mosca sonrió— lo conducirá a la perdición.
—¿Cómo piensas organizarlo para que no se entere del plan? —preguntó Ben.
—Oh, dejad que de eso me ocupe yo, joven señor —respondió Pata de Mosca observándose el dedo, que relucía como el oro gracias al metal de la escama fundida—. Será mi venganza por trescientos años de tristeza y once hermanos devorados.