Que no
—Que no, que no salgo —dijo Barba de Guijo.
Estaba dentro de la panza de su maestro, sentado en la cajita de oro que contenía el corazón de Ortiga Abrasadora, y miraba malhumorado el jugo con el que el dragón dorado hacía la digestión. De él se alzaban pestilentes velos de vapor que herían su nariz.
—¡Sal, limpiacorazas! —bramaba desde arriba.
—¡Que no! —gritó Barba de Guijo desde el fondo del descomunal gaznate—. ¡Prometedme primero que no volveréis a tragarme! Ya estoy harto. ¿Qué pasará si alguna vez me cuelo por el conducto equivocado? ¿Qué ocurrirá si la próxima vez aterrizo en los jugos de ahí abajo?
Al contemplar el líquido borboteante sintió un escalofrío.
—¡No digas sandeces! —la voz iracunda de Ortiga Abrasadora llegó a sus oídos desde arriba—. ¡Me he tragado mil veces al traidor de Pata de Mosca, y él jamás se coló por el conducto equivocado!
—Vale, vale —murmuró Barba de Guijo enderezándose el sombrero—. Di lo que quieras. ¡Además estoy molido de tanto chapotear en el agua! —gritó—. ¿Habéis atrapado a ese abejorro de hojalata? No está flotando en el caldo.
—¡Se me ha escapado! —gruñó Ortiga Abrasadora. Barba de Guijo notó que su cuerpo colosal temblaba de ira—. Aterrizó arriba, en las montañas. Donde antes estaba el dragón plateado.
—Ajá. —Barba de Guijo se rascó la barba malhumorado—. ¿Y dónde está ahora? ¿Os ha dicho dónde se encuentra el escondrijo de los dragones?
—¡No! —rugió Ortiga Abrasadora—. Ha desaparecido. ¡Y ahora, sal de una vez! Tienes que trepar hasta el lugar donde aterrizó el abejorro de hojalata. ¡Ya viste quién iba dentro! ¡El traidor de patas de araña! ¡Aaarrrg! Lo aplastaré como a una cucaracha, pero antes nos conducirá hasta su nuevo maestro.
—¿De veras? —Barba de Guijo seguía de morros—. ¿Y qué me darás si lo encuentro a él y a la cucaracha? —preguntó deslizando la mano bajo su camiseta y acariciando la alianza de Barnabas Wiesengrund.
—¿Cómo osas preguntarme algo así? —vociferó Ortiga Abrasadora—. ¡Sal de ahí o me agitaré hasta que caigas en mis jugos gástricos!
—Vale, vale, ya voy.
Barba de Guijo se incorporó despotricando y ascendió por el gaznate de su maestro.
—Entiendo perfectamente por qué se largó el tal Pata de Mosca —masculló entre dientes—. Oh, vaya si lo entiendo.